martes, 27 de octubre de 2020

Quince años y un secreto - Capítulo 16

 





El día de Reyes caía en lunes. El sábado había tenido muchísimo trabajo en la mercería, lo cual me había sentado bien, pues me había mantenido todo el día ocupada y con buen ánimo. Pero el domingo la tristeza volvió a hacer acto de presencia y volví a encontrarme decaída. Enriqueta intentaba animarme de todas las maneras posibles. Y aquel día decidió que, puesto que el sol lucía radiante como en el mejor día de verano, pasaríamos la mañana paseando por El Retiro y tomándonos después un vermouth, antes de comer. Intenté negarme, pero no fue posible y además sabía que, a pesar de mi apatía, aquel paseo me haría bien. Lo aprovechamos para conversar, para contarnos muchas cosas, para reforzar la amistad que desde el primer día había nacido entre las dos. Yo sentí curiosidad por su vida, por su hijo, por la ausencia de un hombre a su lado, y ella no tuvo ningún reparo en contarme.

-En cierto modo tu historia me recuerda un poco a la mía. No porque sean iguales, ni siquiera parecidas, pero sí que ambas llevan una carga importante de dramatismo y de amargura. Conocí a Jordi cuando apenas tenía dieciséis años. Él era catalán y estaba en Madrid estudiando medicina. Por aquel entonces mis padres tenían un bar en el que servían comidas, aquí cerca, mamá atendía la pensión y papá el bar. Cuando volvía del instituto, a veces, me quedaba en el bar a echarle una mano a mi padre. Jordi paraba por allí con sus amigos y así le conocí. Me fascinó desde el primer momento, no sólo porque era guapo, sino porque era amable, me trataba bien y me hablaba con mucho respeto. Y además estudiante de medicina. Me imaginaba casada con un médico, viviendo con desahogo, sin tener que trabajar de sol a sol, como habían hecho mis padres toda su vida. Era cierto que jamás me había faltado de nada, pero también que no pasar privaciones conllevaba un sacrificio enorme. El caso es que me enamoré del catalán, como lo llamaban sus amigos y conocidos, y un día él me invitó a salir. Era mayo y se celebraban las fiestas del barrio, así que me acompañó a la verbena. Nunca olvidaré aquella noche, fui la envidia de todas las muchachas. Así comenzó todo. Nos hicimos novios y todo parecía ir bien, hasta que me quedé embarazada. Entonces el novio aquel de noches clandestinas desapareció de mi vida como por encanto. Al principio, cuando le di la noticia, dijo que se haría cargo del niño y que si era necesario nos casaríamos. Él ya estaba en último año y no tendría demasiado problema en encontrar trabajo en Barcelona, donde tenía algunos conocidos de sus padres que estarían dispuestos a ayudarle. Pero cuando llegó el verano marchó para su tierra y nunca más volvió, ni me llamó, ni contestó mis cartas. Al principio lo pasé mal, pero después... bueno, el tiempo todo lo cura. Tuve a mi niño y lo saqué adelante como pude. Mis padres me ayudaron mucho, y aunque desgraciadamente fallecieron demasiado pronto, al menos me dejaron con qué ganarme la vida. Cerré el bar y me quedé con la pensión y la mercería, que ya por aquel entonces era atendida por una dependienta, pues mi madre no podía ocuparse. Y hasta hoy.

-¿Nunca has tenido otro novio? ¿No has pensado en rehacer tu vida?

-Tuve algún pretendiente, algún hombre con el que salí un par de veces, pero nada que mereciera la pena. Nunca me he cerrado al amor, ni siquiera ahora, pero si no surge... pues no surge, tampoco pasa nada. He aprendido a disfrutar mucho de mi soledad, la lleno con muchas cosas, con amigos, con mis niñas de la pensión, con Ángel....

-Ya – dije y tomándome un sorbo de vermouth pensé que tal vez eso, la soledad, era lo que me quedaba a mí – supongo que a mí no me queda otra salida.

-No es lo mismo. Yo tenía un hijo, que aunque ahora no es ningún inconveniente, hace unos años ser madre soltera era poco menos que un estigma. Tú eres una muchacha bonita y preparada, seguro que encontrarás algún muchacho con el que compartir tu vida.

