miércoles, 26 de mayo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 28

 


Durante el tiempo que estuvo en Nueva York, Ginés me enviaba algún mensaje de vez en cuando. En casi todos me decía que estaba deseando recuperar la vista, que contaba los días para regresar a España y poder verme y que estaba un poco nervioso esperando la intervención. Por fin ésta llegó. El día que lo operaban supe que ahí comenzaba el final de toda aquella historia en que se había convertido mi vida. Ya no había vuelta atrás, lo cual, si por un lado me inquietaba, por el otro me regalaba el alivio de saber que mi mente y mi corazón alcanzarían pronto el sosiego y la paz que necesitaban desde hacía tiempo.

Diez días después de la intervención me llamó por teléfono. Cuando escuché su voz y sentí a través del aparato el entusiasmo que emanaba, supe que todo había salido como era debido. Me contó que cuando le quitaron el vendaje su corazón latía como un caballo desbocado, que pensaba en mí y le hubiera gustado que fuera yo la primera persona que viera al recobrar la vista, que esperaba con ansia el momento de regresar a España y poder reunirse conmigo. No tardó demasiado. Pronto le dieron el alta y un día gélido de principios de febrero el avión que traía al amor de mi vida aterrizaba en el aeropuerto de La Coruña. Yo no le fui a esperar. Prefería que el encuentro tuviera lugar en un sitio tranquilo y en soledad. Por eso quedamos en su casa aquella misma tarde.

Recuerdo que el corto viaje en coche se me hizo interminable. Intuía que el encuentro tendría sus luces y sus sombras y estaba deseando que tuviera lugar para desterrar de una vez por todas la incertidumbre que me reconcomía por dentro. Pero el tráfico denso y lento se empeñaba en poner trabas a mis intenciones. Llegué a su casa casi con media hora de retraso y cuando por fin pulsé el timbre mi corazón latía de manera desordenada. Los escasos segundos que pasaron hasta que la puerta se abrió se me hicieron eternos y cuando por fin lo hizo y tuve a Ginés frente a mí, me quedé paralizada, tal vez esperando que fuera él el que diera el primer paso. Tenía puestas unas gafas oscuras, por lo que no pude verle los ojos, aunque estaba segura de que me miraba fijamente y sin ningún pudor. Por fin abrió la boca.

–¿Qué.... qué haces tú aquí?

Ya estaba, ya se había despejado mi incógnita. Me había reconocido, sabía quién era realmente, y por el tono de su voz deduje que no le hacía mucha gracia mi presencia.

–Habíamos quedado a las cinco ¿recuerdas? Ya sé que son las cinco y media pero no te imaginas el tráfico que había para salir de la ciudad.

–Entonces.... eres tú, Dunia.

–Lo soy. ¿Me vas a dejar pasar? Aquí en la puerta está empezando a hacer un poco de frío.

Me franqueó la entrada. Pasé a su lado como si fuera una extraña, cualquier vendedora de seguros o de enciclopedias que se cuela en las casas dispuesta a dar la turra sabiendo que no va a conseguir nada. Yo casi tenía la seguridad de que aquella tarde saldría de allí con la desilusión como único equipaje, pero me equivoqué.

Nos quedamos frente a frente, sin hablar. Yo tenía ganas de abrazarle, de besarle, de sentir el contacto de su piel, pero él no se decidía a mostrar cariño alguno.

–Me gustaría.... darte un abrazo – le dije casi con timidez.

Entonces no se hizo de rogar. Se acercó a mí y me estrechó entre sus brazos con calidez. Luego de retenerme un rato contra sí, hundió sus manos en mi pelo y me besó larga y profundamente en la boca. Después me tomó de la mano y me llevó al sofá. Me hizo sentar a su lado y me miró con sus preciosos ojos grises, ya desprovistos de las gafas, que de nuevo emanaban luz y vida. Y fue entonces, cuando me di cuenta de que me miraba, de que podía verme, de que sus ojos estaban vivos de nuevo, cuando un destello se cruzó en mi mente y tomé la decisión que seguramente nunca debiera haber tomado. Le besé con fuerza y pasión y él correspondió a mi beso.

–Oh Dunia, mi vida, en el fondo sabía que eras tú, tenías que ser tú. Dime que me has perdonado lo que un día te hice, dímelo.

