viernes, 16 de abril de 2021

NO sé por qué te quiero - Capítulo 16

 



La casa estaba silenciosa y a oscuras. Mi madre y su marido habían salido a cenar fuera con Teresa, yo creo que animados por esta última en su afán por dejarnos a Teo y a mí solos. Me acerqué a la puerta de su habitación y arrimé el oído. No se oía nada. Golpeé suavemente y nadie contestó. Volví a golpear y al no recibir respuesta abrí la puerta con cautela. Mi primo estaba echado en la cama y al escuchar el sonido de la puerta al abrirse se volvió.

–¿Puedo entrar? – pregunté.

Él se sentó en la cama y asintió con la cabeza. Yo me acerqué y me senté a su lado, sobre la cama. Me miraba fijamente con aquellos ojos marrones que parecían escarbar en mi cerebro.

–Teo yo.... creo que tenemos que hablar. Mejor dicho, que yo tengo que hablar. Sé que te molestó lo de anoche y....

–No, no, no te equivoques Dunia, no me sentó mal lo de ayer, o a lo mejor sí, pero no por tu reacción sino por la mía. Creo que interpreté mal tus gestos o tus palabras... yo qué sé. Y el día de hoy me ha servido para reflexionar y pensar en qué he hecho mal. Me he sentido como un...

–Pero ¿quieres parar de decir insensateces, bobo? – le pregunté de pronto, completamente alucinada por sus razonamientos de hombre mayor y respetable – No puede ser que esté escuchando semejante sarta de sandeces. No has hecho nada mal Teo, al contrario, te juro que jamás me he sentido tan bien en mi vida como cuando estoy a tu lado. Pero creo que tienes que saber algo, algo que me ocurrió hace años, con Ginés.

Le conté todo lo que no le había contado y que en ocasiones incluso le había negado. Cómo me había ido enamorando de él, cómo me había sabido camelar con unos detalles que no eran tales y finalmente la violación en la piscina aquella fatídica noche, que aunque parecía haberse borrado de mi mente, reaparecía en los momentos más inoportunos.

–Ayer fue como si los recuerdos se agolparan en mi mente de pronto y por eso no pude... no pude quererte como te mereces. Pero yo te amo, Teo, te quiero de verdad y me siento feliz de tenerte a mi lado.

Él tiró de mi brazo e hizo que me acercara más a su lado. Tomó mi cara entre sus manos y me besó en los labios suave y dulcemente.

–¿Por qué no me contaste nada de esto? – preguntó separando sus labios de los míos.

–¿Para qué? El mal ya estaba hecho y no tenía solución. Durante mucho tiempo pensé en vengarme, pero según va pasando el tiempo.... cada vez me importa menos. Yo lo que quiero ahora es estar a tu lado. Tenemos toda la vida por delante para ser felices, Teo.

Mientras hablaba me iba desabotonando poco a poco la ligera bata de seda que llevaba puesta, bajo la atónita mirada de Teo. Me puse en pie y dejé que la suave tela se deslizara por mi espalda hasta caer al suelo. Me quedé con mis braguitas por toda indumentaria y me eché en la cama al lado de mi novio.

–Quiero hacer el amor contigo – le dije.

–Y yo también – me susurró al oído mientras su mano acariciaba son suavidad mis hombros – pero te advierto que no lo he hecho nunca. Es la primera vez que estoy con una mujer.

–Yo tampoco lo he hecho nunca. Así que no te preocupes, será la primera vez para los dos. Así conoceremos el amor por primera vez, juntos.

Nos besamos de nuevo y yo sentí sus manos temblorosas recorrer mi piel con suavidad, casi con miedo, pero en aquellas caricias sentí también que mi cuerpo se estremecía y un fuego desconocido y extraño amenazaba con deshacerlo por dentro. Puede que aquella noche no fuera la noche de amor perfecta, puede que nos faltara experiencia y nos desbordara la pasión, pero de lo que sí estoy segura es de que fue una de las noches más hermosas de mi vida.

*

Nos hicimos novios, novios de verdad, de esos que ven y piensan el futuro juntos, y nuestra vida se convirtió en un hilo de ilusión que íbamos tejiendo el uno en connivencia con el otro. Me olvidé de Ginés y de mi venganza, ya no me importaba nada. ¿Qué necesidad tenía de hacerlo presente de nuevo en mi vida, de volver a recordar un momento indeseado si tenía a mi lado a quién me hacía realmente feliz? La respuesta era evidente, ninguna, y durante los años que Teo tardó en terminar su carrera universitaria yo me centré en mi trabajo y en preparar unas oposiciones que nunca llegué a aprobar. Sin embargo laboralmente tuve mucha suerte, pues a pesar de estar durante unos años con contratos temporales y esporádicos, llegó un momento en que me contrataron de manera indefinida en una clínica de La Coruña. Era el último año de carrera de Teo y desgraciadamente tuvimos que vivir separados, pero tampoco nos importaba mucho, pues los fines de semana que nos podíamos reunir lo hacíamos y aprovechábamos hasta el límite nuestro tiempo juntos.

Cuando Teo se licenció regresó a La Coruña y comenzó a trabajar en una multinacional informática a través de un conocido de mi padrastro. Así parecía que nuestra vida se había asentado. Éramos una pareja consolidada y feliz. Empezamos a pensar en la posibilidad de casarnos, de comprarnos una casa propia e incluso de tener hijos, aunque ahora que podíamos disfrutar de una economía un poco holgada, preferimos esperar un poco antes de hacer frente a unas responsabilidades que, sobre todo la de tener hijos, nos habían de cambiar la vida de manera sustancial.

