lunes, 28 de diciembre de 2020

Te esperaba desde siempre - Capítulo 2

 



       – Vengo para quedarme, voy a trabajar en el Instituto del pueblo – dijo de forma escueta.

       – ¿A quedarte? – Jorge abrió mucho los ojos mostrando su sorpresa – ¿Y tu novio…?

      – Lázaro me dejó – respondió, siendo consciente de que era la primera vez que pronunciaba aquellas palabras sin echarse a llorar. 

       – ¿Que te dejó? ¿que Lázaro te dejó? Pero si estabais....no entiendo nada.

   Lucía se levantó de la mecedora y se acercó al amplio ventanal. Fuera el día tocaba a su fin y el horizonte se teñía de un naranja intenso. A pesar de que el verano daba ya sus últimos coletazos, todavía hacía mucho calor, cosa extraña en los suaves veranos norteños.

   – ¿Te acuerdas de aquel primer verano que no vine de vacaciones con mis padres? – preguntó de manera retórica – No vine porque durante el  invierno había conocido  a Lázaro y no quería separarme de él. Era el chico más popular del Instituto. Guapo, agradable al trato, estudioso…. Intentaba fundar una revista literaria en el colegio, cosa que a mí me llamó poderosamente la atención. Siempre fue un tipo culto y emprendedor, un líder. Además sabía como tratar a las chicas y por eso las traía a todas de cabeza. Yo no fui diferente. Me enamoró su dulzura, su forma de hablarme, de mirarme sólo a mí sin importarle las otras jóvenes que suspiraban por captar su atención. El día que me propuso que fuéramos novios yo cumplía 16 años. Fue el cumpleaños más feliz de mi vida.

      No creas que no me acordaba de ti. Mi conciencia me decía una y otra vez que al final del curso, con el comienzo del verano, tú estarías aquí, esperándome, deseando volver a besarme en la boca como te habías atrevido a hacer el último día de nuestras últimas vacaciones juntos. Soñé despierta tantas veces con aquel beso... lo recordé tantas veces… Pero a los 16 años pasamos del amor al desamor en menos de nada y yo pasé de estar enamorada de ti a estarlo de Lázaro sin apenas darme cuenta. Por eso aquel verano les dije a mis padres que no venía a Galicia, que me quedaba en Madrid con mis abuelos. Y no he vuelto hasta hoy.

      Lázaro y yo nos hicimos novios. Supongo que éramos muy jóvenes, pero durante todo este tiempo él permaneció  a mi lado y jamás sospeché que todo acabaría de la forma que lo hizo. Cuando mis padres murieron en aquel horrible accidente salí adelante gracias a él. Siempre estuvo ahí, ayudándome, infundiéndome todo el aliento que necesitaba cuando las fuerzas me fallaban. Pero...ya ves, todo se acaba.

    Hace unos meses, casi sin darme cuenta, Lázaro empezó a comportarse de forma rara, siempre estaba de mal humor, se excusaba constantemente en el  trabajo para evitar hacer cosas que antes siempre compartíamos... en fin, un montón de historias, de detalles que serían muy largos de contar. Y llegó el día en que  me dijo eso de “tenemos que hablar” y sospeché que todo se había terminado. No se anduvo con muchos rodeos, recurrió a lo típico, ya sabes, que se había dado cuenta de que me quería como una amiga, que no deseaba hacerme daño, que era mejor dejarlo ahora que más adelante....

      Lucía se separó de la ventana y se sentó al lado de Jorge. Él la miraba fijamente y ella reconoció en sus ojos al amigo de antes, al de siempre, que en aquel preciso instante destilaba asombro y tristeza.

    – No intenté detenerlo – prosiguió – en cuanto dio por finalizado su discurso se marchó y yo me quedé allí, en medio de aquellas cuatro pareces vacías, sintiendo que el peso de la soledad y su desprecio caían sobre mí como una losa de plomo.  Durante tres días me atiborré a tranquilizantes, metida en la cama, durmiendo casi de manera continua, sin comer, sin asearme, sin contestar a un teléfono que no cesaba de sonar y que me sacaba de mis casillas. Al tercer día María, mi mejor amiga, entró en el piso y me levantó de la cama. Hizo todo lo posible por animarme, como hacen las buenas amigas, las incondicionales, esas que están ahí siempre y de las que sabes que pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, nunca desaparecerán de tu lado... Eso pensaba yo que era María para mí, hasta que en un arranque de sinceridad me confesó que Lázaro estaba con otra mujer y que esa otra mujer era ella. Me lo decía porque no quería engañarme, en nombre de la buena amistad que nos había unido siempre y que según ella debíamos mantener. No me digné ni a contestarle, no merecía la pena, simplemente  la eché de mi casa, sin más. Parecía que todo se volvía en mi contra, que nunca iban a dejar de ocurrirme desgracias, pero la visita de mi “amiga” en lugar de hundirme más en el abatimiento me dio fuerzas para salir adelante. Si querían verme hundida no lo iban a conseguir. Fue entonces cuando decidí romper con todo y marcharme, lejos, lo suficientemente lejos para que ni uno ni otro pudieran entrar de nuevo en mi vida, a un lugar donde no tuviera prácticamente ninguna posibilidad de encontrarlos. El problema era el trabajo. Necesitaba un concurso de traslado para poder venirme. Entonces me acordé de Don Marcial, un alto cargo del Ministerio de Educación al que mi padre le había llevado algún caso con bastante éxito. El día del entierro de mis padres, cuando se acercó a darme el pésame,  me ofreció su ayuda para cualquier cosa que necesitara. Evidentemente tomé su ofrecimiento como un mero cumplido,  no tenía pensado pedirle nada, pero la ocasión se presentó casi sin quererlo. Después de darle muchas vueltas fui a hablar con él, le conté lo que me había sucedido y le pedí, si ello fuera posible, que me dieran una plaza en cualquier instituto de La Coruña. Me dijo que no me preocupara, que ya buscaría la forma, y apenas unos días más tarde recibí su llamada con la buena noticia, la primera en mucho tiempo. Me envían en comisión de servicios por dos años, con posibilidades de concursar y quedarme con la plaza definitivamente. Así que  puse el piso en venta a un precio irrisorio y en seguida encontré comprador. Y no hay mucho más que contar. Soy la nueva profesora de literatura del Instituto del pueblo.

