domingo, 28 de julio de 2019

Quince años y un secreto - Capítulo 8





Al día siguiente era domingo. Cuando me levanté mamá ya estaba trajinando por la cocina. Miguel estaba de guardia en el hospital y Lisardo había salido a dar su habitual paseo matutino. Supe que mi madre estaba enfadada porque cuando entré en la cocina di los buenos días y no me contestó. Pensé que ya se le pasaría y me preparé el desayuno en silencio. Pero no me lo dejó terminar tranquila.
-¿Te parecerá bonito el espectáculo que diste ayer? - me preguntó de repente, sentándose frente a mí, con un trapo de secar los platos entre las manos.
-No, pero qué le vamos hacer. A veces me sale el demonio que llevo dentro.
-Déjate de monsergas, Irene, te estoy hablando en serio. Ayer hiciste llorar a Cristina, se quedó muy disgustada cuando te fuiste. No tenías derecho a decirle esas.... esas cosas horribles que le dijiste.
Posé la tostada que estaba comiendo sobre la mesa, me limpié la boca con una servilleta y con toda la tranquilidad de la que fui capaz le hablé a mi madre dispuesta a dejarle las cosas claras.
-Yo también te voy a hablar en serio. Me importa una mierda si Cristina lloró o no lloró. Es un espectáculo muy bonito echarse a llorar delante de todos para dar pena. Yo también lloro, a solas y en silencio, muchas más veces que las que tú te crees y no precisamente por tonterías.
-¿Ah sí? Y ¿por qué lloras tú, a ver, si no te falta de nada?
-¿Qué sabrás tú lo que me falta, mamá? No tienes ni idea de nada, o no la quieres tener, no te quieres dar cuenta de lo que ocurre. Parece que te has puesto una especie de coraza a tu alrededor que te impide ver la realidad.
-¿Y cuál es la realidad, Irene? ¿Cuál es?
Pensé durante unos segundos si responderle con sinceridad o no. Sabía que no le iba a gustar y que seguramente mi confesión no haría más que empeorar las cosas, pero decidí que lo mejor era que lo supiera y que todo estuviera claro entre las dos.
-La realidad es que estoy enamorada de Miguel y Miguel de mí, aunque no te guste, aunque te parezca una aberración. Los rumores que circularon por el pueblo eran verdad. La única mentira que hay en todo este tinglado es su noviazgo con Cristina. Sale con ella para disimular, para que Lisardo y tú no os disgustéis, pero a mí no me parece una solución, por eso te lo estoy contando ahora. Te agradecería, sin embargo, que ni uno ni otro se enteraran de que lo sabes.
A mi madre se le veló el rostro y tardó unos segundos en asimilar mi confesión. Pero siguió negando la realidad.
-Eso no es verdad, no puede ser verdad. Miguel te crio desde que eras un bebé. Te quiere mucho, pero te quiere como una hermana. Y tú a él también, Irene. Eres muy joven, le admiras y estás confundida, pero tienes que olvidarle. Él tiene una novia a la que ama.
Suspiré. Estaba claro que mi madre no quería creerme. Al parecer para ella era mucho más cómodo asentarse en una mentira.
-No, mamá, las cosas no son como tú crees. Pero si no quieres asumir la verdad, allá tú. Yo no voy a andar con embustes ni con bobadas. Creo que tanto Miguel como yo tenemos derecho a decidir nuestra vida.
-Tú eres una mocosa que no sabe lo que quiere y aún te quedan unos años para poder decidir tu vida.
-Ese es el problema, los años. El problema es que Miguel me lleva quince años, él es un hombre y yo una adolescente con la cabeza a pájaros que no sabe lo que quiere. Eso es lo que pensáis todos. La gente del pueblo que se dedica a murmurar, Lisardo y tú. Os importan un comino los sentimientos, lo que pueda haber detrás de una edad que no significa nada. Pues haz lo que quieras y piensa lo que te dé la gana mamá, pero yo voy a luchar mientras me queden fuerzas.
Me levanté y salí de la casa, con la sensación de haber hecho lo correcto.
*
Sin embargo nada cambió. Miguel no lo dejó con Cristina y mi madre actuó como si la conversación de aquella mañana en la cocina no hubiera existido jamás. Y yo, harta de la situación, sumida en el tedio y en el desencanto, me dediqué a pasar de todo. Me daba la impresión de que era lo que los demás hacían conmigo. O no me escuchaban, o me regalaban el oído con palabras bonitas que se quedaban en eso, en meras palabras. Así que decidí que lo mejor era ignorar la situación en la medida de lo posible. Y así hice. Con mi madre también opté por hacer que jamás habíamos hablado de lo mío con Miguel, y con Miguel, opté por hacer como que la conversación en la ermita y los besos por el camino se me habían olvidado por completo. Es más, intenté, en la medida de lo posible, mantener las distancias con él, pues estaba comenzando a darme la impresión de que era un mentiroso redomado.