-No sé, tampoco me preocupa mucho. Hoy por hoy... sigo queriendo a Miguel, aunque reconozco que me duele mucho su silencio. Sé que debería de olvidarle y estoy dispuesta a ello, aunque en el fondo de mi corazón también pienso que algún día, tarde o temprano, descubriré el porqué de ese silencio. Seguro que tiene una explicación lógica.

-Estoy segura de que sí.- Enriqueta miró el reloj -. Uy se nos ha hecho muy tarde, son casi las dos y todavía tenemos que hacer la comida cuando lleguemos a casa. Andando.

Sin embargo al llegar al hogar nos esperaba una agradable sorpresa. Ángel se había ocupado de preparar el almuerzo, un apetitoso pollo asado al horno con patatas y guarnición de verduras.

-Pero ¿esto qué es? - preguntó asombrada Enriqueta ante la fabulosa visión de la mesa puesta y la deliciosa comida esperándonos – Hijo mío ¿Qué mosca te ha picado?

-Bueno.... os escuché salir, me imaginé que llegaríais a la hora del almuerzo y me dije que os daría una agradable sorpresa si os encontrabais la comida lista. ¿No ha sido así?

-Por supuesto, cariño, ya lo creo que sí.

-Y después dices que tu hijo es especial – murmuré a Enriqueta por el pasillo, mientras nos dirigíamos a nuestros cuartos a cambiarnos de ropa para el almuerzo –, pues yo creo que es un encanto.

-Sí que lo es, pero un encanto especial.

*

La comida transcurrió en una ambiente cálido y distendido, conversando sobre miles de cosas, y terminó con una sorprendente invitación a cenar por parte de Ángel.

-Esta tarde podéis ir a la cabalgata – dijo Enriqueta – El día está primaveral.

-Por supuesto -- admitió Ángel -- ¿Te apetece Irene? Podemos ir a la cabalgata y después... te invito a cenar.

Al principio dudé si aceptar o no su proposición. Por un lado me apetecía ir con él a una cena, por otro temía que, debido a su singular carácter, como decía su madre; o a su timidez, como me parecía a mí, la cosa no resultara y acabáramos sentados ante una mesa sin saber qué decirnos.

-Esa es una gran idea – repuso Enriqueta entusiasmada – Os divertiréis un montón, seguro.

-Es que... yo no tengo ropa adecuada. No sé si... - intenté excusarme, aunque sin mucho convencimiento.

-Eso no es ningún problema, al contrario. Tengo un vestido precioso de cuando era una chiquilla como tú. Lo conservo como oro en paño y estoy segura de que te quedará como un guante. Anda ven, vamos a mi cuarto y te lo pruebas.

Enriqueta me llevó a su dormitorio casi a rastras y de una caja cuidadosamente guardada dentro de su armario sacó el vestido más elegante que yo hubiera visto en mi vida. De un sobrio color negro, el vestido era de corte años cincuenta, de cuerpo ajustado, cuello ligeramente levantado, manga tres cuartos y vaporosa falda de vuelo. Semejante visión me dejó sin palabras.

-Es.... es precioso – conseguí balbucear finalmente – siempre deseé tener uno así.

-Pues a qué esperas para probártelo.

Le hice caso y me embutí aquella preciosa prenda. Yo era un poco más alta que Enriqueta, por lo que el vestido, cuya falda debía de llegar un poco más abajo de la rodilla, me quedaba algo por encima de la misma, pero daba igual, el resto me sentada como si hubiera sido hecho ex profeso para mí.

-Estás preciosa. ¿Me vas a dejar que te peine y te maquille?

Por supuesto que la dejaba. Aquella fue una tarde muy divertida, entre los peinados, los maquillajes y la vestimenta, se nos pasó la hora de la cabalgata, pero daba igual, lo importante era la cena y a la cena yo tenía que acudir bien bonita, al menos eso era lo que me repetía Enriqueta una y otra vez. Creo que le gustaba la idea de que fuera su hijo mi acompañante. Seguro que pensaba que con esa forma suya de ser que tenía no le sería fácil encontrar pareja, pero yo discrepaba bastante de semejante opinión. Ángel era muy suyo, es cierto, pero era un muchacho encantador, cuando y con quien él quería, eso sí.

