viernes, 4 de diciembre de 2020

Ángela - Segunda parte

 


A la mañana siguiente, tal y como habíamos acordado, me acerqué al pueblo. Al llegar a la plaza en la que se ubicaban los puestos del mercado pude verla al frente del suyo, moviéndose entre cuadros y otros objetos. Permanecí un rato medio escondido entre las pequeñas casitas, observando sus movimientos, las sonrisas que les prodigaba a aquellos que se acercaban a su puesto y le compraban cualquier cosa o simplemente preguntaban. De vez en cuando echaba alguna mirada hacia la calle por donde yo tenía que aparecer. Tal vez no fuera así, pero me alegraba pensar que estaba pendiente de mí, que esperaba el momento de verme como yo había estado deseando toda la mañana que llegara el instante de verla a ella. Finalmente me acerqué cuando estaba de espaldas y no podía verme llegar.

-¿Cuánto cuesta este cinturón, señorita? - le pregunté.

-Para usted no más de diez euros -me dijo volviéndose y sonriendo -¿Qué tal Mateo? Me alegra volver a verte.

-A mí también. ¿Cómo va la venta?

-Hoy no ha estado del todo mal. Dentro de un momento recojo. ¿Quieres el cinturón o era una broma?

-De broma nada, claro que quiero ese cinturón.

Ella lo tomó y me lo tendió a la vez que yo le daba los diez euros del precio.

-Para ti el cinturón es gratis. Regalo de la casa.

-De eso nada – protesté – es tu trabajo.

-Quiero regalártelo, me apetece. No te preocupes, que si quieres comprar cualquiera otra cosa te la cobraré.

-Pues muchas gracias, pero entonces, déjame invitarte a comer ¿Hay por aquí algún lugar apto para ello?

-Claro, la tasca de René, en el puerto. Recojo y nos vamos.

El bar de René era el único que había en el pueblo. La ayudé a recoger sus cosas y nos dirigimos al consabido bar, que se encontraba a escasos metros de la plaza.

-René – llamó cuando entramos

El hombre que estaba detrás de la barra se acercó a ella con una gran sonrisa. Sus cabellos blancos y su espesa barba le daban el aspecto de un auténtico lobo de mar.

-Hola, Ángela. Buena mañana ¿verdad?

-Realmente buena. El tiempo es magnífico y el barco ha traído un buen grupo de turistas. He conseguido vender tres cuadros.

-Eso es realmente fantástico. – dijo el hombre.

-Sí que lo es. Escucha René, ¿podrías guárdame estos trastos y prepararnos la mesa del fondo, esa que está medio escondida? Vengo con mi amigo y queremos un poco de tranquilidad. Ya sabes.

-Eso está hecho - dijo el tabernero con un guiño.

Al poco rato estábamos sentados a la mesa dando cuenta de un suculento pescado fresco.

-René es un encanto – me contó Ángela - él y su mujer me ayudaron mucho cuando llegué al pueblo. Los quiero como si fueran mis padres.

-¿No tienes padres?

-Si, pero...bueno, es una historia muy larga de contar y además no creo que te interese escucharla.

Se equivocaba, cada minuto que pasaba a su lado era un acicate más para saber de su vida, de su pasado y de su presente. Me di cuenta de que en mí estaba naciendo un sentimiento nuevo y desconocido hasta el momento, acaso sería amor. Hasta entonces mis historias no habían pasado de unas cuantas noches de pasión, pero lo que imaginaba a su lado era diferente, mágico.

Cuando hubimos terminado de comer, Ángela se levantó para ir a saludar a la esposa del mesonero. Éste, amable y cordial, se acercó hasta la mesa.

-¿Le ha gustado la comida? – preguntó.

-Realmente buena, hacía tiempo que no comía un pescado tan fresco.

-Seguro que no. Me lo traen recién pescado- me miró un rato y luego siguió hablando- Tengo un amigo pescador que todas las mañanas se pasa por aquí de regreso de la faena y me deja lo que traiga.

-Pues se nota, porque estaba delicioso.

-Ya lo creo.

El hombre, cuyo acento al hablar denotaba su procedencia extranjera, me observó durante unos segundos, tras los cuales continuó su conversación.

- Muchacho tú, ¿eres un conocido cantante? – se atrevió a preguntarme finalmente.

