jueves, 7 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 7

 




Tenía pensado viajar a Madrid en avión, por eso de la rapidez y comodidad, pero Pedro, que iba en su propio coche, le propuso llevarla y no se lo pensó. El viaje sería más largo y más incómodo, pero iría acompañada y no tendría que pasar por los nervios que le provocaba volar. Así fue que el día anterior a la Nochebuena partieron bien temprano, por la mañana, y a las doce del mediodía ya estaban en la capital. Pedro la acercó amablemente a casa de su abuela y quedaron en que el día veintisiete de diciembre después del almuerzo, regresarían de nuevo al pueblo de Galicia en el que vivían.

La abuela Soledad la esperaba impaciente. Lucía entró en la casa por la puerta de la cocina, la trasera, que daba al jardín y a la fabulosa piscina que a aquellas alturas del año estaba vacía y se encontró a la abuela preparando la comida. Olía a pollo guisado. A Lucía le encantaba aquel plato que hacía siglos que no lo comía.

–Hola abuela – saludó al entrar.

La abuela no dijo nada. Se limitó a acercarse a darle el abrazo más tierno y cálido que hubiera recibido jamás, como si su nieta fuera el hijo pródigo que de nuevo regresa a los brazos maternos.

–¿Cómo estás cariño? – preguntó – Por lo que veo un poco más flaca. La culpa la tiene ese...

–Abuelaaaa, no empecemos, eh.

–No, no, tranquila, lo siento. No lo nombraré más en mi vida, no se lo merece. Anda, pasa y siéntate, vendrás cansada. Tienes preparada la habitación de siempre. Si quiere echarte un rato....

Lucía agradeció la sugerencia y sí, se fue a acostar un momento, pues había madrugado más de lo normal y se sentía con un poco de sueño. Se echó en la vieja cama de madera de nogal, que había pertenecido ya a los padres de su abuelo, fallecido muchos años atrás, y cerró los ojos. Sin embargo, aunque se sentía cansada, no era capaz de dormir. Y sin pretenderlo la imagen de Pedro y el recuerdo del viaje ocuparon su mente. No era el muchacho demasiado hablador en general, sin embargo cuando estaban juntos y solos parecía que se comportaba con más soltura, como si al lado de ella abandonara la timidez y tuviera más arrojo. La verdad era que no sabía qué le ocurría con él. De lo único que estaba segura era de que aquello jamás lo había sentido con ningún chico. Dándole vueltas al asunto se quedó dormida y sólo se despertó cuando escuchó la voz de su abuela llamándola desde el piso de abajo para comer.

*

La abuela Soledad era una mujer dinámica y moderna. A sus setenta y seis años era consciente de que todavía le quedaba mucho por hacer y no le gustaba nada desperdiciar su tiempo. Por eso siempre estaba haciendo cosas, o costura, o lectura, o actividades con sus amigas, lo que fuera con tal de no estar inactiva. Había quedado viuda algunos años atrás y su marido, un médico de renombre, le había dejado en una posición económica holgada, con sus dos hijas ya criadas y aquella casa de la que la mujer no quiso desprenderse, aunque reconocía que le daba unos cuantos quebraderos de cabeza y muchos gastos, los cuales, hasta el momento, se podía permitir. Si algún día no pudiera la pondría en venta y santas pascuas, o al menos eso era lo que ella decía, aunque todos sabían que en el fondo, si tuviera que hacerlo, no sería una decisión muy agradable de tomar, más bien al contrario.

A Lucía le encantaba aquella casa. En realidad era la única persona que había animado a su abuela a conservarla, por eso Soledad, en secreto, tenía la esperanza de que algún día fuera parar a las manos de aquella nieta con la que no se entendía demasiado bien, pero a la que quería con locura.

Aquellos días transcurrieron en calma. Ambas mujeres pusieron todo de su parte para que así fuera. Lucía por partida doble, pues la tía Lidia, hermana de su madre, y su encantadora familia, le caían fatal, pero para dos días que tenía que aguantarlas se propuso hacerlo con estoicismo y diplomacia, y lo consiguió.

Aunque al principio le había dicho a su abuela que sólo se quedaría en Madrid los días de Nochebuena y Navidad, el hecho de que Pedro se quedara dos días más hizo que ella decidiera también hacer lo mismo para así poder regresar juntos.

Al día siguiente a Navidad, su abuela le propuso acudir a un centro comercial en el que tenía que realizar unas compras y así aprovechar para pasar el día juntas y solas, cosa que a Lucía le pareció bien. Se fueron ya por la mañana, comieron en un restaurante del propio centro y continuaron su jornada de compras. A media tarde, cuando se encontraba en una conocida tienda de libros y música curioseando, escuchó a alguien a su lado que decía:

–Decididamente el mundo es un pañuelo. Cómo no iba a serlo Madrid también.

No le hizo falta a Lucía mirar a la persona para saber quién era el propietario de aquella voz. Con sólo escucharla un escalofrío había recorrido su espina dorsal.

–Hola Pedro – dijo con toda la calma de que fue capaz, sin saber por qué aquel encuentro la ponía tan nerviosa – Tienes razón. No esperaba encontrarte aquí. ¿Qué tal estos días?

–Bien, ya sabes, con la familia.

En ese momento se acercó a ellos un chico rubio, de ojos azules y nariz ligeramente aguileña.

–Te presento a mi hermano – dijo Pedro – Francisco, Fran para los amigos. Ella es Lucía, una buena amiga y compañera de instituto que me ha acompañado en el viaje.

Se dieron el beso de rigor y Pedro le propuso tomar un café juntos.

–Lo siento, es que estoy con mi abuela, que por cierto no sé dónde coño se ha metido.

–No me pongas como excusa para negarte a tomar un café con estos muchachos – escuchó a sus espaldas.

–¡Abuela! Mira, este es Pedro, el chico con el que he venido en coche a Madrid, es mi compañero en el instituto y un buen amigo. Y ese otro chico es su hermano Fran.

Soledad los saludó con la efusividad de la que siempre hacía gala y que hacía que con gran frecuencia cayera bien a la gente. Luego quedó a una hora con su nieta y marchó a su aire. Lucía se fue con Pedro y su hermano a tomar el café. Charlaron un rato y ella pudo comprobar que el hermano de Pedro, a pesar de ser físicamente su antagónico, parecía tener el mismo carácter suave y tranquilo. La acompañaron al lugar en el que habían quedado con la abuela, que ya la estaba esperando y se despidieron hasta el día siguiente, en que Pedro pasaría a recogerla a las tres de la tarde para iniciar el viaje de regreso al pueblo.

*

–¿Y qué tal con Pedro, Lucía? Parece un buen chico.

Lucía y su abuela estaban sentadas en el porche trasero de la casa, frente a la piscina vacía, tomando café después de haber cenado frugalmente y descansando del agotador día en el centro comercial. La temperatura era inusualmente cálida para la época del año en la que estaban.

La muchacha dio un sorbo a su café antes de contestar a su abuela.

–Es amigo de Jorge, de Jorgito ¿recuerdas? –la abuela asintió con la cabeza – Y su novia trabaja con él de enfermera, por eso lo conocí. Pedro da clases de historia. Sí, es un buen muchacho, un poco tímido, pero muy majo.

–¿Y su novia?

–Muy guapa, guapísima es. Maja, también, un poco torbellino para mi gusto, demasiado inquieta, no sé cómo él la aguanta. La verdad es que no pegan ni con cola. Pero bueno, parecen felices, que supongo que es lo importante.

La abuela Soledad dio un sorbo a su café y miró a si nieta, cuyos ojos oscuros vagaban por el jardín sin flores a aquellas alturas. La conocía demasiado. Y sabía que sentía algo por aquel chico.

–¿Te gusta? – se atrevió a preguntar a pesar de que sabía que tenía que andar con pies de plomo si no quería que Lucía la mandara a tomar viento de nuevo.

–¿Pedro? Abuela, pero ¿tú le has visto? No es mi tipo – contestó Lucía haciéndose la ofendida.

–Bueno.... no es guapísimo, tienes razón. Para guapo Lázaro.... y ya ves.

Lucía dirigió a su abuela una mirada asesina, ante lo que a la mujer no le quedó más remedio que pedir disculpas por sus palabras.

–Lo siento, lo siento cariño. No he dicho nada.

Lucía admitió sus disculpas y se quedó pensativa. Su abuela debería haber estudiado psicología, porque era un as descubriendo sentimientos escondidos de los que a veces ni uno mismo se percataba.

–Tienes razón, abuela. Tienes toda la razón. Lázaro era el más guapo y me hirió en lo más profundo del corazón. Pedro es un chico normal y corriente y sin embargo cuando estoy a su lado siento algo aquí – se tocó el pecho – algo que me hace pensar, darle vueltas a la cabeza. No puedo enamorarme de él, abuela. Él ya es de otra.

–Lo malo es que en los sentimientos no se puede mandar y el amor, no lo olvides, no conoce de propiedades. ¿Lázaro era tuyo? ¿Te lo robó esa chica con la que se fue? No, Lázaro era una persona libre que decidió volar y voló, sin contar contigo. Con eso lo que te quiero decir es que da igual que puedas enamorarte o no, si el sentimiento está ahí, dentro de ti, te vas a enamorar de todas maneras. Y él no es de otra. Él es una persona que también puede volar, como hizo Lázaro.

–Ya, pero yo no quiero ser la causa de su vuelo. Sé lo mal que se pasa y no se lo deseo a nadie. Natalia es buena chica.

La abuela Soledad asintió con la cabeza.

–Depende de cómo se hagan las cosas, Lucía. No podemos obligar a los demás a que nos amen, y si no lo hacen, lo importante es ser honesto con la otra persona. Yo creo que el problema no fue que Lázaro hubiera dejado de quererte, lo realmente reprochable de su comportamiento fue que andaba con otras mujeres, sí, Lucía, con otras, en plural, y lo sé de buena tinta, mientras a ti te tenía engañada. Las cosas hay que hacerlas bien, con la verdad por delante. Recuérdalo. Y sé feliz. Haz todo lo posible por ser feliz. Y ahora, me voy a la cama, cariño. El día ha sido demasiado largo y estoy cansada.

Dio un beso en la frente a su nieta y entró en la casa. Lucía se quedó un rato más, mirando a las estrellas mientras sujetaba entre sus manos la taza vacía de café, que se iba enfriando poco a poco. Ser feliz. Como si fuera tan fácil. Por unos minutos se imaginó la vida al lado de Pedro. Ella no podría darle lo que Natalia le daba. Ella se tomaba la vida con más calma y a lo mejor no era lo que él necesitaba. Cerró los ojos y se imaginó un beso de él. Se sorprendió cuando un ligero estremecimiento recorrió su cuerpo con sólo imaginar. Tenía razón su abuela. Era posible que se estuviera enamorando de él. Y si era así, nada iba a ser fácil.

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