martes, 2 de marzo de 2021

Te esperaba desde siempre - Capítulo 29

 



Se encontraron en el portal de la casa de Pedro, que en ese momento regresaba del trabajo. Le pareció un poco extraño que Juan se presentara en su casa a aquellas horas.

–¿Te ocurre algo? – le preguntó – Nunca te habías presentado así tan de repente.

–¿Tomamos unas cañitas? No es nada urgente y a lo mejor me estoy metiendo dónde no me llaman, pero me gustaría hablar un rato contigo.

Ya sentados en un bar cercano, antes sus cañas de cerveza, Juan no se anduvo con muchos rodeos y fue directo al grano.

–¿Qué te pasa con Lucía?

–¿Por qué me preguntas eso ? – preguntó a su vez Pedro, con gesto extraño – ¿Te ha dicho ella algo?

–¿Tendría que decírmelo?

–Por favor, Juan, déjate de jueguecitos tontos. Si me haces esa pregunta es por algo.

Juan miró un momento la mesa. No sabía bien cómo empezar, no quería que su amigo pensara que pretendía aconsejarle sobre cómo manejar su vida, nada más lejos de su intención.

–He estado hablando con ella ahora, a la salida del instituto. Se va a Londres a hacer un curso de literatura comparada. No volverá hasta finales de junio. Me extrañó que se marchara ahora que os habéis vuelto a encontrar y así se lo dije. Me contestó que entre ella y tú no había nada y que no podía perder el tiempo en tonterías, que habías quedado en llamarla y sin embargo hacía quince días que no sabía nada de ti. Ya sé que no es de mi incumbencia, pero después de todo lo que me contaste, pensé que ahora que habías vuelto a encontrarla no la dejarías escapar. Parece que me equivoqué.

Pedro comenzó a juguetear con su vaso de cerveza, dándole vueltas. Sabía que su amigo tenía razón porque lo mismo que le acababa de decir se lo había dicho a sí mismo miles de veces. Y en el fondo no sabía bien qué le empujaba a hacer lo que estaba haciendo.

–Tengo miedo. – dijo finalmente – miedo a que todo salga mal, miedo a que aparezca de nuevo Natalia y nos joda la vida otra vez. Ya sé que es una tontería, pero no lo puedo evitar. No quiero hacerla sufrir. La amo, la amo profundamente. Y por eso tengo miedo.

Juan sonrió y meneó la cabeza de un lado a otro.

–No me puedo creer lo que estás diciendo. – repuso – El amor es riesgo, Pedro, y tú lo sabes tan bien como yo. Y también sabes que eso del amor para toda la vida es cuestión de suerte. Lo importante es disfrutar del momento, da igual que ese momento sea un mes o sea toda la vida. No la dejes escapar por miedo. Va a estar casi cinco meses fuera.

–¿Sabes cuándo se marcha?

–Creo que dentro de una semana. Hazme caso, no la dejes ir así, sin más. Haz que se vaya sabiendo lo que sientes.

Cuando se despidieron Pedro se sintió mucho mejor de lo que se había sentido aquellos días. Hablar con su amigo le hacía bien y además casi siempre tenía razón. No tenía sentido dejar de disfrutar de aquello que le hacía feliz. Así que aquella misma semana se iba a poner en contacto con Lucía y dejar las cosas claras entre los dos.

Sin embargo sus intenciones no se cumplieron de la manera que él pensaba. Lucía no contestaba a sus llamadas. La llamó todos y cada uno de los días de aquella semana. Puede que en alguna ocasión no escuchara el teléfono, pero no conseguir comunicar ni siquiera un día era bastante sospechoso. Así pues no le quedó más remedio que presentarse en el instituto. Sabía que el viernes ella salía una hora antes, así que se inventó una excusa para ausentarse de su propio instituto y fue a esperarla. Aparcó el coche y permaneció en su interior vigilando la entrada del edificio. En cuando la vio aparecer fue a su encuentro. Ella lo vio por el rabillo del ojo, pero continuó su camino.

–Lucía – llamó él – Lucía, espera.

Lucía caminaba por la acera sin volver la vista atrás. Él pronunció su nombre dos veces más con idénticos resultados. Finalmente apuró el paso y la alcanzó.

–Lucía, por favor, quiero hablar contigo – dijo tomándola suavemente del brazo.

–¡Déjame en paz! – exclamó ella, mientras se soltaba bruscamente – No creo que después de estar un montón de días perdido tengas nada que decirme.

–Te he estado llamando toda la semana y no me has cogido el teléfono.

–¿Qué esperabas? – preguntó ella de manera altiva – No pienso estar a tus pies toda la vida Pedro, no me gusta que jueguen conmigo. Quedaste en llamarme después de aquel sábado y has tardado quince días en hacerlo. No me interesa una relación así. Yo pensé que podíamos recuperar lo perdido, pero esto que tú me das no es lo perdido. Me equivoqué.

