domingo, 9 de mayo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 24

 



Supongo que no debía haber aceptado, lo sé, pero en aquel momento no pensé en nadie ni en nada que no fuera el placer de verme sumergida en el agua caliente, cerca de Ginés y arropada por la espuma. Unos instantes después de darle el sí me vi allí, sentada dentro de la bañera, entre sus piernas, con mi espalda apoyada en su pecho y sus brazos fuertes y firmes rodeando los míos. Recosté mi cabeza contra su hombro y su boca quedó a la altura de mi oído. Durante unos minutos nos mantuvimos en silencio. Él a veces me acariciaba el pelo mojado y yo jugueteaba con la esponja. Hacía tiempo que no me sentía tan especialmente bien y confieso que si se me hubiera permitido pedir un deseo, tal deseo no sería otro que detener el mundo, que la vida se parara en aquel instante. No me sentía culpable, ni era consciente de que estuviera haciendo algo malo. Teo no existiría hasta unas horas más tarde.

–¿Te sientes bien? – me preguntó en un susurro.

–No recuerdo haberme sentido mejor desde hace mucho tiempo – le respondí, tratando de no girar mi cabeza hacia su boca, sabiendo que si lo hacía corríamos el riesgos de que nuestros labios quedaran unidos por un beso.

–No sabes lo que me gusta oírte decir eso.

Suspiré y cerré los ojos. Deseaba empaparme no sólo del agua, sino también del momento, de él mismo, de aquel sentimiento que crecía en mi interior sin que yo pudiera ponerle freno.

–Por cierto, creo recordar que tenías algo que decirme. ¿Son buenas noticias? Espero que sí, porque en este momento no me apetece recibir noticias malas.

–Son las mejores noticias, Ginés. El doctor americano cree que podrás recuperar la vista. Quiere verte y te hará un hueco para reconocerte lo más pronto posible.

Pensé que iba a mostrar su entusiasmo, pero se quedó quieto y callado, incluso dejó de juguetear con mi pelo. Le miré y me pareció ver que lloraba en silencio.

–¡Ginés! Pero... ¿estás llorando?

Vi como tragaba saliva y casi noté yo misma el nudo en la garganta impidiéndole articular palabra. El hombre que años atrás parecía no tener sentimientos lloraba como si fuera un niño. Una infinita ternura se adueñó de mí y olvidé las afrentas, los rencores, las venganzas. Sus lágrimas limpiaron mi alma de resentimiento y aquellos años de animadversión hacia él dejaron de tener sentido por unos minutos.

–¿Sabes? – comenzó a decir – Cuando me di cuenta de que no podía ver me desesperé. Incluso dejé de darle importancia al hecho de que tampoco pudiera caminar. Hubiera preferido pasarme la vida entera sentado en una silla de ruedas a quedarme ciego. Poco a poco fui aceptando la situación. Hasta llegué a pensar que lo ocurrido no era más que un castigo de la vida por lo mal que me había portado con mucha gente, por mi egoísmo, por mi falta de ética. Pero de un tiempo a esta parte volví a sentir el desaliento del principio. No quería estar toda la vida sin verte, no puedo estar toda mi vida sin verte.

Aquella palabras me turbaron. Recordé de nuevo al Ginés de antaño, al que un día me había susurrado al oído palabras bonitas que después se quedaron en nada, pero no, ahora era distinto, ahora destilaban sinceridad. Aquellas palabras me sonaron a amor.

Me moví un poco hasta que nuestros rostros quedaron frente a frente. Tomé una de sus manos y la acerqué a mi cara, nunca lo había hecho y en aquel momento deseaba que me viera a través de sus dedos, no me importaba correr el riesgo de que en mí reconociera a la Dunia que en realidad era. Movió las yemas de sus dedos lentamente por mi rostro, explorando cada recoveco, cada trozo de piel, mientras sonreía feliz.

–Debes de ser tan bonita.

–Supongo que soy una chica normal y corriente.

–No, eso no es verdad. Eres bonita, la más bonita del mundo para mí. Nunca pensé que me fuera a enamorar de verdad en el momento en que no puedo ver la cara de la persona querida.

–¿Enamorarte? – pregunté con el corazón latiéndome a cien por hora.

–Sí, ya ves que sinsentido. He tenido novia durante muchos años, una chica guapa con la cabeza vacía, detalle éste del que no me di cuenta hasta hace bien poco. He tenido líos con chicas mientras tenía esa novia, chicas con físicos espectaculares en las que solo buscaba un momento de placer y sin embargo ahora, que no veo lo que tengo frente a mí, he aprendido a valorar el interior de las personas y me he enamorado de verdad, de la persona equivocada, pero de verdad. Ya sé que tienes novio, Damia, yo no pretendo meterme en vuestra relación. Pero en este momento he necesitado ser sincero contigo. Me estoy enamorando de ti perdidamente.

No pude y no quise esconder mis instintos y le besé en los labios. No fue un beso lascivo, fue un beso ligero, liviano, casi inocente, que prolongue un poco más para que mi boca y la suya no se separaran tan pronto.

