sábado, 6 de febrero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 19

 



El taxi se detuvo frente a la puerta de la terminal cuatro del aeropuerto de Madrid-Barajas. El taxista se bajó, abrió el maletero y sacó del mismo una maleta de tamaño mediano que entregó al viajero. Éste, después de pagar la carrera, entró en el edificio y se dirigió al mostrador de facturación. Mientras esto ocurría, Lucía y su abuela tomaban café antes de tomar el avión hacia San Francisco. Poco después, cuando las dos mujeres entraban en la sala de embarque, el hombre se dirigió a la cafetería para tomar un refrigerio mientras esperaba su vuelo y fue a ocupar la misma mesa que Lucía y Soledad habían ocupado un rato antes cuando el camarero todavía la estaba limpiando. Pidió un zumo de naranja y mientras esperaba que se lo sirvieran echó una ojeada al periódico que estaba sobre la mesa, el mismo que Lucía había estado leyendo hacía apenas unos minutos. Permaneció en aquel lugar frío e impersonal hasta que por megafonía reclamaron la presencia de los pasajeros del vuelo a Londres en la sala de embarque. Entonces se levantó y se dirigió a tomar su vuelo. Pedro sentía una ligera turbación cuyo origen ignoraba. De repente Lucía llenaba toda su mente. Era como si la presencia de la muchacha flotara en el aeropuerto. Sabía que era una estupidez, pero las sensaciones, irracionales o no, no se pueden evitar. Le hubiera gustado volver a encontrarla, en cualquier lugar, aunque fuera en aquel aeropuerto, aunque quizá después de todo lo ocurrido necesitara una tiempo de descanso, de reposo, de silencio. Por eso se marchaba a Londres a visitar a un amigo, a disfrutar de unas semanas de vacaciones y así pensar qué iba a hacer con su vida ahora que no tenía hijo, que había roto con Natalia y que echaba terriblemente de menos a Lucía.

*

Lucía lo llamó y él y no la dejó hablar. No estaba seguro de lo que hacía, pero lo hizo, en aras a ese hijo que Natalia llevaba en su vientre. Después de colgar el teléfono sintió una desazón que le reconcomía las entrañas. Tal vez no la volvería a ver más, ni escucharía su voz de terciopelo, ni disfrutaría de sus caricias, ni de su sonrisa un poco infantil, ni de la suavidad de aquellos besos que amorosamente depositaba en su cuello después de disfrutar de un momento de intimidad. Pedro vio como sus sueños de una vida diferente se desplomaban como un edificio en ruinas. La única esperanza de disfrutar de un trozo de felicidad era ese hijo que venía en camino. Por él había renunciado a todo lo demás.

Jorge se fue a Bolonia una semana más tarde de que Lucía regresara a Madrid. Despedirse de él fue como dejar atrás de manera definitiva una etapa de su vida. Ya no habría más cenas de fin de semana, ni mas cañas tomadas a la calidez de un bar cualquiera. Además significaba quedarse solo con Natalia y dadas las circunstancias no le agradaba demasiado. No podía evitar pensar que Natalia era la persona que había desbaratado sus planes de futuro, pero también era cierto que era la madre del niño que estaba en camino, y que él había decidido quedarse a su lado de manera voluntaria. Por eso quería que las cosas fueran bien, que la relación, a pesar de lo ocurrido, siguiera fluyendo como siempre. En ningún momento se planteó que Natalia pudiese saber algo de su relación con Lucía, ni por supuesto que su embarazo fuese ficticio.

Ella se mostraba feliz, como si su preñez fuera buscada y deseada, y además parecía que se habían despertado sus apetitos sexuales, pues casi todas las noches le buscaba y él cumplía, a veces a regañadientes, pero lo hacía, pensando casi siempre en la chica inalcanzable que había dejado escapar como el globo que sube hacia el cielo y que jamás va a volver.

Fue al final del verano cuando estalló la tormenta. Natalia no se daba quedado en estado y por ende su vientre no crecía. Por suerte, cuando fingía ir al médico, Pedro nunca insistía en acompañarla, pero no podía permanecer así eternamente. A finales de agosto él viajó a Madrid para pasar unos días con su familia, momento que aprovechó Natalia para plantear al doctor su problema. Le dijo que hacía más de dos años que intentaba quedarse embarazada, pues sabía que si le contaba la verdad y le decía que apenas hacía tres meses que buscaba un embarazo, no le harían las pruebas necesarias para detectar cualquier posible problema. El médico, después de hacerle unas cuantas preguntas, la citó dos días más tarde para comenzar con el estudio que permitiría averiguar si existía algún problema.

Natalia pasó aquellos dos días muy intranquila. Le daba vueltas a la cabeza pensando en cómo salir de semejante atolladero. Si no se daba quedado embarazada sus planes se complicarían en extremo. Pensó que siempre podría fingir un aborto, pero lo más seguro era que en ese caso Pedro acabara marchándose de su lado. También existía la posibilidad de intentarlo por otro lado, siempre habría algún tipo medio salido dispuesto a calentar su cama.

