miércoles, 28 de octubre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 17

 




Ángel y yo nos hicimos muy amigos, los mejores amigos del mundo. Nos contamos nuestros secretos. Yo le hablé de mi historia con Miguel, de mi amor incondicional e incombustible por un hombre que había desaparecido de mi vida sin motivo.

-No ha sido sin motivo – me decía él –, estoy seguro de que hay alguna razón.

-Pues debería habérmela contado. Y yo no debería quererle ya.

-Tú lo que tienes que hacer es guiarte por tu corazón. En los sentimientos no se puede mandar. Si le quieres, le quieres, y ya está.

Ángel no tenía novia, decía que nunca había encontrado ninguna chica que le gustara tanto como para pensar en compartir con ella más que un rato de cama.

-Si alguna me gusta y ella accede... pasamos un momento agradable. Por lo pronto no aspiro a mucho más. Y últimamente ni eso. Estoy demasiado ocupado con mis estudios.

Igualmente yo estaba demasiado ocupada con mis estudios y con mi trabajo como para pensar en chicos. Y así fue pasando el tiempo, sin prisa pero sin pausa desfilaron ante nuestras vidas los meses y luego los años, y un día me vi con la carrera terminada y unas oposiciones aprobadas. Habían pasado ya algunos años desde la ausencia de Miguel y desde mi enfado con mamá. No había vuelto a saber ni de uno ni de otro. De Miguel no me extrañaba. Ya casi ni pensaba en él, aunque mi corazón jamás se había vuelto a volcar en otro hombre. Sin embargo de mi madre... Me dolía su indiferencia. Al fin y al cabo, si bien habíamos tenido una bronca, yo era su hija y pensaba que su amor por mí no debiera haberse terminado así, de un plumazo. Ni una llamada, ni una carta en todos aquellos años... me herían el alma. Pero también era cierto que yo tampoco me había interesado lo más mínimo por ella. Cada una se había limitado a seguir su vida sin más, como si la otra hubiera dejado de existir.

Enriqueta y Ángel se habían convertido en mi familia. El muchacho había terminado su carrera y trabajaba en una empresa importante como programador informático. Yo había aprobado mis oposiciones, comenzaría a trabajar en breve y me había buscado un piso con la intención de abandonar la pensión para vivir independiente. A Enriqueta le daba pena. Durante todos aquellos años juntas nos habíamos llegado a tomar verdadero cariño y sabíamos mucho la una de la otra, pero comprendía mis ansias de volar, de enfrentarme sola al mundo que estaba esperándome fuera.

El piso en cuestión estaba situado muy cerca de la pensión, pues el barrio me gustaba y no quería alejarme demasiado de aquellos que tanto me habían cuidado durante todo aquel tiempo. Tenía dos dormitorios y un salón enorme con amplios ventanales que daban a un balconcillo y dejaban entrar la luz con generosidad. La casera era una mujer mayor que vivía en el inmueble de abajo y que no me cobraba demasiado por el alquiler, puesto que, según me había dicho, lo que quería era tener el piso ocupado para que alguien se lo cuidara y de paso cierta compañía, pues vivía sola y los años no perdonan, en sus propias palabras.

Una tarde, de regreso a la pensión después de haber estado limpiando mi nuevo hogar y colocando muebles y objetos para trasladarme en breve, encontré a Enriqueta con rostro serio y ligeramente nerviosa.

-¿Ha pasado algo? - le pregunté con ánimo de que me explicara lo que le ocurría.

Suspiró y se sentó a la mesa de la cocina.

-Anda, siéntate, tengo algo que decirte. Pero prométeme que no te enfadarás conmigo.

-Algo muy gordo tendrías que haber hecho para que yo me enfadara contigo – dije mientras tomaba asiento frente a ella – a ver, cuéntame qué es eso tan grave que te tiene tan alterada.

-Ha llamado tu madre – soltó.

Mi corazón se lanzó a latir a cien por hora. Y a pesar de llevar tanto tiempo sin saber de ella deseé fervientemente que aquella llamada tuviera algo que ver con Miguel

-¿Y qué quería? ¿No te contó qué le había empujado a llamar después de tanto tiempo sin saber de mí?

Enriqueta suspiró y paseó su mirada por el techo de la cocina.

-Es que... no es así. Las cosas no son como tú crees.

Si la llamada de mi madre me había desconcertado, las palabras de Enriqueta no fueron para menos.

-¿Cómo son entonces?

-Pues verás... hace... mucho tiempo, un día... bueno, después de aquellas navidades que regresaste enfadada de tu casa, ¿te acuerdas?

-Perfectamente.

-Pues un día.... llamé a tu madre. No...no me cabía en la cabeza que estuvierais enfadadas y la llamé....no sé, pensé que podría hacer algo.

-¿Y cómo conseguiste su teléfono?

-Eso fue fácil. Sabía dónde vivíais, sabía sus apellidos, que eran los mismos que los tuyos y alguna vez se te escapó su nombre, así que el servicio de información telefónica hizo el resto. Pues eso, que la llamé, me identifiqué y estuvimos un rato hablando. Yo intenté convencerla para que hiciera las paces contigo, pero me dijo que no, que tú tenías razón cuando le dijiste que erais muy distintas y que era mejor que cada una fuera por su lado. Para nada me mencionó a Miguel, simplemente me dijo que a pesar de que iba a respetar tu marcha le gustaría saber de ti y me pidió permiso para llamarme de vez en cuando. Yo le dije que lo hiciera, que estaría encantada de informarle de tus progresos. Y eso ha hecho. Todos los meses llamaba para preguntar cómo estabas y yo le contaba. Sé que no hice bien, que debería de habértelo dicho, pero me puse en su lugar y.... a mí también me hubiera gustado saber de mi hijo en una situación semejante.

