viernes, 21 de mayo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 27

 


Llegué a Oslo el día anterior a la nochebuena. Teo me estaba esperando en el aeropuerto. Cuando lo vi a través de la puerta de la sala de equipaje la angustia encogió mi corazón. Le saludé con un gesto de mi mano y él correspondió con una sonrisa. Cuando recogí mi maleta corrí a su encuentro y nos fundimos en un abrazo. Me reconfortó sentirme entre sus brazos, a pesar de que era consciente de que no eran en los que yo quería perderme. Aún así me había propuesto no amargarle las fiestas. Quería hacerle feliz, se lo debía.

–Estaba deseando verte – me susurró al oído mientras me retenía junto a él –. No te imaginas cuánto te he echado de menos.

Nos besamos fugazmente en los labios y salimos de la terminal del aeropuerto rumbo a su coche. Mientras viajábamos hacia la ciudad me puso al corriente de su trabajo, de los proyectos que habían de llevar a cabo y de sus planes para la semana que íbamos a pasar juntos.

–Mañana y pasado serán sólo para nosotros. A partir del sábado tendré que trabajar pero intentaré robar algún tiempo para ti.

Aquella noche no fuimos a la ciudad. Me llevó a una cabaña perdida en el medio de un bosque de abetos y de nieve, cerca de un pequeño pueblo próximo a un fiordo de nombre impronunciable. Tengo que afirmar que durante los días que permanecimos en aquel lugar idílico me olvidé de mi drama personal y de todas las preocupaciones que atormentaban mi conciencia. Me entregué a Teo y a su amor como seguramente no debiera haberme entregado, con pasión, con frenesí, con el abandono de quien siente que la ternura llena toda su existencia.

Tenía que hablarle de Ginés. Tal vez no era el momento de confesarle que estaba enamorada de él, pero sí debía poner los cimientos de una confesión que no se presentaba nada fácil. Pero no me atrevía. Nunca me consideré una persona cobarde, sin embargo enfrentarme a aquella situación no me resultaba sencillo y no encontraba ni el momento ni las palabras adecuadas para intentar ir poniendo fin a todo aquello. Además, cada noche, cuando Teo y yo compartíamos cama y él me regalaba sus caricias y sus besos como nunca lo había hecho, yo no podía evitar abandonarme a aquel cariño que me entregaba y por unos momentos me empeñaba en revivir nuestra historia como si no tuviera su fecha de caducidad escrita.

La última noche, antes de mi regreso, Teo me puso las cosas fáciles. Ni él ni yo habíamos hecho alusión a Ginés durante aquellos días. Supongo que tanto él como yo no deseábamos invitarlo a nuestra fiesta. Pero ahora que la fiesta tocaba a su fin....

–¿Has continuado viendo a Ginés? – preguntó de pronto, mientras estábamos echados en la cama, después de hacer el amor como locos.

No quise mentirle, ni podía, ni él se merecía una mentira.

–Sí – contesté de manera escueta y cortante.

–¿Y? – insistió.

–Lo van a operar. Volverá a ver en unos días.

–Me alegro, pero no me refiero a su salud. Me refiero a ti y a él. Ya sabes..... pretendías enamorarlo... luego dejarlo...

Me revolví en la cama incómoda. Había llegado el momento de poner los cimientos de una verdad incómoda, de una verdad que iba a lastimar.

–Me he equivocado con él, Teo. Creo que nada va a salir como esperaba.

–A lo mejor me podrías explicar con más claridad lo que ha ocurrido... o está ocurriendo.

–Ginés está... enamorado de mí. O por lo menos eso dice. Pero a la vez me parece que sospecha que yo soy yo y seguramente no le va a gustar nada descubrirlo.

–Bueno... pues a lo mejor eso no está tan mal. Descubre quién eres, descubre que le has engañado, se lleva una tremenda decepción y se acabó la historia. Ya te has vengado. Salvo que....

–¿Qué? – pregunté casi a sabiendas de la respuesta que me iba a dar.

–Que tú no quieras que la historia termine así.

Teo jugueteaba con mis dedos, con la vista fija en mi mano. Supongo que no tenía el valor de mirarme a los ojos.

–Yo no sé cómo quiero que termine la historia, Teo.

Me dio la callada por respuesta, cosa que casi agradecí. No me sentía con fuerzas para nada más.

–Vamos a dormir – dijo –, mañana el avión sale muy temprano.

*

Las Navidades se terminaron y yo retomé mi trabajo. Había quedado con Ginés en que a la vuelta de Noruega sería yo lo la que me pusiera en contacto con él, y que si veía que no lo hacía, que no se preocupara, sería que necesitaba tiempo. En realidad no sabía ya ni lo que necesitaba. O sí, lo que precisaba era terminar de una vez con toda aquella historia en la que se había convertido mi vida. Y lo iba a hacer, pero primero necesitaba que Ginés recobrara la vista y mostrarme ante él.

El día anterior a su partida para Nueva York me presenté en su casa. Estaba solo, preparando las maletas.

–Te eché de menos – me dijo –. He pasado las Navidades más aburridas y tristes de mi vida. Aunque me han servido para recuperar un poco la relación con mi padre. He estado en su casa y hemos hablado mucho sobre... sobre mi vida pasada y mis proyectos de futuro, bueno en realidad no hay proyectos, solo... esperanzas.

Cerró la maleta y la posó en el suelo. Me admiraba ver como hacía las cosas a tientas. Luego se sentó en la cama, a mi lado.