Tal vez lo único que turbaba un poco la tranquilidad de nuestra apacible existencia eran los viajes de trabajo que se veía obligado a hacer mi novio de vez en cuando. Tampoco es que se pasara todo el tiempo fuera de casa, pero al menos una vez al mes debía de viajar para visitar clientes o filiales de la empresa. Durante aquellas pequeñas ausencias yo lo echaba mucho de menos. Amaba profundamente a Teo y jamás pensé que nada pudiera venir a turbar la plácida existencia que habíamos conseguido.

Fue durante uno de aquellos viajes. Recuerdo que cuando me dijo que se tenía que ir a Roma, deseé poder acompañarle, pero por aquel entonces en la clínica había falta de personal, pues se estaba procediendo a la realización de nuevas contrataciones y me tuve que quedar en la ciudad más triste que una uva pasa. Era primavera, una primavera inusualmente cálida para una ciudad norteña, y muchas tardes salía a pasear sola por sus calles. Me gustaba sumergirme en la algarabía de gente que parecía querer beberse el aire cálido de aquel clima atípico. Otras veces me acercaba a buscar a mi tía Teresa a su trabajo y de regreso a casa nos tomábamos un café o cenábamos algo en alguna taberna de la calle Real.

Un día tuve una mañana especialmente dura en el hospital. Había tenido lugar un accidente horrible a un autobús escolar y las urgencias se vieron colapsadas por decenas de niños heridos, afortunadamente la mayoría leves, salvo dos pequeñines que se murieron prácticamente en mis brazos y en los de mi compañera, sin que nadie pudiera hacer nada por ellos. Salí de trabajar con muy mal cuerpo y al comprobar que no me podía sacar de la cabeza la imagen de tanta masacre, decidí por la tarde dar uno de mis paseos y meterme en tiendas donde el jaleo pudiera distraerme. Pero no dio resultado. Sentía tal congoja en mi interior, mi corazón estaba tan oprimido dentro de mi pecho que nada ni nadie era capaz de animarme. En un momento dado me senté en un banco de los jardines de Méndez Núñez y me puse a llorar. No tenía motivo, no sabía el motivo, pero lloraba y al derramar mis lágrimas me daba cuenta de que mi inquietud se iba calmando, y me liberaba de aquella pena que durante todo el día me había estado pesando como una losa.

Ni siquiera me había percatado de que alguien se había sentado en el banco, a mi lado, y que ese alguien me ofrecía un pañuelo de papel blanco que yo tomé en un gesto automático y con el que me limpié las lágrimas.

–¿Puedo ayudarte en algo? – me preguntó una voz masculina.

Levanté mi mirada hacía el hombre y me encontré con quien nunca hubiera esperado encontrarme. A mi lado estaba Ginés. No sabía de dónde había salido ni desde cuándo se había convertido en un buen samaritano. Hacía unos cuantos años que no le veía, pero no los suficientes para que no me reconociera, pero así parecía. Tan poca era la huella que había dejado en él. Sin embargo yo lo hubiera reconocido aunque lo hubieran colocado entre un millón de hombres semejantes.

Algo se revolvió dentro de mí, no sé exactamente qué. Sólo sé que sentí la necesidad de huir de allí. Era como si el tipo que estaba a mi lado no fuera un ser humano sino un monstruo que amenazara con tragarme. Pero no pude moverme de aquel banco. Me quedé mirándole fijamente mientras mi cabeza no dejaba de asombrarse ante las casualidades de la vida. Encontrarme con Ginés en un banco de un parque. Jamás lo hubiera pensado.

–¿Te ocurre algo? – insistió – Pasaba por aquí y te he visto llorar y pensé que.... no sé, que te pasaba algo.

–No me pasa nada – conseguí decir.

Fui capaz de levantarme por fin y comencé caminar. De pronto quise llegar a casa, o no, mejor a casa de mi tía Teresa, no creía que aquella noche fuera capaz de afrontar mi soledad. Apuré el paso, pero Ginés no se rindió.

–Eh, no te vayas. Espera – le escuché decir detrás de mí.

Me tomó del brazo y me hizo parar. Sentir el contacto de su mano con mi piel fue como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo. Durante unos segundos miré sus dedos en torno a mi muñeca, finos, firmes, hermosos, como siempre. Luego levanté la mirada y me encontré con la suya, gris, cristalina, bella, tan bella como yo la recordaba.

–Me sabe mal dejarte ir así, llorando. ¿Puedo invitarte a un café?

¿Qué pretendía aquel muchacho? ¿No me reconocía realmente o estaba fingiendo? Yo no creía haber cambiado tanto. Tal vez había perdido algo de peso y llevaba un corte de pelo diferente, pero nada más. ¿Tan poco había significado yo en su vida para que me olvidara de una manera tan drástica? Y además ¿dónde estaba su novia? Preguntas sin respuestas que se agolpaban en mi cabeza de manera desordenada.

–No quiero café – dije – y no me pasa nada. Sólo quiero llegar a mi casa.

–Te acompaño.

–¡No! – contesté de manera un poco brusca – Lo que necesito ahora es estar sola.

–¿Sabes? – me preguntó de pronto ignorando mi comentario y mirándome fijamente – Me da la impresión de que te conozco. ¿Dónde nos hemos visto antes?

Todavía sujetaba mi muñeca. Yo me desasí con suavidad de su mano y sin contestarle seguí mi camino. No quería que me reconociera, era mejor así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario