sábado, 9 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 8

 



     Una noche de sábado, como muchas otras, Jorge y Natalia tenían guardia en el Centro de Salud. Puesto que no podría tener lugar la consabida cena por cuestiones obvias, quedaron en salir a dar una vuelta y tomarse algo antes de que ellos dos entraran a trabajar. La primavera acababa de estrenarse y después de unos días muy lluviosos, el sábado había amanecido soleado y con buena temperatura. A las ocho de la tarde, Lucía y Pedro acompañaron a Jorge y Natalia hasta su puesto de trabajo y allí se despidieron de ellos. Lucía se disponía a regresar a casa, donde tenía pensado aprovechar el tiempo corrigiendo unos exámenes y después se iría a la cama pronto y leería algún libro. Pero el plan que le propuso Pedro era mucho más atractivo y no dudo un segundo en cambiar sus intenciones.

     –Ellos tienen que trabajar pero nosotros no – le dijo el muchacho –. Hace una noche estupenda y no sé tú, pero yo me aburriré soberanamente solo en casa. ¿Te apetece que vayamos a cenar?

–Bueno, yo tendría que corregir unos exámenes, pero reconozco que tampoco tengo ganas de marchar a casa. Acepto el ir a cenar. ¿Te apetece ir a la cantina nueva que han abierto? Está al final del paseo y me han dicho que se come muy bien.

Pedro accedió y fueron paseando hasta allí. El restaurante estaba a la orilla del río y tenía algunas mesas fuera, en el jardín. Puesto que la noche era cálida decidieron ocupar una de ellas. Durante aquella cena hablaron más que nunca de sus vidas. Apenas habían tenido ocasión para ello, así que según fue surgiendo en la conversación, se fueron contando casi todo de ellos mismos.

–Mi padre murió cuando yo era muy pequeño – le contó Pedro – tenía sólo tres años y apenas le recuerdo. Mi madre luchó mucho por sacarnos adelante a mis hermanos y a mí. Cuando echo la mirada atrás la veo siempre trabajando, llegando a casa muy tarde mientras nosotros esperábamos en casa de la vecina. Fueron tiempos duros, pero afortunadamente todo pasó y ahora tanto mis hermanos como yo le estamos devolviendo todo lo que hizo por nosotros. Un día que vayamos por Madrid la conocerás. Seguro que te caerá muy bien.

–¿Ella no viene nunca a visitarte?

–Casi nunca. Natalia y ella.... bueno, no es que no se lleven bien, pero a mi madre no le gusta Natalia y a Natalia no le gusta mi madre, y ninguna de ellas me ha dicho jamás el porqué. Así que casi prefiero no saberlo. Intento ir yo a Madrid por lo menos cuatro o cinco veces al año.

–Ya. Supongo que la situación no es muy.... cómoda.

–No, no lo es. Pero Natalia es mi pareja, es con quién he elegido convivir y mi madre... pues es mi madre, no quiero renunciar a ninguna por culpa de la otra.

Lucia se mantuvo en silencio durante un rato pensando en aquella afirmación. En eso de que Natalia era la mujer que había elegido para vivir y a la que no deseaba renunciar. Estaba enamorado de ella. No cabía duda. Además, durante aquella cena, siempre que Natalia había salido a colación en la conversación, él hablaba de ella con infinito cariño, dejando vagar sus ojos verdes sin posarse más que en su propio interior, mientras una tenue sonrisa iluminaba su rostro cegado por la ilusión. O al menos eso le parecía a Lucía.

