jueves, 3 de diciembre de 2020

Ángela - Primera parte

 




Aquella calurosa noche de agosto todo estaba preparado para que, una vez más, el concierto comenzara y el aire se llenara con las notas de mi guitarra y con los gritos de delirio de un público que esperaba ansioso la actuación de su ídolo. ¡Cuántas veces había soñado con todo aquello! Con el éxito, con dar lo mejor de mí haciendo lo que más me gustaba en el mundo, cantar, tocar la guitarra… la música. Sin embargo durante todo aquel día una extraña inquietud se había ido apoderando de mí. Me sentía mal sin saber muy bien qué era lo que me estaba ocurriendo y por primera vez en mi vida salir al escenario no se convirtió en necesario. Pero tenía un compromiso y debía cumplirlo, así que tomé mi guitarra y comencé a tocar los primeros acordes mientras el telón iba subiendo poco a poco y al otro lado del escenario la gente vitoreaba mi aparición y pronunciaba mi nombre. De pronto la angustia que me había acompañado durante toda la jornada hizo mella en mi corazón, que comenzó a latir desbocado como un caballo loco. Me asusté, el aire me faltó y a pesar de mis esfuerzos por respirar todo se volvió negrura y perdí el conocimiento. Cuando volví en mí me encontraba en un box de hospital, rodeado de médicos que se afanaban en reanimar mi maltrecho cuerpo. Parecía que, afortunadamente, el peligro había pasado.

Durante unos cuantos días permanecí en aquel hospital, donde me sometieron a toda clase de pruebas hasta que finalmente los médicos emitieron su diagnóstico:

-Tu corazón está perfectamente – me dijo el doctor Santotomé - pero esto ha sido un aviso. Tu cuerpo está cansado y tu mente también. Estas taquicardias han sido fruto del estrés y de las tensiones. ¿Cuánto tiempo hace que no te tomas un descanso?

-Cinco, seis años tal vez.

El doctor ladeó una y otra vez la cabeza.

-No puede ser así Mateo. Los artistas os creéis incombustibles, pero estáis equivocados. Sois como los demás mortales. Y de vez en cuando el cuerpo pide hacer un alto en el camino. El tuyo te lo está pidiendo a gritos. ¿Cuántos conciertos te quedan por dar este verano?

-Hasta mediados de octubre tenemos todo completo. No actuaré todos los días, pero casi.

-Eso es una locura. Creo que deberías suspender tu gira de este año y marcharte lejos del mundanal ruido. Uno o dos meses en un sitio tranquilo es lo que más te conviene en este momento. Eres joven y tienes éxito, el público no se olvidará de ti, ya habrá otras giras. Ahora toca cuidarse.

Las palabras del médico me inquietaron y no fue necesario que nadie me convenciera de que tenía que seguir su consejo. Mi representante puso el grito en el cielo cuando supo que ya no habría más conciertos aquel verano y que, además, me marchaba con rumbo incierto, pero a mí me dio lo mismo. Un amigo me ofreció su chalet de veraneo en un pueblo de Menorca y para allí me fui, solo y dispuesto a recuperarme del pequeño susto que acababa de recibir.

*

La casita de mi amigo estaba casi en medio de la nada. En ningún otro lugar podría haber encontrado más tranquilidad. El pueblo más cercano se encontraba a un kilómetro. Era pequeño y sosegado, apenas sin turismo. Justo lo que yo buscaba.

La primera semana me la pasé sin salir siquiera a pasear. Dormía hasta bien entrada la mañana y las tardes transcurrían a la sombra de las palmeras y refrescándome en la piscina. Pero yo estaba acostumbrado a una vida más activa y pronto el aburrimiento comenzó a hacer acto de presencia. Jamás me gustó la soledad ni la excesiva quietud, necesitaba contacto humano. Así que, convenientemente camuflado para pasar desapercibido, una tarde salí de la casa y enfilé el pintoresco sendero que conducía al pueblo. Después de caminar durante un rato, en un recodo del camino, poco antes de llegar al pueblo, me encontré con una casa construida a partir de la roca. Me pareció de una originalidad sorprendente y me quedé parado, mirándola ensimismado, cuando de repente la puerta se abrió y salió una muchacha llevando de la mano a una niña pequeña. Cruzaron el sendero y se dirigieron a la diminuta cala de aguas tranquilas situada al otro lado del camino. Casi inconscientemente las seguí. La pequeña playa estaba vacía. La mujer soltó su bolsa sobre la arena, apoyándola en el tronco de un pino. Desnudó a la niña, que quedó en traje de baño y se fue trotando hacia la orilla del mar. Luego ella misma se quitó el vestido, dejando al descubierto un cuerpo de caderas generosas y pechos firmes y turgentes. La visión de aquel cuerpo lleno de curvas me hizo pensar, por un instante, en el tiempo que hacía que no compartía mi cama con ninguna mujer. Mi frenética vida estaba haciendo que me olvidara de todo, hasta del amor y la pasión.

Me senté en la arena y me dediqué a contemplarlas. La chica se acercó al mar y jugueteó un rato con la niña. Luego se dio un baño y regresó a la toalla que previamente había extendido en la arena. Cogió un libro y se puso a leerlo. De vez en cuando dirigía miradas vigilantes a la pequeña, que seguía jugando a la orilla del agua. No sé en que momento la niña reparó en mí, pero de pronto la descubrí a mi lado, mirándome con unos preciosos y enormes ojos azules

-Hola preciosa - le dije.

