domingo, 28 de febrero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 28

 



Juan se incorporó el miércoles a su trabajo en el instituto. Lucía y él se saludaron como siempre. Ella no le preguntó por Pedro, pues al haber estado fuera suponía que no podría ponerle al corriente de ninguna novedad. Él tampoco le dijo nada. Lucía llegó a pensar de que su encuentro había sido algo casual que no volvería a repetirse. Sin embargo el viernes, cuando se disponía a salir del edificio rumbo a un fin de semana tedioso y gris, escuchó a sus espaldas una conocida voz que pronunciaba su nombre. Era él. Se dio la vuelta sintiendo que la felicidad la embargaba y sin disimular su entusiasmo se acercó a Pedro. Tuvo que reprimir un poco sus instintos para no parecer demasiado efusiva.

–Hola Pedro. ¡Cuánto tiempo! – le dijo.

–Lo siento, me hubiera gustado llamarte para quedar algún otro día, pero la semana pasada estuve con una gripe horrible y esta semana tuve que sacar un montón de trabajo atrasado.

–No importa – repuso Lucía un poco decepcionada por el orden de preferencia que parecía ocupar en la vida de su amor – Al fin y al cabo no tenías ninguna obligación de llamarme.

–Lo sé pero.... bueno, que me hubiera gustado volver a verte.

–Ya, a mí también. ¿Has venido a buscar a Juan? – preguntó sin saber muy bien hacia dónde dirigir la conversación.

–Sí, bueno....no. En realidad venía a invitarte a tomar algo si te apetece, como hoy es viernes y mañana no hay que madrugar....

Lucía había quedado con su abuela, o más bien su abuela con ella, en que aquella noche harían una sesión de cine en toda regla, cenarían comida basura y después pondrían alguna película interesante con palomitas incluidas. La invitación de Pedro la tentaba, pero se dijo a sí misma que, por un lado no deseaba dar plantón a su abuela, por otro, no estaría mal que el muchacho viera que si él podía estar quince días sin dar señales de vida, ella no se iba a tirar en sus brazos a las primeras de cambio.

–Lo siento, pero esta noche he quedado – respondió finalmente sin especificar más.

–Vaya – repuso Pedro, en cuyos ojos creyó ver Lucía un destello de desilusión – ¿Tal vez... mañana? Podemos cenar algo por ahí, tomarnos una copa, dar una vuelta....

–Mañana sí. ¿Me vendrás a buscar a casa? ¿Te acuerdas de la casa de mi abuela? Vivo allí con ella.

–Claro. A las... ¿ocho, por ejemplo?

–Perfecto.

La sesión de cine, no fue sesión de cine, fue sesión de parloteo incesante provocado por el entusiasmo. A la abuela le dio lo mismo no ver la película. Lo que ella realmente deseaba era ver a su nieta feliz.

*

La cena de aquel sábado, una cena informal y acogedora, le recordó a Lucía aquella primera vez a solas, cuando Natalia y Jorge tenían guardia en el centro de salud y Pedro le propuso cenar en una cantina al lado del río. Allí no habían cenado al lado del río, sino en una tasca típica de Madrid, al calor de la gente y de las estufas que caldeaban el ambiente en aquella fría noche de febrero. Pero como aquella otra cena de años atrás, hablaron y jugaron sin querer a descubrirse de nuevo, como si se hubieran conocido en ese preciso momento.

Después les apeteció pasear un poco. Durante el paseo Lucía le preguntó a Pedro por Jorge.

–Me llamó una vez hace tiempo, desde entonces no sé nada de él – le dijo.

–Sigue en Bolonia. Al parecer está muy a gusto allí y creo que se ha echado un novio. No creo que regrese a Galicia.

–Me alegro por él. En el fondo no es una mala persona.

–¿En el fondo? ¿Es que te ha ocurrido algo con él?

–¿No lo sabías? Jorge estaba al corriente de todas las peripecias de Natalia. Yo le oí hablar por teléfono con ella. Te lo quise decir ¿recuerdas? Te llamé unos días antes de mi regreso a Madrid y tú no quisiste escucharme.

