sábado, 5 de diciembre de 2020

Ángela - Tercera y última parte

 




Después de aquella noche me instalé con ella, en su casa. Todavía quedaba por delante todo el mes de septiembre y quería disfrutarlo en su compañía. A ratos pensaba que lo que anhelaba realmente era pasar el resto de mi vida a su lado y me preguntaba qué pasaría si no regresaba a Madrid, si en un arranque de valentía seguía sus pasos y me refugiaba en aquel lugar, entre sus brazos, entre aquellos brazos que tiernamente, todas las noches, me estrechaban con una dulzura desconocida. Pero yo no gozaba del coraje suficiente para cometer aquella locura. En mi interior se desarrollaba una lucha permanente entre mi corazón y mi cabeza, entre lo que me gustaría hacer y lo que debería hacer. Y la única conclusión a la que era capaz de llegar era que no quería abandonarla. No quería alejarme de las ocupadas mañanas cuidando de la pequeña Noemí, mientras Ángela pintaba su último cuadro o se ponía a mi lado enseñándome a trabajar el cuero. No quería alejarme de las soleadas tardes en la playa, tendidos al sol perezosamente, sin más ocupación que ver la vida pasar. No quería alejarme de las tardes lluviosas en la casa, viendo una película o jugando a las cartas o al parchís, ni las cenas con René y Claire, ni tantas y tantas pequeñas cosas que tenía olvidadas y que de nuevo había recuperado a su lado. ¿Por qué todo tenía que ser tan difícil? Un día, después de mucho darle vueltas, le propuse venirse conmigo a Madrid.

-¿A Madrid? ¿Para qué? ¿Para que tú estés tan ocupado con tu trabajo que no te quede tiempo para mí y yo esté siempre sola? No cariño, creo que no va a poder ser.

-Aquí también estás sola.

-No es lo mismo. Este es mi sitio, yo en Madrid no pinto nada. Ya estuve allí. Pasé la mayor parte de mi vida allí y no me gustó.

-Ahora vivirás conmigo; no será igual que antes.

Dejó los pinceles, me tomó de la mano y me llevó al sofá. Nos sentamos muy juntos.

-Mateo, cuando te conocí... o mejor dicho cuando me empezaste a gustar...

-¿Y cuándo fue eso, ratita?- le pregunté tratando animar un poco la charla y quitarle trascendencia. Más ella obvió la respuesta.

- Cuando te conocí yo sabía que esto iba a durar justo el tiempo de tu descanso.

-No digas eso Ángela. Si yo casi no me imagino la vida sin ti…

-Claro que te la imaginas, tienes que hacerlo. Todo esto que estamos viviendo está siendo precioso. Es lo más bello que me ha ocurrido en los últimos años. Creo que por vez primera siento que me dan amor y adivino que todo el amor que puedo dar llega a buen puerto. No voy a negar que me gustaría que te quedaras aquí, conmigo, pero no te lo voy a pedir, porque sé que no puede ser. No puedo ni quiero condicionarte tu vida, no quiero que un día puedas echarme en cara que por mí dejaste tu prometedora carrera. Si te quedaras junto a mí y con el tiempo la relación se rompiera yo no tendría nada que perder, salvo a ti, pero tú habrías renunciado a hacer lo que más te gusta, cantar, y tal vez fuera demasiado tarde para retomar lo que por mi causa habrías abandonado. De verdad cariño, cuando te tengas que marchar, hazlo. Nos quedarán los recuerdos de este precioso verano y.... siempre puedes volver a visitarme. Siempre podemos revivir estas semanas.

-Sabes que las cosas no son tan sencillas.

-Las cosas son todo lo sencillas que queramos que sean. Somos los seres humanos los que nos empeñamos en complicarlas

Sabía que tenía razón pero…. También sabía que si me iba, la perdería para siempre.

No volvimos a hablar de mi marcha, corrimos un tupido velo en torno a un tema del que huíamos, más irremediablemente todo llega. Un día cualquiera sonó mi móvil. Desde Madrid reclamaban mi presencia. Los conciertos se habían suspendido, pero había que empezar a trabajar en la grabación del nuevo disco. En dos o tres días tendría que marcharme.

*

Las dos maletas que formaban mi equipaje estaban preparadas junto a la puerta del salón. Ángela, en la cocina, ponía la mesa con gesto ausente. Aquella sería nuestra última comida juntos. Yo la miraba apoyado en el quicio de la puerta. El silencio entre los dos era tan denso que podía cortarse.

-Ángela.

Se volvió hacia mí y me miró con ojos llorosos. Me acerqué a su lado y la apreté muy fuerte contra mi pecho.

-Ángela, debo irme. Me debo a mi público y tú lo sabes.

Ella, entonces, se separó de mí y se sentó en una silla, dejando caer todo el peso de su cuerpo cansado, derrotado.

-No te engañes, Mateo. Las personas no nos debemos a nadie salvo a nosotros mismos.

-Ese es un pensamiento egoísta.

-Oh no, que va. Tú no te debes a tu público, tú quieres darte a tu público. Yo no me debo a nadie, no me debo a ti, pero me quiero dar a ti. Eso no es egoísmo. A lo mejor es difícil de entender, pero estoy segura de que con el tiempo comprenderás que tengo razón. De todas maneras, esta conversación es un poco absurda ¿no? Tienes que marcharte. Da igual a quien te debas o a quien te des.

Cuando el claxon del viejo coche de René sonó fuera y llegó la hora de partir, nos abrazamos. La besé con pasión. Quería llevar el sabor de su boca dentro de mí para siempre.

-Te quiero, mi vida.-le dije.

Ella simplemente me miraba, sin hablar.

-¿No me dices nada? ¿no me vas a decir que tú también me quieres?

-Si me dejara llevar y empezara a hablar te diría tantas cosas, inventaría tantos motivos para que no te fueras de mi lado...ni te lo imaginas. Pero ya sabes que ese no es mi estilo. Así que vete, vete ya de una vez, por favor. No me gustan las despedidas y esta menos que ninguna.

Cogí mis maletas, las metí en el coche del tabernero y partimos hacia el aeropuerto Me fui con el sabor amargo que dejan las despedidas no deseadas. Y juro que en más de una ocasión, antes de que el avión despegara y me separara definitivamente de su lado, a punto estuve de regresar. Pero mi cobardía pudo más que yo y retomé de nuevo mi insulsa y agitada vida de artista.

*


Tres años hubieron de transcurrir antes de que pudiera volver a verla, pero ni un solo día pasó sin que la recordara. Durante todo aquel tiempo, poco a poco, la desidia fue apoderándose de mí. Las giras, los conciertos, las largas horas en los estudios de grabación… todo era demasiado poco comparado con aquel verano que irremediablemente se iba alejando de mi vida aunque no de mi memoria. Si lo que quería era no distanciarme del mundo de la música podía estar vinculado a él de mil formas diferentes y aquel pueblo casi perdido era el lugar perfecto para componer. No le di demasiadas vueltas. Un día, sin que nadie lo supiera de antemano, convoqué una rueda de prensa y dí la noticia de mi retirada. La nueva se divulgó en todos los medios, televisión, prensa, radio… Recibí críticas de muchos sectores, sólo mi familia me apoyó, aunque la verdad es que no me importó en absoluto lo que se dijera o no de mí. Dos días después hice mis maletas y me marché al lugar del que nunca debí haber regresado.

*

Mi primera parada fue la taberna del pueblo. Allí todo seguía igual, el tiempo parecía haberse detenido, los mismos paisanos, y el viejo René, trajinando como siempre detrás de la barra. Levantó la cabeza de su trajín y me miró. Durante un segundo no pareció reconocerme, hasta que finalmente se percató.

-Mateo, hijo -una agradable sonrisa se dibujó en su cara mientras venía a mi encuentro - ¡Pero qué sorpresa!

Nos abrazamos como viejos amigos que éramos.

-Eres la última persona a la que esperaba ver por aquí. - me dijo.

-¿Por qué? ¿No os habéis enterado de mi retirada?

-¿Y cómo no habíamos de hacerlo? Si se llega a retirar el Rey no habría armado la que tú armaste. Pero..., en fin, aquí nadie supuso que fueras a volver.

El rostro del hombre se tornó serio y percibí algo extraño en el tono de su voz que me inquietó.

-No se por qué lo dices. Todos saben lo que me costó marchar y lo mucho que me gusta este lugar.

El viejo pasó por alto mi comentario.

-¿Has visto a Ángela?

-No, todavía no.

-Pues corre a verla. No se por qué pero me da la impresión de que tenéis mucho, muchísimo que hablar. Venga, vete. Y luego vuelve y me cuentas.