Mientras hablaba Lucía caminaba con prisa y Pedro la seguía. Pero llegado ese momento la tomó del brazo de nuevo, la estrechó por la cintura y la besó casi con furia. A ella el beso la tomó de improviso y se dejó hacer. Cuando Pedro se separó y la miró, quiso soltarse del abrazo y seguir su camino, pero él la retuvo y forzó un beso de nuevo, un beso mucho más profundo, mucho más sensual, al que Lucía se entregó sin obstáculos. Rodeó con sus brazos el cuello de Pedro y le correspondió. Después se miraron durante unos segundos.

–Y ahora ¿Tendré que esperar otros quince días para volver a verte? – preguntó finalmente.

–Claro que no. Mañana te invito a cenar y hablamos ¿vale? Me he portado como un estúpido y creo que te debo una explicación. A las nueve paso a buscarte a casa.

Lucía sonrió levemente. Él le acarició la mejilla y antes de despedirse le dijo:

–Te quiero.

*

Pasó el sábado presa de una inquietud desconocida. Era un nerviosismo provocado por muchas cosas a la vez: el inminente viaje a Inglaterra, la emoción de volver a estar con Pedro y a la vez el miedo de que aquella tarde no se presentara a recogerla. Una hora antes de la cita ya estaba vestida y arreglada. Se había puesto un vestido rojo de cuerpo ajustado y falda acampanada, con las mangas un poco cortas, que había sido de su madre y que conservaba como oro en paño y se ponía sólo en contadas ocasiones. Aquella se lo merecía.

Su abuela había salido con sus amigas, por lo que se encontraba sola en la casa. Se sentó en el salón, en el sofá cerca de la ventana, desde donde podía atisbar el exterior y ver desde lejos si se acercaba el coche de Pedro. Cuando lo vio aparecer faltaban todavía cinco minutos para la hora acordada. Sonrió para sí misma y parte de sus miedos se disiparon. Esperó diez minutos antes de salir. No quería parecer impaciente.

Cuando se introdujo en el coche Pedro la recibió con un beso y una mirada que denotaba la admiración que le hacía sentir.

–Estás impresionante – le dijo.

Hicieron casi en silencio el corto viaje, silencio roto de vez en cuando por comentarios intrascendentes. La casa de Pedro estaba cerca del parque del Retiro. Era un piso antiguo, de techos altos y amplio ventanales. El blanco era el color que reinaba en casi todo, paredes y muebles. En una esquina del salón una mesa redonda pulcramente puesta para la ocasión parecía estar esperándoles.

–Qué casa más bonita – dijo Lucía.

–¿Te gusta? Si te gusta a lo mejor podemos comprarla, para los dos. De momento vivo de alquiler.

Lucía no dijo nada, pero se sintió halagada de que Pedro pensara en los dos, de que la incluyera en su vida, en sus proyectos.

–Te advierto que la cena me la ha preparado mi madre. Quería algo especial y lo intenté pero no salió bien.

–No importa quién la haya hecho – dijo Lucía – lo que realmente importa es que la vamos a cenar juntos ¿no?

Pedro la cogió de la mano y la atrajo hacia él. Rodeó su cintura y le apartó el pelo de la cara. Luego la besó. Él temblaba de emoción y el corazón de ella se agitó zarandeado por la misma emoción. Una vez más recordó aquella noche en Oporto, cuando hicieron el amor por primera vez tirados sobre la alfombra. Cuando sintió que las manos de Pedro abrían la cremallera que cerraba el vestido por la espalda intuyó que volvería a ocurrir, quizá no sobre la alfombra, puede que sobre aquel sofá de blanco inmaculado, o tal vez en un dormitorio que ella no conocía todavía.

No tuvo que esperar demasiado. Pedro la tomó en brazos sin dejar de besarla y la llevó a la habitación. La depositó suavemente sobre la cama y después de desnudarla la envolvió con caricias y besos y le regaló todo el amor que había mantenido guardado en un rincón de algún lugar de sí mismo en previsión de volver a encontrarla algún día. Por fin había ocurrido. Mientras, la cena se enfriaba sobre la mesa del salón, pero a ninguno de los dos le importaba.



4 comentarios:

  1. Bueno, amiga Gloria, tu cena romántica sigue enriquecida. Recuerdo otros relatos tuyos plenos de naturalismo y, por supuesto, de dulzura. En estos tiempos tan duros que estamos viviendo, un repaso al amor y el deseo de compartir momentos dulces siempre son bienvenidos. Gracias por escribir y un beso de amistad recobrada. Stavros

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  2. Ha salido "cena" en lugar de " vena romántica" La virtualidad siempre gasta estas bromas al plasmar palabras. Bueno, a veces resulta divertido. Besotes.(Tenía que haberle dado a la vista previa, pero se me fue el dedo) Te sigo leyendo. Hasta pronto ����

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