-Sí, lo soy, y he venido aquí buscando un poco de tranquilidad así que le ruego por favor...

-No no, tranquilo. Yo no voy a decir nada. Sólo que me extraña que Ángela y tú... ¿os conocíais de antes?

-No, la conocí hace unos días, en la playa.

El viejo bajó la cabeza y durante unos minutos se quedó así, mirando al suelo. Yo me sentí incómodo por su actitud y su silencio, mas finalmente me volvió a hablar.

-Mira hijo, no quiero que pienses que me meto dónde no me llaman. Pero la vida de los artistas es...bueno, como es. No diría licenciosa, pero sí un poco desordenada quizá. Lo que te quiero decir es que tú estás aquí de vacaciones y querrás divertirte. No la utilices a ella, no se lo merece. Ángela es un ser especial que no ha tenido una vida fácil. No le hagas daño, por favor.

No supe qué contestarle, tanto me sorprendió su advertencia, si es que pudieran llamarse así sus palabras, cargadas de cierto reproche. Simplemente asentí con la cabeza mientras lo veía alejarse hacia su lugar, detrás de la barra. Más su consejo no hizo otra cosa que acrecentar mi curiosidad sobre aquella preciosa mujer y su, al parecer, agitada vida.


Ángela y yo comenzamos a vernos todos los días. Pasábamos las tardes en la playa y por las noches cenábamos en el bar de René. Las sobremesas solían prolongarse charlando con el tabernero y su mujer hasta bien entrada la noche.

Cada día que pasaba comprendía más a Ángela y su satisfacción por vivir en aquel lugar. Confieso que en muchas ocasiones, en la soledad de mis noches, me replanteaba mi supervivencia y me preguntaba si merecía la pena perderse aquella manera de existir, de disfrutar de las cosas pequeñas de cada día que tan feliz me estaban haciendo durante aquel verano inesperado.

Una noche de aquellas en las que las conversaciones se prolongaban después de la cenan comenzamos a hablar de nuestros respectivos periplos personales. René y su mujer Claire, habían llegado a la isla hacía ya muchos años procedentes de su París natal. Antes de asentarse definitivamente en el pueblo solían pasar en él sus vacaciones estivales, pues eran unos enamorados del paisaje y de la tranquilidad que se respiraba. René y Claire tenían una hija, Odile, que había fallecido en un desgraciado accidente de coche recién cumplidos los doce años. El golpe fue tan fuerte y los recuerdos dolían tanto que un día quisieron romper con todo y comenzar una nueva vida en aquel apacible pueblo que los acogía todos los estíos. Habían pasado muchos años desde su tragedia y el tiempo fue mitigando el dolor por la muerte de su pequeña.

-No del todo - decía Claire con un leve acento francés - nunca olvidas de todo, pero hemos conseguido sobrevivir. Este pequeño pueblo y sus gentes nos han salvado. Y desde que llegó Ángela es como si nuestra hija hubiera vuelto con nosotros.

El hombre asentía a lo que decía su mujer sonriendo, mirando a Ángela con una expresión de cariño paternal en su rostro.

-Claro que sí, mi viejito -le dijo ella - ya sabes que el cariño es mutuo.

-¿Y tú Mateo? Llegar a la cima del éxito no debe ser nada fácil – repuso Claire.

-En realidad lo mío fue fundamentalmente cuestión de suerte. Siempre me gustó la canción y en el Instituto formé un grupo con unos compañeros. Pronto comenzamos a tocar en pubs y en alguna sala de fiestas. Un día un empresario discográfico se fijó en nosotros y quiso lanzarnos a la fama. Grabamos un disco, que no tuvo demasiado éxito y finalmente mis compañeros tomaron otros caminos. Yo continué…. Y aquí estoy. Trabajé duramente y al final di con una casa discográfica que me respaldó y me ayudó a estar dónde estoy.

-¿Y no te cansas de esa vida? Estar siempre de aquí para allá, entre concierto y concierto... sin tener casi ni una casa fija. Tiene que ser bastante duro ¿no es así?- dijo Ángela.

-Lo es, pero si queréis que os diga la verdad siempre llevé un ritmo tan frenético de trabajo que es ahora cuando me doy cuenta de ello. Hacía tiempo que no disfrutaba de tanto sosiego

El viejo René soltó una risa ahogada.