Hice lo que me mandaba, salí de la tasca y enfilé en camino de la casa de Ángela con el corazón intentando escaparse de mi pecho y un interrogante en mi cerebro. Sabía que me iba a encontrar con algo desconocido, aunque no lograba dilucidar qué podía ser. Pronto llegué a la casa y, sin atreverme a entrar, me quedé a escasa distancia esperando que en cualquier momento la puerta se abriera y apareciera ella. Hacía calor y tal vez, como habíamos hecho juntos tantas veces, le apeteciera acercarse hasta la playa. Pero no parecía que ello fuera a pasar, así que después de unos minutos, finalmente, me acerqué a la puerta. Estaba entornada y la empujé un poco. Por la rendija entreabierta la pude ver. Allí estaba, pintando. El pelo recogido en un moño medio deshecho. Un pantalón de chandal viejo y una camiseta sucia de pintura eran su indumentaria. Seguía tan bella como siempre. Volver verla me emocionó y no pude esperar más. Empujé la puerta y entré en la estancia. Me miró con ojos asustados.

-¡Mateo!

Soltó el pincel que sostenía entre sus manos y acercándose a mí se echó en mis brazos. Yo cerré mis ojos para saborear mejor la dulce sensación que me producía estar de nuevo a su lado. El olor de su pelo, la suavidad de su piel, su respiración....de pronto me pareció que el tiempo no había pasado, que mi regreso a Madrid había sido un sueño. Era como si aquellos tres años separados se hubieran borrado de un plumazo. Más cuando quise besarla en los labios volteó la cabeza y se libró de mis brazos.

-¿Qué...qué haces aquí? No entiendo...

-¿Por qué todo el mundo se empeña en preguntarme qué hago aquí? ¿Ha ocurrido algo por lo que yo no debiera volver? He regresado por que te quiero y quiero estar a tu lado

Ella intentó contestarme, pero en ese momento un sonido, un grito agudo, salió de su habitación.

-Espera un momento.

Entró en su cuarto y al rato salió con una pequeña en brazos. Era una niña de unos dos años, la tez morena, el pelo rizado, los ojos avellana....no cabía alguna duda de que era su hija. Entonces lo entendí todo. Había llegado tarde. ¿Cómo no se me había ocurrido pensarlo? Debí de haberme informado antes de regresar así, de improviso. Debí de haber comprobado si Ángela todavía sentía por mi el amor que comenzó aquel verano. Pero no lo hice porque, ingenuo de mí, no pensé que nada hubiera cambiado.

La niña me miró con curiosidad desde los brazos de su madre. La abrazaba con fuerza, como temiendo que yo, el intruso, las pudiera separar.

-¿Quién es? -preguntó con lengua de trapo.

-Un amigo de mamá. Ahora vamos a ir a la playa, cariño. El vendrá con nosotras y jugará contigo.

Luego cuchichearon algo al oído. La pequeña no dejaba de mirarme.

-¿Nos acompañas a la playa? Allí podemos hablar mientras ella juega. Creo que tenemos muchas cosas que contarnos.

Eso también pensaba yo.

*

Sentados sobre las toallas, en la arena, ninguno parecía atreverse a dar el primer paso e iniciar una conversación que no se preveía nada agradable.

Ella miraba a la niña, que jugaba con sus cosas en la orilla del agua.

-Es tu hija ¿verdad? –me atreví a decir por fin.

Asintió con la cabeza.

-¡Oh Dios, lo siento, Ángela! Yo no sabía que....pensé que todo continuaría igual. Fui un estúpido. Pero no te preocupes, me iré por dónde he venido. No quiero estropear tu vida.

Ella suspiró profundamente. Luego fijó en mí su mirada y me sonrió.

-No vas a estropear nada. Mi vida sigue siendo la misma que conociste y no hay nadie nuevo en ella, si eso es lo que imaginas.

-Y... ¿el padre?

-El padre está aquí en la playa, sentado a mi lado.

El calor era sofocante y sin embargo mi cuerpo fue sacudido por un escalofrío. El único hombre que había en aquella playa y sentado a su lado, era yo.

-¿Me estás queriendo decir que esa niña es mi hija? – conseguí preguntar por fin

-Eso es lo que te acabo de decir. Julia es tu hija.

Miré a la niña, que chapoteaba a la orilla del mar y de pronto se adueño de mí una infinita ternura.