Así fueron pasando las semanas, y luego los meses y con los albores del verano las cosas comenzaron a cambiar de nuevo. Las clases en el instituto estaban a punto de terminar, los exámenes se iban sucediendo uno tras otro, en mi caso con resultados más que aceptables, y tanto mi amiga Violeta como yo hacíamos planes para el verano, bueno, más bien los hacía Violeta.
-Mis padres se quieren ir a México a ver unos amigos y me mandan con mis abuelos a Barcelona, ¿por qué no te vienes conmigo? Sola me aburriré como una ostra, pero si vienes tú....
-No sé, no me apetece mucho...
-Ay hija, últimamente estás de lo más apática. Estás empezando a preocuparme, tú no eres así. ¿Te pasa algo?
-Noooo, no me pasa nada. Bueno, la verdad es que hoy no me encuentro demasiado bien. Estoy mareada, me duele un poco el estómago y tengo ganas de vomitar. Y prometo pensarme lo de Barcelona ¿vale?
La charla con Violeta quedó ahí. Yo me fui a mi casa y en cuanto llegué me metí en la cama. Nadie, ni siquiera yo, le dio demasiada importancia a mi malestar, pero según transcurría la tarde me iba encontrando peor. No cesaba de vomitar, el dolor abdominal crecía por momentos y me subió la fiebre. Estaba sola y no sabía a quién pedir ayuda. Miraba el reloj cada poco y el tiempo parecía no transcurrir, y nadie llegaba a casa. Debía ser muy tarde cuando escuché abrir la puerta. Quise levantarme de la cama pero apenas tenía fuerzas para ello. Haciendo un esfuerzo sobrehumano lo conseguí. Abrí la puerta de mi cuarto y vi a Miguel en el pasillo. No me dio tiempo a decir nada, en cuanto intenté abrir la boca todo se volvió oscuro y me desmayé.
Cuando volví en mí estaba en la cama de un hospital. Seguía sintiéndome fatal, pero era un malestar diferente. Me encontraba conectada a unos cuantos aparatos y no era consciente de si llevaba allí unas horas o unos días. Una de las enfermeras me vio abrir los ojos y se acercó a mi cama.
-Hola Irene, ¿cómo te encuentras?
-La verdad, he tenido tiempos mejores. ¿Qué me ha pasado?
-Has estado muy enferma. Has tenido una peritonitis. Te han operado y llevas tres días en la UCI. Voy avisar al doctor Duarte. Se ha preocupado mucho por ti. Estoy segura de que se pondrá muy contento cuando le diga que te has despertado.
Por unos instantes no supe quién era el doctor Duarte. Después me di cuenta de que era Miguel y con su recuerdo me vinieron a la mente mis últimos momentos de consciencia. La tarde en casa sola, su llegada, mi desmayo.... Notaba la cabeza embotada, la lengua rasposa y una sensación extraña en la garganta. Cerré los ojos, pero no quería dormirme y los volví a abrir de nuevo. Entonces vi que entraba en el cuarto con la enfermera que me había atendido minutos antes. Ver su sonrisa me reconfortó. Se acercó a mi cama, se sentó en un lado y me tomó la mano.
-Hola princesa, por fin te tenemos de nuevo entre nosotros. ¿Cómo te encuentras?
-Bueno... por lo menos no me duele nada. Pero tampoco me encuentro precisamente bien.
-Has estado muy grave, incluso hemos llegado a temer por tu vida. ¿Hacía mucho tiempo que te dolía la tripa?
-Me había estado molestando durante todo el día, pero por la tarde fue a más. Estaba sola en casa y... no sabía qué hacer. Tampoco pensé que fuera tan grave.
-Era una apendicitis, pero degeneró en peritonitis. Afortunadamente llegamos a tiempo. La operación salió bien. Ahora tienes que recuperarte.
-O sea, que me salvaste la vida.
-Digamos que.... si llego un poco más tarde a casa, todo podría haberse complicado bastante.
-Vaya, una cosa más que agradecerte. ¿Y me va a quedar una marca muy fea? - pregunté tratando de bromear un poco.
-No demasiado. Además, yo te querré igual con marcas o sin ellas.
Solté mi mano de entre la suya y giré la cabeza hacía la pared.
-Prefiero no hablar de eso, no creo que sea el momento.
-Tienes razón -se levantó. Estaba realmente guapo con su bata blanca – Ahora voy a avisar a tu madre. Se puso muy nerviosa y le recomendé que se quedara en casa. Pero se ha empeñado en permanecer en la sala de espera. Vendrá en seguida. Yo tengo que hacer mi turno, pero si necesitas algo, lo que sea, de mí, se lo dices a Julia, la enfermera, y estaré contigo en un pis pas.
-Descuida. Eso haré.


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