domingo, 11 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 14

 



Durante aquellas semanas que pasé en Madrid, mi madre no cesó de intentar convencerme, por activa y por pasiva, de que buscara un trabajo y me quedara allí. Decía que tendría muchas más oportunidades que en La Coruña y seguramente tenía razón, pero yo ya me había acostumbrado a la vida en Galicia y me agobiaba la gran ciudad. Así que unos días después de Reyes regresé a casa de mi tía Teresa. Teo ya se había marchado a Santiago a retomar el curso y yo me dispuse a buscar trabajo de nuevo, enviando currículums por doquier. De nuevo tuve suerte y esta vez fue de un hospital de Santiago de donde reclamaron mis servicios con un contrato temporal de un año. Me fui un fin de semana con la intención de encontrar un piso en el que caerme muerta, pero en una ciudad eminentemente universitaria y a aquellas alturas del año, no conseguí encontrar nada acorde con mis posibilidades. Teo, que evidentemente vivía allí y compartía piso con otros dos chicos, me propuso quedarme en su vivienda mientras no encontraba otra cosa y aunque no me gustaba demasiado la idea por razones evidentes, no me quedó más remedio que hacerlo, pues tenía que comenzar a trabajar ya.

La relación que mi primo tenía con sus compañeros de piso era prácticamente nula. No eran amigos, eran simplemente eso, compañeros de piso que se habían encontrado en aquella ciudad por razones de estudio y que por un casual compartían morada, pero nada más. Cada cual iba a sus cosas, se hablaban por cortesía y poco más. Por suerte eran dos muchachos ordenados y pulcros, que respetaban sus turnos para hacer las tareas domésticas y que no pusieron ninguna objeción a que yo me quedara allí durante el tiempo necesario mientras no encontrara un lugar definitivo dónde dejar caer mis huesos.

El piso era pequeño, oscuro y un poco lúgubre. Yo tenía que compartir cuarto con mi primo, una estancia minúscula en la que apenas cabía el mobiliario básico de un dormitorio. Yo dormía en un colchón sobre el suelo, pues a pesar de la insistencia de Teo, no había permitido que me cediera su cama, al fin y al cabo serían sólo unos días.

Comencé mi trabajo en el hospital y en mis ratos libres buscaba piso. Teo me ayudaba cuando podía sin demasiado entusiasmo. Una noche, estando ya en la cama, miraba yo en la prensa anuncios de pisos y mientras lo hacía, le iba comentando detalles de los mismos a mi primo, que me contestaba con monosílabos, como si le molestara mi charla.

–Ay hijo – le solté – no hace falta que demuestres tanto entusiasmo. Ya sé que buscar piso es un fastidio, pero como comprenderás no voy a pasarme la vida aquí.

–¿Por qué? – preguntó asomando la cabeza por encima del colchón.

–¿Cómo que por qué? ¿Acaso piensas que podríamos estar así toda la vida?

–Yo contigo estaría toda la vida de la manera que fuera.

Como casi siempre, no supe si hablaba en serio o en broma. Era típico de él. Soltaba las cosas así, con tal seriedad en su cara que parecía estar hablando de veras siempre, aunque de vez en cuando soltaba una leve risilla, pues no era muy dado a las grandes carcajadas. Esta vez fui yo la que me reí.

–Sí, hijo, sí – repuse – contigo pan y cebolla, dice el dicho ¿no?

De pronto me vino una idea a la cabeza. Una feliz idea para rescatar a Teo de aquel lugar asqueroso y además animarle para que pusiera más entusiasmo en la busca de piso.

–Oye, Teo ¿Por qué no buscamos un piso para los dos? Éste es horrible y si alquilamos uno para los dos compartiríamos gastos y no tendría que andar con tantos remilgos a la hora de mirar el precio del alquiler.

Se lo pensó durante unos segundos.

–No puedo – dijo finalmente – no puedo dejar a los chicos ahora.

A lo mejor tenía razón. Se había comprometido con sus compañeros y abandonarlos a mitad de curso sería una putada.

–Bueno.... a lo mejor puedes hablar con ellos y si encuentran otro compañero... Vamos, ¿no te gustaría que viviéramos los dos solos, a nuestro rollo, en un sitio más grande, más claro, menos húmedo....?

