martes, 13 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 15

 



Durante aquellos dos meses Teo me trató como a una reina. Estaba atento a mis deseos, a mi cansancio, me hacía la comida, me preparaba un baño cuando llegaba agotada del trabajo, me arrastraba a la calle para que me despejara cuando me aturdían las circunstancias. Era muy cariñoso, me llenaba de besos y de caricias, podíamos pasarnos horas por las noches viendo películas en la televisión, sentados en el sofá muy abrazados... pero ya, quiero decir que nunca me había ni siquiera insinuado la posibilidad de acostarnos juntos. Y no sabía si aquello me gustaba o no. Contrariamente a cuando me enamoré de Ginés, con Teo sí estaba segura de querer disfrutar del amor en toda su plenitud. Suponía que él también, pero me parecía que tenía la misma inexperiencia que yo en esos temas y tal vez fuera por ello que ni uno ni otro se atrevía a dar el paso. Tal vez lo mejor fuera dejar correr el tiempo y que las cosas ocurrieran cuando tuvieran que ocurrir.

Llegados mis quince días de vacaciones, hicimos las maletas y regresamos a La Coruña dispuestos a disfrutar de la playa y el mar, pero nuestros planes se torcieron. Mi madre y su marido tenían pensado venir a la ciudad a pasar con nosotros aquellas dos semanas, pero el día anterior a su viaje mamá se torció un tobillo y se hizo un esguince que requirió unos días de reposo, así que fuimos nosotros dos, junto con Teresa, los que pusimos rumbo a Madrid.

Nadie de la familia sabía que nos habíamos hecho novios, al menos no lo habíamos comunicado formalmente, ambos pensábamos que ya habría tiempo. Puede que tuvieran sus sospechas pero si así era nadie dijo nada, es más, ambos ocupamos las mismas habitaciones que habíamos ocupado el verano anterior. Éramos primos y a nadie se le ocurrió que pudiéramos dormir juntos, cosa lógica por otra parte, además ni siquiera lo habíamos hecho nunca, pues en el piso que compartíamos en Santiago cada uno tenía su propio dormitorio.

Aquella semana fue especialmente calurosa en la capital, tanto que se hacía muy difícil conciliar el sueño, por eso Teo y yo solíamos permanecer en el jardín hasta muy entrada la noche, sentados en las tumbonas al borde de la piscina. Una de aquellas noches Teo me propuso tomar un baño y como si de un resorte se tratara volvió a mi mente aquella noche fatídica en el chalet de Ginés. Mis pulsaciones se aceleraron ligeramente e intenté apartar de mi cabeza aquel desafortunado momento del que hacía tiempo ya ni me acordaba. Acepté la proposición de Teo y nos metimos en el agua. No hizo falta ponernos los trajes de baño pues ya los teníamos puestos. Nadamos y jugueteamos salpicándonos. Todo se asemejaba demasiado a lo ocurrido años atrás. Parecía la misma historia con un protagonista diferente. En aquel momento no me daba cuenta de que yo también era diferente, y de que Teo no tenía nada que ver con Ginés. Pero de la misma manera que aquella noche, en un momento dado Teo me atrapó contra el borde de la piscina y me besó. Yo me entregué a aquel beso con miedo, con una desconfianza absurda. Me decía a mí misma que debía centrarme en lo que estaba ocurriendo en aquel preciso instante, no en lo que había pasado hacía tanto tiempo, pero la parte ilógica de mí misma no era capaz de aceptar los razonamientos lógicos de la otra parte. Por eso cuando Teo apretó su cuerpo contra el mío mientras besaba mi cuello y acercaba con timidez sus manos a mis pechos, le di un fuerte empujón y lo aparté de mi lado.

–¡No! – casi grité – ¡No puedo!

Salí de la piscina ante la mirada asombrada de Teo, que no pronunció palabra alguna, sólo me miraba con aquellos ojos limpios y sinceros que no entendían nada, mientras yo corría hacia la casa dejando tras de mí un rastro de agua y un sin sentido de emociones.

Me quité el bikini, sequé mi cuerpo chorreante y me acosté, pero no pude dormir nada, acuciada por el calor insoportable y por la conciencia de mi estupidez. Yo quería a Teo, sentía que era la persona que necesitaba a mi lado, alguien que me aportaba serenidad, cordura, Teo era el amor sereno con el que yo había soñado desde siempre y no se merecía el desprecio de aquella noche. Desprecio que, por otro lado, no tenía ninguna razón de ser, porque yo deseaba hacer el amor con él y seguramente eso era lo que había estado a punto de ocurrir. Pero el recuerdo de Ginés había ganado terreno a mis pensamientos lógicos y había dado al traste con mis anhelos y también con los de Teo.