Sí, Pedro recordaba perfectamente el momento. Recordaba cómo había sostenido por un momento el teléfono entre sus manos sin saber qué hacer, si cortar la llamada, si ignorarla, si contestar. Finalmente decidió que contestar sería lo mejor para dejar las cosas claras, no deseaba dar a Lucía falsas esperanzas. El final de la historia es de sobras conocido. Él no escuchó y por ende negó a Lucía la posibilidad de contarle algo que le hubiera ahorrado muchos quebraderos de cabeza.

–Lo recuerdo – repuso finalmente – y lo siento.

–Bah, ya no merece la pena. Ya todo eso pasó y prefiero no recordarlo. Así que no lo sientas. A lo mejor este tiempo separados a la larga puede ser mejor que estar siempre juntos o yo qué sé. Las cosas siempre ocurren por algo, supongo.

–Supongo que sí.

Caminaron un rato en silencio sumidos en sus propios pensamientos y observando el vapor que salía del interior de sus cuerpos al respirar. Hacía frío.

–¿Sabes? Cuando era una chiquilla, al principio de salir con Lázaro, y queríamos estar solos, subíamos al Cerro de los Ángeles, no sentábamos en cualquier rincón del campo, sobre la hierba, y nos dedicábamos a besarnos y a mirar las estrellas. – dijo Lucía – No sé en qué momento dejamos de ir, supongo que cuando comenzó a morir la magia entre los dos.

–¿Quieres que vayamos hasta allí? – preguntó Pedro en un impulso.

Lucía asintió con la cabeza. Casi en silencio se dirigieron al coche de él y saliendo de la ciudad tomaron la carretera de Getafe. Pronto llegaron a la cima del cerro, cerca de la ermita. Hacía frío y no salieron del coche. Desde dónde estaban podían contemplar una fantástica panorámica de un Madrid iluminado por un millón de luces, como el corazón de Lucía, prendido en aquellos momentos de un millón de ilusiones. Pedro encendió el reproductor de cd del coche y una música suave impregnó el interior del vehículo. Se miraron y se sonrieron en silencio. Parecían dos adolescentes embutidos en el corsé de una timidez que a aquellas alturas y después de lo vivido no tenía ninguna razón de ser.

–Es la primera vez que estoy aquí por la noche, dentro de un coche y con una chica. Y me parece que en lugar de los cuarenta años que tengo... es como si tuviera quince.

– Bueno... supongo que tampoco está mal regresar de vez en cuando a aquel tiempo. Dejar que brote esa parte de tierna juventud que todos tenemos escondida en algún rincón de nosotros mismos. La adolescencia era una época convulsa, pero también era un tiempo cargado de esperanzas, de anhelos, incluso de fantasías. Y creo que con cuarenta años, también se pueden disfrutar de todo eso, aunque sea de otra manera.

Lucía miró a Pedro y sus ojos se cruzaron. Él la contemplaba como si estuviera mirando a una diosa y ella se dejó envolver por la calidez de aquella mirada. Pedro alargó su brazo y acarició la mejilla de Lucía. El corazón de la chica se aceleró intuyendo lo que iba a ocurrir. Su mente voló al banco del paseo, cerca del instituto, cuando para disimular ante los padres de aquel alumno, Pedro la besó por primera vez. En aquellos momento se sentía como si también fuera la primera vez. Y cuando sintió los labios de él sobre los suyos, cerró los ojos y se dejó transportar a un mundo irreal en el que sólo cabían ellos dos.

Regresaron a la ciudad después de aquel beso, como si fueran una pareja de adolescentes disfrutando por primera vez de las mieles del amor. Pedro la despidió delante de la puerta de su casa y volvió a besarla con la misma ternura de siempre, la misma que ella recordaba de años atrás.

–Te llamaré ¿vale? – le dijo antes de que ella saliera del coche.

–Claro, esperaré tu llamada.