–Me has besado – dijo como asombrado – ¿Por qué lo has hecho? ¿Qué sientes por mí, Damia?

–No lo sé, Ginés. Estoy confundida. A veces pienso que yo también me estoy enamorando de ti. Y tengo miedo.

–¿A qué tienes miedo?

–A todo, a mis inseguridades, a hacer daño a quién no se lo merece, a que nada salga bien... yo qué sé –no quise continuar con aquella conversación y le puse fin bruscamente – El agua se está enfriando. Es mejor que salgamos de la bañera.

Salimos del agua y nos secamos. Mi ropa, después de permanecer encima de los radiadores de la calefacción, ya estaba seca también, así que me la puse. Después nos dirigimos a la cocina en silencio. Ginés se guiaba con su bastón y a pesar de carecer de expresión en su mirada parecía pensativo. Le ayudé a poner la mesa y fue trayendo la comida que había preparado su asistenta. Cuando ya nos sentamos en el sofá a degustar la cena pronunció mi nombre.

–Dunia.

Yo di un respingo. Me asusté. ¿Sería posible que me hubiera reconocido sólo por un beso?

–Dunia – dijo de nuevo – Me ha venido el nombre a la mente de pronto. No sé por qué me la recuerdas tanto.

–No entiendo bien por qué te la recuerdo tanto ni por qué la recuerdas tanto. Tú mismo dijiste que no había significado casi nada en tu vida. Yo no sé qué camino vamos a tomar tú y yo, Ginés, pero no quisiera vivir con la sombra de esa muchacha planeando continuamente sobre mí.

Comenzó entonces a hablarme de mí misma, de lo que había sentido hacia mí y de lo que signifiqué para él, y no dejó de asombrarme y por momentos de enternecerme. Al escucharle pensé una vez más que la venganza no tenía ningún sentido, aunque cambiaba de opinión de un minuto para otro.

–Nunca me perdoné haberle hecho aquello, forzarla de la manera en que lo hice y despreciarla como lo hice. En algún momento de mi vida me di cuenta de lo mezquino que había sido. Fue durante alguno de mi enfados con Adela. Después la olvidaba, y cuando Adela se enfadaba de nuevo Dunia regresaba a mi mente con fuerza. No nos conocimos en el momento adecuado, ella se ilusionó conmigo como cualquier chica con su primer amor y yo estaba de vuelta de todo y sólo pensaba en divertirme. Jugué con sus sentimientos.

–Sí, lo hiciste – le dije confirmando no sólo sus palabras sino también mis propios sentimientos – ¿Cómo era?

–Era alta, más o menos de tu estatura, con generosas curvas, tenía la piel morena y los ojos más verdes que yo he visto nunca. Sonreía siempre. Tenía carácter, pero a la vez era tan inocente.... Y besaba... así... como tú.

–¿Y si fuera yo? ¿Y si me hubiera acercado a ti para vengarme de todo lo que me hiciste?

–Lo he pensado muchas veces, constantemente... hasta ahora. Si fueras tú y quisieras vengarte no creo que te preocuparas por que recuperara la vista. Te hubiera gustado que purgara mi delito quedando ciego para siempre.

Tomó su copa de vino y bebió un sorbo. Yo me mantuve en silencio, analizando sus palabras. En el fondo tenía razón. Una persona normal no estaría fraguando una venganza y a la vez ayudando a alguien. El caso es que, a aquellas alturas, a ratos me daba la impresión de que mi mente no se estaba comportando como la de una persona normal.

Cambié de tema bruscamente una vez más, puesto que hablar de mí me hacía sentir incómoda, y permanecimos un rato más charlando. El tiempo se pasó demasiado deprisa, como siempre que estaba a su lado y llegó el momento de marchar a casa. Sabía que no podía quedarme y que él no me lo pediría. Había que ir despacio, en el caso de que hubiera algún lugar a dónde ir.

Había parado de llover y me acompañó hasta la puerta del coche.

–¿Cuándo nos vamos a ver de nuevo? – preguntó – Bueno, a vernos exactamente no....

–Cualquier día de estos. En cuanto sepa algo de la cita para la consulta te avisaré.

Estábamos uno frente al otro. Aunque sus ojos se perdían en no sé dónde, me sentía junto a él. Parecía que ni uno ni otro deseaba despedirse del todo.

–Bueno... adiós, Ginés. He pasado una tarde muy agradable a tu lado.

Me introducía en el coche cuando sentí su mano firme que sujetaba mi brazo y tiraba de mí.

–Espera – me dijo mientras me acercaba a él.

Me besó, pero no como había hecho yo en la bañera. Me besó de verdad, paseando su lengua por el interior de mi boca. Cuando nos separamos yo mordisqueé ligeramente su labio inferior. Así se lo hacía cuando chica. Luego me metí en el coche y lo encendí. Él se había llevado la mano a la boca. Ya tenía un recuerdo más de la Dunia que un día había conocido.



No hay comentarios:

Publicar un comentario