domingo, 18 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 17

 


Deambulé un rato más por las calles de la ciudad, mirando de vez en cuando hacia atrás por si se le había ocurrido seguirme. Sentía dentro de mí tanto odio, tanta rabia, tanta ira, que me resulta difícil expresarlo con palabras. Era como si una bomba hubiera estallado en mi interior y amenazara con hacer añicos todo mi mundo. El recuerdo del amor que había sentido por él y de aquella noche fatídica, el hecho palpable de su olvido... eran un veneno que intoxicaban mi corazón y mi alma. Yo sabía que todo aquello no tenía sentido, que lo que debería sentir era indiferencia y desprecio porque ya había encontrado a alguien que me quería y a quien querer, y el pasado debía quedar dónde estaba, escondido entre los años, dormido entre los malos recuerdos. Ginés era el pasado pero en aquella tarde solitaria y triste había resurgido para golpear mi vida de manera absurda.

No me apetecía ir a mi casa, no quería sentirme sola entre aquellas cuatro paredes desnudas sin la presencia de Teo, así que puse rumbo a casa de Teresa. Solo cuando llamé al timbre me di cuenta de que ya había anochecido. Eran más de las diez. Había estado tres horas deambulando por la ciudad y de repente me sentí tremendamente cansada. Mi tía me abrió la puerta y me miró extrañada.

–Dunia. No te esperaba. Anda pasa. Estaba a punto de cenar. Lo haremos juntas. ¿Te ocurre algo?

Estaba nerviosa y la tensión afloraba por los poros de mi piel. Seguí a mi tía hasta la sala en la que la televisión parloteaba sin que nadie le prestara atención y me dejé caer en el sofá.

–No te puedes imaginar lo que me ha pasado – dije – Creo que... no sé si ocurrió en realidad o ha sido un mal sueño.

–Ay hija, no me asustes. Habla de una vez.

Le relaté mi día de manera lo más resumida posible, desde mi congoja por lo ocurrido en el trabajo hasta mi casual encuentro con Ginés y los sentimientos que ese encuentro hizo brotar dentro de mí. Ella me escuchaba atentamente, y cuando terminé mi relato se acercó y me abrazó cariñosamente.

–Anda, cálmate y olvida lo ocurrido. No tiene sentido que te hagas mala sangre por haberlo visto de nuevo cuando tú tienes ya tu vida encauzada.

–Lo sé – repuse – y precisamente por ello ni yo misma entiendo lo que me está pasando. Yo quiero a Teo, él me está dando lo que siempre soñé, una vida estable, tranquila, sin sobresaltos... Y no sé por qué no soy capaz de asumir que lo ocurrido con Ginés pasó y ya está. Oh Teresa, ni siquiera sé explicarme bien.

Mi tía sonrió débilmente y en aquella sonrisa creí percibir un deje de amargura, tal vez de tristeza.

–¿Sabes, Dunia? Durante todos estos años no he podido dejar de sentirme un poco culpable de lo ocurrido con Ginés.

–¿Culpable tú? Pero ¿por qué? – pregunté extrañada.

–Porque yo sabía cómo era, sabía que era un chico caprichoso, un sinvergüenza, una persona casi... casi sin sentimientos. Y desde el principio, desde que comenzaste a trabajar en su casa, supe que estabas enamorada de él. Se te notaba en todo, en el brillo de tu mirada, en tu alegría al hablar, en tus prisas por marcharte a la casa de la playa.... Yo te metí de lleno en la boca del lobo ofreciéndote aquel trabajo.

–Oh por favor, no digas eso. Eso no es cierto. Tú no podías saber lo que iba a pasar. Es verdad que lo mío con él terminó de la peor manera posible pero si no hubiera sido así, lo hubiera sido de otra manera. Ginés y yo no teníamos futuro juntos. Y yo sé que el encuentro de hoy no hubiera debido de afectarme tanto. Aunque ahora, después de hablar contigo, me siento mucho mejor y me voy dando cuenta de que mi inquietud es una soberana tontería.

–Pues eso – contestó mi tía con una sonrisa –.Anda, esta noche te quedarás aquí. Y ahora vamos a cenar, he hecho unos macarrones con atún. ¿Te apetece?

Sí, me apetecía. De pronto el estómago se me había revolucionado y me senté a degustar los apetitosos macarrones. Dentro de dos días llegaba Teo y en eso debía pensar, en mi reencuentro con él. Y no en Ginés.

*

Dos días después, ilusionada con el regreso de mi novio, creí ya tener olvidado mi desafortunado encuentro con Ginés y dejé de darle importancia a la revolución momentánea de sentimientos que me había provocado. Me sentía contenta. Era sábado y no tenía que trabajar hasta el martes. Me levanté temprano y fui a la peluquería, me di un corte de pelo más actual y me maquillé ligeramente. Luego me dirigí a una tienda de lencería y me compré un seductor conjunto de ropa interior negra con la que esperaba sorprender a mi novio aquella tarde. El avión llegaba a las cinco, así que a esa hora me puse mi provocativa prenda, retoqué un poco el maquillaje y me senté en el sofá del salón a esperar que sonara el timbre. A las cinco y media en punto sonó, el avión había llegado puntual. Miré por la mirilla de la puerta y comprobé que era Teo, entonces abrí.

