jueves, 29 de octubre de 2020

Quince años y un secreto -Capítulo 18

 




Comencé en el colegio con buen pie. Había elegido la especialidad de educación infantil con lo que trabajar con niños pequeños me resultó fácil y gratificante. También los compañeros, la mayoría de ellos veteranos en el mundo de la enseñanza, me acogieron con entusiasmo y me ayudaron con desinterés. De esa manera mi vida siguió su dinámica de apacible rutina. Por las mañanas el colegio, por las tardes en casa preparando la clase del día siguiente. A veces Ángel me visitaba de regreso de su trabajo, otras era yo la que me acercaba por la pensión y compartía un momento de charla y café con él o con su madre, o con ambos. Todo parecía haberse encauzado, hasta que llegaron las vacaciones de Navidad y con ellas un giro inesperado en mi consolidada vida de maestra casi solitaria.

Había pasado la Nochebuena y la Navidad con Enriqueta y Ángel. Para la noche de fin de año Enriqueta y yo habíamos pensado cenar en mi casa y pasar la noche viendo cualquier cosa en la tele, puesto que Ángel tenía proyectado irse con un amigo a esquiar a Sierra Nevada. Pero los planes cambiaron inesperadamente dos días antes de la noche en cuestión. Enriqueta y yo estábamos en el salón de mi casa, disfrutando de unas horas de charla, cuando sonó el timbre. Era Ángel.

-Hola Ángel – le saludé franqueándole la entrada – pasa, tu madre está en el salón. ¿Quieres un café?

-Eh... sí gracias.

Ángel entró en la sala, junto a su madre, y yo fui a la cocina a preparar su café. Cuando regresé con la taza de humeante café en la mano, Enriqueta me miró sonriente y con una expresión pícara que yo no supe interpretar me dijo:

-Me temo que se nos estropearon los planes de la noche de fin de año. Creo que tendrás algo más interesante que hacer que cenar conmigo.

Posé el café en la mesita y me senté al lado de la mujer.

-¿Yo? No, no, si yo no tengo nada que hacer.

-Yo creo que sí, si no pregúntale a Ángel.

Miré al muchacho interrogándole con los ojos. Él sonrió y habló entusiasmado.

-¿Recuerdas que iba a pasar el fin de año esquiando en Sierra Nevada con unos amigos? Pues resulta que se han echado atrás. Uno ha enfermado y el otro se tiene que marchar a su pueblo por un problema familiar.

-Oh vaya, lo siento. Entonces ¿te quieres unir a la cena con tu madre y conmigo? Yo encantada, pero no será muy divertido.

-No, tengo una propuesta mejor. Tengo el hotel reservado, no me apetece perder dinero y tengo muchas ganas de ir. Había pensado que a lo mejor te gustaría venir conmigo. Evidentemente yo solo no voy a ir.

Mi sorpresa fue mayúscula, ni por un instante me había imaginado que Ángel me iba a hacer semejante proposición. No supe qué contestar. No sabía esquiar y la nieve no me gustaba demasiado, pero por otro lado me daba pena que el muchacho no pudiese ir.

-No sé, Ángel, yo no sé esquiar... no creo que sea una buena compañera de viaje.

-Venga, mujer, anímate. Aunque no esquiemos demasiado, al menos saldremos de Madrid, será... una experiencia diferente.

-Claro, Ángel tiene razón, Irene. ¿Cuánto tiempo hace que no viajas a ninguna parte? Desde que estás en Madrid yo no recuerdo que hayas viajado nunca. Yo creo que podéis divertiros un montón, anímate, mujer.

-Pero... ¿y tú? Te quedarás sola.

-No importa. Me iré a casa de Carmencita. Cenaré con ella y con sus padres, de hecho me invitó el otro día. Le dije que no, porque iba a venir aquí, pero si te vas, me iré con ella. No me importa, de verdad.

Parecía que Enriqueta hablaba con sinceridad y que Ángel tenía ganas de ir y de que yo le acompañara. No me quedaba escapatoria.

-Bueno.... pues si es así... iré.

*

Salimos de Madrid el día treinta por la tarde. Cuando llegamos al hotel ya era noche cerrada. Todo estaba rodeado de nieve y bajo la tenue luz del alumbrado exterior el paisaje parecía una postal de navidad. Sacamos las maletas del coche y mientras entrábamos en recepción Ángel me comentó:

-Tenemos una sola habitación. Supongo que no te importará, hay confianza.

-Claro que no me importa, casi lo prefiero. No me gusta dormir sola en lugares extraños.

La habitación en cuestión era una estancia enorme, en la que todo el mobiliario era de madera, incluso el revestimiento de las paredes. El suelo estaba recubierto de mullidas alfombras blancas y en una esquina había una chimenea en la que crepitaba un montoncito de leña que daba calor al cuarto. Unas pequeñas lámparas situadas sobre las mesitas de noche iluminaban la habitación de forma tenue, cálida, suave, dando un toque de intimidad y una sensación acogedora realmente agradable.

-¡Me encanta! - exclamé.

-Y a mí.

-Pero realmente creo que deberías haber venido con otra chica – dije – seguro que disfrutarías mucho más.

-No digas tonterías. Yo estoy encantado de haber venido contigo.

Nuestras miradas se cruzaron y percibí en mi interior una sensación extraña. Por un momento no vi a Ángel como mi amigo de siempre, sino como un hombre con el que iba a pasar una noche a solas en aquella habitación de ambiente protector, casi sensual. Aquellos ojos me taladraban el alma y por primera vez despertaban mis instintos. Deseché aquellos pensamientos estúpidos y me dispuse a deshacer mi pequeña maleta. Ángel hizo lo mismo.

