martes, 1 de diciembre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 40 y epílogo

 





Fue mi apoyo, el hombro en el que lloré, la persona que siempre estuvo dispuesta a escucharme

y a aguantar mis malos humores y mis desdichas. Y aunque al final descubrí que todo tenía su explicación, no es menos cierto que Violeta estaría a mi lado en cualquier circunstancia.

Cuando se acercaban las vacaciones de semana santa Violeta me propuso ir a pasar unos días a la Costa Brava.

-Un amigo de mis abuelos tiene una masía cerca de Rosas, en medio de la naturaleza pero a pocos kilómetros del pueblo. Me la ha ofrecido cientos de veces y qué mejor ocasión para aceptar ese ofrecimiento que ahora. Yo he estado allí en alguna ocasión y te aseguro que es preciosa, te gustará.

Al principio me negué. Después de las decepciones, primero con Javier y luego con Miguel, que por cierto, no había vuelto a dar señales de vida, todavía no estaba de humor para pensar en ningún tipo de diversión y así se lo dije a mi amiga.

-No es ninguna diversión, Irene. Se trata de pasar unos días allí para descansar, que falta te hace. Estaremos la dos solas y tendremos todo el tiempo del mundo para hacer lo que nos apetezca, incluidos los paseos por el bosque o por la playa. Anda, mujer, anímate. Será bueno para ti. Estoy segura.

Ante mis negativas Violeta no dejaba de insistir, tanto que en ciertos momentos me resultaba un poco cargante y finalmente, casi por no aguantarla, le dije que si, que iría con ella a la masía de su amigo.

Debo decir que desde el mismo momento en que puse pie allí me di cuenta de que había tomado la decisión correcta. Tanto la casa como el entorno eran realmente idílicos. Ningún lugar como aquel para el descanso, la meditación y el replanteamiento de vida que me estaba proponiendo.

La casa era antigua. Gruesas paredes de piedra, caleadas de blanco en el interior, suelos de madera, techos altos y amplias estancias, todas ellas con enormes ventanales por los que entraba la luz a raudales. Era perfecta.

-¿Te gusta? - me preguntó Violeta con entusiasmo una vez nos hubimos acomodado.

-Mucho, tanto que creo que me quedaría aquí toda la vida, aislada del mundo.

-Yo también creo que lo harías, pero con compañía.

Miré a mi amiga que me sonreía con picardía, sonrisa que no entendí en absoluto.

-Claro, con la compañía que no tengo – le respondí.

-Bueno... ahora no la tienes, pero vamos estar aquí una semana, ¿quién te dice a ti que durante estos ocho días no puedes encontrar el amor de tu vida?

-¡Oh, sí, claro! En medio del bosque. Y dime Violeta ¿Qué ha de ser? ¿Un príncipe a lomos de su caballo blanco? ¿O tal vez un gnomo?

Nos echamos a reír.

-En fin.... yo bien sé lo que me digo. Anda, vamos a sentarnos en el porche. Hace una temperatura muy agradable. ¿Preparo un café?

Asentí y me senté en el porche mientras Violeta preparaba los cafés. Estaba muy contenta y pizpireta, y aunque era una persona que casi siempre estaba de buen humor, algo había en su actitud que me pareció extraño. Tendría que vigilarla de cerca.

*

Durante aquellos días apenas salimos de la masía. Por la mañana nos acercábamos al pueblo a hacer algo de compra. Pasábamos las tardes en la piscina y por las noches, después de una frugal cena, nos acomodábamos en el porche y hablábamos mucho. Realmente creo que aquella semana recuperé con Violeta la tierna complicidad que teníamos cuando éramos niñas.

Una noche la conversación giró en torno a los sueños incumplidos y fue entonces cuando sospeché que mi amiga tenía una relación con alguien que me ocultaba.

-Siempre soñé con tener una familia como la mía. Casarme con un hombre maravilloso y tener con él la misma relación que mi madre tenía y aún tiene con mi padre, y tener unos hijos.... pero ya ves. Me casé con la persona equivocada y con él tuve aquel niño que se murió. Parece como si la vida me quisiera negar todo lo que yo deseo.

-Bueno... a mí me ha pasado lo mismo. Cuando era una niña pensé que mi amor con Miguel sería incombustible y ya ves los avatares que hemos pasado y cómo ha terminado todo.

-Nada ha terminado, Irene, ni para ti ni para mí. Somos jóvenes y la vida sigue. Yo estoy segura de que Miguel volverá a aparecer en tu vida y de que yo acabaré encontrando a alguien con quien compartir la mía.

Mi amiga pronunció aquella última frase con la mirada perdida, brillante, soñadora. No se me escapó el detalle y supe que ese alguien a quién ella se refería ya rondaba su corazón.

-¿Quién es él? ¿Lo conozco?

Me miró fingiendo sorpresa y sonrió. Intentó negarlo pero yo no le creí.

-No hay nadie en mi vida, de veras, nadie.

-Violeta, nos conocemos desde que éramos niñas y puedo identificar cada expresión de tu cara. Esos ojillos denotan una alegría especial. Te estás enamorando, lo sé. Lo que no sé es por qué no me lo quieres decir.

-Está bien, me rindo. Sí, he dado de casualidad con un buen muchacho y... estamos empezando a conocernos. Es... es encantador, tierno, dulce, y además muy guapo. Lo malo es que vive lejos.

-¿Le conozco? - pregunté con curiosidad.

-Sí, le conoces. Pero prefiero no revelarte su identidad hasta que lo veas con tus propios ojos. Es posible que un día de estos aparezca por aquí.

-¿Por aquí? ¿Y cuándo pensabas decírmelo?

-No pensaba decírtelo. Y no debería haberte dicho nada.

