martes, 23 de febrero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 26

 





Lucía se marchó poco después del desayuno. Entre ellos no hubo intenciones de que aquello se volviera a repetir ni mucho menos promesas de nada. Había quedado claro que se habían dejado llevar por la pasión del momento y punto. Sin embargo Juan se sentía un poco molesto al haber descubierto que Lucía era la misma muchacha de la que Pedro, su amigo de siempre, le hablaba continuamente y que daba por perdida. Desde luego de haberlo sabido no se hubiera acostado con ella. De todas maneras, en último término, Pedro no tenía por qué enterarse. Así intentaba expiar su culpa, mientras pensaba si debía contar su descubrimiento a Pedro y de qué manera hacerlo.

Entretanto Lucía continuó con su vida de siempre. Lázaro parecía haber desaparecido, hasta que un día lo hizo de nuevo, aunque esta vez no parecía muy alegre. Se encontraron en la calle, cuando Lucía acababa de salir de las clases y se dirigía a la parada del metro. Caminaban por la misma acera y en dirección opuesta y el encuentro era inevitable, a pesar de que Lucía echó una vistazo mal disimulado a los alrededores por si era posible desaparecer.

–Hola Lucía – la saludó él cuando se puso a su altura – Hacía tiempo que no nos encontrábamos.

–Sí, afortunadamente ya veo que has dejado de ser mi sombra – le contestó ella.

–Lo siento – respondió él, cabizbajo – siento de veras haberte molestado, me comporté como un idiota. Cuando me dijiste que tenías novio... comprendí que estaba haciendo el imbécil.

A punto estuvo la muchacha de contarle la verdad, pero finalmente decidió no hacerlo, no fuera a ser que volviera a las andadas.

–Un poco, la verdad – dijo – mira, Lázaro, tú lo que tienes que hacer es sentar la cabeza y dejarte de tanto ligoteo fácil. Ahora tienes una hija, piensa en ella... y en su madre. María es una buena chica. A lo mejor con quién deberías recuperar algo, es con ella.

–Puede ser... en todo caso no te preocupes, no volveré a molestarte. Ahora tengo prisa. Adiós Lucía.

Siguió su camino y ella respiró aliviada sabiendo que por fin se había librado de él. Lo único que deseaba a aquellas alturas de su vida era vivir tranquila.

*

Aquella noche Juan no podía dormir. Habían pasado más de dos meses desde el día en que sus sospechas de que su Lucía y la de su amigo Pedro eran la misma persona habían ido tomando forma y a lo largo de todo ese tiempo pequeños detalles que había conseguido ir sonsacando tanto a uno como a otro le habían confirmado de manera indiscutible que era así. Ambos le hablaron de Natalia, del viaje a Oporto, del amigo común que estaba en Bolonia o del pueblo de Galicia, al lado del mar, en el que habían estado viviendo. No sabía si contárselo a su amigo. En el fondo pensaba que debía hacerlo, sin embargo, aunque no estaba enamorado de Lucía, le costaba imaginar que un noviazgo formal con otro hombre pudiera cercenar cualquier posibilidad de que la muchacha calentara de nuevo su cama, a pesar de que tal cosa sólo había ocurrido una vez y de que, ni uno ni otro, habían siquiera insinuado en ningún momento que pudiera volver a pasar. Así pues los días iban transcurriendo sin que se decidiera a darle la noticia, mientras veía cómo Pedro, por momentos, se hundía en una melancolía incomprensible. Cada vez manifestaba con más frecuencia que sentía su vida vacía, que le faltaba algo, el amor de alguien, una familia, una esposa y unos hijos. Juan le decía que saliera más, que se apuntara a algún grupo a través del cual pudiera conocer gente, a lo mejor así daba con la persona adecuada para lograr sus aspiraciones, pero él, en lugar de hacerle caso, se encerraba más en casa y demostraba una alarmante falta de interés por casi todo. Juan sospechó que Pedro iba a caer en una depresión y se le ocurrió que una de las maneras de evitarlo era que Lucía volviera a aparecer en su vida.

