jueves, 21 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 13

 


La vida de cada ser humano es impulsada por los acontecimientos que se van sucediendo. A veces esos hechos  permiten elegir, otras veces le imponen a uno un camino sin que se tenga la más mínima posibilidad de cambiarlo. Lo que ocurrió en la cena de aquel sábado torció al vida de todos, salvo la de Jorge, que se iba a ir a Bolonia y a Bolonia se fue dos semanas más tarde. Pedro había decidido que aquel domingo rompería con Natalia, pero ella le tomó la delantera y en la cena con los amigos se decidió a soltar una maravillosa noticia que iba a tener el poder, seguramente, de retener a Pedro a su lado para los restos. No había podido comprobar que Jorge estuviera en lo cierto. Pedro y Lucía seguían como siempre, comportándose como los amigos un poco distantes que eran, pero daba lo mismo, por si acaso, ella dio su noticia.

La cena de aquel sábado era en cierto modo una celebración por la despedida de Jorge. Lucía y Pedro sabían en su fuero interno que también era su despedida de los demás. En quince días terminaba el curso y marcharían a Madrid. Ambos eran conscientes de que las dos semanas que tenían por delante iban a ser muy duras y tormentosas, pero después conseguirían lo que deseaban, estar juntos sin necesidad de esconderse ni de engañar a nadie.

Lucía había preparado un postre especial. Una tarta de hojaldre y crema de limón receta de su abuela que la había mantenido ocupada toda la tarde en la cocina. Sacó la tarta y se abrió una botella de champán para brindar por Jorge y desearle suerte en su nueva aventura italiana. Cuando tenían las copas en alto Natalia se hizo a sí misma la protagonista de la fiesta:

–Bueno, yo no pretendo quitar protagonismo al homenajeado, pero también tengo una noticia que daros.

Los demás la miraron interrogante y ella no se hizo de rogar para anunciar su maravillosa nueva.

–Estoy embarazada – dijo con una sonrisa – ¿No es maravilloso cariño?

Abrazó a Pedro y le beso en los labios. Él se había puesto pálido y no emitió palabra alguna. Jorge la felicitó efusivamente y Lucía se limitó a pronunciar un enhorabuena murmurado entre dientes, mientras veía como su vida al lado de Pedro se desmoronaba igual que un castillo de arena después de propinarle una patada. Se miraron de forma elocuente. No hacían falta las palabras para decir que las cosas se habían complicado, y mucho.

Natalia comenzó su parloteo incesante, contando cómo se había enterado de su embarazo y un montón de detalles más que sólo parecían interesar a Jorge. Mientras la escuchaba hablar, Pedro pensaba en cómo había podido llegar a esa situación. Natalia y él apenas hacían el amor. Desde que estaba con Lucía no recordaba haberlo hecho con Natalia más que en tres o cuatro ocasiones en las que ella se había puesto cariñosa y porque rechazarla significaría ponerse en riesgo de levantar sospechas. Pedro deseaba tener hijos desde hacía tiempo, pero ella siempre había ido posponiendo el momento por un motivo o por otro. Últimamente ya había desistido en el intento. Y ahora, en el instante menos propicio, un embarazo se cruzaba en un camino que ya no era el suyo. Entretanto Lucía no pensaba nada, se entretenía aguantando sus ganas de llorar, de gritar, de romper cosas, deseando poder largarse a su cuarto y dar rienda suelta a las lágrimas, a ver si así se le deshacía el nudo que tenía en el pecho y que por momentos le impedía respirar.

Por fin Natalia y Pedro se fueron. Ella les acompañó hasta la puerta. Al despedirse, Pedro la miró como pidiéndole perdón con sus ojos tristes. Ella suspiró y cuando cerró la puerta no pudo evitar echarse a llorar, despacio y en silencio. Entró en la sala y se dejó caer en el sofá, mientras Jorge recogía la mesa comentando la felicidad que sentía porque su pareja de amigos fueran a ser papás. Al rato se dio cuenta de que Lucía no sólo no le escuchaba, sino que unos gruesos lagrimones resbalaban por sus mejillas y caían en su regazo. Enseguida supo lo que le ocurría, pero como se suponía que no tenía que tener conocimiento de nada, se sentó a su lado, la abrazó y le preguntó.

