miércoles, 30 de diciembre de 2020

Te esperaba desde siempre - Capítulo 4

 



Sentada ante el hermoso escritorio de su dormitorio, Lucía intentaba preparar la clase del día siguiente para los de primero de bachiller sin conseguirlo demasiado. Su mente se le iba continuamente y sin mucho sentido a Jorge. Después de dos meses y medio a su lado, después de haber compartido con él momentos de ocio, trabajo y confidencias, aquel amor adolescente que un día habían dejado abandonado a la orilla del mar parecía haber regresado para decirle que todavía no era tarde, que la vida les estaba dando una segunda oportunidad y que no debían desaprovecharla. Pero ni ella se atrevía a dar el paso, ni él tampoco parecía dispuesto a ello. Por momentos Lucía pensaba si todo aquello que ella se empeñaba en identificar como real no serían solamente imaginaciones suyas. A lo mejor no había tal amor, a lo mejor las muestras de cariño de Jorge no eran más que eso, muestras de cariño sin más que no tenían otro significado que testimoniar una amistad que sí existía y se entrelazaba cada vez con más fuerza. En el fondo tenía miedo. Miedo a no poder afrontar otra decepción y tal vez por eso no se atrevía a dar el primer paso.

Intentó concentrarse de nuevo en el comentario de texto de El Quijote y finalmente lo consiguió, hasta que la voz del Jorge llegó desde el piso de abajo.

– Lucía, la cena ya está casi lista.

Lucía miró el reloj y vio que efectivamente era la hora de cenar. Definitivamente había conseguido meterse en la clase de literatura y se había olvidado hasta del tiempo. Cerró los libros y guardó sus apuntes en una carpeta. Se puso el pijama y la bata de felpa y bajó a la cocina, dónde Jorge la esperaba preparando una tortilla de patata y con dos copas de vino blanco servidas. Le ofreció una cuando entró.

– Vaya – exclamó ella – ¿Celebramos algo especial hoy?

– Sí, celebramos que por fin ha terminado el día y he podido regresar a casa. Hoy no he tenido tiempo ni para comer. Ha sido la marabunta. Así que he pasado por delante del super y me he dicho que tú y yo nos merecíamos hoy tomarnos unas copas de vino, porque sí, así sin más.

Lucía sonrió y se llevó la copa de vino a los labios sin dejar de mirar a Jorge fijamente a los ojos. Aquella noche ella se tenía que atrever. No sabía cómo ni el momento exacto, pero antes de retirarse a dormir se iba a atrever a besarlo seguro. La primera vez, años atrás, había sido él quién había dado el primer paso, pues bien, hoy le tocaba a ella.

Cenaron conversando sobre las cosas del día, entre risas y la complicidad de siempre. Cuando terminaron fregaron los platos y se sentaron en el sofá a ver la televisión. Lucía se acurrucó entre los brazos de Jorge y se taparon con la misma manta. Era la escena de todos los días, nada tenía de extraordinario. Salvo porque en medio de algún comentario sin importancia Lucía volvió delicadamente la cara de Jorge hacia la suya y depositó un suave beso sobre sus labios. Fue un beso inocente, liviano, dulce, como el de aquella tarde a la orilla del mar, muchos años atrás. Y también esta vez, como aquélla, no sería el comienzo de nada. Porque Jorge miró a Lucía con expresión extraña y tras esbozar una ligera sonrisa nerviosa le dijo eso de que “tenemos que hablar”. La muchacha se puso tensa y supo que había metido la pata. Así que intentó arreglarlo como pudo sintiendo de nuevo que la desilusión se hacía su compañera.

– Perdona, Jorge – dijo azorada –. No hace falta que hablemos nada. Esta claro que me he pasado. Lo siento, de verdad.

– Espera, Lucía, espera. Tengo algo que decirte, algo importante que debería habértelo dicho antes.

– Ya – dijo Lucía con una sonrisa de amargura en el rostro –, ahora me dirás que tienes novia, o que estás casado y tu mujer está en el extranjero por motivos de trabajo. Pero.... ¡seré estúpida!

– No, Lucía, no es eso. Yo no tengo pareja, pero no podemos estar juntos porque yo.... soy gay. Me gustan los hombres.

Aquellas palabras paralizaron a Lucía por completo. Tanto que hasta se le quedó la mente en blanco, aunque la verdad, ¿qué decir ante semejante confesión? Y no es que le importara ni tuviera prejuicios contra los gays ni mucho menos. Pero.... Jorge, gay... nunca se lo hubiera imaginado. Y además... entonces.... aquel beso de adolescentes.... no entendía nada.

– Gay – dijo finalmente –. Vaya.... Quién lo diría. Así que me he equivocado. Pensé que... bueno, qué más da. Será mejor que me vaya a la cama. Por hoy ya he metido bastante la pata.

Hizo ademán de levantarse pero Jorge la tomó del brazo y la obligó a sentarse de nuevo.

– No, no te vayas aún. Quiero contarte todo. Porque supongo que estarás pensando que si soy gay ¿a qué vino el beso que te di en la playa cuando éramos adolescentes?

– Y qué más da. Ha pasado mucho tiempo, la gente cambia.

– No, Lucía, la gente no cambia. Si naces gay, naces gay y ya está. Lo que pasa es que por aquel entonces yo aún no era capaz de aceptarlo. Eran otros tiempos. Yo te tenía mucho cariño. Eras mi mejor amiga y en más de una ocasión quise contarte que a mí me gustaban los chicos, pero no me atreví. Entonces un día decidí probar qué se sentía besando a una chica. A lo mejor lo que sentía por ti era amor y yo no lo sabía y estaba confundido. Pero no, no era amor. Y para mi fue un alivio que no volvieras ningún verano más.

– Vaya – dijo Lucía con un deje de tristeza en su voz –, no dejáis de darme patadas por todos lados. Uno me deja después de casi veinte años y mi primer amor me dice que fue un alivio no volver a verme. Menudo panorama.

– No me malinterpretes. Yo te adoro, Lucía, tanto como te adoraba antes. Pero si hubieras vuelto, si me hubieras seguido queriendo....

– No sabes lo que hubiera ocurrido. Ni yo tampoco. Ni merece la pena pensar siquiera en ello. Ahora ya está todo aclarado y no hay más que hablar.

Jorge atrajo hacia sí a la muchacha y de nuevo la estrechó entre sus brazos.

– Lo siento, Lucía. Siento no poder corresponderte.

– Más lo siento yo – respondió ella, sintiendo como las lágrimas se agolpaban en su garganta.

Aquella noche de nuevo lloró antes de dormirse y de nuevo pensó que su sino era la soledad no buscada.

*

Al día siguiente era viernes. Era el día de la semana más relajado, puesto que por la tarde apenas había actividad alguna en el instituto. Lucía tenía clase a primera hora y a última y por el medio una hora de tutoría y otra de estudio. En la hora de estudio se fue a la sala de profesores y se puso a intentar leer un libro sin conseguir pasar de página. Jorge gay. No era capaz de quitárselo de la cabeza. Ella que pensaba que todavía les quedaba una oportunidad para ser felices... No pudo evitar que una lágrima rebelde e impertinente resbalara por su mejilla, mientras miraba distraídamente por la ventana, hacia la desembocadura del río que tantas veces había recorrido cuando era niña.

– ¡Eh! ¿Estás llorando? ¿Qué ocurre, Lucía?

La voz dulce y envolvente de Pedro saco a Lucía de su ensoñación. Estaba allí, sentado a su lado, intentando consolarla, con su brazo rodeando su hombro. Agradeció la muchacha aquel gesto de cariño. Pedro y ella no tenían demasiada relación dentro del instituto, a pesar de que se reunían todos los fines de semana para la consabida cena con Jorge y Natalia. Dentro del centro se limitaban a saludarse y a hacer algún comentario sin importancia cuando se encontraban en la sala de profesores. Sin embargo en aquel momento Pedro se había dado cuenta de su tristeza y se había acercado a ella en un intento de consolarla.

– ¿Por qué lloras? – le preguntó de nuevo – ¿Estás bien? ¿Has tenido algún problema con los muchachos?

Lucía sacudió la cabeza negativamente y no pudo evitar que su llanto arreciara conmovida por la preocupación del chico.

– Estoy bien. Cosas mías – respondió.

– Pues aunque sean cosas tuyas yo no quiero verte triste.

Lucía miró a Pedro casi con curiosidad. ¿Qué más le daba a él si estaba triste o no? Al fin y al cabo no eran amigos de verdad, eran unos simples conocidos que se reunían todas las semanas por causa de un amigo común. Y compañeros de trabajo distantes. Nada más. Y ahora el tío decía que no quería verla triste. Decididamente los hombres eran un poco raros.

– ¿Y qué más da si estoy triste? – le respondió Lucía – Si al fin y al cabo no le importo a nadie. Ni siquiera a los que yo creía que sí les importaba.

– No digas eso. A lo mejor hay gente a la que interesas más de lo que piensas.

– ¿A ti por ejemplo? – se atrevió a preguntar ella después de limpiarse las lágrimas con el dorso de la mano.

– A mí por ejemplo.

– Gracias por el cumplido pero no es necesario que finjas. Estoy bien, de verdad.

Pedro pasó por alto su comentario un poco ofensivo y le dijo.

– Natalia y Jorge se tienen que quedar esta tarde a trabajar. Yo comeré solo y supongo que tú también. ¿Qué te parece si nos compramos algo y comemos en mi casa? Así nos hacemos mutua compañía y me puedes contar qué es lo que ocurre.

Lucía se quedó callada durante unos instantes. Seguramente el chico no tenía malas intenciones. Finalmente aceptó la invitación.



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