  Jorge la miró en silencio durante un rato, como si no acabara de asimilar todo lo que le acababa de contar, luego sonrió y le dijo:

    – Lo siento, jamás me hubiera imaginado que… bueno que te hubiera ocurrido todo eso.

    – Supongo que son etapas de la vida. Lo olvidaré, para eso he venido aquí. A comenzar de nuevo. Me gustaría buscar un sitio en el que vivir, seguro que por el pueblo hay alguna casita pequeña y cómoda, tampoco necesito gran cosa.

      – No hace falta, aquí hay espacio para los dos.

     – No  Jorge, yo no quiero molestar.  He venido aquí a cambiar de aires, a iniciar una nueva vida y olvidarme de todo. Sospecho que, por lo menos durante un tiempo, no seré muy buena compañía. Además sé que todo esto ha ocurrido muy de repente y tú tienes derecho a disfrutar de tu  intimidad. Te agradezco mucho tu hospitalidad, pero me quedaré sólo unos días, mientras encuentro algo donde meterme.

    – Te  aseguro que no me molestas en absoluto, al contrario. Estoy seguro de que será agradable disfrutar de compañía, tener alguien con quien hablar al final de la jornada en lugar de encontrarse únicamente con cuatro paredes.

    – Te entiendo. La soledad obligada es muy dura. Pero siempre quedan los amigos, esos que están ahí siempre que lo necesitas.

    – Desde luego. Y hablando de amigos, esta misma noche viene a cenar una pareja que estoy seguro te encantará conocer.

    – ¿Una cena? No me digas que he venido a estropearte algo.

    – Por supuesto que no. Natalia y Pedro son mis mejores amigos y solemos reunirnos los fines de semana a cenar, en su casa o en la mía. Natalia es enfermera en el centro de salud en el que trabajo y Pedro es profesor de Historia en el instituto del pueblo. Será tu compañero y podrás conocerle de antemano. Ahora, si quieres puedes descansar un poco. Te enseñaré tu habitación.

     Jorge condujo a Lucía al piso de arriba y la llevó hasta una habitación amplia situada en la parte de atrás de la casa. Parecía una habitación infantil.

– En este cuarto guardo algunas cosas que conservo de mi infancia. Pero si te quedas puedes decorarla como tú quieras. Todo esto lo podemos meter en el garaje.

Lucía asintió con un gesto. Le gustaba la estancia, aunque tuviera ese aire infantil. Cuando Jorge se marchó, se sentó en la cama. Estaba cansada pero le había agradado mantener aquella conversación con su amigo. Poder desahogarse, liberarse de sus demonios, contarle a alguien lo que le había ocurrido por primera vez sin derramar una lágrima, había tenido un maravilloso efecto, como si estuviera recuperando de nuevo las riendas de su vida.

Se descalzó y se recostó en la cama, sin quitarse los vaqueros ni la camiseta de algodón verde que la había acompañado durante todo el día. Se sentía un poco cansada pero no tenía sueño, y como no quería que los invitados amigos de Jorge tuvieran que esperarla, se levantó, cogió ropa limpia de la maleta y se dirigió al baño a darse una ducha. Estuvo largo tiempo debajo del chorro, disfrutando de la calidez del agua acariciando su piel, enjabonándose con parsimonia el cuerpo y el cabello. Cuando finalmente cerró el grifo escuchó voces en el piso de abajo, señal de que los amigos de Jorge habían llegado. Miró el reloj y vio que eran poco más de las nueve de la noche. Se dio cuenta de que no había comido nada desde las doce de la mañana y sintió apetito. Se vistió con unas ligeras mallas negras y una holgada camiseta de algodón blanca. Se peinó un poco el pelo húmedo y se dispuso a bajar al salón.

Allí Jorge estaba poniendo la mesa ayudado por la pareja. Los observó un momento desde lo alto de la escalera. Ella era una chica menuda y bien proporcionada, de larga melena rubia y lisa, ojos negros y sonrisa de dientes blanquísimos. Hablaba muy deprisa y con un tono de voz ligeramente alto. A Lucía le pareció una chica muy alegre. El muchacho, por el contrario, parecía más tímido y físicamente era del montón. De estatura normal y complexión fuerte, llevaba el pelo muy corto, casi al cero, aunque se podían apreciar las pronunciadas entradas que aquél formaba en su cabeza. Tenía unos bonitos ojos verdes y una agradable sonrisa y al contrario que su novia, hablaba de manera pausada y poseía una voz cálida y envolvente. A Lucía le gustaron ambos, cada uno en su estilo, y se dijo que no era mala manera de comenzar. Al lado de Jorge y con dos amigos nuevo amigos.

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