martes, 29 de diciembre de 2020

Te esperaba desde siempre - Capítulo 3

 


– Hola – dijo tímidamente, puesto que los demás no se habían dado cuenta de su presencia.

Los tres se dieron la vuelta al unísono y la miraron. Inmediatamente Jorge hizo las consabidas presentaciones, aunque la pareja ya estaba al tanto de su presencia en la cena.

– Aquí está – dijo Jorge sonriendo –, se llama Lucía y acaba de llegar de Madrid para quedarse. Será compañera tuya en el Instituto, Pedro, la nueva profesora de Lengua y Literatura.

Ambos la saludaron con efusión, la chica hablando por los codos, comentando lo contenta que se iba a sentir, lo bien que iba a estar y lo estupendo que se lo iban a pasar todos juntos. Él, sin embargo, se interesó más por su nuevo trabajo en el instituto y le puso al corriente de algunas cosas, todo ello mientras cenaban. Lucía, efectivamente, se sintió bien en aquel ambiente que la estaba acogiendo con cariño. Sin embargo miraba a la pareja que se sentaba en frente a ella y pensaba que, el fondo, le daban un poco de envidia. Para ella siempre había sido muy importante el amor, el querer y sentirse querida, y después de tantos años la estabilidad que creía haber encontrado se le escapó de las manos de un día para otro y sin que se lo esperase. Por eso sentía cierta animosidad ante la felicidad de aquellos dos que parecían tenerlo todo. Ella poseía algo de dinero en el banco y todas sus pertenencias encerradas en dos maletas, sólo cosas materiales, pero ya no había nadie a su lado, nadie que la abrazara, que la besara en la mejilla de manera espontánea, sin motivo aparente, que le dijera lo mucho que la quería mientras acariciaba su pelo sentados en el sofá, viendo cualquier película en la televisión.

Intentó disipar de su mente aquellos pensamientos que sólo conseguían atraer de nuevo a la tristeza y centrarse en la algarabía que se forjaba a su alrededor. Jamás había sido Lucía persona de muchas juergas ni de estridencias, más bien al contrario, sin embargo aquella noche necesitaba implicarse en la alegría que, sobre todo Jorge y Natalia, derramaban sobre la mesa.

     Aquella noche, cuando finalmente se metió en la cama, pensó en su nueva vida y en el reto que tenía por delante. Esa existencia diferente que tanto había ansiado estaba allí, era real y tangible, y debía afrontarla sola, sin más apoyo que el de un amigo de la infancia  con el que ni siquiera sabía si tenía algunas cosas en común más que un montón de recuerdos caducados. Pero daba lo mismo. Curiosamente nada le importaba más que romper con el pasado y tomar un camino diferente, ni mejor ni peor al andado hasta entonces, simplemente distinto, nuevo, un camino que le permitiera respirar de nuevo. Y estaba decidida a resistir los inconvenientes, a desafiar al futuro.

   Con aquellos ánimos renovados, lo comienzos no fueron tan difíciles como había imaginado. Pronto empezaron las clases y en el ambiente del instituto se sintió a gusto. La mayoría de los compañeros eran buena gente y los muchachos, en general, eran sanos, respetuosos, con  ganas de aprender y de superarse, chicos que todavía valoraban la relación estrecha con los amigos, el poder estar en la calle conversando o jugando, el pasarse las horas sentados en un banco del parque, viendo la gente pasar y haciendo comentarios sobre éste o aquél sin mas motivos que divertirse un rato sin hacer daño a nadie. Le recordaban tanto a ella a su edad que en alguna ocasión se sintió de regreso  a una adolescencia que todavía se le antojaba muy cercana.

    Le encantaba dar clase, siempre había sido así, y desde que había comenzado en aquel nuevo instituto disfrutaba haciéndolo más que nunca. Así las cosas, su vida poco a poco fue convirtiéndose en una agradable rutina. Pasaba las mañanas en el instituto, y  las tardes en casa preparando las clases. Por las noches se reunía con Jorge en el salón. A veces charlaban sobre los acontecimientos del día, otras se enfrascaban en la lectura de un libro o miraban algún programa en la televisión. Él hablaba de sus pacientes, ella le contaba de sus alumnos.

Los fines de semana mantuvieron la costumbre de las cenas con Pedro y Natalia, a veces en su casa, a veces en la de Jorge. Era agradable su compañía, charlaban de mil cosas o jugaban a las cartas o veían una película hasta altas horas de la madrugada.

Poco a poco la idea de buscar un piso en el que vivir sola se fue disipando, pues el simple hecho de pensar en  regresar del trabajo y encontrar una casa vacía le producía cierta ansiedad. No le gustaba demasiado la idea y puesto que Jorge se mostraba encantado de tenerla allí, a su lado, resolvió quedarse en su casa compartiendo gastos, así todos saldrían ganando.

