viernes, 7 de mayo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 23

 



A lo largo de las tres semanas siguientes no supe nada de Ginés, a pesar de lo cual me dediqué a tocar los contactos precisos para conseguirle una cita con el doctor americano que tal vez pudiera devolverle la vista. Me extrañó su silencio, pero traté de no pensar demasiado en ello. Al fin y al cabo, si analizaba con detenimiento el interior de mi desmadejada cabeza, llegaba a la conclusión de que lo mejor que podría ocurrirnos sería dejar de vernos, incluso dejar de saber nada el uno del otro, aunque a aquellas alturas de la película era algo que yo veía sumamente difícil. Estaba segura de que sería capaz de buscarle con cualquier excusa. En aquellos momentos tenía la perfecta: su curación.

Mientras me encontraba ocupada con mi trabajo y con las gestiones de la operación de Ginés, mi vida continuaba al lado de Teo como si nada estuviera ocurriendo, como si aquel otro amor que se gestaba en mi corazón no existiera. Teo no me preguntaba y yo no contaba nada. A veces me daba la impresión de que sabía de los sentimientos que Ginés removía dentro de mí y no preguntaba por no revolverlos más. Era como si mantener el silencio escondiera la situación. Mi novio seguía siendo el mismo de siempre y yo procuraba serlo también. Vivíamos nuestra vida tranquila y sin grandes sobresaltos, salíamos a cenar, al cine o a pasear los domingos, mientras que durante la semana cada uno se sumergía en sus respectivas ocupaciones. En la intimidad todo seguía igual y hacíamos el amor con la misma frecuencia de siempre. Nada parecía haber cambiado... salvo en mi confundido corazón.

Una noche Teo regresó del trabajo más tarde de lo normal. Venía cansado y con cara de pocos amigos. Yo estaba un poco preocupada por su tardanza y cuando escuché la llave meterse en la cerradura sentí un enorme alivio, no le había ocurrido nada malo. Aunque las noticias que traía eran agridulces.

–Tengo algo importante que decirte – me dijo dejándose caer en el sofá y sin prestar la menor atención a la cena que le esperaba sobre la mesita del salón – anda ven, siéntate a mi lado.

Hice lo que me mandaba y me quedé a la expectativa. Estaba serio, pero eso era normal en Teo, jamás había sido unas castañuelas.

–Suelta de una vez – dije – ¿Qué pasa?

–La empresa me manda a Noruega durante tres meses. Abren una filial y me toca supervisar todo el proceso. Es posible incluso que los tres meses se alarguen.

No sabría decir qué me provocó su noticia. No fue alegría, tampoco fue indiferencia. Yo no quería que se marchara, no me gustaba la soledad, sin embargo Ginés pasó fugazmente por mi mente y la posibilidad de vivir una historia a su lado tomó forma por unos segundos. Pero yo no era así, yo no quería engañar a nadie ni jamás había entrado en mis planes ser infiel, así que borré de mi mente esas tonterías e intenté asimilar la noticia que me había dado Teo. Tres meses fuera, prorrogables. No era muy agradable.

–¿Y por qué tienes que ir tú? ¿No hay más gente que pueda ir?

–No voy sólo yo, vamos tres. Es un proyecto muy importante, según ellos necesitan gente bien preparada y de confianza. Para mi es un honor que piensen eso de mí, pero reconozco que me jode bastante tener que hacer maletas

–¿Cuándo te marchas? – pregunté después de soltar un suspiro de resignación.

–Pasado mañana.

–¿Tan pronto? O sea, que encima pasarás las Navidades fuera – exclamé irritada.

Teo sonrió para quitarle hierro al asunto. Se acercó a mí y me abrazó.

–No lo sé, pero en todo caso si yo no puedo venir siempre puedes ir tú. Y pasaremos las Navidades más blancas que hayas imaginado nunca. Me voy a Oslo, Dunia ¿No te parece que en Navidad el ambiente allí tiene que ser como si te metieras en un cuento?

Le di un beso en la punta de nariz y le dije que le quería. Sí, le quería, aunque a lo mejor no de la manera en que debiera, pero en aquellos momentos no pensé en nada de eso.

–Anda, vamos a cenar que la cena está ya fría. Mañana libro, así que saldré a comprarte alguna cosa para el viaje.

–A mí también me han dado el día libre. Y pasado mañana el avión sale a las seis de la mañana. Podemos hacer las comprar juntos.

Claro que podíamos y así lo hicimos. Al día siguiente, por la tarde, fuimos a unos grandes almacenes a comprar algo de ropa de abrigo. Mientras estábamos comprando me sonó el móvil. Pude ver en la pantalla el nombre de Ginés y me quedé mirándola como una idiota. No quería descolgar en presencia de Teo.

–¿No lo coges?

Levanté la vista y me encontré con su mirada penetrante, como si fuera capaz de leer mis pensamientos, como si pudiera descifrar en mis ojos la culpabilidad que en ocasiones me brotaba del interior.

–No, ya sabes que no cojo los números desconocidos.

