domingo, 18 de octubre de 2020

Quince años y secreto - Capítulo 9

 



Regresé a casa después de pasar algo más de dos semanas en el hospital. Poco a poco fui recuperándome e intentando hacer mi vida normal. Las clases habían terminado y las vacaciones de verano llamaban a la puerta. No se mostraban demasiado halagüeñas y por primera vez pensé que la posibilidad de marchar unos días a Barcelona con mi amiga Violeta no estaba del todo mal. Pero aún me sentía demasiado débil para afrontar el viaje.

Una tarde, de regreso del trabajo, Miguel llegó a casa muy contento. Yo me había acostado un rato, pues me sentía un poco cansada, y estaba leyendo en la cama. Entró en el cuarto mostrándome dos entradas para el cine.

-Mira que tengo aquí – me dijo mientras las sostenía con la mano en alto.

-Parecen dos entradas para el cine. ¿Alguna película en especial?- pregunté sin demasiado entusiasmo.

-Si, esa película romántica, esa que tiene una música tan bonita.... que el otro día anunciaron por la tele y dijiste que te gustaba mucho ¿no recuerdas?

-¿Ghost?

-¡Exacto!

-Ah, pues nada, ya me contarás qué tal está. Si vale la pena, iré yo con Violeta.

-Entonces ¿no vas a venir conmigo?- preguntó perplejo.

Yo suponía desde el principio que las entradas eran para los dos, pero no quise seguirle el juego.

-¿Contigo? ¿Esas entradas son para los dos? ¿Y Cristina?

-Deja a Cristina en paz. Yo quiero ir a ver esta película contigo.

Cerré el libro que estaba leyendo y lo posé encima de la mesita de noche. Crucé mis manos sobre mi abdomen y le miré con cara de abuelita.

-Voy a ir contigo al cine porque tengo unas ganas locas de ver esa película. Pero no voy a volver a salir contigo mientras sigas con Cristina. Y no, esto no es una amenaza, ni un ultimátum ni ninguna de esas tonterías. Pero a partir de ahora voy a ser consecuente conmigo misma, y o estás conmigo, o estás con ella. Yo no tengo inconveniente en salir a escondidas, aunque te advierto que me importan más bien poco tanto los rumores como las paranoias de nuestros padres, pero si optas por salir conmigo y tiene que ser medio ocultos del mundo lo será. Simplemente tienes que elegir. ¿vale?

Sin mediar respuesta se inclinó sobre mí y me besó levemente en los labios.

-El no salir contigo mientras estés con Cristina incluye también que no me puedes dar besos en la boca – dije sin mucho convencimiento.

Sonrió y antes de abandonar la habitación me dijo:

-Te quiero, princesa.

*

Desde el mismo momento en que me senté en la cómoda butaca de la sala de cine me sentí nerviosa. Mi corazón, que latía demasiado deprisa, me decía que el ambiente romántico de la película podía se el detonante de alguna reacción amorosa entre Miguel y yo que quería evitar a toda cosa. Claro que a veces, una cosa es lo que se piensa y otra lo que se hace. Indiscutiblemente hay ocasiones en que las circunstancias doblegan a la voluntad.

En cuanto comenzó la escena en la que los dos actores moldean una jarra de barro con tanta pasión que acaban haciendo el amor, sentí su mano aferrarse a la mía. Cerré los ojos intentando aplacar mi emoción y cuando los abrí evité mirarle y continué prestando atención a la película, pero por el rabillo del ojo vi que me miraba de vez en cuando, como esperando algo de mí. Yo sabía que si volvía la cabeza hacia él acabaríamos besándonos, lo cual era mucho más emocionante que la película, que si bien estaba genial, no era comparable a todo lo que me provocaba cualquier roce físico con el hombre que en aquellos momentos se sentaba a mi lado. Siempre supe que la templanza no estaba precisamente entre mis cualidades más sobresalientes, y juro que lo intenté, pero al final sucumbí. No ya giré mi cabeza hacia él, sino que la apoyé en su hombro, como hacía con frecuencia, y la frote contra su cuello como si fuera un gatito buscando mimos de su dueño. Miguel captó el mensaje en seguida. Pasó su brazo por encima de mis hombros, me atrajo más hacia él y me beso con una pasión desbordante. El temblor de sus labios denotaban su excitación, lo cual era el estímulo perfecto para mí, que noté como la temperatura corporal me subía unos cuantos grados y la respiración se me agitaba. Intenté mantener la compostura y hacer que aquel beso no pasara de eso, de un beso, muy ardiente, muy erótico, muy volcánico, pero beso al fin y al cabo. Pero mi voluntad se fue al garete cuando sentí que su mano me desabrochaba unos botones de la blusa y se colaba dentro de mi sujetador. Menos mal que estábamos en la última fila del cine y que éste no se encontraba muy concurrido, pues la película se había estrenado semanas atrás. Mi mente se abandonó, dejó de pensar y a partir de entonces fui sólo cuerpo, un cuerpo que gozaba de forma atroz y salvaje con unas simples caricias. Pero es que Miguel era capaz de sacar la parte más bestial de mí misma sexualmente hablando. Cuando las luces se encendieron anunciando el final del filme nos recompusimos muy dignos y salimos del cine buscando un lugar en el que dar rienda suelta a nuestras bajas pasiones. Fue en una fábrica abandonada, muy cerca de la sala, a donde nos dirigimos sin mediar palabra como si nos hubiésemos leído el pensamiento. Miguel me levantó en volandas, arrimando mi espalda a la pared, y me penetró con un golpe seco que hizo que el mundo desapareciera a mi alrededor y no existiera nadie más que él. Me gustaba mirar su cara, desfigurada en un rictus de placer, escuchar sus gemidos de animal en celo, sentir la plenitud de su sexo luchando por alcanzar y hacerme alcanzar el placer supremo. Esa vez estallamos los dos a la vez y cuando nos recuperamos del esfuerzo, sentados en medio de los escombros, intentando relajar nuestros pulsos acelerados, le dije muy seria:

-Hace apenas un mes que me han operado. Ni siquiera has pensado en que....

