domingo, 17 de enero de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 11

 





Despertaron cuando ya el día había dejado muy atrás la noche, una noche en la que el amor y la pasión lo desbordaron todo. Se amaron una y otra vez, olvidando él su compromiso con otra mujer; ella, lo que dolía un abandono. Sin embargo la mañana trajo de la mano la realidad cruda a la que más temprano que tarde habían de hacer frente.

–¿Qué vamos a hacer ahora? – preguntó Lucía.

–Yo te quiero, Lucía. Me enamoré de ti casi desde que te conocí. Tú eres la mujer que he estado esperando toda mi vida. Hace tiempo que sé que Natalia no es para mí. Yo necesito a mi lado a alguien como tú. Y no quiero dejarte ir, no lo haré.

Lucía se arrebujó un poco más entre las sábanas y recordó su propio drama personal. Hacía poco más de un año que Lázaro se había marchado con otra mujer, con su mejor amiga, y había dolido, mucho. Se había sentido humillada, despreciada, burlada. Y ahora ella era la otra, la que le arrebataba el amor a una mujer que lo creía suyo, la que provocaría dolor aun sin querer. El amor es así de caprichoso, la vida es así de cruel y de imprevisible. Un día estás en el lado bueno y al día siguiente la rueda ha girado y te ha colocado en el malo, o al revés.

–¿En qué piensas? – le preguntó Pedro.

Ella convirtió sus pensamientos en palabras, con miedo. ¿Y si hacían reflexionar a Pedro y perdía otra vez al hombre que amaba?

–Soy consciente de que no me estoy comportando como debiera. Pero te quiero y no quiero perderte – dijo finalmente.

–Yo no sé si me estoy comportando bien o mal. Lo que sé es que si me quedo al lado de Natalia no seré feliz. Ni tú ni yo tenemos la culpa de habernos conocido ahora. La vida ha cruzado nuestros caminos y hemos descubierto que nos amamos. Y esto ya no tiene remedio, Lucía. Al menos para mí no lo tiene.

No, no lo tenía, para ninguno de ellos. No iba a ser fácil enfrentarse a una ruptura, ni tampoco ser la causa de la misma, pero tendrían que afrontar la situación de la manera que fuera.

El móvil de Pedro sonó disipando sus preocupaciones. En la pantalla se reflejó el nombre de Natalia, cosa extraña, pues la muchacha solía llamar al atardecer, como había hecho el día anterior. Pedro sospechó que algo había ocurrido y descolgó el teléfono preocupado.

–Natalia... ¿cómo estás?

–Buenos días, cariño. Yo estoy bien, pero si sospechas que ocurre algo estás en lo cierto. Verás, esta noche mi madre se ha caído y se ha roto la cadera, está hospitalizada y la van a operar esta mañana. Me temo que no podré ir a Oporto. Está visto que el viaje se me torció desde el principio.

–Oh vaya... ¿Me necesitas? ¿Quieres que marchemos para ahí?

–No, no, aquí no harías nada. Además, Jorge sí que irá. Tiene muchas ganas de hacer el viaje. Recuerda que mañana a las seis llega al aeropuerto. Te dejo, ya te llamo esta noche, mamá me necesita.

Pedro colgó y al mirar a Lucía no pudo evitar que a sus labios asomara una sonrisa, pese a lo dramático de la situación.

–Ayer te dije que no me apetecía que vinieran.... y mis deseos casi se cumplen. Natalia no puede venir. Operan a su madre.

Natalia no venía, pero Jorge sí, y quién era realmente amiga de Jorge era Natalia, Pedro lo había conocido por ella. Sabía que entre aquellos dos había una amistad especial, que se contaban todo y se adoraban, por lo que había que andar con pies de plomo, no fuera a ser que acabara sospechando algo. Si así fuera, Natalia se enteraría seguro.

–Tenemos que disimular. Así que aprovechemos hoy, que todavía estamos solos.