–Va acompañarme a Nueva York. Y yo no se lo pedí. En cuanto supo que me iba a operar dio por hecho que tenía que venir conmigo y además quiere hacerse cargo de los gastos de la intervención.

–Supongo que estarás.... contento – le dije cogiendo su mano y depositando sobre ella un suave beso.

–Bueno.... supongo que sí. Creo que he sido muy injusto con mi padre. En realidad yo nunca fui un hijo modélico y mi madre tapaba todas mis fechorías. Pero además estoy nervioso, no por la operación en sí, sino por lo que vendrá después y me hará bien disfrutar de su compañía.

–¿Después? Después será todo maravilloso, Ginés. Volverás a ver y volverás a hacer tu vida. Recuperarás tu trabajo, tu mundo.

–Es cierto. Y además podré verte por fin.

–¿Y si soy muy fea y no te gusto?

–No eres muy fea – respondió sonriendo – y además no me importaría que lo fueras. Para mi seguirías siendo la más bonita del mundo. Te quiero, Dunia.

–¿Dunia? ¿Me has llamado Dunia? – pregunté temerosa de que por algún motivo hubiera descubierto mi verdadera identidad.

–Perdona, me he equivocado. Son los nervios. ¿Me perdonas?

Lo abracé con fuerza. Le perdonaba, claro que le perdonaba, si al fin y al cabo no se había equivocado.

Estuvimos charlando durante casi toda la tarde y al caer la noche nos despedimos. Cuando nos volviéramos a ver sería de verdad. En la puerta de su casa me abrazó con fuerza y me besó largo y profundo. Parecía como si en aquel beso quisiera atrapar esa parte de mí que quedaría atrás después de su operación, cuando yo volviera a ser la Dunia que nunca debiera haber dejado de ser.

–Te quiero, Ginés. No lo olvides nunca. Te estaré acompañando durante todo el tiempo que estés allí.

–Yo también te quiero. No voy a preguntarte cómo te ha ido en Noruega con tu novio. Cuando regrese hablaremos de ello.

–Claro, claro.

Me metí en el coche pensando que a su vuelta habíamos de hablar de muchas cosas, reorganizar unas cuantas vidas, olvidarnos de un pasado turbulento y encarar el futuro con esperanza, con las mismas esperanzas que decía tener él.

No estaba yo muy segura de que tales esperanzas, todavía difusas, llegaran a cumplirse. Me sentía triste, decepcionada, incompleta, vacía... como siempre hacía en mis momentos malos puse mi coche rumbo a la torre, aparqué y me dirigí caminando al emblemático edificio. Ya era noche cerrada y las luces del faro refulgían con rítmica cadencia. Me senté en el murete mirando hacia el mar, que aquel día estaba bastante calmado, a pesar de lo cual, si se aguzaba el oído, se podía escuchar el sonido de las olas al romper. El timbre de mi móvil rompió la quietud del momento. Vi reflejado en la pantalla el nombre de Teo. No habíamos hablado desde mi regreso a La Coruña, hacía unos quince días. Él no me había llamado y el par de veces que lo había hecho yo, no me había cogido el teléfono. Respeté su silencio y no insistí. Sabía que necesitaba tiempo para meditar él solo, sabía que estaba pensando qué decisión tomar para hacerme las cosas más sencillas.

–Hola Teo – saludé al descolgar.

–Hola.... ¿cómo estás?

–No sabría que decirte. Supongo que... bien... o mal.... no sé. Todo esto me está resultando muy difícil.

–Para mí tampoco está siendo fácil. He estado pensando mucho y he llegado a la conclusión de que yo no quiero ser una carga para ti. Puede que sea mejor que lo dejemos, al menos por un tiempo. Creo que tú debes...

–Espera, Teo, no sigas, por favor. Las cosas no son tan sencillas. Yo te debo una explicación y te la voy a dar. Y después podemos hablar y...

–No es necesario, Dunia. Yo sé que...

–Sí, sí es necesario. Y lo es porque yo quiero. Dame un poco de tiempo. Te llamaré.

–Está bien. Espero entonces tu llamada – contestó Teo finalmente, después de rato

Colgué y me eché a llorar. Lloré mucho y con fuerza, total nadie podía verme. Lloré por todo en lo que se había convertido mi vida, por el camino que había tomado por culpa de una violación que me dejó una enorme herida en el alma porque el hombre que amaba fue el autor. Es inexplicable por qué no podemos dejar de amar a la persona de la que nos hemos enamorado perdidamente y sin motivo aparente, a pesar de que nos haya humillado y ultrajado como él hizo conmigo. En algún lugar escuché decir que el odio es otra forma de amor. Si es así, yo nunca había dejado de amarle. Pero al esconder mi cariño bajo la forma del rencor no había conseguido otra cosa que hacer daño a la gente que me había querido, a Teo, que se había desvivido por mí desde el momento en que me conoció, incluso al propio Ginés, que se había convertido en alguien capaz de emanar amor de su corazón y me lo había regalado a mí, a su enfermera, a una chica simple y sencilla que encontró de casualidad por culpa de un desgraciado accidente.

Me levanté del murete y emprendí el camino de regreso hacia mi coche. Tendría que esperar tres o cuatro semanas para poder fin a todo aquello. Y dependiendo de la reacción de Ginés al verme escogería una final u otro, como en algunas películas.

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