-¿Lo ves Ángela? Este pueblo tiene magia. Todo el que lo conoce se quiere quedar.

-De verdad que sí. ¿Os acordáis la primera vez que entré en la taberna, medio asustada, con aquella enorme maleta y sin saber a dónde dirigirme?

-Claro que sí, pequeña, cómo no hemos de acordarnos.

Me arrellané en mi asiento dispuesto a escuchar. Parecía que por fin conseguiría enterarme de los motivos que habían empujado a Ángela a abandonarlo todo y refugiarse en aquel rincón del mundo. Pero no tuve suerte, pues la climatología se alió en mi contra y en ese preciso instante se dejó escuchar a lo lejos el inquietante sonido de un trueno

-Viene la tormenta -comentó René – era lo esperado después del sofocante calor de esta tarde. Pronto comenzará a llover.

Ángela se levantó de repente de su silla y quiso marcharse con premura.

-Me voy. Los truenos y los relámpagos me aterrorizan, así que quiero llegar a mi casa antes de que la tempestad caiga sobre nosotros. ¿Vienes Mateo?

Me despedí del agradable matrimonio y salí del bar junto a ella. Fuera se había levantado un viento desagradable y el cielo plomizo amenazaba tremendo aguacero. Ángela caminaba deprisa y en silencio. El miedo le brotaba por los poros de la piel. No pude evitar reírme.

-¿Por qué vas tan rápido? Pareciera que te persigue el mismo demonio -le dije.

-No te rías y apura, que va a llover y relampaguea en el horizonte.

Las primeras gotas comenzaron a caer cuando faltaban unos metros para llegar a su casa. Sin embargo, y a pesar de la escasa distancia, cuando alcanzamos la puerta ya caía un fuerte aguacero.

-Entra por favor – me dijo – no te puedes ir a tu casa ahora, te pondrías pingando

Me introduje en la casa detrás de ella. Encendió las luces y me vi en el interior de un amplio salón decorado de manera sobria y sencilla.

-No creo que pare de llover y es muy tarde, si quieres puedes quedarte aquí esta noche.

Sin darme tiempo a contestarle un trueno resonó en la estancia y nos quedamos a oscuras

-Por favor, quédate – casi imploró con voz llorosa.

Fue a la cocina y regresó al salón con unas velas.

-Qué, ¿te quedas o no?

-¿Me estás haciendo una proposición indecente? -le pregunté medio en serio, medio en broma.

-Tómatelo como quieras, pero quédate, por favor. Me muero de miedo y no soportaría pasar la noche sola con la tormenta encima

-Me quedaré con una condición

-¿Cuál?

-Desde que te conocí me muero de la curiosidad por conocer las razones que te han empujado a venir aquí. Todos hablan de ello pero yo no sé la historia. Me gustaría conocerla

Sonrió y se acercó a mí.

-La gente exagera. Pero si tú quieres yo te lo cuento todo de mí. Acomódate en el sofá ¿Quieres tomarte algo? ¿Un cacao tal vez?

-Un cacao es perfecto.

Se dirigió de nuevo a la cocina y al cabo de un rato volvió con las dos tazas humeantes. Me tendió una y se sentó a mi lado

-La verdad es que no sé por dónde empezar.

-Por el principio estará bien.

-Sí, estaría bien si supiera cuál es el principio. Quizá mis orígenes sean el principio. Mis propios padres, que se separaron al poco tiempo de nacer yo. Mis padres eran, son, dos seres absolutamente antagónicos y el vivir entre el mundo de uno y el de otro me marcó profundamente. Ellos pertenecían a dos realidades completamente diferentes. Mi padre provenía de una familia humilde que con mucho esfuerzo consiguió enviarlo a la Universidad. Eran los últimos años del franquismo. En el ambiente flotaban aires de cambio y mi padre, que era un bohemio y un idealista, estaba metido en cuanto lío de formaba. Mi madre, sin embargo, era una niña rica, hija de un conocido empresario de entonces. La educaron como a una señorita que no debía esperar más de la vida que casarse con un buen partido, aprender a bordar, criar los hijos, cuidar de la casa…. Ya sabes. Pero conoció a mi padre y se encaprichó de él. Mis abuelos pusieron el grito en el cielo cuando supieron que su única hija salía con un estudiante de filosofía, medio rojo, revolucionario y además, lo más grave, un muerto de hambre. Pero mi madre, que siempre fue muy cabezota, soportó todos los castigos que le echaron encima y sus propios padres acabaron cediendo y permitiendo esa boda, un matrimonio que desde el principio estaba abocado al fracaso. Aquello, evidentemente, duró un suspiro. Mi padre no podía darle todo lo que ella anhelaba. No podía darle ni estabilidad, ni tampoco dinero. Cuando terminó la carrera no se preocupó de buscar trabajo. Sus ocupaciones eran esporádicas, mal pagadas y a veces rozaban la ilegalidad. Para él eran más importantes sus reuniones de partido, su lucha por llevar el país a la democracia y sus idealismos. Quería a mi madre, estoy segura de ello, de hecho, aún hoy en día, habla de ella como el gran amor de su vida, mientras que mamá, sin embargo, habla de él como su gran error.

No los recuerdo jamás juntos, pues se separaron apenas unos meses después de nacer yo. Naturalmente, me quedé con mi madre, lo cual, por aquel entonces, era inevitable siendo sólo un bebé. Supongo que ahí comenzó mi odisea personal, casi desde la cuna.

Ella era, y sigue siendo, una persona autoritaria en extremo, acostumbrada a imponer siempre su criterio, de la misma forma que la educaron. Y así me crió. Con una disciplina férrea, casi militar. Pero fui creciendo y me di cuenta de que la vida al lado de mi padre era muy distinta. El no me imponía nada, él me explicaba las cosas cuando no las entendía y me dejaba elegir cuando consideraba que debía ser así. Por otro lado, y lo que es más importante, mi padre me daba un montón de cariño, y con ello no quiero decir que mi madre no me quisiera, pero su carácter frío le impedía demostrarlo. Sin embargo papá me regalaba todas las caricias y todos los besos que ella no sabía darme.

Cuando llegué a la adolescencia la convivencia con ella se hizo insoportable y quise irme a vivir con mi padre, pero por supuesto me lo prohibió. Aducía que no estaría bien atendida, que mi padre apenas tenía recursos para mantenerse a sí mismo y que no podía permitir que yo viviera en medio de la miseria. Puede que tuviera algo de razón, pero yo hacía tiempo que me había dado cuenta de que prefería no tener tantas cosas materiales y más calor humano.

Al no conseguir mi propósito me rebelé y me volví cada día un poco más díscola, aunque para lo único que me servía aquel carácter que me iba forjando a golpe de desencantos era para pillar rabietas y soportar castigos cada dos por tres.

Cuando llegó el momento de iniciar mis estudios universitarios la cuerda que nos agobiaba se tensó un poco más. Yo quería estudiar Bellas Artes, pero ella tenía programada mi vida laboral, así que debería estudiar Económicas para después pasar a ocupar en la empresa de su marido (pues se había casado de nuevo, esta vez con su media naranja) un cargo importantísimo. Discutíamos sin cesar sobre el tema, hasta que me amenazó con no pagarme carrera alguna si no estudiaba lo que ella quería. No me quedó más remedio que transigir, aunque si todo hubiera ocurrido hoy, no lo hubiera hecho. Por aquel entonces era todavía una niña que no tenía fuerzas ni medios para enfrentarme a ella de verdad. No obstante la convencí para que me permitiera ir a clases de pintura. Accedió de mala gana, no sin antes advertirme que no sabía por qué me empeñaba en hacer semejantes tonterías que no valían para nada.... ¿Te aburro?

-Por supuesto que no, todo lo que cuentas me interesa mucho. No has sido feliz ¿verdad?

-Ahora lo soy. Aunque siempre hay cosas que enturbian esa felicidad de la que creemos disfrutar.

-Pero sigue contándome.