–¿Y qué tal con Jorge? – preguntó Pedro de pronto, cambiando el tema de la conversación

–Bien. Decidimos borrar aquel momento de nuestras vidas y lo hemos hecho. Jorge fue un amor de adolescente. Un amor que pensé que no muriera del todo. – Lucía tomó un sorbo de vino de su copa antes de continuar hablando – ¿Sabes lo que ocurre? Que echo muchísimo de menos tener a alguien a mi lado. He estado todo mi vida con Lázaro y ahora no me acostumbro a la soledad. Lo intento, intento seguir los consejos de los que dicen que después de romper con la pareja hay que saber aprovechar el tiempo para uno solo. Y sí, yo aprovecho mi tiempo, pero era mejor antes, cuando podía compartirlo con la persona que amaba. A veces me dais tanta envidia Natalia y tú.... tan juntos, tan felices...

Pedro se revolvió en el asiento. Sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de su chaqueta y ofreció uno a Lucía. Era un vicio secreto que no conocían ni Natalia ni Jorge. Fumaban cuando estaban juntos y sin la presencia de los otros dos. O sea, muy pocas veces. Y aquella era una de ellas.

–No te creas, Lucía. No somos la pareja perfecta que parecemos. De un tiempo a esta parte pienso que Natalia no es la mujer de mi vida. Durante mucho tiempo pensé que sí lo era, pero ahora...

Aquella respuesta inesperada agitó un poco el corazón de Lucía y no pudo evitar sentirse sorprendida. Jamás se hubiera imaginado semejante respuesta.

–¿Y eso por qué? – preguntó – No habrá otra mujer ¿verdad?

      Pedro cogió su copa de vino y bebió un sorbo. Estaba serio y se tomó unos segundos antes de responder.

    –Digamos que he conocido a alguien que.... me atrae. A veces veo en ella cosas que me enamoran. Es como si....como si fuera lo que yo estaba esperando sin saberlo. Es muy difícil de explicar, tal vez porque ni yo mismo lo entiendo. Ella no sabe nada y tal vez sea mejor que no lo sepa porque quiero pensar que esto sólo es un deslumbramiento momentáneo que se me pasará. Lo que menos deseo en el mundo es hacer daño a Natalia. Aunque por otro lado pienso que si me enamoro de otra persona y esa persona me corresponde, no tengo por qué sacrificar mi felicidad ¿no crees? Yo lo único que tendría que hacer sería ser sincero y honesto con ella.

Sí, o al menos eso era lo que decía la abuela Soledad. Sin embargo aquella confesión hizo que Lucía se sintiera un poco incómoda y sin responderle miró a su alrededor y se dio cuenta de que los camareros empezaban a recoger. Eran más de las doce de la noche, se le había pasado el tiempo muy rápido.

   –Tal vez será mejor que nos vayamos – dijo – me da la impresión de que cerrarán el local de un momento a otro.

      Caminaron de vuelta al pueblo por el paseo que discurría a la vera del río. La noche había enfriado un poco el ambiente, pero aún era agradable. Avanzaban despacio y  en silencio, absortos en sus propios pensamientos. Lucía no podía dejar de pensar en lo que Pedro le había dicho sobre su novia, Pedro  rompía la quietud de vez en cuando con algún comentario sin importancia, sin volver a tocar el tema que a la muchacha tanto le había impactado. A veces  se cruzaban con algún grupo de gente que, como ellos, salía a disfrutar de la tibieza de la noche.

Cuando casi llegaban la pueblo Lucía la vio. La mujer se acercaba a ellos en medio de un grupo de gente. La madre de uno de sus mejores alumnos, una mujer que cada vez que la veía iniciaba una pesada y repetitiva charla sobre su retoño que parecía no tener fin. No le apetecía lo más mínimo tropezarse con ella en aquellos momentos.

     –Pedro ¿conoces a la madre de Santiago Contreras? Es también alumno tuyo.

–Sí, la conozco, es un pesada. Y si no me equivoco está en aquel grupo de gente que viene hacia nosotros.

–Exacto. Y no nos apetece nada encontrarnos con ella ¿verdad? Claro que si nos damos la vuelta así de pronto, se va a notar algo extraño. ¿Nos arriesgamos a pasar a su lado haciéndonos los locos?

Pedro sonrió divertido.

    –Se notaría demasiado – repuso – es mejor sentarse en este banco, verás.

    Se sentaron en el banco indicado. Pedro rodeó los hombros de Lucía con su brazo y se colocó frente a ella, dando la espalda al grupo de gente que pasaba por su lado en aquellos instantes.

     –No repararán en nosotros – dijo – creerán que somos una pareja de novios, que nos estamos besando. ¿Tú los ves?

     –Sí – respondió Lucía – pero tápame bien porque se han parado justo en frente de nosotros a hablar y no parecen tener prisa por irse.

      Pedro se acercó más a ella. Sus caras estaban muy juntas, tanto, que un ligero movimiento de Lucía hizo que los labios de ambos se rozaran de manera casual.

–Perdona – dijo él.

–No importa – dijo ella.

Se miraban el uno al otro de una manera extraña, como sabiendo que entre ambos flotaba un deseo escondido. Pedro, esta vez intencionadamente, rozó de nuevo sus labios con los de Lucía en un leve beso que hizo latir con fuerza el corazón de la muchacha. No decían nada, no hacía falta. Lucía, despacio, casi con timidez, acarició el rostro de él y cerró los ojos esperando un nuevo beso que no se hizo esperar. Esta vez fue un beso pasional, tierno, un beso en que se unieron sus salivas consiguiendo despertar sensaciones. Lucía no pudo evitar que el delirio se apoderase de su obnubilada mente. Abrazó a Pedro por el cuello y lo apretó más contra sí, sin pensar demasiado en lo que estaban haciendo, en la traición que estaban fraguando. Ahora sí estaba claro que la mujer a la que se había referido en la cena era ella, y que a pesar de todas las dudas y las incertidumbres finalmente la realidad era que se estaba enamorando de él. Las mariposas habían vuelto a revolotear por su estómago, esas que creía que sólo se sentían con los amores adolescentes, estaban volviendo a revivir, y agitando sus livianas alas la hacían revivir a ella también. Cuando por fin sus bocas se separaron ya el grupo de gente en el que estaba la madre de su alumno andaba muy lejos. Se levantaron del banco sin decir nada. Pedro la tomó de la mano y se la apretó entre la suya. Lucía no sabía qué decir y a él le pasaba lo mismo. El coche de Lucía estaba muy cerca y enseguida llegaron hasta él. Allí de despidieron mirándose fijamente a los ojos. Pedro le acarició la mejilla y la besó de nuevo muy levemente en los labios.

–Hasta mañana – le dijo con una sonrisa.

–Hasta mañana – respondió ella metiéndose en el coche.

*

        Aquella noche la cabeza de Lucía se transformó en una madeja cuyos hilos finos y rebeldes se liaban entre sí convirtiéndose en una maraña imposible de deshacer. Durante toda la noche no se pudo quitar de la mente aquel beso que había revolucionado no sólo sus sentidos, sino incluso su vida entera. Pero ¿qué iba a pasar a partir de ahora? La respuesta era difícil de encontrar. No sabía si Pedro iba a dejar a Natalia por ella, o si le iba a proponer ser su amante, o si el beso no había tenido para él mayor significado que el haberse dejado llevar por la pasión del momento.

Las horas fueron pasando dando vueltas en la cama, con el corazón en un puño, imaginando las más diversas situaciones y ninguna era agradable. Finalmente se durmió poco antes de que Jorge llegara a casa de la guardia, pasadas las ocho de la mañana.

La noche de Pedro había sido parecida a la de Lucía. La había besado porque se había dejado llevar por un impulso, por el impulso de confirmar que sentía algo por ella, que el desencanto que Natalia estaba sembrando en su corazón desde hacía tiempo estaba dando paso a una nueva ilusión. Le gustaba Lucía, le había gustado desde siempre. No era espectacular como Natalia, no la miraban los hombres al pasar, pero eso no era lo importante, lo importante era que en su compañía se sentía bien como hacía tiempo no se sentía con nadie. Además ella había correspondido a su beso, había posado su mano en su nuca para apretar más sus labios, su respiración se había agitado... le había gustado. Pedro creía que el sentimiento de ambos era mutuo, que se estaban enamorando y si efectivamente era así, tenían que tener en cuenta que nada iba a ser fácil. Nada.

