martes, 15 de diciembre de 2020

El largo camino hacia la indiferencia

 



Hoy hace un mes que todo terminó. No sé cómo estoy. No sé lo que siento. Pensé que lo iba a pasar peor, que no pararía de llorar por las esquinas, pero no ha sido así. He llorado poco, momentos puntuales en los que los recuerdos me atenazaban de tal manera que no podía reprimir las lágrimas por más empeño que ponía. Entonces intentaba pensar en otra cosa, sobre todo si no estaba sola. Es jodido llorar cuando los que te rodean no tienen ni idea de qué es lo que te provoca el llanto, pero evidentemente no le puedo decir a mi marido que hace un mes mandé a mi amante a la mierda.

Mi amante… no me gusta nada esa palabra. Puede que para él yo solo fuera eso, pero para mí él era algo más, mucho más, era la tabla de salvación a la que me aferraba para huir de un matrimonio del que apenas queda un poco de cariño, un puñado de palabras y muchos reproches callados; era mi amor, así de simple; era el hombre que conocí un día, tal vez a destiempo, y del que me enamoré como una adolescente. Nadie, solo yo, sabe cuánto le quise, o quizá debería decir cuánto le quiero, porque desgraciadamente no puedo pulsar un botón y borrar los sentimientos. Le quiero, y le dejé porque me cansé de sus desprecios solapados, de sus humillaciones vestidas de sinceridad, de sus mentiras disfrazadas de palabras hermosas. Le dejé porque desde hace tiempo sabía que era lo que él deseaba, terminar con esta relación que le había alegrado la vida en determinado momento, pero que ya no le servía, porque ese momento ya había pasado, y ahora yo solo le provocaba remordimientos, yo solo era el testimonio de su infidelidad, el único obstáculo en su tranquila vida de pareja.

Sé que debí de irme de su lado mucho antes. Puede que nunca debiera estar a su lado, pero me enamoré y él también decía quererme. Pensé que mi amor sería suficiente para inclinar la balanza a mi favor, le di todo lo que soy capaz de sentir, pero no, no fue bastante y al final me tuve que marchar, al final comprendí que nunca me iba a querer como yo a él y que estando con él solo conseguía alargar un poco más mi sufrimiento.

No dejo de preguntarme el porqué de todo esto, tampoco dejo de preguntarme por qué soy yo la que tiene que salir perdiendo, aunque cada vez me lo pregunto menos, ya no tiene mucho sentido. Tengo que centrarme en dejar de quererle, no quiero ni siquiera odiarle, solo deseo que llegue el momento en que todo lo relacionado con su vida me resulte indiferente, que me dé igual si le veo o no, cómo estará o dejará de estar, que no duela su recuerdo. Todavía es pronto, pero sé que lo conseguiré porque hoy hace un mes que todo terminó y he sido capaz de escribir esto sin ni siquiera sentir pena, sin llorar, sin sentir ganas de llorar, aunque le quiera aun, aunque aun piense que nunca, nunca, podré dejar de amarle.

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