Al día siguiente era domingo, el primer domingo de las vacaciones de Navidad, y habían quedado en un centro comercial para pasar el día. Comprarían algún regalo, comerían en algún restaurante de los que había por allí y tal vez por la tarde verían alguna película en alguno de sus cines. Y a lo largo del día buscaría la ocasión adecuada para decírselo, para decirle que podía sentirse contento porque Lucía, a la que tanto echaba de menos, estaba mucho más cerca de él de lo que él mismo pensaba.

Así pues a la mañana siguiente se reunieron en el centro comercial. Pedro parecía un poco más animado que de costumbre y se dejó llevar por su amigo a través de las tiendas repletas de gente dadas las fechas en que se encontraban. Luego, mientras comían, Juan quiso preparar el terreno, tantear un poco a Pedro para confirmar que lo que iba a hacer era lo correcto.

–Bueno y dime – comenzó a hablar delante de su plato de comida – ¿Qué tal te encuentras estos días? Pareces mucho más animado.

–Bueno.... supongo que más o menos – contestó Pedro, encogiéndose de hombros – Sí, quizá hoy tenga un día bueno. Casi prefiero no pensar en ello.

–Y toda esta nostalgia que te ha entrado de repente... ¿es por Lucía?

–No lo sé, Juan, no lo sé. La echo tanto de menos..... me gustaría volver a verla, tenerla aquí a mi lado, junto a mí, compartiendo nuestras pequeñas cosas. Pero por otro lado yo mismo me pregunto si me atrevería a dar el paso de reconquistarla. La cambié por una quimera después de jurarle que la amaba. Si la tuviera delante de mí no sabría qué hacer ni qué decir, probablemente nada, no creo que mis fuerzas soportaran verme vapuleado por su desprecio.

–Estás siendo demasiado derrotista. Yo creo que si de verdad te quisiera aceptaría volver de nuevo a tu lado pese a lo ocurrido. ¿No dicen que el amor supera todas las barreras? A lo mejor deberías buscarla. Últimamente estás muy bajo, Pedro. Me temo que estás cayendo en una depresión y que su presencia te haría mucho bien. Además...

De pronto Juan sintió que una mano se posaba en sus ojos y una voz claramente distorsionada a propósito le preguntaba eso de “quién soy”. Por unos segundos se sintió un poco desconcertado, al cabo de los cuales se dio cuenta de que era alguien que deseaba jugar. Tocó con las yemas de los dedos la mano que le tapaba los ojos y puso comprobar que era de una mujer. Comenzó a decir nombres: Irene, Amelia, Asun.... de pronto una luz iluminó su cerebro. ¿No sería Lucía? Pronunció su nombre casi con miedo y cuando la muchacha le destapó los ojos, miró a su amigo, sentado frente a él, pálido, con la mirada puesta en la chica, que efectivamente era Lucía y que en su juego no se había dado cuenta de que el hombre sentado al otro lado de la mesa era Pedro.

–Es increíble que nos encontremos ya el primer día de vacaciones – dijo ella mientra se sentaba a su lado –¿Qué haces por aquí? No me digas que ya estás empezando con el consumismo desaforado.

–Yo.... aquí... pasando el día con un amigo – dijo señalando al frente.

Lucía echó un vistazo ligero y casual hacia Pedro y de nuevo fijó su atención en Juan, pero en cuanto su cerebro procesó adecuadamente la información recibida, miró de nuevo a Pedro. Apenas podía creer que lo tuviera delante. Se preguntó si todo lo que estaba ocurriendo en aquel momento no sería parte de un sueño.

–Pedro – dijo con un hilo de voz – ¿Pedro, eres tú?

Él no podía decir nada. Aquella sorpresa absolutamente inesperada había paralizado su garganta y su cuerpo. Ni siquiera había hecho ademán de levantarse. Fue Lucía la que se sentó a su lado y con infinita ternura, le acarició la cara mientras unas gruesas lágrimas hechas de emoción y sal, rodaban por sus mejillas.