*

El lunes Lucía acudió al instituto entre nerviosa y desconcertada. El domingo creyó que iba a tener noticias de Pedro pero no fue así. Tal vez tuviera sus planes con Natalia. Así que se suponía que durante esa mañana tendrían que hablar y aclarar las cosas. Normalmente Pedro era de los profesores que llegaban temprano, como ella, y antes de comenzar las clases solían verse en la sala común. Pero aquella mañana no apareció. Lucía dio su primera clase medio distraída, sin acabar de centrar su cabeza en lo que la tenía que centrar. Cuando terminó volvió a la sala común y Pedro seguía sin estar, tal pareciera que la estaba esquivando. Cuando llegó la hora del recreo, ya totalmente cabreada, sacó un café de la máquina del vestíbulo y salió del instituto en dirección al banco donde el sábado por la noche había ocurrido todo (el instituto estaba ubicado en las inmediaciones del paseo marítimo, muy cerca del banco en cuestión). Se sentó y mientras tomaba el café y miraba la desembocadura del río pensaba en lo cobardes que pueden llegar a ser los tíos cuando tienen que enfrentarse a una situación incómoda.

–Hola Lucía – escuchó, a la vez que alguien se sentaba a su lado.

–Vaya – dijo – por fin apareces. Pensé que no habías venido.

–Tenía examen las dos primeras horas – se disculpó Pedro – ¿Por qué me buscabas?

–¿Que por qué te buscaba? Llevo dos días con la cabeza hecha un lío. A lo mejor tenemos que aclarar algo ¿no te parece?

Miró al chico por primera vez aquel día. Sus ojos estaban surcados por unas ligeras ojeras, señal de que el asunto también le preocupaba. Por lo demás, vestido con una casual camiseta gris y un foulard al cuello, Lucía pensó que aparte de ser un tipo encantador, en ocasiones como aquella no dejaba de tener su atractivo.

–Yo llevo con la cabeza hecha un lío desde que te conocí, Lucía. Lo que ocurrió el sábado no fue más que la gota que colmó el vaso. Creo... creo que me estoy enamorando de ti y no sé qué hacer. Ayer por la tarde Natalia se fue a ver a sus padres y pensé en llamarte, pero finalmente no lo hice porque no quiero que Jorge se entere de nada y además preferí pensar e intentar aclararme. Pero no he conseguido nada. No quiero hacerle daño, pero creo que tampoco quiero renunciar a ti.

Pedro cogió la mano de Lucía, que reposaba sobre su regazo, y la besó con ternura.

–Te quiero, Lucía, pero a ella también la quiero. Puede que de otra manera, pero.... también le tengo cariño.

–Yo... yo también he estado pensando mucho durante todo el día de ayer. He imaginado esta situación cientos de veces – comenzó a hablar Lucía – pero confieso que en ninguna de las situaciones que imaginé las cosas sucedían así. Seguramente es que soy una ingenua, o una estúpida. Yo también siento algo por ti, Pedro, pero no te voy a compartir con nadie, ni siquiera temporalmente. Así que creo que lo mejor es que te tomes tu tiempo y te aclares. Tendrás que elegir entre una u otra. Claro que a lo mejor cuando te decidas, alguna puede que no esté disponible.

Lucía se levantó dispuesta a marcharse.

–Yo nunca pensé en estar con las dos a la vez, Lucía. Pero sí, tienes razón, necesito tiempo para saber qué hacer con mi vida.

–Pues tómate el que quieras. Y por favor, olvida lo que ocurrió el sábado, yo también lo haré. Soy experta en olvidar. Si te lo propones no es nada difícil.



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