-¿Te apetece que pidamos algo y cenemos aquí, en la habitación? Es un poco tarde y no tengo ganas de bajar al comedor. - me dijo cuando terminamos.

-Oh, claro, a mí tampoco me apetece salir. Aquí dentro se está tan bien...

Mientras Ángel llamaba a recepción yo me eché en la cama y encendí la televisión. Zapeé un rato y comprobé que no echaban nada interesante, aún así dejé cualquier canal, uno en el que estaban emitiendo una película a la que no presté atención. Cuando Ángel colgó el teléfono se echó a mi lado en la cama.

-He pedido unos sandwichs y algo de fruta.

-Está bien.

Se acercó a mí y echó su brazo por encima de mis hombros.

-Mañana por la mañana subiremos a las pistas. Y te confieso una cosa, yo no he esquiado en mi vida.

Le miré, incrédula.

-No puede ser ¿Entonces? ¿Qué hemos venido hacer aquí?

-Bueno... seguro que lo pasaremos bien, contrataremos a un monitor que nos enseñe. Tiene que ser divertido.

-No estoy tan segura.

En ese momento llegó la cena. Cenamos charlando sobre la aventura que nos esperaba al día siguiente y después, cansados como estábamos por el viaje, nos acostamos. Ángel se durmió enseguida. Pero yo no podía dormir. La calidez de aquel cuerpo tan cerca del mío me turbaba. No sabía lo que me estaba pasando. No estaba enamorada de Ángel, pero podía ser que tantos años de abstinencia obligada estuvieran comenzando a pasarme factura, aunque yo no era de ese tipo de mujeres. Me gustaba el sexo, pero también era algo sin lo que podía vivir perfectamente, de hecho el único hombre con el que me había acostado había sido Miguel. Hacía muchos años que ningún caballero calentaba mi cama y no me importaba demasiado. Solo entonces, en aquellos instantes, con Ángel durmiendo apaciblemente a mi lado, volví a sentir la necesidad de unas manos masculinas dispuestas a moldear mi cuerpo, de unos labios cálidos que cubrieran mi cara de besos. Finalmente me dormí sumida en aquellos pensamientos.

Al día siguiente nos levantamos temprano. Subimos a las pistas y contactamos con un monitor que nos enseñó unas primeras nociones de esquí. Fue muy divertido, tanto, que el tiempo se nos pasó volando y cuando regresamos al hotel ya eran las primeras horas de la tarde. Después de comer algo frugal nos retiramos a descansar un poco a la habitación. Cuando despertamos nos encontramos con que el tiempo había empeorado ostensiblemente y nevaba con intensidad. Era la noche de fin de año y el hotel había preparado una cena cotillón a la que, como es natural, acudiríamos, así que en realidad la climatología exterior nos importaba más bien poco. Cuando llegó la hora nos preparamos y acudimos a la cena. Pero resultó que no era demasiado de nuestro agrado. La gente parecía conocerse entre sí y aunque algunos hacían ademanes para que nos uniéramos al grupo nos sentíamos un poco desubicados.

-¿Qué te parece si después de cenar nos retiramos? Podemos tomar las uvas en la habitación, los dos solos.

Ángel me miraba con una media sonrisa que no supe interpretar, acaso no tuviera interpretación alguna, pero la sugerencia de tomar las uvas los dos solos me dio que pensar.

-Me parece bien – respondí por fin – no me encuentro demasiado a gusto aquí.

Así pues en cuanto terminamos la cena pusimos la excusa de que yo no me encontraba bien y nos largamos. Pedimos que nos acercaran a la habitación las uvas y una botella de champán y una vez allí bebimos, conversamos y nos reímos comentando pormenores de la cena. Tirados en la mullida alfombra de lana blanca, con el sonido de la televisión de fondo y la cabeza medio flotando a causa del cava, me sentía feliz y desinhibida. Por fin llegaron las doce y al son de las campanadas dimos la bienvenida al nuevo año. Ángel, cuando por fin el treinta y uno de diciembre había quedado atrás, me felicitó el año nuevo con una efusividad desconocida, levantando en alto su copa de champán.

-Feliz año nuevo, Irene. Ojalá éste sea nuestro año.

-¿Nuestro año? - pregunté riendo - ¿a qué te refieres?

-A esto.

Y sin más, me besó en los labios. No me esperaba aquel beso y al principio no supe qué hacer, si prestarme al arrebato del deseo o hacerme la ofendida, pero la pasión pudo más que la cordura y me entregué a su juego, sin palabras, sin decir nada, me aferré a su boca como si quisiera evitar una caída hacia el infinito, rodeé su cabeza con mis brazos como si necesitara retenerle junto a mí para siempre, dejé que sus manos vagaran por mi cuerpo y revivieran en él sensaciones casi olvidadas, mientras las mías se enredaban en su pelo para que sus labios y los míos no pudieran separarse nunca. Ángel me miró a los ojos de la forma en que siempre me miraba, limpia y directamente, y me habló en un susurro:

-Te deseo, Irene... no sabes cuánto te deseo.

Sus palabras avivaron mi fuego y mi cuerpo se arqueo en descarada invitación que no rechazó. Le sentí dentro de mí con viveza, con fuerza, con empeño hasta que consiguió llevarme al éxtasis, el mismo que sintió él cuando con un gemido sordo se derramó dentro de mí.

No sé cuánto tiempo nos mantuvimos abrazados, besándonos con ternura, dibujando nuestros cuerpos con caricias desconocidas. Tampoco recuerdo cuántas veces hicimos el amor aquella noche. Sólo recuerdo aquel amanecer blanco y frío que me hizo sentir de nuevo, después de tantos años, el calor olvidado del amor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario