viernes, 23 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 19

 




El día siguiente fue extraño. Mi cabeza era un hervidero de ideas y de sentimientos encontrados. Si escarbaba un poco en el fondo de mi corazón afloraba la sensación de que Ginés era, o al menos debía de ser, un simple objeto de mi compasión. Alguien a quien yo había conocido en la flor de la vida y que todavía estando en la plenitud de su existencia había tenido la desgracia de pasar a ser la piltrafa humana que estaba siendo. ¿Qué sentido tenía hacerle más daño del que ya la propia vida le había hecho por sí misma? Además ¿deseaba realmente hacerle daño? ¿necesitaba hacerle pagar por algo que había ocurrido mucho tiempo atrás y que yo ya casi tenía olvidado? Preguntas para las que no terminaba de encontrar respuesta.

Por otro lado, y en contra de mi voluntad, después de hablar con él y escuchar su voz ajada, cansada y triste, sentía que todavía subsistía dentro de mí una pizca del amor que un día había sentido por él. Y eso no podía ser. ¿Por qué le quería después de los ocurrido y los años transcurridos? ¿Acaso era cierto eso de que el primer amor nunca se olvida? ¿Y eso de que el odio no es más que otra forma de amor?

Por la noche me dirigí al hospital pensando sólo en volver a verle, así que en cuanto llegué, después de pedirle a la enfermera del turno saliente que me pusiera al corriente de la situación de los pacientes, la liberé de sus últimas obligaciones y las asumí yo, entre ellas, suministrarle a Ginés su medicación. Cuando entré en su habitación abrió los ojos de repente, a pesar de que sólo podía ver oscuridad.

–Damia ¿eres tú?

Me sorprendió descubrir que parecía estar esperándome y por un momento no supe qué decir. Los nervios hacían acto de presencia cada vez que me metía en aquel cuarto y en ese preciso momento no fue diferente.

–Sí – respondí finalmente – ¿Cómo estás? Acabo de comenzar mi turno y he venido a inyectarte tus medicinas. ¿Has cenado?

–Un poco de sopa. Esta tarde he tenido mucho dolor en las piernas y no me apetece comer, no me apetece nada. ¿Cuándo acabará esto?

–Bueno, no te preocupes, poco a poco irás mejorando. Piensa que estuviste a punto de morir. La recuperación es lenta. Ahora tienes que descansar.

Recogí mis útiles y me dispuse a salir. Tenía que continuar mi ronda.

–¿Te vas? – me preguntó.

–Sí, debo seguir atendiendo a los pacientes. Si necesitas algo llama al timbre.

Terminé de administrar las medicinas a los demás enfermos una media hora después. Los pacientes que estaban mejor y se atrevían a dar algún paseo por el pasillo se fueron retirando a sus habitaciones. También las visitas regresaron a sus hogares. La noche se preveía tranquila y si era así, tal vez pudiéramos echar una cabezadita por turnos mi compañero y yo.

Estuvimos tomando un café y charlando hasta cerca de las dos de la mañana. A esa hora le dije que se echara un poco a dormir, que yo no tenía sueño y me quedaría vigilando, y si necesitaba su ayuda le despertaría. Se metió en un pequeño cuarto anejo al control de enfermería y se acostó en el pequeño sofá. Yo me puse a leer un libro. Me gustaba sumergirme entre las páginas de cualquier novela las noches en que la quietud de los pasillos del hospital era tan plena. Sólo un rato después de comenzar mi lectura se encendió una lucecita del panel de control, la 506. Dejé mi novela encima de la mesita y me dirigí al cuarto de Ginés. Empujé la puerta y lo encontré sentado en la cama con los ojos muy abiertos. Me provocaba una sensación extraña verlo así, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida, mirando hacia un punto en el infinito que en realidad no miraba porque no podía ver.

–¿Estás bien? – pregunté – ¿Necesitas algo?

–No puedo dormir – contestó escuetamente.

–Si estás intranquilo puedo darte un tranquilizante. El médico dijo...

–No, no. No quiero tomar nada. Pero me gustaría que te sentaras un ratito aquí, conmigo. ¿Podrás darme un rato de charla?

Me pregunté si haría lo mismo con las demás enfermeras o sólo conmigo. No era demasiado profesional dejar el control sin nadie y así se lo dije.

–¿Estás tú sola?

–No, pero mi compañero está durmiendo un rato. Espera.

Me asomé a la puerta y vi a mi a Carlos en el control. Siempre hacía lo mismo. Se echaba a dormir un rato y era así, un rato, bien pequeño además. Así pues al comprobar que el servicio estaba cubierto accedí a quedarme un momento con Ginés, aunque no estaba muy segura de que fuera nada bueno porque ¿qué le iba yo a contar de mí? O me inventaba cosas o corría el riesgo de que descubriera quién era, al menos eso era lo que pensaba en aquel momento, aunque pronto saldría de mi equívoco.

Me senté al borde de su cama.

–No me puedo quedar mucho – le dije – y cuando me marche te tomarás una pastilla para dormir. Debes descansar. Te daré una dosis pequeña.

–Vale – dijo y se quedó callado.

Fue un momento, tal vez nueve o diez segundos, pero me sentí incómoda, porque yo no sabía cómo iniciar una conversación con aquel muchacho por el que sentía odio... y compasión... y aunque me lo negaba continuamente, también un poquito de... no sé, cariño tal vez, porque llamarlo amor me parecía muy fuerte.

–Oye – comenzó a hablar de pronto – Yo quería decirte que.... Te parecerá raro pero es que …. Siento algo extraño cuando estás conmigo. No me ha pasado con ninguna enfermera, únicamente contigo y no sé si...

Dudó un momento antes de proseguir, instante que yo aproveché para poner las cosas claras.

–Si estás intentando ligar conmigo no sigas. Mi vida sentimental está ocupada – le dije sintiéndome ciertamente asombrada. No podía creer que en el estado en el que estaba se entregara al ligoteo fácil.

–No. No son esas mis intenciones, te lo prometo. ¿Te crees de veras que alguien me iba a querer estando como estoy? Lo que me pasa contigo es que me recuerdas a alguien que conocí hace años y con quien me porté como un perfecto canalla. Desde el accidente pienso en ella a menudo. Y tú me la recuerdas.... mucho.... y siento que necesito hablarle de ella a alguien.

Respiré profundo manteniendo una calma y una serenidad que ni yo misma me creía. No sabía si la persona que le recordaba a mí era yo misma. Podía ser cualquier otra, después de todo en su casquivana vida de libertino seguramente habría habido muchas mujeres, y sin duda cualquiera de ellas hubiera dejado más huella que yo.

–¿Por qué te recuerdo a esa chica? – pregunté – No me ves, no sabes cuál es mi aspecto físico.

–No estoy muy seguro. Tal vez por tu olor, o por tu manera de caminar... o tal vez sea sólo fruto de mis paranoias. Ya te digo que desde que desperté del accidente la tengo muy presente y tampoco sé por qué. Nunca llegamos a salir juntos y se fue de mi lado muy pronto por algo horrible que le hice y no me importó demasiado al principio. Con el tiempo... con el tiempo sí me importó. Y ahora que me ha ocurrido esto.... Por veces me da la impresión de que es un castigo, un castigo por todo aquello que pasó..

Vaya, parecía que no sólo le recordaba a esa chica, sino que además podía leerme los pensamientos, porque eso mismo había pensado yo muchas veces, que lo que le estaba ocurriendo era un castigo por lo que un día me había hecho.

–Yo no creo mucho en eso de los castigos divinos – le respondí – Además ¿tan grave es lo que le hiciste a esa muchacha como para merecer esto que te está ocurriendo?

Esperando su respuesta el corazón me iba a cien a por hora. Él se revolvió un poco en la cama y se tomó su tiempo antes de responder.

–Ella trabajaba en casa como... como criada. Era... muy bonita. Yo por aquel entonces tenía una novia, mi novia, y durante un enfado me lié con la chica. Estuvimos solos en casa durante unos días y.... Me gustaba pero no quería nada serio con ella, yo sólo quería divertirme, pero ella... ella era muy niña y yo creo que estaba enamorada. No quería entregarse y una noche... la forcé.

Mientras me relataba lo que yo ya sabía, lo que había vivido en mis propias carnes, una lágrima caía de mis ojos y resbalaba por mi mejilla. Lloraba en silencio para que él no me oyera y por enésima vez me pregunté qué coño hacía yo allí, escuchando su confesión, su aparente arrepentimiento que a aquellas alturas ya no servía de nada, que nunca hubiera servido de nada.

–¿Cómo se llamaba? ¿La has vuelto a ver? – pregunté sabiendo que sus respuestas me herirían en los más profundo de mi alma.

–No recuerdo su nombre, era un nombre extraño, y su imagen... su imagen se difumina a veces en mi cabeza entre las imágenes de todas las chicas que pasaron por mi vida. Creo que últimamente pienso tanto en ella que hasta su imagen me parece borrosa. La volví a ver cuando murió mi madre, se acercó con su tía al tanatorio a darme el pésame, pero no pude hablar con ella. Me hubiera gustado pedirle perdón. Poco después la vi de casualidad por la calle y la seguí. Iba sola y se paraba de vez en cuando para ver escaparates. Caminaba despacio y cuando llegó a un punto de la calle se detuvo, parecía estar esperando a alguien. Dudé unos instantes si acercarme a ella o no, tenía miedo a su reacción. Cuando finalmente me había decidido, un muchacho salió de un portal, se besaron y se fueron juntos, muy abrazados. Sentí que había perdido mi oportunidad. Sin embargo hace unos meses la volví a ver, estaba sentada en un banco de un parque y lloraba. Me acerqué a ella y le ofrecí mi ayuda. Pero de nuevo se me escapó. Yo creo que me reconoció y no quiso saber nada de mí.

–¿Por qué me cuentas todo esto? – pregunté aprovechando una pausa en su relato, pues realmente no sabía si quería seguir escuchando más – No me conoces de nada y yo no puedo darte consejo, ni siquiera creo que deba juzgarte.

Se tomó su tiempo antes de responder. Su mano, de vez en cuando, se crispaba nerviosa apretando la sábana.

–Llevo todo el día pensando que esa chica eres tú – respondió finalmente – Sé que es enfermera, aunque desconozco en qué hospital trabaja.

Solté una carcajada fingida y mostré una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.

–Pues no, yo no soy esa muchacha ¿Te crees que si lo fuera iba a estar todo este tiempo escuchándote impasible? Además, yo no te perdonaría ni pasaría de todo como hizo ella, en fin, dejemos el tema. Te voy a dar una pastilla para que descanses, creo que hablar de todo esto te está alterando demasiado y no te conviene.

No me dio réplica, así que salí del cuarto y me dirigí al control. Tomé un tranquilizante y un vaso de agua y se lo llevé. Se lo tomó sin rechistar.

–Hala, a dormir, que es muy tarde. Buenas noches.

– Buenas noches.

Cerré la puerta tras de mí con una sensación extraña. Yo nunca me había considerado mala persona, pero en aquel momento sentí hacia Ginés un odio tan grande, tan visceral, que una persona buena sería incapaz de sentir. No quería herirlo, pero en momentos como aquel, sentía que tenía que hacerlo. Y a lo largo de aquellos días, hubo muchos instantes así.

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