–¿Que te pasa, Lucía? ¿Por qué lloras?

Ella se deshizo de su abrazo con suavidad y se limpió las lágrimas con el dorso de su mano.

–Sabes perfectamente por qué lloro. Sé que lo sabes desde hace tiempo. No sé cómo lo averiguaste, pero lo sabes. Yo le quiero.

–Natalia es mi amiga – fue lo único que se le ocurrió decir, como si tuviera que justificar su actitud, aunque Lucía ignoraba que él tuviera nada que ver en todo aquello.

–Y yo también ¿o no?

–Por supuesto que también lo eres. Pero no puedo aprobar que le robes el novio.

–Es que tú no tienes que aprobar nada. Es amor, Jorge, amor lo que siento dentro de mi pecho por Pedro, un amor que no sentí nunca. Es la sensación de que por fin encontré lo que llevaba esperando toda mi vida. Yo no le robo el novio a nadie. Él me quiere y yo le quiero. Estas pasadas navidades, cuando estuve con mi abuela, me dijo muchas cosas, como que contra los sentimientos no se pude ir. Me hizo ver que lo que Lázaro me había hecho al irse con mi amiga, no había estado mal por el hecho en sí, sino por haberse pasado aquellos últimos años engañándome con unas y con otras.

–Pues eso es lo que ha estado haciendo Pedro con Natalia, engañándola, y tú has sido cómplice – le respondió, aunque en sus palabras no había reproche alguno.

–Pedro sólo estaba preparando el terreno para terminar con todo. Mañana le iba a decir que la dejaba. Pero ahora..... ahora me parece que todo va a ser mucho más complicado de lo que pensábamos.

Jorge se sintió mal. Natalia era su amiga, pero Lucía también lo era y verla sufrir le partía el corazón. A Natalia no la había visto sufrir. Natalia, desde el día en que le comentó sus sospechas sobre Pedro y Lucía, sólo pensó en encontrar la manera de retener a Pedro a su lado.

Lucía se levantó y con un buenas noches triste y quejumbroso, se marchó a su cuarto. Jorge fue a la cocina y mientras metía los cacharros de la cena en el lavavajillas recordaba la conversación que había tenido con Natalia dos días atrás, cuando le había puesto al corriente de sus planes para retener a Pedro a su lado: decirle que estaba embarazada. Sabía que su novio estaba loco por ser padre, a pesar de que hacía tiempo que no hablaban del tema. El tener hijos jamás había entrado en los planes de Natalia. Los niños, aparte de ser una responsabilidad para la que no se sentía preparada, eran un verdadero incordio; si tenía un hijo se le acabaría la libertad para hacer lo que le viniera en gana, y ella no estaba dispuesta a renunciar a esa libertad. Nunca se lo había dicho directamente a Pedro. Cuando él sacaba el tema a relucir siempre se le ocurría algún pretexto para retrasar el momento. Y así continuaría haciendo, ir aplazando el embarazo hasta llegar a la excusa total y absoluta, la edad; llegaría un momento en que se le habría pasado el arroz y Pedro no iba a insistir más, estaba segura. Sin embargo ahora se trataba de conservar su amor, y ella sabía que nada podría hacerle más ilusión ni tendría más poder para hacer que se quedara con ella que inventarse un embarazo inexistente. A Jorge todo aquello le pareció una locura y así se lo dijo, y a pesar de que ella insistió en que llevaría a cabo sus planes, él no le dio demasiada importancia. Conocía muy bien a Natalia y sabía que era una mujer impulsiva, pero el tiempo la hacía recapacitar y muchas veces desistir de sus descabelladas ocurrencias. Jorge creyó que aquella vez ocurriría algo parecido, por eso le sorprendió y a la vez le preocupó la salida de tono de su amiga durante el brindis, el anuncio de un embarazo que él sabía inexistente. Y ahora, después de escuchar a Lucía, supo que tenía que hacer todo lo posible por acabar con aquel sinsentido. Si los planes de Natalia seguían adelante todo aquello podía acabar muy mal. Así que cuando terminó de recoger los restos del festín cogió su móvil y llamó a Natalia.