Lucía bajó del coche y se dirigió al portal de la casa, antes de abrirlo miró hacia Pedro y lo saludó con la mano mientras le sonreía. Él le tiró un beso y le devolvió la sonrisa.

Aquella noche Lucía tardó en dormir. La emoción le embargaba del tal manera que le impedía coger el sueño. No podía apartar su pensamiento de Pedro y del futuro a su lado que por fin la vida le ponía en bandeja. Después de haber forjado un amor ilícito, después de los equívocos y las dificultades, por fin parecía que el río volvía a su cauce y que definitivamente iban a poder disfrutar la plenitud de su cariño sincero.

Pero las ilusiones de Lucía de nuevo se truncaron cuando de nuevo la semana pasó sin que Pedro diera señales de vida, y la siguiente también. A aquellas alturas ya no estaba triste, estaba enfadada, profundamente cabreada. Consideraba que ya no estaba en edad de andar con jueguecitos ni con miramientos. No estaba dispuesta a ser el juguete de nadie ni a admitir el quiero y no quiero en el que al parecer se había instalado Pedro.

El jueves, mientras estaba en la sala de profesores, Lucía recibió la visita inesperada de Maite, una de las secretarias.

–Te estaba buscando – le dijo en cuanto la vio – ha llegado esto y pensé que podía interesarte. Échale un vistazo y me dices qué te parece, ahora tengo que irme que está la oficina sola.

Lucía tomó los papeles que Maite le daba y se dispuso a ojearlos. Se trataba de la posibilidad de realizar un cursillo sobre literatura comparada en la Universidad de Oxford, durante los cuatro últimos meses de curso. Le interesó la posibilidad, tanto que se leyó todas las bases y condiciones y cuando terminó ya decidió que se iría. De inmediato pasó por secretaría. Allí estaba Juan hablando de sus asuntos con otra de las secretarias. Lucía se dirigió a Maite y le dijo que por favor le facilitara las solicitudes y demás trámites necesarios para solicitar el curso, que se marchaba. Después se fue a impartir la última clase de la mañana. A última hora, cuando se disponía de salir del trabajo y regresar a casa, Juan la abordó.

–Lucía, espera – escuchó a sus espaldas.

–Hola, Juan. ¿Qué tal? Tengo un poco de prisa, esta tarde tengo que hacer cosas con mi abuela y debo llegar pronto a casa.

–No te preocupes, no te voy a robar tiempo, te acompaño.

Caminaron juntos hacia la boca del metro. Lucía intuía que Juan quería decirle algo y así era. Él fue directo al grano.

–No he podido evitar cuando entraste en secretaría escucharte decir que te ibas a algún lado.

–Sí, a Oxford, a un cursillo de literatura comparada.

–¿Cuándo?

–Si me admiten la solicitud me iré en tres semanas. Dura hasta final de curso, así que no volveré hasta septiembre.

–¿Te quedarás en Inglaterra hasta septiembre?

–No, no, de Inglaterra regresaré cuando el cursillo termine, me refiero al curso escolar. ¿Puedo preguntar a qué viene tanto interés?

Juan tardó unos segundos en contestar.

–Curiosidad nada más. Me extraña que te marches ahora que estás con Pedro.

Lucía paró en seco su caminata y miró fijamente a Juan.

–¿Que estoy con Pedro? ¿A qué te refieres? ¿Quién te ha dicho eso? – preguntó.

–Bueno.... nadie, pero supongo que...

–Pues no supongas nada. Pedro y yo no estamos juntos ni creo que vayamos a estarlo. No sé qué le pasa. Estuvimos juntos hace dos semanas, me invitó a cenar, paseamos y... me besó. Cuando nos despedimos quedó en llamarme y hasta hoy. Ya soy mayorcita para tonterías.

Lucía siguió su camino, que en aquel momento se separaba del de Juan, y éste, volvió sobre sus pasos y en lugar de dirigirse a su casa lo hizo a casa de Pedro. Quería saber, aunque no le incumbiera demasiado, qué estaba pasando entre aquellos dos.



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