Durante aquella noche pensé que él iba a llamar a la puerta de mi cuarto para preguntarme qué me había ocurrido, pero no lo hizo y yo tampoco me atreví a ir a su dormitorio. Ni siquiera lo escuché entrar. Me dormí cuando ya comenzaba a amanecer y me desperté pronto, presa de un desasosiego y un nerviosismo exagerados. Conocía bien a Teo y sabía que iba a estar dolido conmigo. Me di una ducha y salí al jardín. Mi novio estaba desayunando en el porche y me senté a su lado.

–Buenos días – dije a media voz.

–Buenos días – contestó sin dejar de untar mermelada de fresa en su tostada.

Estaba molesto, desde luego. Otro día cualquiera me hubiera ofrecido la tostada y se hubiera levantado para besarme mil veces.

–Teo, quiero hablar contigo – le dije.

–No es necesario, Dunia – me respondió con la calma que le caracterizaba – Está todo bastante claro.

Me desconcertó un poco su seguridad y su afirmación. Yo no sabía qué era lo que estaba claro y así se lo pregunté.

–¿Qué es lo que está claro?

–Pues que ayer me pasé, que soy un cerdo, que te falté al respeto. Lo siento de veras. No volverá a ocurrir – respondió con el sarcasmo impregnando su voz.

–Yo no he dicho nada de eso.

–No, claro que no lo has dicho, pero a veces sobran las palabras y ayer fue una de esas veces. Pero repito, lo siento mucho, pensé que a ti también te apetecía y me equivoqué.

–A mí también me apetecía – dije en un susurro.

–¿Ah sí? Pues que bien lo disimulaste.

Teo dio el último sorbo a su café y levantándose se dirigió al jardín.

–¿A dónde vas? – le pregunté.

–A dar un paseo. Necesito estar solo.

Se fue y me dejó allí sintiéndome triste y culpable. Él pensaba que yo no le quería lo suficiente y tenía que sacarlo de su error, aunque ello significara contarle lo que me había ocurrido con Ginés.

En aquel momento, mientras estaba yo sumida en aquellos pensamientos, se abrió la puerta y Teresa apareció en el porche con una bandeja de desayuno.

–Buenos días, Dunia ¿Has desayunado? ¿Te preparo algo?

–No, no he desayunado, pero no te preocupes, no me apetece comer nada.

Teresa se sentó y posó la bandeja en la mesa.

–¿Ocurre algo? ¿Teo no se ha levantado todavía?

Mi tía como siempre tan intuitiva.

–Ha salido a dar un paseo solo – contesté lánguidamente.

–Solo... Teo quiere estar solo – afirmó más que preguntó – ¿Me vas a contar lo que ocurre? Pero todo, desde el principio, es decir, desde que comenzasteis a salir juntos hasta la bronca de hoy.

Sonreí levemente ante la perorata de mi tía. Debí imaginarme que una persona como ella tenía que estar al corriente de todo, se lo hubiéramos dicho o no.

–¿Cómo lo has sabido?

–¿Y eso qué importa? Anda, ¿qué ha pasado? ¿puedo ayudarte en algo?

Le conté lo ocurrido sin muchos preámbulos y cuando terminé soltó una pequeña carcajada que me dejó perpleja.

–A mí no me hace ninguna gracia – dije algo enojada.

–A mí sí. Parecéis dos niños inexpertos... perdón, no lo parecéis, lo sois. Entiendo tu actitud de ayer en la piscina, recordar una violación no debe ser plato de buen gusto, y también entiendo un poquito el enfado de Teo, porque él no sabe lo que te pasó. Así que lo mejor que puedes hacer para solucionar el embrollo es contárselo.... ah, y dormir en la misma habitación esta noche.

Suspiré y miré a Teresa, que comía con ganas su tostada. Supuse que ella conocía a su hijo mejor que yo.

–¿Crees que querrá escucharme? – le pregunté.

–Por supuesto que sí, aunque de momento... yo lo dejaría un poco a su aire durante el día de hoy. Por la noche, si ves que no se queda en el jardín para una de vuestras sesiones de charla nocturnas, te cuelas en su cuarto, le cuentas lo ocurrido y haces que todo acabe en una sesión de sexo lo más desenfrenado posible.

No pude evitar soltar una carcajada. Teresa tenía el poder de que cualquier tema, por serio que fuera, tuviera el toque necesario de humor para quitarle un poco de importancia. Además me pareció buena idea y me propuse hacerle caso en la medida de lo posible.

Teo regresó de su paseo poco antes del almuerzo. Ya estaba comenzando a preocuparme, me parecía que tardaba bastante, pero me abstuve de hacer comentario alguno. Pasamos la tarde cada uno a sus cosas, algo que no era habitual, al menos estando de vacaciones, y cuando llegó la noche y yo me senté en el jardín, al borde de la piscina, observé que, tal y como había vaticinado su madre, él se marchó a su cuarto. Me tomé un poco de tiempo por si acaso salía, pero como no fue así, al cabo de diez minutos entré en la casa dispuesta a poner en marcha el plan.



No hay comentarios:

Publicar un comentario