–Hola cari....

Las palabras quedaron prendidas en su garganta, porque en un gesto certero tiré de él, lo empujé contra la pared y le besé apasionadamente. Él correspondió a mi beso y hundió sus manos en mi pelo y su lengua en mi boca. Apreté mi cuerpo con fuerza contra el suyo y sentí su sexo inflamado de deseo. Entre besos y jadeos nos dirigimos al dormitorio dejando por el pasillo un reguero de prendas que molestaban. Nos tiramos en la cama poseídos por el deseo, por una pasión desbordante que hacía que en medio de aquellas cuatro paredes no existiera nada ni nadie que no fuéramos nosotros mismos y nuestras ansias de unirnos. Recorrimos nuestros cuerpos con las manos, con la boca, provocando que las pieles se erizaran en un espasmo de fuego que amenazaba con invadirlo todo y que finalmente lo hizo. El placer se mezcló con nuestros gemidos y el aire se convirtió en amor. Cuando terminamos, Teo me miró fijamente y sonrió.

–Buenas tardes, preciosa. Yo también te eché de menos.

Por toda respuesta le besé con ternura. No sé cuántas veces hicimos el amor aquella tarde. La recuerdo como la más pasional de mi vida. Sin embargo, cuando por la noche nos retiramos a descansar y el sueño comenzaba a nublar mi cerebro, mi último pensamiento fue para Ginés. No con amor, ni con pasión, ni siquiera como buen recuerdo, sino con unas ganas de venganza que de nuevo hicieron acto de presencia y que me confundían enormemente.

*

No le conté a Teo mi encuentro con Ginés, no creía que mereciera la pena, al fin y al cabo había sido algo fortuito que seguramente no volvería a producirse. Eso era lo que me decía a mí misma y de lo que intentaba convencerme, pero de manera no sé si inconsciente me vi forzando un nuevo encuentro. Paseaba día sí y día también por los jardines de Méndez Núñez y me sentaba en el mismo banco en el que él me había encontrado, mirando a un lado y a otro por si apareciera por cualquier esquina. No sé lo que pretendía. Desde luego no amarle, lo único que deseaba era materializar de una vez por toda mi sed de revancha, cobrarme por lo que me había hecho, aunque no sabía cómo ni de qué manera, lo único que tenía claro era que para poder llevar a cabo mis propósitos él debía aparecer de nuevo en mi vida, de la manera que fuera. Pero no tuve suerte, Ginés no volvió a aparecer, lo cual si bien al principio me causó cierta decepción, después me di cuenta de que era lo mejor. Establecer de nuevo una relación con Ginés, del cariz que fuera, no me iba a traer más que problemas, así que poco a poco de nuevo las aguas fueron volviendo a su cauce y me olvidé hasta de nuestro encuentro casual.

Tres meses después, una mañana de agosto, las urgencias de la clínica en la que trabajaba se convirtieron en un verdadero caos. Hacía dos días que llovía sin parar y una espesa niebla se había asentado en los alrededores. Ambos factores había provocado un grave accidente a la entrada de la ciudad con varios coches implicados y varios heridos, algunos de los cuales vinieron a parar a la clínica. Yo había solicitado el cambio de departamento desde el fatídico día de la muerte de los dos niños. Estar en urgencias me provocaba mucha ansiedad y aunque era consciente de que convivir con la muerte era algo intrínseco a mi profesión, necesitaba un área más tranquila en la que no fuera necesario hacer las cosas contra reloj. Me trasladaron a la planta de traumatología y allí desarrollaba mi trabajo con la calma que yo necesitaba. Sin embargo no pude dejar de enterarme de lo que había ocurrido, tanto más cuanto dos de los heridos, los más graves, vinieron a parar a mi planta una vez aplicados los primeros remedios a sus maltrechos cuerpos.

Recuerdo que al día siguiente mi turno comenzaba a media mañana. Cuando llegué al control de enfermeras mis dos compañeras cotilleaban sobre el accidente del día anterior.

–La chica está ya en su cuarto. Pronóstico reservado. La han tenido que operar de las dos piernas, pero bueno, saldrá de ésta. El que está fatal es el muchacho. Esta en la UCI y lo tienen bajo sedación. – decía Reme, una compañera.

–Entonces el accidente tuvo que ser... brutal – dije yo – Menuda racha, primero el autocar con los niños, ahora esto... No ganamos para lesionados. ¿Qué le ocurre al muchacho?

–Probable lesión medular, multitud de politraumatismos... y además creen que se puede quedar ciego.

–¡Qué horror! – solté – Pobre chico. ¿Es muy joven?

–Unos treinta o treinta y cinco años – contestó Sara, mi otra compañera – Y además es hijo de una familia muy conocida aquí en La Coruña. Su madre era dentista, murió hace unos años de repente, le dio un infarto o un ictus, o algo así.

La sangre se me heló en las venas y el corazón me comenzó a latir a cien por hora. No podía ser que la vida me pusiera le venganza en bandeja. Lo tenía allí, a mi merced, porque tenía que ser él, no podía ser ninguna otra persona más que él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario