sábado, 15 de mayo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 25

 


El teléfono sonó cuando ya me había metido en la cama. Había decidido leer un rato antes de dormirme pero apenas podía concentrarme. La pantalla se iluminó con el nombre de Teo. Me puse ligeramente nerviosa no sé bien por qué, al fin y al cabo no llevaba ningún cartel que hablara de mi culpabilidad pegado en la frente y aunque así fuera Teo no podría verme.

–Hola cariño – dije al descolgar –. Me llamas muy tarde. ¿Has trabajado mucho?

–Acabo de llegar al apartamento – me respondió con voz cansada –. Estamos trabajando a destajo, esto tiene que comenzar a funcionar después de las Navidades y aún queda mucho por hacer. Estoy deseando meterme en la cama.

–Vaya, pues descansa. Además mañana es sábado, supongo que no tendrás que trabajar.

–Me temo que por la mañana sí.... Además, tengo una mala noticia que darte. No vamos a poder ir por ahí en Navidad. Pero he estado pensando y.... ¿qué te parece si vienes tú? Esto es precioso y aunque yo esté ocupado... por lo menos la Nochebuena y la Navidad. Estoy deseando verte.

Su voz me sonó triste, cargada de melancolía y de sinceridad y por unos segundos me sentí mezquina. En el fondo yo también deseaba verle, estar a su lado, sentir sus caricias. Necesitaba que la piel de Teo consiguiera borrar de mí la piel de Ginés. A lo mejor era buena idea poner tierra por medio unos días y disfrutar de un descanso en un país diferente y lejos de todo lo que me hablara de Ginés.

–Pues... claro, es una idea excelente. Mañana mismo iré a la agencia y miraré los billetes de avión.

–No es necesario. La empresa te paga el viaje y te prepararán todo desde aquí. Tú sólo tienes que decirme las fechas de ida y vuelta.

–Vale pues... debo consultar los días que tengo libres en el trabajo y ya te lo comunico lo más pronto posible. Me encanta la idea Teo. Estoy deseando verte.

–Yo también cariño. Ahora voy a acostarme, estoy muy cansado. Te quiero. Un beso.

–Yo también te quiero.

Corté la comunicación ilusionada por el viaje. Por unas horas Teo volvió a tomar el papel principal en mi vida. Antes de dormirme imaginé volver a estar con él, imaginé los pueblos noruegos, helados, nevados, como postales de Navidad y me sentí contenta. Sin embargo al dormirme, el protagonista de mi vida volvió a ser Ginés. Ganaba terrero a Teo, y yo no sé si no me daba cuenta, si no quería dármela.

Al día siguiente planifiqué las fechas de mi viaje. Debido a los turnos de noche que había hecho tenía bastantes días de descanso acumulados. Como Nochebuena y Navidad caían en jueves y viernes y por lógica, después venía el fin de semana, me cogí tres días y con ello podía marchar de viaje una semana. Aún así todavía me quedaban días de vacaciones. Aquella noche llamaría a mi novio para comunicarle mis intenciones.

Una semana más tarde, a principios del mes de diciembre, el médico amigo de mi padrastro me llamó a su consulta. Tenía buenas noticias. El día nueve había conseguido cita para Ginés en el hospital Monte Sinaí.

–La cita es inamovible. El doctor me ha hecho un favor muy grande, así que espero que tu amigo no me falle. Supongo que podrá estar allí en esa fecha ¿no?

–Por supuesto – contesté – está deseando recuperar la vista. ¿Sabes, en el caso de que su dolencia sea operable, cuánto tardarían en intervenirlo?

–Le he preguntado al doctor Jefferson y me dijo que podía operarlo dentro de un mes más o menos. Os deseo suerte, Dunia. Estáis en las mejores manos.

Aquella misma tarde me presenté en casa de Ginés. No sé por qué lo hice sin avisar. No sé si quería darle una sorpresa o fastidiarle. El caso era que desde que había planeado el vieja a Noruega sentía que mis antiguos pensamientos de venganza revoloteaban de nuevo por mi cabeza. Supongo que semejante sinsentido no era más que el fruto de mis inseguridades.

Ginés me abrió la puerta de su casa después de preguntar quién era y su sonrisa iluminó mi día cuando me franqueó la entrada.

–Me alegra que hayas venido – dijo – estaba pensando en ti.

–¿Ah si? ¿Y qué pensabas? – pregunté mientras entraba en la casa y me dirigía al acogedor salón.

–Que cada vez te echo más de menos y que no me atrevo a llamarte por miedo a molestar.

Nos sentamos en el sofá. Antes yo me quité mi chaquetón de paño negro y lo coloqué en el respaldo de una silla cercana. Mientras lo hacía una flash cruzó mi cabeza. Tenía ganas de jugar. Ahora que se acercaba el momento en que Ginés recuperaría la vista casi con seguridad, le iba a dejar pistas que me señalaran a mí misma como la Dunia que recordaba.

–¿Por qué me vas a molestar? Teo está en Noruega y tardará semanas o meses en volver. No te preocupes por ello.

