jueves, 25 de febrero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 27

 


Aquellas Navidades fueron las más extrañas en la vida de Lucía. Dos días después de su encuentro con Pedro, su abuela y ella volaban a Alemania, a pasar las fiestas con su hermana, cosa que jamás había hecho. Y seguramente aquel año no era precisamente el más idóneo para largarse de Madrid, pero quería escapar, necesitaba estar lejos unos días y hacer acopio de fuerzas para lo que pudiera encontrarse, que a lo mejor no era nada o a lo mejor era todo, era recuperar una vida que ya tenía olvidada, unos sueños que habían muerto tiempo atrás, en aquel pueblo al lado del mar.

El día ocho de enero comenzaban las clases y se presentó en el Instituto como siempre. Las Navidades habían sido tiempo de reflexión y se sentía preparada para afrontar lo que fuera, y lo primero fue Juan, que aquella mañana se acercó a saludarla en la sala de profesores con la misma jovialidad de siempre. Le dio un par de besos y le dijo que había estado todas las Navidades llamándola por teléfono.

–Me fui a Alemania con mi abuela, a pasar las fiestas con mi hermana y su familia. Nunca habíamos ido y... nos apetecía, a mí concretamente me apetecía mucho. Sentía que tenía que salir de Madrid.

Juan la miró durante un rato con una media sonrisa. Ella le sostuvo la mirada.

–Somos amigos desde niños – dijo él de pronto.

–¿De quién? – preguntó ella en un intento de disimular no sabía bien qué.

–Lucía.... me sé toda vuestra historia. Él me la contó.

Se sintió un poco incómoda pensando qué sería lo que Pedro le habría contado y no supo qué decir. Juan aprovechó su silencio para seguir hablando.

–Supongo que un encuentro así te hace temblar los esquemas. Él también está muy confundido. Tenéis que quedar un día y hablar.

–Supongo que sí – admitió ella – Pero... ¿desde cuándo sabías que él y yo...?

–Lo fui descubriendo poco a poco, con lo que él me contaba, con lo que me contabas tú.... al final llegué a la conclusión y no me equivoqué. Está deseando verte y hablar contigo. Tiene muchas cosas que contarte.

–Natalia....

–Él te contará todo, Lucía. Yo prefiero no decirte nada, no creo que deba.

Dos días más tarde Pedro la llamó por teléfono. Fue bastante escueto en la conversación y a Lucía le pareció que un poco cortante. Quedaron en una cafetería del centro el sábado por la tarde. Sábado era al día siguiente y a la hora convenida ambos se presentaron en el lugar. Llegaron juntos y juntos se sentaron y pidieron las consumiciones. Hablaban del tiempo horrible que estaba haciendo en Madrid, del frío y de lo mucho que había llovido aquellas Navidades. Parecían dos presentadores del tiempo cambiando opiniones. Luego se hizo el silencio por un momento. Pedro agarró con suavidad sus manos y Lucía cerró los ojos recordando épocas pasadas. Pero también se armo de valor y preguntó:

–¿Dónde está Natalia? ¿Y el niño?

Pedro le contó todo, y conforme iba relatando lo ocurrido Lucía pensaba en todo el tiempo perdido por culpa de una mujer que se había empeñado en alimentar un amor que ya estaba consumido. También recordó la intuición de su abuela, que le había dicho desde el primer momento que no había niño y no lo iba a haber. Siempre había pensado que su abuela era una sabia. Bueno, siempre no, menos el tiempo en que estuvieron enfadadas. Pero ahora volvía a pensarlo.

–Nunca me perdonaré lo mal que me porté contigo – terminó diciendo Pedro.

–Bueno... el tiempo todo lo borra, Pedro, y acaba difuminando incluso los sentimientos más fuertes. Yo ya no te odio, mi inquina hacia ti hace tiempo que se borró. Bueno, en realidad creo que nunca te odié, no podría hacerlo

–Te cambié por una quimera. Y ahora sé que no hubiera dado resultado ni aunque Natalia estuviera esperando aquel niño.

Mientras Pedro hablaba, Lucía no se cansaba de mirarlo. Se perdía de nuevo en aquellos ojos verdosos, un poco tristes, en aquella boca de labios finos, en aquella voz envolvente que parecía acariciarla con cada palabra. ¿Qué pasaría ahora? Ahora tenían el mundo para ellos, la vida para ellos, sin nada ni nadie que les pusiera obstáculos. ¿Querría él retomar su amor perdido?

–Supongo que un hijo no lo es todo. Lo importante es quererse.

–Eso es lo importante. Y yo te quería a ti y te dejé marchar.

–No pienses más en ello. Nos hemos vuelto a encontrar. Hagamos como que nos conocemos de nuevo y dejemos que la vida nos lleve por dónde ella quiera.

Aquella tarde se descubrieron de nuevo. Cuando Lucía regresó a su casa, ya entrada la noche, sentía que su corazón estaba de nuevo repleto de un amor que había estado dormido. Se sentía feliz como una adolescente que descubre lo que es querer por vez primera. Los meses parecían no haber transcurrido, era como si aquel tiempo distanciados no hubiera existido y su amor continuara como si tal cosa. Pero las cosas nunca eran tan fáciles.

Durante la semana que empezaba Lucía no supo nada de Pedro. Vivía pendiente del móvil, pendiente de una llamada que no sabía por qué esperaba, y con frecuencia miraba la pantalla como si aquella mirada tuviera el poder de hacer que en ella se reflejara el número esperado. A veces buscaba el número entre sus contactos y se sentía tentada a pulsar la tecla de llamada, pero nunca lo hacía, no por orgullo, no era eso, sino porque pensaba que él debía dar el siguiente paso, que si la quería debería fomentar el contacto, un contacto que no se producía.

Conforme iban pasando los días a Lucía la iba invadiendo la tristeza. Se sentía estúpida, le parecía que se había ilusionado sin razón, como si fuera la niña de quince años que un día fue y que se enamora con inusitada rapidez. Le hubiera gustado tener a Juan a su lado, al menos para preguntarle, aunque fuera disimuladamente, qué era lo que estaba pasando por la mente de su amigo, pero aquella semana Juan estaba haciendo un curso en Barcelona, así que no le quedó más remedio que resignarse y dejar que el tiempo transcurriera manteniendo la esperanza de volver a ver a Pedro, una esperanza que, irremediablemente, se iba disipando con el paso de la semana.

Soledad leía la tristeza en los ojos de su nieta. Sabía que algo no estaba bien en su cabeza pero no se atrevía a preguntar, en realidad casi no hacía falta preguntar. El sábado anterior había regresado a casa completamente ilusionada, y conforme iba pasando la semana su mirada se había ido apagando, señal de que las cosas no estaban ocurriendo como era debido, o al menos como ella pensaba que debieran ser.

El domingo amaneció soleado después de casi un mes nublado y lluvioso. A Soledad se le ocurrió que podía invitar a su nieta a dar un paseo por el rastro, a ver si se animaba un poco. Eran casi las diez de la mañana cuando se decidió a llamar a la puerta de su cuarto. Lucía no solía madrugar mucho los domingos, pero aquel día espléndido se merecía un pequeño sacrificio. Golpeó la puerta dos veces y entró despacio. La habitación estaba a oscuras y se apreciaba un bulto en la cama. Soledad descorrió un poco la cortina y distinguió el rostro de su nieta asomando entre las mantas. Se acercó despacio y pudo ver que en la mesita de noche había unos cuantos pañuelos de papel húmedos y arrugados. Había estado llorando, típico en Lucía. A veces en lugar de compartir los problemas se los comía ella sola hasta que no podía más y rompía en mil trocitos de desesperación. La abuela Soledad desistió de sus intenciones y decidió no despertar a su nieta, consciente de que cuando Lucía estaba mal anímicamente era mejor no molestarla. Pero lo cierto era que no podía dejar de sentirse preocupada ante su propia incertidumbre. No sabía si la tristeza de su chiquilla se debía a un nuevo rechazo de aquel muchacho o a alguna quimera de las suyas. Lucía a veces se montaba películas que nada tenían qué ver con la realidad. La mujer dio un suspiro profundo, echó un último vistazo a su nieta y cerró de nuevo las cortinas. Luego salió despacio del cuarto. Cuando estaba punto de cerrar la puerta escuchó una voz a sus espaldas.

–No me ha llamado en toda la semana.

Se dio la vuelta y la vio sentada en la cama, con los brazos alrededor de las piernas y la barbilla apoyada en las rodillas encogidas. Volvió sobre sus pasos y se sentó sobre el colchón al lado de su nieta.

–¿Había quedado en hacerlo? – preguntó.

Lucía negó con la cabeza con gesto triste.

–¿Entonces? Lucía, hija, no te montes quimeras, no te ilusiones antes de tiempo, a lo mejor es precisamente eso lo que necesita el muchacho, un poco de tiempo.

–Pero.... si vieras de qué manera me miraba el otro día, abuela, me tomo de las manos y me las acariciaba con sus dedos, mientras me hablaba con suavidad y me iluminaba con sus palabras. Yo pensé que me quería, que podíamos comenzar otra vez.

–Y seguramente te querrá, pero a lo mejor quiere ir despacio. Anda ¿por qué no te vistes y vamos a dar una vuelta al rastro? Hace una mañana estupenda, aprovechémosla.

Lucía dudó unos instantes. La verdad era que no tenía ganas ninguna de salir de casa. Le hubiera gustado volver a dormirse y pasarse todo el día en la cama soñando con su amor reencontrado. Pero también era consciente de que esa no era la solución. Por eso aceptó la proposición de su abuela y juntas salieron a pasear por Madrid.



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