Metí apresuradamente el móvil en el bolso y continuamos con las compras. Lo sentí vibrar dos veces más, pero ni siquiera lo saqué de nuevo del bolso. No obstante durante el resto de la tarde me sentí nerviosa y contenta al cincuenta por ciento. Por fin Ginés había dado señales de vida. Y estaba deseando escuchar aquello que tuviera que decirme. Aunque sería necesario esperar.

Aquella noche, en la intimidad de nuestro dormitorio, Teo se mostró especialmente cariñoso conmigo. No es que no lo fuera normalmente, solo que no acostumbraba a ser demasiado detallista en la cama. Sin embargo aquella noche, como despedida, me hizo tocar el cielo con la punta de los dedos. Y me dormí pensando en su ausencia.

*

A la mañana siguiente cuando desperté Teo ya se había ido. Yo también debía trabajar así que me di una ducha, desayuné algo rápido y me marché al hospital. A media mañana me llamó el médico amigo de mi padrastro para que pasara por su consulta. Supuse que querría decirme algo relacionado con Ginés, como así fue. Había hablado con el doctor Jefferson, del Monte Sinaí, y le había puesto al corriente de la situación. Dadas las características de la lesión que padecía Ginés, la operación en principio parecía posible, pero tenía que hacerle un estudio previo in situ.

–Le he pedido el gran favor de que nos diera cita lo más pronto posible y me ha prometido que así sería. Tiene una agenda muy apretada pero nos buscará un hueco. En unos días me llama, Dunia. Puedes decírselo a tu amigo, seguro que se pondrá muy contento.

–Desde luego que sí. Muchas gracias, Mario, espero tu llamada.

En cuanto salí de la consulta cogí el teléfono para llamar a Ginés. Me contestó a la primera.

–Hola Damia. ¿Cómo estás? Ayer te llamé unas cuantas veces.

–Lo sé, pero no pude atenderte y no he podido llamarte yo hasta ahora. Hacía mucho tiempo que....

–Perdóname, es verdad – dijo sin dejarme acabar la frase y sin siquiera saber lo que yo iba a decirle – tres semanas sin dar señales de vida. He estado muy ajetreado, aprendiendo a manejarme solo, al menos en mi casa. Y he tenido momentos de bajón intenso. No me apetecía ver a nadie.

–Vaya, lo siento, Ginés.

–No te preocupes, supongo que es normal en mi situación, es que a veces me pongo a recordar mi vida de antes y.... me desmorono.

Se hizo un silencio de unos segundos al otro lado de la línea. Luego volvió a escucharse su voz.

–Me gustaría volver a verte – me dijo – ¿Por qué no vienes un día por aquí? Así me haces compañía y charlamos un rato.

–Claro. Además tengo algo importante que decirte. Los próximos tres días trabajo por la noche, pero el fin de semana libro. ¿Qué te parece si nos vemos el viernes por la tarde?

–Me encantará. ¿Cenarás conmigo? Le diré a Pilar, la asistenta, que prepare algo rico.

–Eso está hecho. Llevaré una botella de vino.

Pasé el resto de la semana nerviosa ante la perspectiva de volver a verle. Mientras, Teo llegó a Oslo, se instaló en un pequeño apartamento cerca del trabajo y comenzó su frenética actividad laboral. Me llamaba todas las noches y yo lo echaba de menos. Pero había alguien que podía paliar su ausencia.

*

El viernes no paró de llover en todo el día. La mañana me la pasé durmiendo y cuando entrada la tarde me desperté ya casi había anochecido. Me di una ducha rápida y me vestí con un jersey de cuello cisne negro y un pantalón vaquero. Después bajé al super a comprar una botella de vino y me fui a casa de Ginés. Tuve la mala suerte de que a mitad de camino se me pinchó una rueda del coche y tuve que cambiarla bajo el aguacero. Cuando por fin llegué a mi destino y llamé al timbre estaba completamente empapada.

–Hola Ginés – saludé en cuanto él mismo me abrió la puerta – menos mal que no puedes verme. Estoy calada hasta los huesos. Te voy a poner la casa perdida de agua.

–Pero... ¿qué ha ocurrido?

Le conté mi odisea mientras me retorcía el pelo y dejaba un nada desdeñable charco en el suelo.

–¿No tendrás por ahí algo de ropa seca? – le pregunté – si continúo mucho tiempo con ésta encima creo que pillaré una neumonía.

–Tengo una idea mejor. Ven.

Me tomó de la mano y con sorprendente agilidad me condujo hasta el cuarto de baño, situado al fondo del salón. Era una estancia amplia y decorada con gusto, pero lo que más llamó mi atención fue la fantástica bañera que parecía estar llamándome desde su esquina.

–¿Nos damos un baño calentito? – preguntó sonriendo.

–¿Nos? – pregunté yo a mi vez.

–Bueno, si no quieres... Yo iba a tomar un baño ahora mismo. La bañera es suficientemente grande para los dos. Y no puedo verte, lo digo por si te da pudor ponerte desnuda; y tú a mí ya me has visto desnudo muchas veces. Prometo portarme bien.

No lo pensé demasiado. Era una auténtica chifladura, pero acepté.

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