–Pedro.... – murmuraba una y otra vez.

Ambos se miraban y parecían ignorar que el mundo continuaba a su alrededor, y que dentro de ese mundo estaba Juan, silencioso espectador del encuentro. Juan se sintió feliz de que las cosas se hubieran resuelto por sí solas. Pero en realidad no se había resuelto nada, simplemente se habían encontrado de nuevo.

De pronto Lucía fue consciente de la realidad. Miró a Juan desconcertada y se preguntó qué significaba todo aquello, por qué Juan y Pedro estaban juntos, dónde estaba Natalia y el hijo que presumiblemente habían de tener. Pensar en Natalia le dio miedo, miedo a que efectivamente apareciera por allí de un momento a otro y de pronto sintió la necesidad de huir. Se levantó y, con la excusa de que la esperaban, se alejó precipitadamente del lugar bajo las miradas estupefactas de los dos hombres. Pedro también se preguntaba qué significaba todo aquello.

–¿Qué significa esto, Juan? – preguntó – ¿De dónde la has sacado?

–Pero ¿no te das cuenta? Es la chica que trabaja en mi colegio. Hace tiempo que supe que era la misma Lucía de la que tú me hablabas. Y hoy te cité aquí para confiarte mis sospechas. Pero desde luego no tenía ni la menor idea de que iba a aparecer.

Pedro enarcó las cejas y suspiró. Estaba visiblemente nervioso. No solo por haberla encontrado sino por la propia actitud de la muchacha, que se bien en un principio parecía receptiva, después desapareció como por encanto.

–¿Y ahora? – preguntó a nadie mirando a su amigo – ¿qué voy a hacer ahora?

*

Aquella tarde Lucía había quedado en el centro comercial con una vieja amiga a la que no veía desde hacía tiempo, con la intención de dar una vuelta y tomar algo charlando, pero de pronto se le quitaron las ganas de todo. La llamó por teléfono disculpándose y le puso la excusa de que no se encontraba bien, luego tomó el metro y regresó a casa. Su abuela, cuando la vio llegar tan pronto, le preguntó preocupada si le había ocurrido algo.

–Lucía, hija, estás pálida y te veo nerviosa.

Lucía se sentó al lado de su abuela en el sofá del salón. Desde un rincón la televisión parloteaba una de aquellas empalagosas películas navideñas.

–Abuela, ¿serías tan amable de prepararme una tila? Luego te cuento lo ocurrido.

Soledad hizo lo que su nieta le pedía y al cabo de un rato, ante la tila humeante, Lucía contó a su abuela su casual y repentino encuentro con Pedro.

–Estaba allí, sentado con Juan, charlando como... como si... como si fuera normal...

Soledad no pudo reprimir una sonrisa ante las tonterías que decía su nieta. Se notaba a las leguas que estaba sumamente alterada.

–Que dos hombres charlen en la mesa de una cafetería es normal, cariño.

–Sí, pero eran ellos dos. ¿Qué relación hay entre ellos?

–Serán amigos, supongo.

–¿Y no te parece mucha casualidad? Además, no estaba Natalia, ni había ningún niño. No sé qué pensar. Ha sido todo tan... extraño. No sé por qué ha vuelto.

–Lucía, estás muy nerviosa y no piensas con claridad, creo que tienes que descansar, calmarte, y mañana seguro que ves las cosas de otra manera. Todos esos interrogantes que te planteas tienen muy fácil solución. Hablar con ellos y ya está.

La muchacha dio un sorbo a la infusión que sostenía entre las manos y se echó hacia atrás en el sofá, intentando relajarse.

–Tienes razón – repuso – estoy muy alterada. Sentí tanta emoción cuando le vi... pero después pensé en Natalia, en su familia... no estaban, pero seguro que andan por ahí...

–Nena... no te montes películas. Tenéis que hablar. Sólo así aclararéis las cosas.

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