martes, 16 de febrero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 23

 



Aquel curso llegó al colegio de Lucía un nuevo psicólogo. Se llamaba Juan y parecía un chico agradable. También era bastante guapo y alguna profesora del colegio, jovencita, soltera y cotilla, se ocupó de indagar en la existencia previa del muchacho. Pronto su vida fue de dominio público. Se supo que había estado casado, que su mujer le había dejado para irse con su jefe y que tenían una niña que vivía con la madre y con su nuevo amor. Lucía no le dio importancia ni a Juan ni a lo que se comentaba de él. Era un compañero más y como tal se trataban. Las vidas privadas de sus compañeros de trabajo nunca le habían interesado lo más mínimo. Además no se sentía con ánimo para nada. Había días en que incluso le costaba levantarse de la cama para acudir al trabajo. La llegada del otoño la había sumido en una extraña melancolía. Nunca había sido Lucía mujer de tristezas ni de nostalgias. Tal vez de rabia y de desesperación, pero de tristezas no. Pero aquel otoño, entre las apariciones furtivas e intempestivas de Lázaro, que le provocaban una incómoda y lacerante ansiedad, y la insistencia de su corazón en echar de menos a Pedro, su ánimo se estaba viendo sacudido por una tempestad de emociones contradictorias que amenazaban con desequilibrar su mente.

Una tarde Lázaro la esperaba a la salida del Instituto. No era la primera vez que aparecía de improviso después del encuentro en el Retiro. Parecía que la espiaba, y a pesar de sus desplantes, él insistía en que tenían que hablar y retomar su amor fallido. Cuando lo vio al pie de las escaleras Lucía pensó que tal vez viniera a esperar a María. Al fin y al cabo los dos tenían un hijo y por ende muchos más motivos para hablar con ella, pero no. Lázaro sonrió de oreja a oreja cuando la vio, a pesar del gesto de desesperación que se dibujó en el rostro de la muchacha.

–Hola, Lucía. Te estaba esperando – le dijo – ¿Por qué no vamos a tomar algo y hablamos?

Era el cuento de siempre. Pero aquella tarde Lucía sentía una opresión en el pecho que se le acentuó en cuanto vio a su ex novio y no pudo evitar lo que ocurrió a continuación. Le gritó a Lázaro que la dejara tranquila, y casi al mismo tiempo sintió como su corazón comenzaba a latir desesperadamente y el aire se negaba a entrar en sus pulmones. Se llevó una mano al pecho y con la otra se agarró al pasamanos de la escalera. Apenas pudo pedir ayuda. Comenzó a marearse y se desmayó.

Cuando volvió en sí se encontraba en el despacho del psicólogo. Juan estaba a su lado y le sonreía. Le acarició el pelo y la ayudó a incorporarse un poco en el sofá.

–¿Te encuentras mejor? – le preguntó.

Lucía se llevó la mano al pecho de nuevo y comprobó que su corazón seguía latiendo a ritmo un poco acelerado.

–El corazón – dijo – va demasiado deprisa. Y antes no podía respirar. ¿No me estará dando un infarto?

Juan sonrió y se sentó a su lado.

–Creo que no. – le dijo – Lo que te ha dado es una ataque de ansiedad, me parece a mí. Aunque no estaría mal que pasaras por el médico y le contaras lo que ha ocurrido. ¿Hay algo que te preocupe especialmente?

Inmediatamente Lucía pensó en Lázaro. Al principio le dio un poco igual verlo de vez en cuando, pero ahora la situación se estaba convirtiendo en agobiante. No sólo se lo encontraba en los lugares más intempestivos, sino que además él insistía en que tenían que hablar y hacía caso omiso a las negativas de ella. Ya no sabía cómo decirle que no, que no tenían nada que hablar, que lo que había existido entre los dos se había esfumado y que no iba a volver entre otras cosas porque ella no lo deseaba. Aquellos encuentros la ponían cada vez más nerviosa, y finalmente aquella tarde su mente o tal vez su corazón no pudieron soportar tanta presión.

–Sí – contesto finalmente – hay algo que me preocupa especialmente y que me está agobiando.

–¿Te apetece contármelo? A lo mejor te alivia un poco hablar conmigo.

Lucía miró a aquel muchacho durante unos instantes. Juan parecía buena persona y según lo que había oído sobre él, era un buen psicólogo. Tenía una mirada franca y limpia. A lo mejor podía ayudarle. En realidad no le podía contar a nadie lo que le estaba ocurriendo. A su abuela había dejado de hablarle de Lázaro porque sabía cómo era y podían pasar muchas cosas, entre ellas que se disgustara mucho y que se presentara delante de Lázaro a soltarle unos cuantos improperios, algo que Lucía quería evitar a toda costa. Aquel era un problema suyo y tenía que resolverlo ella solita. Así que la ocasión de poder derramar sus miedos y sus preocupaciones delante de un psicólogo no la iba a desperdiciar.

Mientras pensaba todo eso Juan había ido hasta su mesa y había sacado de un cajón unas pastillas. Llenó un vaso de agua y ofreció una de aquellas pastillas a Lucía.

– Es un tranquilizante – le dijo – te sentirás mejor.