       La convivencia con Jorge hizo que de manera inevitable recordara aquel amor adolescente y regresaran a su mente reminiscencias del pasado. Poder pasear por la playa en aquellas agradables tardes de un otoño que parecía no querer llegar, recordando mil cosas que ya creían olvidadas, el gesto de permanecer abrazados, arrebujados en el sofá viendo la televisión, o los momentos de risas compartidas,  aquellos pequeños detalles le hacían pensar en todo lo que parecía haber perdido por no haber permanecido a su lado. Cierto era que había disfrutado de otro amor, de un amor profundo y pasional que tal vez Jorge nunca le hubiera podido dar pero ¿había realmente merecido la pena?  Fue feliz durante el tiempo que duró y seguramente mucha gente pensara que eso era lo importante, disfrutar del momento, de los años que la pasión permanece y cuando se termina… mejor volar y comenzar de nuevo.  Pero Lucía, que siempre fue estúpidamente romántica, todavía creía en el amor para toda la vida y pensaba que, aunque con el paso de los años esa pasión del principio fuera mitigándose, siempre quedaría un sentimiento mucho más profundo. El cariño, la complicidad, la confianza, el apoyo, la fuerza necesaria para levantarse en los momentos duros, la dulzura que hace sonreír en los instantes felices… ese era el amor al que ella aspiraba llegar algún día. Ese era el amor que, tejiendo pensamientos e hilando momentos, a veces pensaba que Jorge podría regalarle.

*

Aquella mañana la consulta estaba a rebosar de gente. El frío había llegado casi sin avisar y había cogido de improviso a la mayoría de la población. Además la campaña de vacunación de la gripe estaba en pleno apogeo y el centro de salud era una hervidero de personas, en su mayoría entradas en edad, que llegaban y marchaban en una frenética carrera contra los virus. Cuando por fin despidió al último paciente eran más de las cuatro de la tarde. Jorge salió al pasillo, sacó un café de la máquina y de nuevo se metió en su consulta, dejándose caer sobre el sillón como si fuera un pesado saco de patatas. Mientras revolvía con parsimonia el café pensó en Lucía y una tenue sonrisa afloró a su rostro. Realmente se sentía bien en su compañía. No le gustaba la soledad y ella había venido a llenar el vacío que a él también le había dejado un amor fallido.

De pronto Natalia entró en la consulta de la manera en que ella siempre lo hacía, como un torbellino.

– Buf, menuda mañanita que hemos tenido – dijo sentándose frente a Jorge –. Nunca he puesto tantas inyecciones en mi vida. A todos se les ha dado por venir hoy, ni que no hubiera más días en el año.

– No te quejes tanto – respondió él sonriendo –, piensa que mañana ya es viernes.

– ¿Y qué? Recuerda que el sábado tenemos guardia de noche, así que ni siquiera podremos llevar a cabo la cenita de rigor. ¡Qué asco, por Dios! Bueno y tú qué – dijo mirando a su amigo y cambiando de tema de pronto –, lo tuyo con Lucía qué.

– Lo mío con Lucía.... hablas como si entre Lucía y yo hubiera algo más que una amistad.

– No te vayas por la tangente. Es evidente que no puede haber nada más. Pero como el otro día me comentaste que a veces te daba la impresión de que sentía algo por ti...

Jorge se revolvió incómodo en su asiento. Era cierto que a veces le daba esa impresión y no había podido evitar comentárselo a Natalia en absoluto secreto, con la simple intención de que ella también la observara y le diera su opinión. Puede que sólo fueran imaginaciones suyas, pero si no era así.... lo último que deseaba era hacerle daño a la muchacha.

– Sí – admitió –, en ocasiones me sigue dando esa impresión, aunque reconozco que yo también tengo parte de culpa.

Natalia hizo una mueca con la boca. No le gustaba nada que los demás se anduvieran con rodeos, querían que fueran directos, como lo era ella, y Jorge a veces tenía ese pequeño defecto, dar vueltas a las cosas antes de ir al meollo del asunto.

– Haz el favor de explicarte.

Lucía es.... es como una niña. Es inocente, tierna, mimosa, cariñosa... La adoro, es la amiga que mejor recuerdo me ha dejado de nuestra niñez y estoy feliz de haberla recuperado, y quiero hacerla dichosa después de todo lo que ha pasado. Sus muestras de cariño hacia mí son constantes y yo no puedo evitar corresponderle de la misma manera. Tengo miedo a que malinterprete mis gestos, incluso mis palabras. A veces me mira como si... como si estuviera enamorada de mí. Me acaricia, me toca el pelo....

Jorge paró de hablar y Natalia se quedó un rato mirándolo fijamente sin decir nada. Después suspiró y dijo:

– Las mujeres solemos ser bastante estúpidas. Ya sabes, el romanticismo.

Jorge soltó una carcajada.

– ¿Romántica tú? No me jodas.

– Bueno, bueno, no te pases, que yo también tengo mi puntito a veces. Pero no estamos hablando de mí. A lo que iba, que a veces hacemos nuestro el refrán ese de que un clavo quita otro clavo y nos prendamos del primero que nos da un poco de cariño, sobre todo después de un fracaso como el que ha pasado esa pobre chica. Si quieres un consejo, creo que tienes que contarle la verdad. O le romperás el corazón – Natalia miró el reloj – Me voy. Y tú deberías hacer lo mismo... y seguir mi consejo.

Salió de la consulta dando un portazo involuntario. Jorge tiró el vaso de plástico vacío a la papelera y decidió esperar un poco más antes de contarle a Lucía la realidad de su vida.



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