lunes, 15 de julio de 2019

Quince años y un secreto - Capítulo 6



Un día comencé a sentir que la distancia ficticia entre Miguel y yo se estaba convirtiendo en real. Pasaba mucho tiempo en el trabajo, llegaba de la ciudad cansado y sin ganas de nada y los días que tenía libres siempre encontraba alguna excusa para no estar conmigo. Yo le había prometido ser discreta y no lo podía ser mas. Ni siquiera le planteaba mis miedos, a pesar de que me estaba invadiendo una profunda tristeza. No me imaginaba la vida sin él. Formaba parte de mí, casi de mi misma esencia, siempre había sido así y no podía ser de otra manera. Pero por momentos sentía que se me iba de las manos.
Todos mis temores se vieron confirmados una fatídica noche de viernes. Volví del instituto un poco más tarde de lo normal, pues había tenido que quedarme a hacer un trabajo con Violeta. Al entrar en la casa sentí cierta algarabía que me indicaba que había visita. Así era. En el salón estaba Miguel con una muchacha, sentados cómodamente en el sofá y manteniendo una distendida conversación con Lisardo y Sara. Por un instante se hizo el silencio cuando yo entré, pero pronto mi madre, rebosante de felicidad, me invitó a unirme a la agradable reunión.
-Nena, ven, pasa. Miguel ha venido con su novia. Mira, Cristina, esta es Irene, mi hija. Miguel y ella siempre han estado muy unidos. Estoy segura de que le alegrará mucho la noticia.
La muchacha se levantó y se acercó a mí.
-Hola Irene – dijo dándome dos besos en la mejilla – encantada de conocerte. Miguel me ha hablado mucho de ti.
-¿Ah sí? ¿Y qué te ha contado?- pregunté con las lágrimas a punto de brotar de mis ojos.
Supongo que la muchacha captó la ironía de mi pregunta porque no supo qué contestar. Tampoco me importaban las estupideces que Miguel le habría dicho sobre mi. Seguro que eran todo mentira. Le eché una mirada furibunda y me largué de allí. Tanta felicidad estaba empezando a darme ganas de vomitar.
-Me voy a la cama. Se me está revolviendo el estómago.
Aquella fue la noche más larga de mi vida. Derramé lágrimas hasta que me quedaron los ojos secos y por más que le di vueltas y vueltas a aquel sinsentido no encontré ninguna explicación lógica. Que Miguel hiciera acto de presencia en casa con una muchacha, que la presentara a nuestros padres como su novia y todo ello a mis espaldas, era algo que se me escapaba al entendimiento. Después de todo lo que me había dicho que me quería, después de todo lo que parecía haberme querido... no tenía sentido.
Cuando ya no pude llorar más, me venció el sueño. Aquel sábado mamá trabajaba en el hospital y Lisardo como siempre en su taller. Yo no sabía si Miguel tenía guardia o no, al fin y al cabo, qué más daba ya. Pero no la tenía, y me despertó a media mañana.
-Irene despierta, son más de las once.
-Vete de mi habitación, quiero seguir durmiendo.
-Por favor, despierta, tenemos que hablar.
Me incorporé de un salto, como si sus palabras fueran un resorte y hubieran tenido el poder de lanzarme al mundo real.
-¿Y qué quieres decirme? ¿Quieres contarme todo lo que le hablaste de mí a tu nueva novia? ¿Le contaste cómo me follabas? ¿Lo mucho que me hacías gozar?
-Irene, por favor, no seas soez. Créeme que si hago esto es porque pienso que es lo mejor para los dos.
-Será lo mejor para ti, a mí nadie me ha consultado. Y si alguien lo hiciera no creo que hubiera dicho que lo mejor fuera que el hombre de mi vida me mandara a la mierda para irse con otra. Así que no me interesan tus explicaciones. Sólo quiero saber una cosa. ¿El amor por mi fue real?
-Sabes perfectamente que sí.