-¿Por qué llevas gafas? - repuso ella haciendo caso omiso a mi saludo.

-Porque me molesta el sol.

-Mi padre también se pone gafas a veces.

-Claro, será que también le molesta el sol.

-No sé. ¿Cómo te llamas?

-Me llamo Mateo ¿y tú?

-Yo Noemí.

-Pues señorita Noemí, encantado de conocerla - le dije mientras le extendía la mano.

Ella, a su vez, me tendió su manita, que yo estreché, y me sonrió. En ese momento la mujer se levantó y se acercó a nosotros.

-Ven Noemí, no molestes a ese chico. - dijo tomando a la niña de la mano.

Al tenerla tan cerca pude fijarme bien no sólo en su precioso cuerpo que tanto me había llamado la atención, sino en su dulce cara, morena, de labios gruesos y ojos castaños, en su voz suave y en sus gestos lentos y cuidados.

-No me molesta, de veras. Es una niña muy simpática.

-Sí lo es, pero cuando se pone pesada no hay quien la aguante.

La muchacha sonrió dejando al descubierto una blanca y ligeramente irregular dentadura que le daba un aspecto infantil. Me miró durante unos segundos, como si me reconociera a pesar de mi estudiado camuflaje. Luego se despidió amablemente y volvió a su lugar, sobre la toalla, al sol. Al cabo de unos minutos otra muchacha se unió a ellas y al final de la tarde, cansadas del sol y del mar, juntas cruzaron el sendero y se introdujeron de nuevo en la pequeña casita excavada en la roca.

*

Por el camino de regreso a mi propia casa, la chica de la playa me acompañó en mi pensamiento. Era bonita y parecía agradable, como agradable era pensar de nuevo en un cuerpo femenino, en la calidez de unas manos acariciándome, en la suavidad de unos besos recorriéndome la piel. Creo que aquella noche la muchacha navegó por mis sueños, porque me desperté pensando en ella y no pude resistir la tentación de, al llegar la tarde, acudir de nuevo a la playa con la esperanza de volver a encontrarla allí. Tuve suerte. Allí estaba, tirada en la toalla, con el libro entre sus manos. Después de pensármelo un rato me atreví a acercarme a ella

-Buenas tardes - le dije.

Levantó los ojos del libro.

-Hola - contestó con una sonrisa.

-Ayer vine por aquí y me encantó esta playa. ¿Te importa que me quede a tu lado? Estoy pasando una temporada solo y necesito contacto humano.

-Bueno, con tal de que me garantices que no va a venir una legión de "paparazzi" a tomarnos fotos para publicarlas después en cualquier revista del corazón diciendo que somos novios.

Los dos reímos y acomodé mi toalla al lado de la suya.

-Me has reconocido.

-Pues sí, a pesar de tu intento frustrado de pasar desapercibido. No ha funcionado.

Me quité la gorra y las gafas.

-Bueno, espero que nadie más repare en mí porque vengo buscando tranquilidad. Nadie sabe que estoy aquí y así debe seguir siendo.

-Aquí encontrarás la tranquilidad que buscas. Y no te preocupes, apenas hay turistas y la gente del pueblo, si te reconoce, no dará la voz de alarma.

-Confío en ello. Bueno y ya que tú sabes mi nombre, me gustaría a mi saber el tuyo.

-Yo soy Ángela.

-¿Y estás aquí de veraneo, también?

-No, que va. Yo vivo aquí todo el año. En esa casa, la que sale de la roca - señaló la casa con la cabeza - Yo necesito tranquilidad todo el año y aquí la he encontrado.

-Ya. Aunque tal vez en invierno esto sea un poco aburrido ¿no?

- Tal vez para ti, acostumbrado a llevar un ritmo de vida un tanto… agitado tal vez. Yo también lo llevé un día, hasta que dije "hasta aquí hemos llegado". Me vine aquí de vacaciones y ya no regresé a Madrid. Te aseguro que no me arrepiento en absoluto. Ahora hago exactamente lo que quiero.

-No me digas más, aquí conociste a un chico y te quedaste, os casasteis y tuvisteis a esa preciosidad rubia que estaba ayer contigo.

Rompió a reír con ganas.

-Que va, nada más lejos de la realidad. Me quedé aquí porque necesitaba cambiar de vida y encontré el rincón del mundo perfecto para ello. Pero ni hay marido, ni Noemí es mi hija. Aquí me siento feliz.

-Pero en un pueblo tan pequeño... después de haber vivido en una ciudad como Madrid me imagino que echarás de menos tantas cosas....

-Según cómo lo mires. Yo en Madrid llevaba una vida contra reloj, sin embargo aquí vivo a otro ritmo. Hay días en los que cuido de Noemí, los sábados vendo en el mercado del pueblo cuadros que yo misma pinto y los objetos en cuero que también hago yo. El sábado es el único día de la semana en que tenemos algunos visitantes. Y así vivo. No soy millonaria, pero lo que saco me da para vivir sin ahogos.

No me contó más de su vida y yo no me atreví a preguntar. Nuestra charla se desvió a cosas más intrascendentes. Nos despedimos cuando ya el sol se ocultaba en el horizonte.

-Mañana es sábado y estaré en el pueblo vendiendo mis cosas. Si quieres pásate por allí, podemos tomar algo en la tasca.

-Desde luego, allí estaré.

Volví a casa pensando en ella. En todo lo que me gustaba y en todo lo que escondía en esa vida de la que hablaba y que había dejado atrás.

*

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