-¿Por qué no? Violeta me tienes intrigada. Primero me ocultas que hay un muchacho en el horizonte, ahora me dices que prefieres no decirme quién es a pesar de que lo conozco... y que vendrá un día de estos por aquí... todo suena muy extraño.

Mi amiga se inclinó hacia mí desde su asiento.

-Hemos venido aquí para descansar y para olvidarnos un poco del mundo. No te comas la cabeza. Todo se resolverá a su debido tiempo. Y será muy agradable, te lo aseguro.

No entendía nada. Pero opté por callarme y olvidar el asunto. Violeta era así, le gustaba las intrigas, las sorpresas... así que decidí no hacerle demasiado caso y continuar descansando.

Aquellos días me estaban haciendo bien. Y no porque pensara, como decía ella, que Miguel fuera a volver, sino porque las horas de reflexión me estaban dando fuerzas precisamente para afrontar la realidad tal y como yo la veía. Tenía que seguir adelante, sin él.

El día siguiente fue especialmente caluroso. Demasiado para estar en primavera. Así que nos lo pasamos en casa y en la piscina, dormitando, tiradas al sol y chapuceando de vez en cuando para aliviar los calores.

Hacia el anochecer Violeta me propuso dar un paseo hasta el pueblo. Había refrescado un poco y accedí. Había bastante gente por la calle y un ambiente muy agradable. Nos sentamos en una terraza. Mi amiga estaba extraña. Apenas hablaba y no hacía más que mirar a un lado y a otro como si buscara a alguien.

-Violeta ¿qué te ocurre? ¿Acaso va a aparecer hoy el muchacho ese que esperas?

-Eh.. no, no, sólo que me pareció ver a alguien conocido, nada más. ¿Te apetece que demos un paseo por la playa.

-Vale, ya sabes que a mí los paseos por la playa al anochecer me encantan.

Así que allí nos dirigimos. Nos descalzamos y paseamos por la orilla del mar. Hablábamos de todo y de nada. Cuando llegamos casi al final de la playa, a un lugar en el que había unas rocas, me vino a la mente aquella playa de Menorca en la que Miguel y yo hicimos el amor por primera vez.

-¿Sabes Violeta? Este rincón me recuerda a la playa en la que Miguel y yo hicimos el amor por primera vez. Fue todo tan bonito.... Muchas veces pienso que me encantaría regresar a ese momento, aunque solo fuera por un segundo, y revivirlo, porque yo creo que fue el instante más hermoso de mi vida.

-Y de la mía.

Me sobresalté al escuchar una voz masculina que no era, evidentemente, la de mi amiga. Miré hacia mi izquierda y le vi allí, a mi lado, sonriendo.

-¡Miguel!

Me eché en sus brazos sin más, ansiosa de sentir su calidez, de respirar su aroma, de disfrutar de los besos que ya depositaba en mi mejilla, en mi pelo, mientras pronunciaba mi nombre una y otra vez. No me pregunté qué hacía allí, ni de dónde había surgido, ni siquiera dónde estaba Violeta. Sólo era consciente de que estaba allí a mi lado y que esta vez sería para siempre. No le iba a dejar escapar.

-He vuelto, princesa, y no voy a marchar de tu lado nunca más. Todo será como debió de ser siempre. Vamos a recuperar el tiempo perdido y vamos empezar ahora mismo.

Me tomó de la mano y me llevó detrás de las rocas. Yo no acertaba a pronunciar palabra, tal era la emoción que me embargaba.

Nos sentamos en la arena y nos besamos con una pasión casi olvidada.

-Voy a cumplir tu deseo, voy a hacerte revivir el momento en que nos entregamos por primera vez. ¿Te gustaría?

-Más que nada en el mundo Miguel.

Comenzó su melodía de caricias. Acariciaba mi cuerpo y me despojaba de mi ropa como si estuviera tocando las teclas de un piano, con suavidad pero con firmeza, tocando los resortes que me agitaban. Me hizo el amor con lentitud premeditada, deleitándose en las formas de mi cuerpo, saboreando mi boca, regalando mis oídos con sus gemidos, y así me llevó, una vez más a tocar las estrellas que desde el cielo eran testigos de un amor rescatado del olvido.



EPÍLOGO

La aparición de Miguel tuvo una explicación lógica. Había sido una plan preconcebido por Violeta y por... Ángel, que a la postre resultó ser el nuevo amor de mi amiga. Todo comenzó con una visita que hizo Miguel a este último ante la tardanza de mi decisión. Miguel no se atrevía a comunicarse conmigo y se le ocurrió que tal vez Ángel supiera algo de mí. Contactaron con Violeta y entre los tres urdieron un plan. El primer paso de ese plan fue la supuesta carta que Miguel entregó a Violeta para que me la hiciera llegar. Su contenido era sólo un revulsivo para intentar hacerme reaccionar. Fue un poco cruel por su parte, de hecho, según me contaron, al principio Miguel no quería escribirla, sin embargo hizo el efecto deseado: darme cuenta de que le quería y de que no podíamos perder el tiempo más. A cuenta de todos aquellos contactos Violeta y Ángel se cayeron bien y... bueno, ahí están, de novios, felices. Me alegré mucho por ellos. Mi amiga se merecía un hombre que la quisiera de verdad y la valorara como se merece y sin duda Ángel reúne esas condiciones.

Por mi parte yo soy feliz al lado de Miguel. Pedí traslado en el trabajo y me vine a vivir con él a Sevilla. No sé si estaremos juntos toda la vida. Precisamente la vida misma me enseñó que a veces no todo sale como nosotros queremos. Pero lo que sí tengo claro es que voy a disfrutar el presente intensamente y a darle todo el amor que no le pude dar durante esos quince años que el destino nos mantuvo separados.


FIN

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