Contrariamente a lo que ella pensaba las palabras de Enriqueta constituyeron un alivio. Al menos mi madre no era tan fría como yo creía.

-No te preocupes, Enriqueta, creo que yo hubiera hecho lo mismo. En todo caso tampoco había mucho que contarle a mamá, mi vida no ha sido demasiado interesante durante estos últimos años.

-Me preguntaba con frecuencia si tenías novio, o si te visitaba algún muchacho en la pensión y cuando le decía que no, notaba cierto cambio en su tono de voz, como si de repente se pusiera triste.

A lo mejor es que piensa que no ha hecho bien alejando a Miguel de tu lado, y al ver que tu no pillas novio ni queriendo...

Solté una carcajada que alivió un poco la preocupación de Enriqueta.

-Es que no tengo el más mínimo interés por los hombres. A veces pienso que si volviera a ver a Miguel el amor que guardo aquí dentro – y me señalé el pecho – volvería a surgir como si nunca hubiera estado dormido. Pero ¿por qué me has contado hoy todo esto?

-Porque esta vez tu madre quiere hablar contigo. Y yo no quiero que le reproches que no se ha interesado por ti todos estos años. Dijo que volvería a llamarte más tarde.

Como si de un resorte se tratara en ese mismo instante sonó el teléfono.

-Cógelo tú, seguro que es ella.

Me acerqué al aparato con paso vacilante. No estaba muy segura de querer hablar con ella, sin embargo mi corazón se alegraba de saber por fin qué había sido de su vida.

-Diga

-¿Irene? Irene, hija ¿eres tú?

Por un momento me sentí como una ingrata, como una perfecta descastada que había dejado pasar el tiempo sin preocuparse ni siquiera de saber el estado de salud de su madre. Escuchar su voz agitó algo dentro mí. Tal vez fuera el momento de la reconciliación.

-Hola mamá ¿cómo estás? Ha pasado tanto tiempo...

Escuché sus sollozos disimulados a través de la línea.

-Mucho, mucho mi niña. ¿Cómo estás? ¿has terminado ya tus estudios?

Sabía que ella sabía la respuesta, pero aún así le seguí la corriente.

-Si mamá, he terminado la carrera y aprobado las oposiciones. He tenido suerte, en solo dos años lo he conseguido. Este curso comienzo a trabajar. ¿Y tú? ¿Cómo vas tú, mamá?

-Bien, bien, bueno... en realidad tengo una noticia que darte, una noticia un poco triste.

Mi madre calló y yo pensé de todo... bueno, en realidad pensé en Miguel. ¿Y si le había pasado algo?

-¿Qué ocurre mamá?

-Es Lisardo. Ha muerto.

-¿Muerto? ¿Cuándo? Oh, mamá no sabes cuánto lo siento. Inmediatamente tomo un avión y voy hasta ahí.

-No, no, no, tranquila. En realidad... hace ya un mes que se ha muerto. Le dio un infarto fulminante y nada se pudo hacer. Fue.... fue horrible.

-¿Un mes? Pero.... ¿por qué no me avisaste en su momento?

Inmediatamente después de hacerle la pregunta supe la respuesta. Era evidente que Miguel había estado presente en tan luctuoso momento. Mi madre no me había avisado para que no nos encontráramos de nuevo.

-No me pareció oportuno, además no quería preocuparte innecesariamente...

-¿Preocuparme innecesariamente? ¿Que no te pareció oportuno? Mamá ¿tú te das cuenta de las tonterías que estás diciendo? Lisardo era como mi padre, yo le quería y me hubiera gustado estar ahí el día de su entierro. Sé sincera. No me avisaste porque, como es evidente, Miguel acudió al funeral de su padre y no querías que nos encontráramos.

-Por favor, Irene, no empieces con lo mismo de siempre. Es increíble que a estas alturas todavía tengas a Miguel en la cabeza. Y de verdad que no tengo ganas de discutir. Estoy demasiado abatida para pensar en todas esas tonterías.

Tal vez tuviera razón. Yo tampoco tenía ganas de discutir sobre un tema que estaba demasiado manido y sobre el que mi madre no iba a cambiar de opinión jamás.

-Tienes razón. ¿Tú estás bien? -pregunté intentando correr un velo sobre la conversación anterior sin conseguirlo demasiado.

-Tengo mis momentos. A veces se me cae la casa encima. Me siento muy sola.

-Vaya, lo siento. Supongo que serán los primeros meses...

-Pensaba jubilarme, pero creo que no lo voy a hacer, el trabajo en el hospital me distrae – el silencio se hizo al otro lado de la línea durante unos segundos – Irene, ¿vendrás por aquí?

La voz de mi madre sonaba suplicante, pero yo me mantuve firme e impasible ante su victimismo.

-No creo mamá. Estoy bien en Madrid, voy a comenzar a trabajar y … no puedo ir mamá, no puedo.

-Está bien, hija, lo entiendo. De todos modos ¿podré llamarte de vez en cuando?

-Claro, mamá, cuando quieras.

-Adiós Irene.

-Adiós, mamá.

Colgué el teléfono presa de una sensación agridulce. No podía dejar de sentir pena y preocupación por mi madre, sin embargo el resentimiento que mi corazón acumulaba hacia ella era superior a cualquier otro sentimiento.

Regresé a la cocina, junto a Enriqueta, que fregaba las tazas del café.

-¿Cómo ha ido? - me preguntó.

Haciendo un gesto negativo con la cabeza me dejé caer en una silla.

-Lo de mi madre y mío no tiene remedio. No estamos hechas la una para la otra.

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