-Entonces es que eres un cobarde que no se atreve a luchar y que ha optado por el camino más fácil: embarcarse en otra relación para intentar olvidarme. Pero estás equivocado de parte a parte si piensas que yo me voy a rendir tan fácil. Nunca me olvidarás, nunca, yo me ocuparé de que así sea. Ahora vete de mi habitación. Al menos durante el día de hoy me gustaría no volver a verte.
-Estás siendo muy injusta conmigo.
-¿Injusta yo? Mira, no me voy a meter en una guerra dialéctica contigo, ni me apetece, ni me da la gana, así que vete por favor. Disfruta de tu Cristina mientras puedas, que te vaticino será poco tiempo.
-Irene por favor, es una decisión que he tomado. Ha sido muy duro, mucho, aunque no te lo creas, por favor no hagas nada que lo pueda estropear.
-No será necesario. Si realmente me has querido como dices, la estropearás tú mismo. Y ahora vete de una vez.
*
Continuar viviendo bajo el mismo techo con el hombre que amas cuando él está con otra mujer no es nada fácil, y mucho menos cuando el resto de la familia, ignorante ( o tal vez no tanto) de tus sentimientos, está encantada con la nueva relación. Cristina pasó a formar parte de la familia con inusitada rapidez y según mis propias conclusiones se debía a que ni mi madre ni Lisardo se creían que Miguel estuviera realmente enamorado de esa muchacha. La rumorología del pueblo, que había sido intensa y abundante, había hecho mella en el espíritu de nuestros padres, que llegaron a sospechar, si no a creer firmemente, que entre Miguel y yo había una relación amorosa y pasional. Por eso que de pronto apareciera con una chica diciendo que era su novia era el contrapunto perfecto para sus sospechas. Y por si acaso Miguel pudiera flaquear, ellos se agarraban a su nuevo amor como a un clavo ardiendo y le daban todas las confianzas posibles para que se afianzase cuanto antes mejor.
Por mi parte, después del disgusto del principio, decidí que lo mejor era no hacer nada, al menos nada premeditado. Si era verdad que Miguel me quería, y yo realmente pensaba que era verdad, lo que yo pudiera hacer estaba de más. Así que me limité a ser lo más antipática posible con Cristina, aunque debo confesar que eso me salía aunque no quisiera, a tratar a Miguel con la mayor naturalidad y a intentar darle celos de vez en cuando, pero no con los mocosos de mi clase que revoloteaban a mi alrededor como imbéciles, sino con alguno de los mayores del instituto, alguno de los cuales ya tenía hasta una moto y era cliente asiduo del taller de mi padrastro. Así fue que alguna vez me vino a buscar a casa Juan Barceló, un morenazo de ojos verdes que tenía loco a medio instituto. Vino sólo una vez, porque la conversación que tenía era más bien escasa, fútbol y sexo, y me aburrió soberanamente, pues el fútbol no me gustaba y el sexo no estaba dispuesta a practicarlo con él.
Otro día me paseé delante de Miguel con Sebas González. Sebas tenía veinticinco años y era hijo del propietario de la única bodega del pueblo. Le salía el dinero por las orejas y todas las niñatas iban detrás de él con la lengua de fuera, como bobas. Yo sabía que le gustaba, me lo había dicho un compañero de instituto, así que no me fue difícil liarme con él y llevarlo una noche a pasear por delante del bar donde sabía que estaba Miguel con Cristina y allí, delante de ellos, darnos unos cuantos besos de tornillo.
Si el afaire con Juan Barceló pasó desapercibido a los ojos de Miguel, no fue así el de Sebas González. Al día siguiente me dio un toque de atención.
-Ten cuidado, Irene, es un chico muy mayor para ti.
-También lo eras tú, más mayor que él. ¿Contigo no tenía que tener cuidado? No sé cuándo me vais a dejar en paz con la edad.
Miguel no me dijo más. Supongo que se dio cuenta de que yo tenía razón. Pero me sentí muy satisfecha. Todavía me quería, y tarde o temprano acabaría por volver a mis brazos de forma inevitable.



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