Por fin llegó el momento de las pruebas médicas. Le efectuaron todo tipo de análisis y le revolvieron las entrañas una y otra vez. Cuando por fin terminaron le dijeron que en unas dos semanas la llamarían para comunicarle los resultados. Se marchó de la clínica rogando a los hados para que todo saliera correctamente y su cuerpo estuviera en perfectas condiciones para engendrar ese hijo que le permitiría conservar el amor de Pedro. Claro que.... siempre podía ser él quien tuviera dificultades para ser padre. Prefirió no darle demasiadas vueltas a la cabeza. Tres días después su novio llegaba de Madrid y deseaba disfrutar a tope lo que quedaba de vacaciones antes de comenzar el curso de nuevo.

Durante su estancia en la capital Pedro no cesó de pensar en Lucía. Sabía que estaba muy cerca de ella físicamente, que entre tantas miles de almas que se movían por la ciudad un día y otro día, una era la de ella. Y sin embargo estaban tan lejos...

Una tarde se atrevió a acercarse a la casa de la abuela, aquélla en la que un día la había recogido para regresar al pueblo. Aparcó el coche en un lado de la calle, medio escondido entre los contenedores de la basura y se dispuso a esperar no sabían muy bien qué. La vivienda presentaba evidentes signos de estar habitada. Las persianas estaban subidas y el césped que la rodeaba cuidadosamente cortado, así que en cualquier momento se podría ver a cualquier persona merodeando por allí. Y sí, al cabo de un rato, de la casa salió una mujer que Pedro reconoció como la abuela de Lucía y detrás de ella... allí estaba, evidentemente no había cambiado nada, pues hacía apenas dos meses que se había vuelto a Madrid. Tenía la misma melena recogida en un moño revuelto y descuidado, como hacía casi siempre, el mismo cuerpo ancho y generoso, y desde lejos se adivinaba la misma sonrisa. Hablaba animadamente con la abuela. Parecía que se estaban despidiendo. Lucía besó a su abuela en la mejilla y la mujer le correspondió con una cariñosa caricia en el rostro. Después se fue caminando calle abajo y la chica entró de nuevo en la casa. Pedro la vio cerrar la verja y luego la puerta de entrada a la casa y le dio la impresión de que allí, en aquella vivienda, quedaba encerrado un futuro de felicidad que había dejado escapar.

*

Notó a Natalia un poco extraña, un poco nerviosa, tal vez preocupada, pero no le dio demasiada importancia y lo achacó a su embarazo. Le preguntó si había ido al médico y ella le contestó escuetamente que sí y que todo parecía ir bien, que le habían hecho unas pruebas y le darían los resultados en unos días. Pero lo cierto es que una mañana, cuando se levantaron, Pedro se dio cuenta de que la sábana estaba ligeramente manchada de sangre. Al principio no pensó que tuviera nada que ver con el embarazo de Natalia, pero después de revisarse todo el cuerpo y comprobar que no tenía ninguna lesión visible, se alarmó ante la posibilidad de que su novia estuviera sufriendo un amago de aborto. Natalia dormía de frente a él. Él rodeó la cama y suavemente apartó las sábanas. El pijama de su novia estaba también manchado de sangre. Su primera reacción fue despertarla y avisarla de que algo no marchaba bien, pero de pronto una luz iluminó su cerebro. ¿Y si aquello fuera una señal de que no existía tal embarazo? Volvió a tapar su novia y se dirigió a la cocina a preparar el café.

Era lunes, el último lunes antes de que comenzara el curso de nuevo y hacía un sol resplandeciente. Tal vez aprovechara para pasar una tarde de tranquilidad y relax en la playa... o tal vez tuviera que pasar el día en urgencias del hospital. Cuando la cafetera terminaba su cometido Natalia apareció en la cocina con las sábanas enrolladas entre sus manos.

–Buenos días, cariño – dijo besándolo ligeramente en los labios.

Luego metió las sábanas apresuradamente dentro de la lavadora.

–¿Por qué lavas las sábanas hoy? – preguntó Pedro – Normalmente las cambiamos los sábados.

–Cierto. Pero este sábado se me ha olvidado. Oye ¿tienes algún plan para esta tarde? Yo había quedado con mi amiga Pilar para ir hasta La Coruña y mirar las últimas rebajas ¿Te importa?

Pedro negó con la cabeza. Las incipientes sospechas que habían sacudido su cerebro apenas unos minutos antes cobraban visos de convertirse en realidad. Natalia había descubierto las sábanas manchadas y no le había dado importancia alguna. Aquello no era una amenaza de aborto, aquello era una menstruación en toda regla, nunca mejor dicho. Y esa misma tarde iba a averiguarlo.



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