-¡Oh, lo siento! No te habré hecho daño ¿verdad? - preguntó alarmado.

-Que es broma tonto – le dije muerta de risa – Oh Miguel, ¿por qué soy tan débil? Dije que no iba a estar contigo mientras no dejaras a Cristina y no me he podido resistir.

-Eso es porque me quieres.

-Porque te quiero y porque me gusta disfrutar del sexo contigo.

-Vaya, me encanta escuchar eso. Porque el sentimiento es mutuo.

Me levanté y tiré de él por el brazo para que se levantara también e iniciamos el trayecto de regreso a casa. Justo al salir del inmueble abandonado nos encontramos a la mujer que había levantado murmuraciones sobre nosotros.

-Uy, mañana estaremos de nuevo en boca de todo el pueblo. - dijo Miguel.

-Bueno, pues vale, si dice que nos vio salir de la fábrica abandonada y que seguramente estuvimos cometiendo actos indecentes dentro, estará diciendo la verdad, ¿no crees?

Sonrió y me dio un beso en la mejilla.

-Eres fenomenalmente expresiva y me encanta que pases de la gente, pero nuestros padres...

-Oh por favor, no empieces de nuevo con eso, nuestros padres, Cristina y el idilio de mentira, podría ser el título de una película – repuse airada.

-No te enfades, Irene, pero piensa que...

-No quiero pensar en nada de eso. ¿Y además sabes qué voy a hacer? Voy a cumplir mi propósito, y mientras no te comportes como una persona normal, rompas con Cristina y lo que piensen nuestros padres te importe más bien poco, no me voy a acercar a ti y por supuesto te dirigiré la palabra lo único indispensable.

-¿Serás capaz?

-No sabes tú de lo que soy capaz.

Y fui, claro que fui. Aunque afortunadamente mi castigo de silencio no duró mucho tiempo. Ah, por cierto, la película la vi años más tarde, en la televisión. Muy bonita.

*

Estuve dos semanas sin apenas dirigirle la palabra, aunque debo admitir que en alguna ocasión la situación no dejó de provocarme risa, pues delante de nuestros padres intentaba disimular mi castigo y Miguel aprovechaba para tirarme de la lengua y hacer que la conversación entre los dos fuera fluida y distendida.

Pasadas las dos semanas, una noche de sábado, cuando regresaba a casa después de salir un rato con mi amiga Violeta, al pasar por el paseo marítimo me fijé en un muchacho que, sentado en un banco, parecía mirar al mar fijamente. En cuando me fui acercando me di cuenta de que era él. Tan ensimismado estaba en la contemplación de las olas que no se percató de que yo me acercaba. Cuando me senté a su lado se llevó un susto y pegó un respingo.

-¡Irene! ¡Qué susto me has metido!

-¿Y quién te pensabas que era? - le pregunté muerta de risa - ¿Un ladrón?

-No... pero estaba tan distraído mirando al mar....

-Ya me di cuenta. ¿Y se puede saber a qué se debe esta melancolía?

Apoyó sus codos en sus rodillas, echando su cuerpo cuerpo hacia delante, unió sus manos y después de pensar un rato me miró y me contó el motivo de una nostalgia que no era tal.

-Dejé a Cristina. Esta noche quedé con ella y le dije toda la verdad, toda, de pe a pa, y no le sentó nada bien.

-¿Acaso esperabas que no fuera así?

-Pues supongo que no, pero... no sé, Irene, en el fondo me dio un poco de pena. No se merecía...

-No se merecía nada – dije cortando su discurso – ni siquiera que estuvieras saliendo con ella todos estos meses. La has engañado, la has engañado muchísimo, y en estos momentos se tiene que estar sintiendo como una mierda. Y seguramente odiándote. Pero la vida es así de dura. Y mira, qué quieres que te diga, yo me alegro que la hayas dejado, porque te quiero y te quiero sólo para mí. El amor es así de egoísta, no sé si te has dado cuenta.

Miguel me abrazó muy fuerte y sonrió, con aquella sonrisa que sólo sabía regalarme él.

-Mi princesa... eres tan joven y a la vez tan madura... creo que incluso que eres mucho más juiciosa que yo, o al menos mucho más consecuente con tu forma de pensar. Te quiero tanto....

-Y yo – dije dándole un sonoro beso en la mejilla.

Después me levanté y tiré de él para que me imitara.

-Y ahora vamos a celebrarlo. Nada de estar aquí mirando el mar como dos idiotas. ¿Qué te parece si nos emborrachamos?

-¡Irene!

-Que es broma, tonto. Anda, vamos a tomarnos un copita antes de volver a casa. No hace falta que nos emborrachemos pero sí que podemos hacer un brindis por... por nosotros.


No hay comentarios:

Publicar un comentario