viernes, 1 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 5

 



El piso de Natalia y Pedro era pequeño y acogedor. Desde el ventanal del salón también se veía el mar y a Lucía le gustaba sentarse siempre en la misma esquina, cerca de la ventana. Allí estaba, tomando un café con Pedro, charlando como nunca lo habían hecho y contándole cosas como si se conocieran de siempre. Lucía estaba descubriendo en él a un hombre encantador, cariñoso y galante. Un poco tímido, quizá ese fuera el motivo por el que nunca hasta entonces había mostrado interés en entablar una amistad más profunda.

La había ido a buscar a la salida de su última clase y de camino a la casa habían comprado un pollo asado. Habían hecho el recorrido andando y charlando sobre trivialidades, capeando a veces como podían incómodos silencios fruto de la falta de confianza. Luego, ya en la casa, Pedro había preparado unas patatas y una ensalada y se las habían comido con el pollo. Durante el almuerzo, poco a poco fueron ganando algo de confianza y soltándose a charlar, fundamentalmente sobre temas de trabajo y algún cotilleo del instituto. Fue a la hora del café cuando Pedro insistió en saber el motivo de su tristeza y Lucía pensó que no era mala idea poder desahogarse con él. Suspiró profundamente, como hacía siempre que quería tomar fuerzas para algo.

– Metí la pata con Jorge – dijo – ,ayer de noche le besé en los labios y él me dijo que era gay. Me llevé el chasco más grande de mi vida. Jamás pensé que... lo fuera.

Pedro la miraba serio, con aquellos ojos claros un poco tristes que emanaban serenidad y confianza. Y luego le habló bajito, suave, con su voz delicada y envolvente.

– ¿Te has enamorado de él?

– No sé... supongo que no. Cuando éramos niños yo pasaba aquí los veranos y nos hicimos muy amigos. De adolescentes, el último verano que pasamos juntos, me besó en la playa y yo creí derretirme, pero de vuelta a Madrid conocí al que se convertiría en mi novio de toda la vida, hasta hace un año atrás que me dio la gran patada. La convivencia con Jorge hizo que los recuerdos regresaran a mi mente. No, no creo que esté enamorada, solo que vi en él una posibilidad de volver a tener pareja. La soledad es algo que me aterra. Nunca pensé que fuera gay, jamás.

– Cuando supo que venías él nos contó a Natalia y a mí lo mismo que me acabas de decir tú. Nosotros le aconsejamos que te pusiera las cosas claras desde el principio. No porque fuera a ocurrir nada, sino porque pensamos que tenías derecho a saberlo. Él dijo que no se atrevía a hacerlo así de pronto, que prefería esperar un poco de tiempo. Y al final.... ha tenido que pasar esto. Lo siento de verdad.

Lucía percibió que las palabras de Pedro eran sinceras, que de verdad lo sentía y una vez más la emocionó su empatía.

– No importa. Saldré adelante. Y él...¿nunca ha tenido pareja?

– Claro. Gonzalo se llamaba. Estuvieron juntos dos años. Luego el chico se fue a Alemania a trabajar y un buen día le escribió una carta en la que rompía su relación, sin ningún motivo. Poco más tarde nos enteramos de que se había casado, con otro muchacho claro. Jorge lo pasó muy mal al principio y se prometió a sí mismo no volver a caer en las garras de ningún desaprensivo, palabras literales. De hecho hace casi dos años de esto y no ha tenido más relaciones.

– Vaya. No sé por qué no me ha contado él todo esto.

– Supongo que no es fácil – Pedro miró su reloj y añadió – Se está haciendo tarde y tengo que salir a hacer unos recados. ¿Quieres que te acerque a casa? Está lloviendo a cántaros.

Lucía miró por la ventana y vio que efectivamente llovía a raudales. Se había encontrado tan a gusto charlando con Pedro que ni siquiera se había percatado del sonido de las gotas golpeando el cristal.

– Te lo agradecería – le dijo al chico –, de lo contrario me pondré pingando.

La casa de Jorge distaba apenas unos diez minutos en coche de la de Pedro y Natalia, sin embargo cuando llegaron el día ya se había convertido en noche. Había parado de llover y la casa estaba a oscuras, señal de que Jorge todavía no había llegado.

–Bueno, pues muchas gracias, Pedro – dijo Lucía antes de bajar del coche –. Te agradezco mucho tu atención. Me has hecho sentir muy bien esta tarde.

–Ha sido un placer, de verdad – contestó él. Y acercándose a ella le dio un cálido beso en la mejilla –Hasta mañana.

Lucía bajó del coche y no entró en la casa hasta que lo vio dar la curva donde lo perdía de vista. Después sí, después entró en la casa pensando que Pedro, aunque no fuera el hombre más guapo del mundo, era realmente un tipo fascinante y que Natalia tenía mucha suerte de tenerlo a su lado.

*

Hacía un tiempo que no se encontraba bien consigo mismo. Sentía un desasosiego que no era común en él, sobre todo cuando estaba con Natalia. Era como si la vitalidad excesiva, la energía extrema de la muchacha, le molestara, y últimamente valoraba con inmenso placer los momentos de soledad. Aquella tarde de charla con Lucía le había relajado enormemente. Lucía era parecida a él, reposada y sosegada, y estar a su lado le había recordado que, como él, hay personas a las que le gusta tomarse la vida con tranquilidad. A veces seguir el ritmo de Natalia era una carga difícil de sobrellevar. No tenía ni un segundo de serenidad. Ella lo arrastraba todo como un huracán.

Después de dejar a Lucía, Pedro hizo unos cuantos recados y regresó a casa. Se sirvió una copa de vino blanco, puso música suave en el equipo del salón y se sentó plácidamente en el sofá. Cerró los ojos y pensó en Natalia. Se habían conocido en Madrid, durante su tercer año en la Universidad, en una fiesta de estudiantes organizada por unos amigos de ella. Le había parecido la chica más guapa del mundo y aquella sonrisa de dientes perfectos y labios gruesos quedó grabada en su memoria durante los tres meses que tardó en verla de nuevo, ya en verano, cuando él hizo el Camino de Santiago con unos amigos comunes y al llegar a la ciudad se encontró con que ella y otros amigos los esperaban en la plaza del Obradoiro. Casi tanto como llegar a la ciudad del apóstol lo emocionó el hecho de encontrarla allí sin contar con ello. Y ahí comenzó todo.

Al principio el noviazgo tuvo que ser a distancia. Natalia vivía en La Coruña y él en Madrid, por lo que aprovechaban vacaciones y algún fin de semana para verse. Más tarde, cuando él terminó la carrera, se vino al pueblo y comenzaron a vivir juntos. Por aquel entonces ella acababa de comenzar a trabajar en el centro de salud y él se puso a preparar unas oposiciones que aprobó sólo dos años después. Al principio estuvo impartiendo clases en un instituto de Pontevedra, por lo que tenía que pasar la semana fuera de casa, a la que regresaba los fines de semana. Hacía ya unos cuantos años había conseguido el traslado al instituto de pueblo y había sido entonces, a partir de la convivencia continua, cuando se había dado cuenta de que Natalia era demasiado torbellino para su carácter tranquilo. Pero aguantaba, aguantaba porque estaba enamorado y la amaba. También aguantaba que no se quisiera casar con él y que no deseara tener hijos, decía que por el momento, aunque el momento se estaba alargando demasiado. Lo de la boda le daba un poco lo mismo, pero los hijos.... acababa de cumplir treinta y ocho años y si esperaba mucho más estaría ya en edad de ser abuelo. Pero no importaba, Natalia le daba sus razones y él siempre cedía, porque la amaba, sólo por eso. Sin embargo de un tiempo a esta parte había ocasiones en que las imposiciones solapadas de Natalia (siempre hacían lo que ella quería) conseguían irritarlo un poco. Eso y su ritmo frenético de vida, siempre saliendo, siempre de un lado para otro, de compras, al cine, a la fiesta de su amiga fulanita o al encuentro de su otra amiga menganita. La única tregua que se daba eran las cenas tranquilas y relajadas con Jorge y Lucía.

Lucía.... parecía tan frágil, tan vulnerable... aquella mañana cuando la había visto llorar se le había partido el corazón, pues contrariamente a lo que ahora pensaba, al principio le había parecido una mujer de carácter fuerte, un poco al estilo de su Natalia. Tal vez por eso no se había atrevido a profundizar más en el amago de amistad que habían hecho con motivo de las cenas de sábado. Sin embargo la conversación de aquella tarde le había mostrado una Lucía distinta, una mujer llena de sentimientos, de miedos, de sueños.

Pedro sonrió levemente y cogió su guitarra de la esquina dónde reposaba siempre. Comenzó a rasgarla tenuemente y cantó: “Estaré siempre a tu lado, para quererte en silencio” Y su mente por primera vez no voló hacia Natalia.

*

Lucía entró en la casa y encendió la luz del recibidor y del salón. Subió a su cuarto a posar sus cosas del trabajo, se puso el pijama, bajó de nuevo al salón, se sentó en el sofá y encendió la tele. Revolvió entre los canales y como no encontraba nada que le llamara la atención la dejó en cualquiera. Se encontraba un poco nerviosa y sabía que no le iba a prestar ninguna atención, no tenía la cabeza para zarandajas. La inquietaba el momento de encontrarse con Jorge después de lo ocurrido anoche. Aquella mañana no le había visto (casi siempre salían de casa a distintas horas), así que no tenía ni idea de cómo iba a reaccionar. Puede incluso que no tuviera ningún tipo de reacción, que su comportamiento fuera el de siempre, como si nada hubiese ocurrido, pero aún así no podía dejar de sentir cierta excitación ante la perspectiva de verse cara a cara con él dentro de nada.

Para alejar un poco su desasosiego pensó en Pedro y en la tarde que había pasado a su lado. Contrariamente a lo que intentaba su intranquilidad no desapareció, aunque el motivo de la misma fuera diferente. A través de las horas que habían estado juntos había descubierto que Pedro la atraía enormemente. Le parecía un tipo muy interesante. Le gustaba su forma de hablar, le chiflaba su voz, la encandilaba su mirada un poco afligida, su sensibilidad, su empatía. Y no, Pedro físicamente no era nada del otro mundo, era un muchacho normalito, del montón. A ella siempre le habían atraído chicos guapos. Evidentemente la belleza es una apreciación sustancialmente subjetiva, pero en ciertos especímenes no había discusión y aunque parezca una superficialidad, esos eran los que a ella le gustaban. Y sin embargo ahora.... con Pedro sentía tanta afinidad...

–Lucía no seas estúpida – se dijo a sí misma en voz alta para intentar disipar sus demonios – Pedro está ocupado, tiene una chica a su lado de esas que quitan el hipo, ¿a qué coño viene pensar en él?

No hizo falta que pensara más en él. La llave en la cerradura de la puerta principal le anunció la llegada de Jorge y con él, el momento de verse cara a cara.



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