-Estudié Económicas, como ella quiso. Me costó un poco, porque me parecía una carrera horrible, pero conseguí terminarla. Inmediatamente me pusieron a trabajar en la empresa de mi padrastro. Y como, aunque no esté bien decirlo, era buena, y además, era de la familia, fui ascendiendo puestos de manera vertiginosa, hasta que me vi como jefa del departamento de finanzas. Entonces empezó mi infierno. Yo solo tenía veinticuatro años. Estuve cinco trabajando como una loca, sin tener tiempo para mí, metiéndome cada vez más en una espiral que parecía no tener salida. Me levantaba a las 6 de la mañana y regresaba a casa a las diez de la noche. Mi vida eran reuniones, viajes, estar pendiente del móvil, con el portátil a cuestas....Me convertí en una máquina de hacer dinero. Algunos meses ganaba más de seis mil euros. Pero no tenía tiempo para disfrutarlos, ni amigos con quien hacerlo.

Una noche, en una de aquellas estúpidas fiestas de empresa, alguien me ofreció una raya de coca. "Aguantarás toda la noche sin cansarte". Y la esnifé. Y después de aquella hubo alguna más. Iba cuesta abajo y sin freno. En una de mis visitas a mi padre, él se dio cuenta de que algo no marchaba bien. Comenzó a hacerme preguntas y yo acabé confesándole todo lo que me ocurría. Se asustó cuando le dije que esnifaba cocaína de vez en cuando para mantenerme despierta y con energía. Pero por suerte lo tenía a él para salvarme. Recuerdo perfectamente sus palabras. "Ángela, cariño, en esta vida hay cosas mucho más importantes que el dinero y el trabajo. A veces es mejor vivir con lo justo y disfrutarlo, que tener muchos millones y ser un desgraciado. Apártate de todo eso. Vive". Me habló de este lugar y me lo recomendó para pasar unas semanas de descanso. Me vine sola, con el móvil apagado y sin contacto con nadie. Me hospedé en el hostal del pueblo. Conocí Rene y a Claire, pues comía y cenaba con ellos todos los días. Y sobre todo, tuve mucho tiempo para pensar. Analicé en lo que me estaba convirtiendo y en lo que en realidad quería ser. Y la conclusión es que quería ser feliz haciendo lo que realmente me gustaba y no lo que me impusieran los demás. Ya era mayorcita para enfrentarme a mi madre. Puede que mi decisión no le gustara, pero tendría que aguantarse. Evidentemente no le gustó. Cuando le dije que me despedía de la empresa y que me venía a vivir a este rincón del mundo, me espetó que estaba completamente loca "¿De qué esperas vivir? ¿De tus estúpidas pinturas?" Aún me parece estar oyéndola. Me dijo que si me iba y dejaba el trabajo me desheredaría y, por supuesto, y esto lo recalcó muy bien, consideraría que no tenía ninguna hija. Esa vez su intento de chantaje no le valió de nada. Hice las maletas y para aquí me vine. Hace ya tres años que vivo aquí y no te puedes imaginar lo que me ha cambiado la vida. Ahora valoro mucho más todo lo que hago y sobre todo, adoro la sensación de libertad que tengo, porque nadie decide por mí. Por fin soy yo la que dirige su propia vida.

-¿Y tu madre? ¿No la has vuelto a ver?

-Cumplió su amenaza y me ignora totalmente. Alguna vez la llamé por teléfono para intentar hablar con ella, pero no se pone. Esa es la única espinita que tengo en el corazón. Porque, sea como sea, tenga el carácter que tenga, es mi madre y yo la quiero. Y me gustaría que algún día comprendiera lo que hice y por qué lo hice, pero no sé si será posible.

-En todo caso, has sido muy valiente – le dije, admirándola sinceramente.

-Sólo he buscado ser feliz. Bueno - dijo con una enorme sonrisa - ya sabes mi pequeña historia, ¿estás contento?

-Se puede decir que has satisfecho totalmente mi curiosidad. ¿Sabes? Me encanta tu compañía.

Se ruborizó y bajó la cabeza. Sus rizos castaños cubrieron su cara. La tomé por la barbilla e hice que me mirara. La besé en los labios y ella me correspondió.

-¿Nos vamos a la cama? - preguntó.

-¿Juntos?

-Claro. No entraba en mis planes enamorarme pero.... creo que no puedo ponerle remedio.

Aquella noche recuperé la ilusión perdida. Volví a sentir el calor de un cuerpo de mujer, volví a vivir. Después de hacer el amor nos dormimos. A la mañana siguiente la tormenta ya había pasado.


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