–¿Puedes hablar? – le preguntó cuando ella descolgó el teléfono.

–Sí, Pedro está en el baño. ¿Qué te ha parecido mi teatro?

–Tienes que pararlo Natalia. Vas a caer en tu propia mentira. Si no estás embarazada ni piensas estarlo no te va a servir de nada.

–Claro que me va a servir. Por lo menos para que esa zorra sufra un poco y se largue de aquí. Después ya veré lo que hago. A lo mejor incluso me embarazo. Al fin y al cabo él sí quiere el niño y estoy segura de que lo cuidaría muy bien.

–No seas loca, Natalia. La verdad es que me estoy arrepintiendo de haberte dicho nada.

–¿Por qué, si está más que claro que están juntos? ¿Te fijaste en la cara que pusieron tanto uno como otro cuando di la maravillosa noticia? Y este no ha abierto la boca en todo el trayecto hasta casa. Claro que están liados, pero se les va a terminar la fiesta. Pedro no se podrá resistir a la idea de ser padre.

–¿Y qué te crees que hará cuando se dé cuenta de que todo es mentira?

–Ya te dije que a lo mejor no va a ser mentira. Estoy pensando en quedarme embarazada de verdad.

Jorge suspiró derrotado. Tal vez fuera un poco pronto para que su amiga recapacitara, quizá necesitara un poco más de tiempo. Mentir era una chifladura, pero más chifladura sería que se quedara embarazada solo por intentar retener a Pedro a su lado. Se despidió apresuradamente, no sin antes aconsejarle que pensara un poco en las consecuencias de aquella locura, y se retiró a su cuarto. Subió las escaleras despacio y antes de entrar en su dormitorio se acercó a la puerta de la habitación de Lucía. Escuchó durante un rato y como no pudo oír nada se metió en su alcoba.

*

Pedro estaba conmocionado. La noticia lo había pillado tan desprevenido que no sabía bien cómo reaccionar. Era un total contrasentido que su deseo de ser padre fuera a cumplirse ahora, cuando tenía pensado emprender una nueva vida al lado de otra mujer. ¡Cuánto le había rogado a Natalia! ¡Cuántas charlas para intentar convencerla de tener un hijo juntos! Y siempre encontraba alguna excusa, siempre... y ahora, cuando ya todo había terminado, aparecía ese hijo, como si se empeñara en unirlos a pesar de las circunstancias.

Salió del baño y se metió en la cama, donde ya Natalia lo esperaba sonriendo con una cara de felicidad que lo exasperaba un poco. Se acostó, se tapó bien y le dio la espalda dispuesto a intentar coger el sueño. No estaba de humor para hablar, aunque sabía que tarde a temprano tendría que hacerlo. Pero ella le abrazó y le susurró al oído:

–¿No estás contento? Al fin se va a cumplir tu sueño.

Se dio la vuelta y se sentó en la cama impulsado por la rabia.

–Esto deberíamos haberlo hablado ¿no te parece? – preguntó malhumorado.

–Ya lo hablamos muchas veces – repuso ella con una sonrisa inocente – además, ha ocurrido por casualidad, pero ya que está aquí...

–Ya que está aquí no es una razón. Yo no sé si quiero tener un hijo en estos momentos, Natalia, y puesto que tú nunca lo has querido a lo mejor deberías pensar en la posibilidad de abortar ¿No crees?

Ella no se esperaba aquella respuesta. Ahora tenía absolutamente claro que Pedro ocultaba algo, y ese algo era su relación con Lucía. Pues si se pensaba que ella se lo iba a poner fácil, lo tenían claro.



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