jueves, 29 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 21

 



Aquella noche estuve en su cuarto más de la cuenta. Se sentía feliz de sus progresos y a mí me gustaba compartir su alegría. Me contó que al principio, cuando el médico le comunicó que debía empezar las sesiones de rehabilitación, no creyó que volvería a caminar.

–Además era horrible – dijo – cada vez que me ponía en pié el dolor en mis piernas era insoportable. Pero entonces pensaba en ti y tu imagen, esa imagen que no sé si es real pero es la que yo me imagino, me daba ánimos para seguir. Damia, perdona mi atrevimiento. Sé que tienes novio y no quiero que pienses que quiero entrometerme en vuestra relación, pero no puedo evitar sentir lo que siento. Me recuerdas tanto a aquella chica...

Le tomé la mano y se la apreté entre las mías. Sus palabras me confundían una vez más y por momentos pensaba si no sería mejor confesarle la verdad, decirle que yo era la mujer que echaba de menos, pero no, no podía hacerlo si lo que pretendía era llevar adelante mis planes de revancha.

–Ignoro lo que sientes y creo que prefiero seguir ignorándolo. En todo caso creo que lo que sea que sientes no lo sientes por mí, sino por esa otra chica.

–Pero es que cuanto más hablo contigo más me la recuerdas. Desde que te conozco he rememorado mil veces los momentos que pasé a su lado, algunas de sus palabras, su rostro, su voz, y pienso que cuando un día abra los ojos y pueda verte la cara no me sorprenderé si también me recuerdas a ella. Dime, ¿de qué color son tus ojos?

–Verdes – respondí, aun a sabiendas de que sería un punto más a su favor.

–¿Y tu pelo?

–Negro.

–No estoy equivocado. Ella también tenía los ojos verdes y el pelo negro. Los ojos más verdes que yo he visto en mi vida... – su rostro se veló por la nostalgia – Era una niña y le hice tanto daño... Ni yo mismo sé cómo pude... El día que se fue juró que se vengaría.

No me gustaba que hablara tanto de mí misma. No quería saber lo que había pensado ni necesitaba su expiación, así que cambié de tema.

–¿Te ha dicho el doctor cuándo te van a dar el alta?

–No. No tengo prisa.

–¿Que no tienes prisa? Cualquier persona tiene prisa por salir de aquí.

–Yo no, porque salir de aquí significará no volver a estar contigo y enfrentarme a una vida hostil que nunca me imaginé.

Yo tampoco había imaginado jamás que un día volvería a sentirme enredada en una maraña de sentimientos encontrados. No estaba muy segura de si era pena, lástima o amor del bueno, en todo caso era algo que yo disfrazaba de represalia. Me acerqué a la cabecera de su cama y acaricié su rostro. Él cerró los ojos y besó la palma de mi mano. Apenas pude evitar que de mis labios saliera un “te quiero”. Pensé en Teo, sentí asco de mí misma y salí del aquel cuarto precipitadamente.

*

Desde aquella conversación no volví a ser la misma. Me sentía como si estuviera entre dos vidas; la real y la posible, y lo peor de todo es que no sabía en cuál deseaba permanecer. Ya no tenía claro a quién amaba, ya cuando estaba con Teo no era capaz de sacar a Ginés de mi cabeza. Comencé a pensar que mi relación con Teo había sido un desatino, algo a lo que me había aferrado de manera apresurada para borrar los vestigios de mi fracasado amor juvenil. Necesitaba olvidar a Ginés y Teo me había ofrecido todo lo que yo deseaba, cariño, comprensión y una existencia tranquila y sin sobresaltos. Jamás había contado con que Ginés apareciera de nuevo en mi vida tambaleando su frágil estructura, jamás se me había pasado por la mente la posibilidad de volver a quererle. Quería alejarme de él pero no era capaz y poco a poco fui armando el rompecabezas de mi ansiada venganza que no era tal, que nunca podría ser tal.

*

Teo y yo no volvimos a hablar de Ginés, creo que tanto uno como otro evitábamos el tema a propósito, sin embargo, como si intuyera que algo extraño estaba pasando, un día mi novio me preguntó de nuevo por él. Iban a darle el alta en unos días y así se lo dije.

–Por eso estás tan alterada – afirmó más que preguntó.

Era cierto que la presencia de Ginés me había trastocado y que el haberme enterado de que finalmente iba a abandonar el hospital me había puesto un poco nerviosa, pero no era consciente de que se notara en mi vida cotidiana.

–¿Por qué dices eso?

–Porque te conozco muy bien y no eres la misma de siempre, parece que estás en las nubes. Puede que lo mejor sea perderlo de vista de nuevo, Dunia, y olvidarte de tus deseos de venganza.

Respiré aliviada al escucharle. Por un momento había temido que se sintiera celoso, que sospechara que yo sentía algo por Ginés.

–Me vengaré – dije – ya lo tengo todo planeado.

Teo sonrió levemente. Llovía un poco e íbamos caminando por la calle rumbo a nuestra casa debajo del mismo paraguas. Él llevaba su brazo por encima de mis hombros y en ese momento me apretó más contra sí.

–Pues a ver. Cuéntame tus planes.

No tenía planes preconcebidos, pero se me ocurrieron en el mismo momento.

–Teo quiero ser totalmente sincera contigo. Yo sé que Ginés siente algo por mí. Durante todo este tiempo que ha estado en el hospital hemos hablado muchas veces y en ocasiones él deriva nuestras conversaciones meramente profesionales hacia lo personal y deja entrever algunas cosas. Me ha dicho en multitud de ocasiones que le recuerdo a mí misma y me ha contado lo que me hizo y lo arrepentido que está.