Se recostó contra el cabecero de la cama y puso cara como de estar pensando. Finalmente dijo:

–Bueno.... a lo mejor no es tan mala idea, pero me iré contigo sólo si consigo un sustituto, no quiero dejar a los chicos en la estacada.

Me di por satisfecha con su respuesta. Estaba segura de que encontraría a alguien. Y no me equivoqué. No voy a relatar aquí los detalles de la búsqueda del piso ideal, ése que no existe, sólo diré que dos semanas más tarde Teo y yo compartíamos un confortable apartamento en la Rúa Nueva, pequeño, antiguo, coqueto y muy bien conservado. A partir de ahí comenzó nuestra vida rutinaria y agradable. Teo estudiaba mucho y yo trabajaba mucho, apenas teníamos tiempo para nada más, compartíamos tan pocos instantes que los momentos que coincidíamos casi nos teníamos que poner al corriente de nuestras vidas. Así, entre exámenes y turnos de noche o de día, fue pasando el curso. De pronto llegó Junio y Teo había terminado el primer año de su carrera con unas notas extraordinarias. Ahora tocaba descansar y disfrutar del verano. Él, porque a mí me quedaban por delante todavía dos meses de trabajo antes de los quince días que me habían dicho me correspondían de descanso, y encima me quedaría sola en la casa, lo cual no me gustaba demasiado. Me había acostumbrado a la presencia de Teo, a saber que estaba ahí, que por las noches volvería, aunque cada uno estuviera a sus ocupaciones, y me inquietaba la posibilidad de quedarme sola, a pesar de que en Vigo ya había vivido sola y no me había ido mal. Evidentemente no se lo comenté a él, pero me conocía, me conocía mejor de lo que yo había imaginado y dos días antes de marcharse me dio la sorpresa.

–¿Sabes qué, Dunia? – me preguntó una tarde mientras paseábamos por la ciudad tomando un helado antes de entrar yo a mi turno de noche.

–¿Qué?

–Que no me voy a ir a La Coruña. Me voy a quedar contigo hasta que te den a ti vacaciones, así no estarás sola.

Escuchar aquellas palabras me dejó desconcertada y feliz al mismo tiempo. Me gustaba tener compañía y mucho más si era la de Teo, pero tampoco pretendía que hiciera sacrificios por mí.

–No hace falta, Teo. Yo....

No supe seguir. No sabría decir lo que sentí en aquel instante. Fue algo repentino que me enmudeció, como si de pronto me diera cuenta de que habíamos vivido unos meses juntos y me había acostumbrado tanto a él que me resultaría muy difícil soportar su ausencia.

–¿No te apetece ver... a tu amiga? A Lola. No me has hablado de ella en todo el invierno.

Hizo un gesto elocuente con la cabeza y dijo:

–No sé si recuerdas el día en que te marchaste a Madrid por Navidad. Cuando salías por la puerta de camino a la estación te pregunté si te gustaba y me dijiste que sí, que te gustaba. Aquella misma noche corté con ella. La verdad es que aunque me atraía sentía que no era para mí. Y pensar que tenía alguna posibilidad contigo.... Dunia yo te quiero. A lo mejor piensas que soy un crío, pero te quiero creo que desde el primer día que te vi, allí, en la entrada de casa con tu madre.

El helado se estaba derritiendo en mi mano y las gotas de chocolate resbalaban por el cono de barquillo ensuciando mis dedos. Lo llevé a la boca sin dejar de mirar a Teo. No sabía qué responderle, quería decirle que no, que no me parecía un crío, que me parecía un chico genial, muy maduro para su edad, guapo, bueno, honesto... lo tenía todo. Le sonreí simplemente y él me devolvió la sonrisa.

–¿Por qué te ríes? ¿Eso qué quiere decir?

Me acerqué a él y deposité un suave beso en sus labios.

–Quiere decir que no me he olvidado de lo que te dije estas Navidades, que sigo sintiendo lo mismo, y que estoy encantada de que Lola ya no pinte nada en tu vida.

Sonrió con aquella sonrisa perfecta, me cogió de la mano y reanudamos nuestra caminata.

–¿Lo ves? – dijo – ¿Cómo ve voy a ir? No puedo dejar sola a mi....¿novia?

Me miró interrogante y yo asentí con la cabeza. Echó su brazo por encima de mis hombros y ahora fue él quien me besó en los labios.

–Es que tenías la boca manchada del chocolate del helado.

Aquel fue el comienzo de nuestra aventura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario