sábado, 15 de mayo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 25

 


El teléfono sonó cuando ya me había metido en la cama. Había decidido leer un rato antes de dormirme pero apenas podía concentrarme. La pantalla se iluminó con el nombre de Teo. Me puse ligeramente nerviosa no sé bien por qué, al fin y al cabo no llevaba ningún cartel que hablara de mi culpabilidad pegado en la frente y aunque así fuera Teo no podría verme.

–Hola cariño – dije al descolgar –. Me llamas muy tarde. ¿Has trabajado mucho?

–Acabo de llegar al apartamento – me respondió con voz cansada –. Estamos trabajando a destajo, esto tiene que comenzar a funcionar después de las Navidades y aún queda mucho por hacer. Estoy deseando meterme en la cama.

–Vaya, pues descansa. Además mañana es sábado, supongo que no tendrás que trabajar.

–Me temo que por la mañana sí.... Además, tengo una mala noticia que darte. No vamos a poder ir por ahí en Navidad. Pero he estado pensando y.... ¿qué te parece si vienes tú? Esto es precioso y aunque yo esté ocupado... por lo menos la Nochebuena y la Navidad. Estoy deseando verte.

Su voz me sonó triste, cargada de melancolía y de sinceridad y por unos segundos me sentí mezquina. En el fondo yo también deseaba verle, estar a su lado, sentir sus caricias. Necesitaba que la piel de Teo consiguiera borrar de mí la piel de Ginés. A lo mejor era buena idea poner tierra por medio unos días y disfrutar de un descanso en un país diferente y lejos de todo lo que me hablara de Ginés.

–Pues... claro, es una idea excelente. Mañana mismo iré a la agencia y miraré los billetes de avión.

–No es necesario. La empresa te paga el viaje y te prepararán todo desde aquí. Tú sólo tienes que decirme las fechas de ida y vuelta.

–Vale pues... debo consultar los días que tengo libres en el trabajo y ya te lo comunico lo más pronto posible. Me encanta la idea Teo. Estoy deseando verte.

–Yo también cariño. Ahora voy a acostarme, estoy muy cansado. Te quiero. Un beso.

–Yo también te quiero.

Corté la comunicación ilusionada por el viaje. Por unas horas Teo volvió a tomar el papel principal en mi vida. Antes de dormirme imaginé volver a estar con él, imaginé los pueblos noruegos, helados, nevados, como postales de Navidad y me sentí contenta. Sin embargo al dormirme, el protagonista de mi vida volvió a ser Ginés. Ganaba terrero a Teo, y yo no sé si no me daba cuenta, si no quería dármela.

Al día siguiente planifiqué las fechas de mi viaje. Debido a los turnos de noche que había hecho tenía bastantes días de descanso acumulados. Como Nochebuena y Navidad caían en jueves y viernes y por lógica, después venía el fin de semana, me cogí tres días y con ello podía marchar de viaje una semana. Aún así todavía me quedaban días de vacaciones. Aquella noche llamaría a mi novio para comunicarle mis intenciones.

Una semana más tarde, a principios del mes de diciembre, el médico amigo de mi padrastro me llamó a su consulta. Tenía buenas noticias. El día nueve había conseguido cita para Ginés en el hospital Monte Sinaí.

–La cita es inamovible. El doctor me ha hecho un favor muy grande, así que espero que tu amigo no me falle. Supongo que podrá estar allí en esa fecha ¿no?

–Por supuesto – contesté – está deseando recuperar la vista. ¿Sabes, en el caso de que su dolencia sea operable, cuánto tardarían en intervenirlo?

–Le he preguntado al doctor Jefferson y me dijo que podía operarlo dentro de un mes más o menos. Os deseo suerte, Dunia. Estáis en las mejores manos.

Aquella misma tarde me presenté en casa de Ginés. No sé por qué lo hice sin avisar. No sé si quería darle una sorpresa o fastidiarle. El caso era que desde que había planeado el vieja a Noruega sentía que mis antiguos pensamientos de venganza revoloteaban de nuevo por mi cabeza. Supongo que semejante sinsentido no era más que el fruto de mis inseguridades.

Ginés me abrió la puerta de su casa después de preguntar quién era y su sonrisa iluminó mi día cuando me franqueó la entrada.

–Me alegra que hayas venido – dijo – estaba pensando en ti.

–¿Ah si? ¿Y qué pensabas? – pregunté mientras entraba en la casa y me dirigía al acogedor salón.

–Que cada vez te echo más de menos y que no me atrevo a llamarte por miedo a molestar.

Nos sentamos en el sofá. Antes yo me quité mi chaquetón de paño negro y lo coloqué en el respaldo de una silla cercana. Mientras lo hacía una flash cruzó mi cabeza. Tenía ganas de jugar. Ahora que se acercaba el momento en que Ginés recuperaría la vista casi con seguridad, le iba a dejar pistas que me señalaran a mí misma como la Dunia que recordaba.

–¿Por qué me vas a molestar? Teo está en Noruega y tardará semanas o meses en volver. No te preocupes por ello.

–¿Teo? ¿Quién es Teo? – preguntó con curiosidad.

–Mi novio – respondí con despreocupación.

Durante unos segundos no dijo nada. Yo lo miraba fijamente mientras le comentaba mi proyectado viaje a Oslo y pude observar que parecía no escucharme.

–No pueden ser tantas coincidencias – dijo finalmente – Dunia tenía un primo que se llamaba así. ¿No será tu novio?

–No creo, no le conozco ninguna prima. Él vivía con su madre. Además, olvídate de eso, tengo una buena noticia que darte. El día nueve de diciembre tienes consulta con el doctor Jefferson. Vete sacando los pasajes.

Se recostó contra el respaldo del sofá y suspiró.

–Oh, Dios, por fin. Gracias por tu ayuda. Vendrás conmigo ¿verdad?

No me esperaba su proposición y en principio no supe qué decir. No creía ser yo la persona más adecuada para acompañarle. Pensé que el que debería hacerlo sería su padre y así se lo dije. Pero insistió.

–¿Mi padre? Desde que salí del hospital mi padre ha estado aquí tres o cuatro veces. Está demasiado ocupado con su trabajo. Por favor, ven tú conmigo. Yo correré con todos los gastos.

–No es por eso Ginés. Pero.... a Teo no creo que le haga mucha gracia.

–No tiene por qué enterarse. Dile que te vas a Nueva York con unas amigas. Al fin y al cabo él no está....

Salí de aquella casa confundida y con una sensación de desasosiego extrema. Me estaba comportando de una manera que no era normal en mí. Estaba engañando a dos hombres, llevando una doble vida que ni yo misma entendía. Mientras conducía de regreso a la ciudad mi cerebro parecía estar procesando toda la información sobre mi vida reciente y haciendo balance de la misma. Me producía inquietud, no me gustaba lo que mi conciencia trataba de decirme y le di más volumen a la música, como si con ello pudiera borrar mis pensamientos. Pero ni cantando a grito pelado aquella canción en francés de Moustaki, de la que apenas entendía dos o tres palabras, logré espantar mi desasosiego. Necesitaba desahogarme con alguien, y aunque a lo mejor no fuera la persona adecuada por la implicación que tenía en el problema, lo quisiera o no, puse rumbo a casa de mi tía Teresa.

Me la encontré en el portal, llegando de trabajar, e inmediatamente que me vio supo que algo no andaba bien, pura intuición, como siempre. Subimos a casa, preparó unos cafés y cuando estuvimos cómodamente sentadas encendimos unos cigarrillos y me conminó a contarle lo que ocurría.

–No sé bien ni por dónde comenzar – dije suspirando –. Tengo la cabeza hecha un lío.

–¿Ginés? – me preguntó mientras echaba el humo de su cigarrillo.

–Siempre me ha sorprendido tu sagacidad, pero ahora me estás dejando anonadada. Ni que llevara en la frente un letrero de culpabilidad.

–Bueno.... no lo llevas, pero esos ojillos brillantes.... no sé de qué modo interpretarlos. Anda cuenta, y dime la verdad sin miedo. Aunque sea la madre de Teo, no me ocultes nada, por favor.

Le conté todo, incluso mucho más de lo que yo misma sabía, incluso lo que me empeñaba en negarme a mí misma.

–No sé a quién quiero. Mis deseos de venganza ya no son deseos de venganza ni nada. Se han convertido en un juego. Tengo ganas de ir a Oslo y estar con Teo, pero también me siento a gusto cuando estoy con Ginés. Quiere que lo acompañe a Nueva York, a la consulta con el oftalmólogo y creo que voy a ir. Después me iré unos días a Noruega y... cuando regrese tomaré una decisión.

–¿Estás segura de que yéndote a Nueva York con él haces lo correcto? – preguntó mi tía con rostro serio.

–Claro que no estoy segura. Sé que corro un riesgo importante. Soy consciente de que esta atracción que siento por él puede que se convierta en algo más fuerte, pero necesito probar.

–¿Te has acostado con él?

–No, no lo he hecho. Pero a veces... he sentido ganas de hacerlo.

Teresa aplastó su segundo cigarrillo contra el cenicero y me miró. En sus ojos pude leer una expresión de reprobación que aún así se guardó para ella.

–Verás, Dunia, me es muy difícil decirte algo...productivo. Soy la madre de Teo y lo que menos deseo es que le hagas daño, pero creo que tampoco debes hacértelo a ti misma. Tienes que buscar tu camino y no atarte a una relación que si es forzada no llegará a buen término. Creo que te estás metiendo en un juego peligroso y que cualquiera puede salir muy mal parado, así que lo único que voy a pedirte es que andes con tiento y que ante todo seas sincera, contigo misma y con ellos dos. Tomes la decisión que tomes. Prométeme que será así.

–Prometido.

Cinco días más tarde volaba con Ginés rumbo a Nueva York. A Teo le había dicho que me iba con unas compañeras del hospital.





domingo, 9 de mayo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 24

 



Supongo que no debía haber aceptado, lo sé, pero en aquel momento no pensé en nadie ni en nada que no fuera el placer de verme sumergida en el agua caliente, cerca de Ginés y arropada por la espuma. Unos instantes después de darle el sí me vi allí, sentada dentro de la bañera, entre sus piernas, con mi espalda apoyada en su pecho y sus brazos fuertes y firmes rodeando los míos. Recosté mi cabeza contra su hombro y su boca quedó a la altura de mi oído. Durante unos minutos nos mantuvimos en silencio. Él a veces me acariciaba el pelo mojado y yo jugueteaba con la esponja. Hacía tiempo que no me sentía tan especialmente bien y confieso que si se me hubiera permitido pedir un deseo, tal deseo no sería otro que detener el mundo, que la vida se parara en aquel instante. No me sentía culpable, ni era consciente de que estuviera haciendo algo malo. Teo no existiría hasta unas horas más tarde.

–¿Te sientes bien? – me preguntó en un susurro.

–No recuerdo haberme sentido mejor desde hace mucho tiempo – le respondí, tratando de no girar mi cabeza hacia su boca, sabiendo que si lo hacía corríamos el riesgos de que nuestros labios quedaran unidos por un beso.

–No sabes lo que me gusta oírte decir eso.

Suspiré y cerré los ojos. Deseaba empaparme no sólo del agua, sino también del momento, de él mismo, de aquel sentimiento que crecía en mi interior sin que yo pudiera ponerle freno.

–Por cierto, creo recordar que tenías algo que decirme. ¿Son buenas noticias? Espero que sí, porque en este momento no me apetece recibir noticias malas.

–Son las mejores noticias, Ginés. El doctor americano cree que podrás recuperar la vista. Quiere verte y te hará un hueco para reconocerte lo más pronto posible.

Pensé que iba a mostrar su entusiasmo, pero se quedó quieto y callado, incluso dejó de juguetear con mi pelo. Le miré y me pareció ver que lloraba en silencio.

–¡Ginés! Pero... ¿estás llorando?

Vi como tragaba saliva y casi noté yo misma el nudo en la garganta impidiéndole articular palabra. El hombre que años atrás parecía no tener sentimientos lloraba como si fuera un niño. Una infinita ternura se adueñó de mí y olvidé las afrentas, los rencores, las venganzas. Sus lágrimas limpiaron mi alma de resentimiento y aquellos años de animadversión hacia él dejaron de tener sentido por unos minutos.