Por toda respuesta le sonreí mientras le acariciaba el rostro. Luego comencé a desabrocharle la camisa y me senté a horcajadas sobre él sin dejar de besarle. Hicimos el amor de manera casi salvaje, en el sofá del salón, en su cama, en la alfombra, era como si se nos fuera la vida en ello, como si aquellos ratos de pasión fueran los últimos que viviríamos juntos. Él me miraba mientras me acariciaba. Parecía como si necesitara asegurarse de que era yo, y aquellos ojos grises fijos en los míos despertaban en mí una ira inexplicable que ya pensaba muerta. Durante aquellos meses lo había tenido en mis manos, lo había manejado a mi antojo, a sabiendas de que su vida no era precisamente ninguna maravilla y que me necesitaba cada día un poco más, pero ahora se había terminado el castigo, y algo en mi interior me decía que no podía ser.

Salí de su casa de madrugada. Él dormía plácidamente y no se enteró de mi huida. Antes de abandonarle me entretuve mirándole durante un buen rato. Hubiéramos podido ser tan felices si no hubiera ocurrido lo ocurrido. Pensé que lo había superado, pero no, no lo había hecho y no iba a demorar ni un segundo más aquello por lo que había vivido todos esos años. Le besé levemente en la frente siendo consciente de que era la última vez que lo hacía, de que cuando le volviera a ver él sentiría por mí un odio visceral, pero tenía que ser así. Era la única manera de poder recuperar mi vida. Teo era el hombre que yo necesitaba a mi lado y sólo podía permanecer conmigo si yo era capaz de espantar todos mis fantasmas. Aquella noche estaba camino de hacerlo.

Me vestí despacio y en silencio, para no despertarle, y salí a la calle. Hacía frío y una densa niebla lo envolvía todo. Me metí en el coche y puse rumbo al hospital. Estaba segura y decidida a hacer lo que tenía que hacer. El tráfico era prácticamente inexistente y llegué pronto a mi destino. Rogué para que no hubiera demasiada gente en urgencias. Antes de bajarme del coche rasgué mi blusa e hice saltar algunos botones. Luego me dirigí con decisión al interior del hospital y con mi rostro desencajado y aparentando un nerviosismo que estaba lejos de sentir dije que había sido violada. De inmediato se desplegó todo un teatro a mi alrededor. Los médicos me examinaron, confirmaron que había habido relación sexual y posteriormente me trasladaron a comisaria para cursar la correspondiente denuncia. Así empezó mi mentira. Así empezó mi venganza.

No sé por qué lo hice. Ni yo misma entiendo el motivo por el cual aquella tarde mi amor por Ginés dio paso a la revancha que tantas veces había estado machacándome la cabeza. Y lo más extraño de todo es que no dejé de quererle. Le seguía amando pero sentía que tenía que hacer aquello.

En comisaría conté con todo lujo de detalles mi encuentro sexual forzado con Ginés. Les dije que éramos amigos, que le había conocido hacía años y que me había reencontrado con él a raíz de su accidente, les conté lo de su operación en los ojos, que le había ido hacer una visita aquella tarde y que, seguramente confundido por unos sentimientos que no eran tales, me había besado. Yo le rechacé y entonces él me forzó. No me tembló la voz al mentir. Me interrogaron varias veces y fui muy cuidadosa contando la misma versión. Al final casi me la creía yo misma. Finalmente me dejaron marchar a mi casa no sin antes decirme que procederían a su detención e interrogatorio a la mayor brevedad posible.

*

Durante unos días no dudé ni un segundo en que había hecho lo correcto. No contesté a las llamadas de Ginés y desde el juzgado me comunicaron que habían dictado una orden de alejamiento contra él, por lo que no se podía acercar a mí. Una semana después de todo aquello me decidí a contárselo a mi tía Teresa. Lo hice sin vacilar y con frialdad, y sólo cuando vi que no producía en ella la reacción esperada las dudas hicieron acto de presencia.

–No puedo creer que tú hayas hecho eso. Pero ¿por qué? ¿no te das cuenta de que le estás destrozando la vida?

–Vaya, ahora resulta que le estoy destrozando la vida. Te recuerdo que él también me la destrozó a mí – repuse enfurecida.

Mi tía levantó las cejas en un gesto de asombro, mirándome como si me estuviera viendo por primera vez.

–Realmente no te conozco, Dunia – me dijo – ¿Qué pretendes conseguir con todo esto? Hace apenas una semana le querías, creí que estabas dispuesta a romper con Teo por él y ahora.... ¿Teo lo sabe?

–No, no se lo he dicho. Pero lo haré en seguida. Hablaremos y en cuanto este asunto esté zanjado todo volverá a su cauce entre Teo y yo.

–No sabes lo que dices. Nada volverá a ser como antes. No soy quién para decirte lo que tienes que hacer pero te recomiendo que frenes toda esta locura. De lo contrario harás sufrir a mucha gente... y sufrirás tú también.


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