Se inclinó sobre Lucía y la besó en los labios. Le apartó el pelo de la cara y le acarició la mejilla. Le gustaba mirarla, acariciar su piel tan suave, depositar pequeños besos en su frente e ir bajando hasta su cuello, escuchar sus respiración entrecortada, señal de la excitación que estaba sintiendo. Le gustaba amarla, dibujar su cuerpo con sus dedos recorriendo el contorno de sus curvas, pararse en sus pechos redondos y entretenerse pellizcando suavemente sus sonrosados pezones hasta hacerla enloquecer, pidiéndole que por favor le hiciera el amor y la llevara hasta el cielo. Y le gustaba entrar en ella despacio mientras la miraba fijamente a los ojos y le decía sin necesidad de palabras lo mucho que la quería. Y de tanto que le gustaba perdió la cuenta de las veces que le regaló aquel amor nuevo y festivo.

*

El avión de Jorge llegaba con media hora de retraso. Mientras lo esperaban, tomaban un café en la cafetería del aeropuerto, café al que Lucía daba vueltas una y otra vez sin mucho sentido, perdiendo la mirada en los dibujos geométricos que se difuminaban en el suelo.

–¿Qué te pasa, preciosa? – le preguntó Pedro – Pareces.... ¿cansada? ¿aburrida?... No sé.

Lucía suspiró y se echó hacia atrás en su silla y poniendo una mueca infantil repuso.

–Es que yo no quiero que venga Jorge. Y no quiero no poder abrazarte. Y tampoco quiero volver al pueblo y tener que enfrentarnos a la que se va a armar. Esto es una mierda, Pedro.

Pedro se inclinó hacia ella y tomando su mano se la llevó la los labios y le besó los dedos.

–Yo tampoco quiero, pero las cosas a veces no son como queremos. He estado pensando que no le diremos nada a Natalia hasta que el curso termine. No creo que sea conveniente soltárselo ahora, así de sopetón. Así cuando se entere nosotros podremos marcharnos y todo será mucho menos doloroso, o eso espero.

–Doloroso va a ser lo mismo, pero tienes razón. Mejor cumplir con nuestras obligaciones escolares y luego... yo supongo que volveré a mi instituto de Madrid.

–Pues yo ya he estado consultando los concursos de traslado y creo que también puedo pedir plaza en Madrid. Así que anímate. Aunque no tengamos que enfrentarnos a nada especialmente agradable, al final podremos estar juntos.

Lucía sonrió y pensó que Pedro tenía razón. A pesar de todo no le gustaba nada tener que disimular y verse con él a escondidas. En cualquier momento podrían ser descubiertos y entonces la que se podía armar... bah, lo mismo que se iba a armar cuando contaran la verdad. Intentó apartar aquellos pensamientos de su cerebro y se centró en el panel luminoso que decía que por fin el vuelo procedente de La Coruña había tomado tierra. La fiesta había llegado a su fin.

Mientras regresaban a casa Jorge les iba contando cómo habían sido aquellos días en el centro de salud, lo que le había ocurrido a la madre de Natalia y lo apenada que quedaba ésta por no poder hacer aquel viaje.

–La verdad es que yo también estuve a punto de no venir. No me gustaba dejarla allí sola mientras nosotros disfrutábamos, pero insistió en que viniera y no me quedó más remedio. Ya sabéis lo convincente que puede ser Natalia cuando quiere.

Desde el asiento de atrás Lucía pensó que ojalá no fuera tan convincente y desde el asiento del conductor Pedro pensó exactamente lo mismo, pero ni uno ni otro, evidentemente, lo dijeron en voz alta. Por el contrario, Pedro comenzó a relatar los lugares que habían visitado, lo hermosa que era la ciudad y todo lo que tenían que ver durante aquellos días.

Al llegar a casa tuvieron que ubicar a Jorge. Decidieron que Lucía durmiera en la habitación que hasta entonces había ocupado Pedro y éste y Jorge lo hicieran en el sofá cama del salón.

–Vaya, la casa es más pequeña de lo que pensaba. Si hubiera venido Natalia no sé cómo nos íbamos a acomodar – dijo Jorge.

–Muy fácil – repuso Lucía – Pedro con su Natalia y tú conmigo. Al fin y al cabo somos sólo amigos y nunca vamos a ser otra cosa.

Mientras Jorge acomodaba sus cosas y Pedro y él hacían comentarios sobre la ciudad, Lucía se asomó al balcón y pensó en cómo hubieran sido aquellos últimos meses si Jorge hubiera correspondido a aquel supuesto amor que ella pensó sentir por él. Tal vez todavía estuvieran juntos o tal vez nada hubiera podido evitar que acabara enamorándose de Pedro. Entonces las cosas serían doblemente complicadas. En lugar de una ruptura serían dos.