Cuando por fin estuve lista, vestida, peinada y maquillada y me miré al espejo, apenas me reconocí. Siempre fui muy coqueta, pero desde hacía un tiempo no tenía ganas de arreglarme. Desde que Miguel se había marchado me daba igual verme más guapa o menos, así que hacía tanto tiempo que no me aplicaba mis potingues que casi me sorprendí cuando el espejo me devolvió la imagen de una bonita muchacha.

-Estás preciosa – decía Enriqueta – ya verás cuando te vea mi hijo.

Ángel hacía horas que esperaba en el salón, y cuando escuchó nuestros pasos por el pasillo no dejó de hacer comentarios.

-Menos mal que has terminado, mamá, estoy seguro de que has sometido a Irene a una auténtica tortura. A ver si...

La frase quedó colgada de sus labios cuando entré en el salón y me vio. Sentir aquella mirada intensa clavada en mí me produjo un escalofrío. Tal vez si Miguel no existiera...

-Irene.... estás.... estás muy guapa – Ángel pronunciaba las palabras despacio, casi en un murmullo, como si el asombro no lo dejara hablar – Es increíble.

-Bueno, ya sé que no me caracterizo por arreglarme demasiado, pero tampoco suelo ir como un adefesio. - dije en broma.

-Por supuesto que no, pero es que ahora mismo pareces... pareces.... una princesa.

Parecía una princesa a los ojos de Ángel. Y a los ojos de Miguel siempre había sido una princesa. Por unos instantes sentí una oleada de nostalgia y el recuerdo de Miguel retornó vivo a mi mente. Yo era su princesa, y seguiría siéndolo siempre, aunque nos separase un mar de distancia.

Enriqueta, que era muy intuitiva, supo que algo se revolvía en mi interior y quiso espantar mis fantasmas.

-Pues venga, a lucir esa belleza por ahí. Que todavía os da tiempo para tomaros una copita antes de cenar. Hala, a disfrutar. Y abrigaros bien, que hace frío.

*

Contrariamente a lo que yo había pensado en un principio, la cena transcurrió en un ambiente relajado y amigable. Ángel era un chico afable, encantador, atrayente, de ideas muy propias y con una personalidad arrolladora. Durante las horas que pasamos juntos conversamos sobre nosotros y aprovechamos para conocernos un poco más profundamente.

-Mi madre dice que tengo un carácter muy especial, se lo dice a todo el mundo – dijo en un momento dado – Aunque nunca supe qué quiere decir con eso. Si especial es ser diferente... pues a lo mejor sí, lo soy.

-¿Diferente? - pregunté – eso puede sonar un poco.... presuntuoso quizá.

-Oh no por Dios, no me malinterpretes. Diferente no quiere decir ser mejor ni peor, yo no me considero mejor que nadie, pero reconozco que no me gustan los convencionalismos. A veces me parece que la mayoría de la gente deja de pensar por sí misma y se limita a seguir a los demás como borreguillos. Yo no soy así. Tengo mis ideas, mi manera de pensar...

-Eso está bien. Pero las personas evolucionan, y las ideas y las maneras de pensar también lo han de hacer, de lo contrario uno está condenado al ostracismo.

-Por supuesto, a lo que me refiero es a que no me gusta que me intenten manipular.

-A mí tampoco. No sé pero... me da un poco la impresión de que.... estás enfadado con el mundo.

Al otro lado de la mesa Ángel sonrió. Lo hacía tan pocas veces que me pareció estar viendo realmente un ángel.

-No, para nada. Simplemente soy así, pero que sepas que también puedo ser un tipo amable, divertido... incluso cariñoso.

-No me cabe la menor duda.

Aquella noche, cuando me metí en la cama, pensé en Ángel y en Miguel, en lo cerca que estaba uno y lo lejos que tenía al otro, en las paradojas de la vida y en la incertidumbre de mi propio destino. Hasta que Morfeo me rescató y me llevó al país de los sueños como punto final a un día casi perfecto.


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