–No te fíes de Ginés. Sabes perfectamente cómo es. Pero a ver, dime ¿qué pretendes hacer?

–Voy a hacer que se enamore de mí perdidamente y después le abandonaré.

Había parado de llover y Teo cerró el paraguas antes de contestar.

–No sé si me gusta la idea – dijo mirándome muy serio – Correría el riesgo de perderte.

-¿En serio piensas eso?

–Yo también quiero ser sincero contigo, Dunia, y me da la impresión de que esos deseos de venganza esconden algo más detrás. Creo que en el fondo nunca has dejado de amarle.

Escuchar de su boca mis propios pensamientos me hizo sentir muy mal. A quién menos deseaba hacer daño en el mundo era a Teo, no se lo merecía, él había sido la persona que había aportado estabilidad a mi vida y con el que me había sentido más querida, y ciertamente tenía razón. Enamorar a Ginés era un riesgo, pero era un riesgo que necesitaba correr. Quería tener fuerzas para abandonarle en el momento oportuno, aunque en el fondo de mí misma sabía que probablemente no fuera así.

–Yo te quiero a ti – respondí.

–Puede que sí, pero a él también, y por momentos siento que ha comenzado la batalla. Sin embargo... adelante. No puedo ni quiero prohibirte que hagas nada. Simplemente conservaré la esperanza de que todo esto termine de una vez y estemos juntos de nuevo.

–Ya estamos juntos.

–Me refiero a que nuestras almas y nuestros corazones estén definitivamente unidos Dunia. Sí estamos juntos, pero por momentos te siento tan ausente....

A veces hubiera deseado que Teo fuera un poco menos reflexivo. Siempre se tomaba las cosas tan.... bien. Nada era capaz de alterarlo. Yo hubiera puesto el grito en el cielo si la situación hubiese sido la contraria, pero él parecía aceptarla con resignación, como si en realidad la posibilidad de que nuestra relación terminase no le importara demasiado.

Pero estaba totalmente equivocada. Aquel fin de semana Teo tenía que viajar por motivos de trabajo, y el domingo, día en que yo libraba de mi trabajo, Teresa me invitó a comer a su casa. Lo hacía muchas veces cuando su hijo debía viajar y yo me quedaba sola, así que no le di la menor importancia. Comimos entre charlas y risas, como siempre, y fue mientras tomábamos el café cuando mi tía me habló seriamente.

–Dunia, tengo algo que decirte. A lo mejor crees que voy a meterme dónde no me llaman. Es posible. Pero se trata de mi hijo y no quiero que sufra.

A pesar de que intuía por dónde iban los tiros me hice la tonta.

–No sé qué quieres decir.

–Claro que lo sabes. Hace dos días Teo vino por aquí. Estaba... preocupado. No se atrevía a hablar, vaya por delante que jamás me ha contado vuestras cosas ni me ha pedido consejo sobre ninguna decisión que hayáis tenido que tomar los dos. Pero esta vez... me puso al corriente de tus planes para con Ginés. Y no me gustan nada.

Teresa hablaba despacio y con calma, sin acritud, sin rencores, sin imposiciones. No pretendía decirme lo que tenía que hacer, simplemente me ponía al corriente de su opinión, así, sin más, como si fuera una locutora de radio leyendo las noticias.

–¿Por qué? – me atreví a preguntar, a pesar de que intuía la respuesta.

–Porque ese chico no es una buena persona, y tú deberías saberlo, te lo ha demostrado con creces. No creo que sea capaz de enamorarse de nadie. No tiene sentimientos. Y con esta locura que tienes en mente es posible que lo único que consigas es pasarlo mal tú y hacérselo pasar mal a Teo también. Dunia, olvídate de Ginés, por favor. Ya no tiene sentido que desees vengarte. Aquello pasó hace mucho tiempo, no merece la pena. A no ser que...

–¿Qué?

–Que todavía le ames. O mejor dicho, que te hayas vuelto a enamorar de él Y disfraces de venganza tus deseos de estar a su lado.

Debí de imaginarlo. La perspicacia de mi tía otra vez en acción. No sé si era intuición o si era que poseía un sexto sentido inusual y ausente en el resto de los humanos, pero siempre terminaba acertando. ¿Qué podía hacer yo en un momento como aquél? ¿Confesarle la verdad, una verdad de la que ni siquiera yo misma era consciente? ¿Mentirle? Y en este caso ¿qué mentira iba a decirle si es que no sabía ni cuál era la verdad?

–No lo sé, Teresa – dije finalmente encogiéndome de hombros – no soy capaz de discernir qué siento por él. No sé si es odio, si es cariño... en todo caso lo único que sé que no me provoca es indiferencia. Y tengo que llevar a cabo mis planes. Es la única manera que tengo para aclararme.

–¿Y si acabas descubriendo que estás enamorada de él? ¿Tú sabes el daño que le harás a Teo?

–Claro que lo sé y créeme que es lo último que quisiera, provocarle dolor. Tía yo quiero buscar mi camino, con claridad. Deseo saber qué es realmente lo que quiero y para eso tengo que hacer lo que he pensado. Si realmente amo a Ginés, Teo no se merece tener a su lado a una mujer que no le ama. Y yo tengo derecho a mi propia felicidad.

Teresa cogió su paquete de tabaco, encendió un cigarrillo y me lo pasó. Luego de que yo lo aceptara encendió otro para ella. Me miró y en su cara se dibujó una leve sonrisa cargada de amargura. Supuse que estaba pensando en su propia historia de amor.

–Ten cuidado – me dijo. Y me abrazó.

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