–¿Teo? ¿Quién es Teo? – preguntó con curiosidad.

–Mi novio – respondí con despreocupación.

Durante unos segundos no dijo nada. Yo lo miraba fijamente mientras le comentaba mi proyectado viaje a Oslo y pude observar que parecía no escucharme.

–No pueden ser tantas coincidencias – dijo finalmente – Dunia tenía un primo que se llamaba así. ¿No será tu novio?

–No creo, no le conozco ninguna prima. Él vivía con su madre. Además, olvídate de eso, tengo una buena noticia que darte. El día nueve de diciembre tienes consulta con el doctor Jefferson. Vete sacando los pasajes.

Se recostó contra el respaldo del sofá y suspiró.

–Oh, Dios, por fin. Gracias por tu ayuda. Vendrás conmigo ¿verdad?

No me esperaba su proposición y en principio no supe qué decir. No creía ser yo la persona más adecuada para acompañarle. Pensé que el que debería hacerlo sería su padre y así se lo dije. Pero insistió.

–¿Mi padre? Desde que salí del hospital mi padre ha estado aquí tres o cuatro veces. Está demasiado ocupado con su trabajo. Por favor, ven tú conmigo. Yo correré con todos los gastos.

–No es por eso Ginés. Pero.... a Teo no creo que le haga mucha gracia.

–No tiene por qué enterarse. Dile que te vas a Nueva York con unas amigas. Al fin y al cabo él no está....

Salí de aquella casa confundida y con una sensación de desasosiego extrema. Me estaba comportando de una manera que no era normal en mí. Estaba engañando a dos hombres, llevando una doble vida que ni yo misma entendía. Mientras conducía de regreso a la ciudad mi cerebro parecía estar procesando toda la información sobre mi vida reciente y haciendo balance de la misma. Me producía inquietud, no me gustaba lo que mi conciencia trataba de decirme y le di más volumen a la música, como si con ello pudiera borrar mis pensamientos. Pero ni cantando a grito pelado aquella canción en francés de Moustaki, de la que apenas entendía dos o tres palabras, logré espantar mi desasosiego. Necesitaba desahogarme con alguien, y aunque a lo mejor no fuera la persona adecuada por la implicación que tenía en el problema, lo quisiera o no, puse rumbo a casa de mi tía Teresa.

Me la encontré en el portal, llegando de trabajar, e inmediatamente que me vio supo que algo no andaba bien, pura intuición, como siempre. Subimos a casa, preparó unos cafés y cuando estuvimos cómodamente sentadas encendimos unos cigarrillos y me conminó a contarle lo que ocurría.

–No sé bien ni por dónde comenzar – dije suspirando –. Tengo la cabeza hecha un lío.

–¿Ginés? – me preguntó mientras echaba el humo de su cigarrillo.

–Siempre me ha sorprendido tu sagacidad, pero ahora me estás dejando anonadada. Ni que llevara en la frente un letrero de culpabilidad.

–Bueno.... no lo llevas, pero esos ojillos brillantes.... no sé de qué modo interpretarlos. Anda cuenta, y dime la verdad sin miedo. Aunque sea la madre de Teo, no me ocultes nada, por favor.

Le conté todo, incluso mucho más de lo que yo misma sabía, incluso lo que me empeñaba en negarme a mí misma.

–No sé a quién quiero. Mis deseos de venganza ya no son deseos de venganza ni nada. Se han convertido en un juego. Tengo ganas de ir a Oslo y estar con Teo, pero también me siento a gusto cuando estoy con Ginés. Quiere que lo acompañe a Nueva York, a la consulta con el oftalmólogo y creo que voy a ir. Después me iré unos días a Noruega y... cuando regrese tomaré una decisión.

–¿Estás segura de que yéndote a Nueva York con él haces lo correcto? – preguntó mi tía con rostro serio.

–Claro que no estoy segura. Sé que corro un riesgo importante. Soy consciente de que esta atracción que siento por él puede que se convierta en algo más fuerte, pero necesito probar.

–¿Te has acostado con él?

–No, no lo he hecho. Pero a veces... he sentido ganas de hacerlo.

Teresa aplastó su segundo cigarrillo contra el cenicero y me miró. En sus ojos pude leer una expresión de reprobación que aún así se guardó para ella.

–Verás, Dunia, me es muy difícil decirte algo...productivo. Soy la madre de Teo y lo que menos deseo es que le hagas daño, pero creo que tampoco debes hacértelo a ti misma. Tienes que buscar tu camino y no atarte a una relación que si es forzada no llegará a buen término. Creo que te estás metiendo en un juego peligroso y que cualquiera puede salir muy mal parado, así que lo único que voy a pedirte es que andes con tiento y que ante todo seas sincera, contigo misma y con ellos dos. Tomes la decisión que tomes. Prométeme que será así.

–Prometido.

Cinco días más tarde volaba con Ginés rumbo a Nueva York. A Teo le había dicho que me iba con unas compañeras del hospital.





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