-¿Sabías que estabas embarazada cuando me fui? – pregunté sin apartar los ojos de la pequeña.

-Solo lo sospechaba.

-¿Por qué no me dijiste nada?

-No podía. Tú querías irte, yo no podía presionarte para que te quedaras. Y si te dijera que creía estar embarazada te estaría presionando. En aquel momento lo hablamos mil veces, ¿recuerdas?

-Esto era diferente Ángela. Me has negado el derecho a estar con mi hija y eso no es justo.

En ese instante me dirigió una mirada cargada de culpabilidad.

-Lo sé y te pido perdón por ello. Es lo único que puedo hacer, puesto que volver el tiempo atrás es imposible. Cuando el médico me confirmó que esperaba un hijo y se lo conté a René y Claire, ellos me aconsejaron que te lo dijera. Pero por una vez en mi vida pasé por alto sus consejos y decidí hacer frente a la situación yo sola, empeñada en que nada debía presionarte para volver a mi lado. No fue fácil. Pensaba en ti cada día, cada segundo de cada minuto. Te eché tanto de menos… lloré tantas noches abrazada a la almohada...

Julia nació una noche de primavera, una noche tranquila y cálida. Cuando la tuve en mis brazos le hablé de ti y en ese instante empecé a pensar que tal vez estuviera equivocada. Días más tarde mi padre vino a visitarme. Le conté todo, tu existencia, mis miedos, mis dudas y él, como siempre, encontró las palabras precisas "No sólo estás negándole el derecho a un padre a estar con su hija, también le niegas a tu hija el derecho a tener un padre. Esa también es una forma de manipulación, Ángela, y no creo que quieras repetir los errores que cometió tu madre contigo". Tenía razón, como siempre. Así que dos meses después del nacimiento de Julia, convencí a René para que me acompañara a un concierto que dabas en Palma.

-El concierto de Palma, es verdad. Fue al verano siguiente de estar aquí. Quise venir a verte, pero no me atreví. Sabía que si lo hacía ya no podría irme de tu lado. Sin embargo si tú fuiste… ¿por qué no te vi?

-Estuve allí. Te vi actuar y en algún momento me dio la impresión de que nuestras miradas se cruzaban. Cuando terminaste me acerqué hacia la zona donde se suponía que estabas. Una mujer me tomó la delantera y se acercó a un guardia. No pude escucharla, pero supuse que preguntaría por ti, porque aquel hombre se marchó y al rato regresó contigo. Dejó pasar a la mujer. Os abrazasteis y os retirasteis juntos. Comprendí que no tenía nada que hacer allí y me marché.

-Sí, recuerdo perfectamente aquella visita. Era mi madre, Ángela. Estaba en Ibiza pasando sus vacaciones y aprovechó para verme.

-¡Tú madre!

-Claro. Yo no tengo a nadie, durante todo este tiempo no he podido pensar en nadie que no fueras tú. Hace unas semanas un conocido semanario del corazón publicó unas fotos mías con una chica. En grandes titulares anunciaba que por fin se me veía con mi novia. Esa chica era la hermana de un amigo. ¿Te enteraste de ello?

Asintió con la cabeza.

-Y te lo creíste.

-Bueno….

-Ahora lo entiendo todo. Nadie pensaba que volvería por aquí porque todos creíais que tenía otra mujer

En ese momento Julia se acercó a nosotros.

-Mamá ¿se lo puedo decir? – preguntó con su vocecilla suave.

Ángela la sentó sobre sus piernas y le dio un sonoro beso en la mejilla.

-Claro cariño, díselo.

-Mi mamá me ha dicho que tú eres mi papá.

Un nudo se me puso en la garganta.

-Pues claro, y he venido para quedarme con vosotras. ¿Te apetece?

La pequeña asintió con una sonrisa y en un gesto espontáneo se acercó a mí, rodeó mi cuello con sus diminutos brazos y siguió a sus juegos.

*

Me gusta vivir junto a ellas, despertar cada mañana sabiendo que están ahí, a mi lado. Hemos desafiado a un destino que parecía estar escrito para nosotros por manos ajenas. Hemos elegido nuestra manera de vivir. No sabemos lo que nos deparará el futuro, pero eso ahora no importa. Sólo deseamos vivir el presente intensamente, estando preparados y decididos a ir abriendo las puertas que la vida nos ponga en el camino






.



No hay comentarios:

Publicar un comentario