Lucía tomó la píldora y poco a poco fue sintiendo que toda la tensión que oprimía su cuerpo se liberaba y su corazón recuperaba al ritmo normal. Cerró los ojos durante unos instantes y cuando los abrió le dijo a Juan que sí, que le gustaría contarle todo lo que le ocurría. Y sin esperar más le relató toda su aventura con Lázaro y lo que la estaban agobiando sus apariciones repentinas.

–No sé cómo solucionar el problema. No quiero verle, no quiero hablarle, no me interesa nada de lo que pueda decirme. Pero él está siempre ahí insistiendo.... no sé qué hacer.

Juan escuchó a Lucía en silencio. En cierto modo la historia de la muchacha le recordaba a la suya propia. Su mujer y él eran felices, o al menos eso parecía, hasta que un buen día le dijo que se había terminado, que no le amaba, que se había enamorado de otro y que se iba con él y que, además, se llevaba a su hija. No fue fácil superarlo pero al final lo había conseguido. Y si hoy apareciera en su vida como estaba haciendo Lázaro en la vida de Lucía, no sabía lo qué haría. Ni siquiera sabía lo que sentía por ella, prefería no pensarlo, lo único que tenía claro era que ya no sentía dolor cuando se la nombraban ni cuando la tenía que ver por causa de su hija común, único nexo que los unía.

–Te entiendo, Lucía – le dijo – pero a lo mejor deberías darle una oportunidad. No me refiero al amor por supuesto, sino una oportunidad para hablar. Si tan importante es eso que quiere decirte escúchale. ¿O acaso tienes miedo de que hablando con él puedas volver a enamorarte?

–Claro que no, Lázaro ya no significa nada para mí. Después de estar con él conocí a otro hombre del que me enamoré perdidamente. Él es el hombre de mi vida, aunque no podamos estar juntos. Yo no volveré con Lázaro jamás. Si hay algo que tengo claro en mi vida es eso.

–Entonces yo te aconsejo que no seas tan intransigente y le escuches. Una conversación puede ser la menor solución para dejar las cosas zanjadas.

Lucía dio vueltas al consejo de Juan durante unos días. Tal vez tuviera razón, así que la próxima vez que Lázaro se acercara a ella con la cantinela de siempre le diría que sí, que iban a hablar, pero una vez, una sola vez y después no querría saber nada más de él.

Mientras tanto, consultó lo que le había ocurrido a su médico de siempre. Le hicieron algunas pruebas y confirmaron el diagnóstico de Juan. Físicamente se encontraba perfectamente, pero tenía que tomarse las cosas con más calma, pues si no lo hacía los ataques de ansiedad podrían repetirse en cualquier momento. Le recetó unos tranquilizantes para tomar sólo en el caso de ser absolutamente necesario y la despidió recomendándole unos días de vacaciones.

No tardó en aparecer su ex novio de nuevo, esta vez un sábado cualquiera, mientras Lucía hacía unas compras en un centro comercial. No podía ser que aquel encuentro fuera casual, estaba claro que la controlaba y eso le daba un poco de miedo. Pero había decidido hacer caso a Juan y no abandonó su determinación.

Lázaro fingió tropezarse con ella mientras miraban ropa en una tienda.

–¡Lucía! ¡Qué casualidad! Últimamente nos encontramos en todos lados – le dijo.

Ella quiso contestarle que no, que no era ninguna casualidad, pero se prometió a sí misma comportarse de manera natural y así hizo.

–Sí, todas son casualidades. Como cuando apareciste hace dos semanas en el instituto – no pudo evitar hablar con un deje de irritación en la voz.

–Oh, por cierto ¿cómo estás? Me alarmé cuando vi que te desmayabas.

Lucía suspiró y se mordió la lengua. Mucha alarma pero en quince días no había aparecido, claro que mucho mejor, cuando menos lo viera delante más tranquila estaría. Durante aquellas dos semanas no había necesitado para nada las pastillas, y sin embargo estaba segura de que aquella noche tendría que tomar una.

–Estoy bien, gracias, solo fue un poco de agotamiento.

–¿Te apetece un café? Perdona que insista pero....

–Déjalo Lázaro, no hace falta que digas más. No sé de qué coño quieres hablar conmigo, pero lo cierto es que estoy un poco harta de tu insistencia y de tus apariciones casuales. El sábado que viene me invitas a cenar y vamos a hablar ¿de acuerdo?

Él abrió mucho los ojos, incapaz de creer su suerte, por fin iba a poder pedirle perdón y decirle lo mucho que la amaba. Estaba seguro de que en unos meses Lucía y él serían de nuevo la pareja feliz que un día habían sido.

–Oh, gracias, gracias, Lucía, yo sé que no te arrepentirás.

–Sólo te pido dos cosas, que no aparezcas ante mi vista antes del sábado y que si después de hablar mi conclusión es que no quiero volver contigo, aceptes con dignidad tu derrota y me dejes en paz.

Asintió y prometió con entusiasmo. Se despidieron. Ella no estaba muy segura de que las promesas de Lázaro se hicieran realidad, pero daba lo mismo, de momento no iba a pensar en ello. Le quedaba por delante una semana de tranquilidad.

Estaba cansada. Se sentó en un banco, cogió su móvil y llamó a Juan. Tenía que contárselo.

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