Miró hacia la calle y se fijó en una pareja joven que caminaba lentamente. Iban muy abrazados y de vez en cuando se besaban. No tendrían más de diecisiete o dieciocho años. Se vio reflejada en aquella muchachita que, como había hecho ella muchos años antes, se dejaba mimar por el joven que llevaba a su lado. A ella y a Lázaro también les gustaba pasear por la ciudad cogidos de la mano, o sentarse en el Parque de El Retiro al borde de un estanque mientras hablaban y tocaban el agua con sus manos, o subir al Cerro de los Ángeles y desde allí mirar las estrellas en las noches de verano, lejos de la contaminación lumínica de Madrid. No consiguió recordar en qué momento preciso habían dejado de hacer esas cosas. Seguramente había sido poco a poco, mientras dejaban que sus vidas se fueran hundiendo en la miserable rutina, en una dejadez malsana de la que ninguno de los dos se había percatado y que había herido de muerte un amor que siempre creyeron incombustible. Y ahora había vuelto a encontrar el amor en un hombre sencillo, cariñoso, en un muchacho corriente sin grandes aspiraciones, al lado del cual estaba segura de poder volver a tocar el agua del estanque de El Retiro o ver las estrellas desde el Cerro de los Ángeles, aunque antes tuviera que bajar unos cuantos peldaños hacia el infierno.

*

Aprovecharon los pocos días que les quedaban para llevar a Jorge a los lugares en los que ellos ya habían estado y visitar otros sitios nuevos. Pedro y Lucía se mantenían lo suficientemente distanciados como para no levantar la más mínima sospecha, aunque a veces les costara, sobre todo por las noches, cuando Lucía se retiraba en soledad a su cuarto y los dos hombres se quedaban en el salón, charlando un rato antes de dormirse.

La última noche, ya de madrugada, unos pasos lentos y suaves despertaron a Lucía, unos pies que se acercaban sin apenas hacer crujir la madera del suelo. Lucía sonrió cuando sintió que alguien se colaba en su cama y se acostaba a su lado. Encendió la luz de la pequeña lámpara de la mesilla de noche y se dio la vuelta.

–¿Te das cuenta del peligro que estamos corriendo? – le susurró al oído a Pedro mientras lo abrazaba – Jorge está ahí, al otro lado de la puerta, y puede oírnos.

Pedro la besó con pasión contenida antes de contestarle.

–No vamos a tener tan mala suerte como para que se despierte. Estas noches he podido comprobar que duerme profundamente. Y es que no me he podido resistir. Son demasiados días sin poder besarte, sin poder acariciarte ni hacerte el amor.

Mientras le hablaba iba depositando pequeños y livianos besos en todos los rincones de su cuerpo. Bastaba un tímido contacto de su piel para que los sentidos de Lucía se pusieran alerta y despertaran el deseo de manera atroz. Les faltó tiempo para enredar sus cuerpos como si fueran madejas de hilos enmarañados imposibles de separar, e hicieron el amor sabiendo que a partir de aquella noche lo tendrían muy difícil.

*

Jorge despertó en medio de la noche con la sensación de haber escuchado algún ruido extraño. Se percató de que la parte del sofá cama donde dormía Pedro estaba vacía y pensó que tal vez estuviera en el baño o hubiera bajado a la cocina en busca de comida o algo de beber. Al pasar el tiempo y ver que no regresaba se extrañó. Se levantó despacio y en silencio y se asomó a la ventana. La noche era fría y las calles estaban desiertas. Al entrar de nuevo en el sala le pareció escuchar una risa. Un absurdo pensamiento se dibujó en su mente y sacudiendo la cabeza se dijo a sí mismo que no, que eso no podía ser. Aún así, acuciado por su propia curiosidad a pesar de lo desatinado de su idea, se acercó con cautela a la puerta de la habitación de Lucía y pegó la oreja. Unos gemidos ahogados y apagados le confirmaron sus no tan ridículas sospechas. Entre Pedro y Lucía había algo más que una simple e inocente amistad. Volvió a la cama presuroso, temiendo que la puerta se abriera de pronto y le pillaran allí, escuchando. Le costó coger de nuevo el sueño. El novio de su mejor amiga la estaba traicionando con la que también consideraba una buena amiga. Natalia tenía que enterarse de eso... ¿o no?



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