–¿Sabes? – comenzó a decir – Cuando me di cuenta de que no podía ver me desesperé. Incluso dejé de darle importancia al hecho de que tampoco pudiera caminar. Hubiera preferido pasarme la vida entera sentado en una silla de ruedas a quedarme ciego. Poco a poco fui aceptando la situación. Hasta llegué a pensar que lo ocurrido no era más que un castigo de la vida por lo mal que me había portado con mucha gente, por mi egoísmo, por mi falta de ética. Pero de un tiempo a esta parte volví a sentir el desaliento del principio. No quería estar toda la vida sin verte, no puedo estar toda mi vida sin verte.

Aquella palabras me turbaron. Recordé de nuevo al Ginés de antaño, al que un día me había susurrado al oído palabras bonitas que después se quedaron en nada, pero no, ahora era distinto, ahora destilaban sinceridad. Aquellas palabras me sonaron a amor.

Me moví un poco hasta que nuestros rostros quedaron frente a frente. Tomé una de sus manos y la acerqué a mi cara, nunca lo había hecho y en aquel momento deseaba que me viera a través de sus dedos, no me importaba correr el riesgo de que en mí reconociera a la Dunia que en realidad era. Movió las yemas de sus dedos lentamente por mi rostro, explorando cada recoveco, cada trozo de piel, mientras sonreía feliz.

–Debes de ser tan bonita.

–Supongo que soy una chica normal y corriente.

–No, eso no es verdad. Eres bonita, la más bonita del mundo para mí. Nunca pensé que me fuera a enamorar de verdad en el momento en que no puedo ver la cara de la persona querida.

–¿Enamorarte? – pregunté con el corazón latiéndome a cien por hora.

–Sí, ya ves que sinsentido. He tenido novia durante muchos años, una chica guapa con la cabeza vacía, detalle éste del que no me di cuenta hasta hace bien poco. He tenido líos con chicas mientras tenía esa novia, chicas con físicos espectaculares en las que solo buscaba un momento de placer y sin embargo ahora, que no veo lo que tengo frente a mí, he aprendido a valorar el interior de las personas y me he enamorado de verdad, de la persona equivocada, pero de verdad. Ya sé que tienes novio, Damia, yo no pretendo meterme en vuestra relación. Pero en este momento he necesitado ser sincero contigo. Me estoy enamorando de ti perdidamente.

No pude y no quise esconder mis instintos y le besé en los labios. No fue un beso lascivo, fue un beso ligero, liviano, casi inocente, que prolongue un poco más para que mi boca y la suya no se separaran tan pronto.

–Me has besado – dijo como asombrado – ¿Por qué lo has hecho? ¿Qué sientes por mí, Damia?

–No lo sé, Ginés. Estoy confundida. A veces pienso que yo también me estoy enamorando de ti. Y tengo miedo.

–¿A qué tienes miedo?

–A todo, a mis inseguridades, a hacer daño a quién no se lo merece, a que nada salga bien... yo qué sé –no quise continuar con aquella conversación y le puse fin bruscamente – El agua se está enfriando. Es mejor que salgamos de la bañera.

Salimos del agua y nos secamos. Mi ropa, después de permanecer encima de los radiadores de la calefacción, ya estaba seca también, así que me la puse. Después nos dirigimos a la cocina en silencio. Ginés se guiaba con su bastón y a pesar de carecer de expresión en su mirada parecía pensativo. Le ayudé a poner la mesa y fue trayendo la comida que había preparado su asistenta. Cuando ya nos sentamos en el sofá a degustar la cena pronunció mi nombre.

–Dunia.

Yo di un respingo. Me asusté. ¿Sería posible que me hubiera reconocido sólo por un beso?

–Dunia – dijo de nuevo – Me ha venido el nombre a la mente de pronto. No sé por qué me la recuerdas tanto.

–No entiendo bien por qué te la recuerdo tanto ni por qué la recuerdas tanto. Tú mismo dijiste que no había significado casi nada en tu vida. Yo no sé qué camino vamos a tomar tú y yo, Ginés, pero no quisiera vivir con la sombra de esa muchacha planeando continuamente sobre mí.

Comenzó entonces a hablarme de mí misma, de lo que había sentido hacia mí y de lo que signifiqué para él, y no dejó de asombrarme y por momentos de enternecerme. Al escucharle pensé una vez más que la venganza no tenía ningún sentido, aunque cambiaba de opinión de un minuto para otro.

–Nunca me perdoné haberle hecho aquello, forzarla de la manera en que lo hice y despreciarla como lo hice. En algún momento de mi vida me di cuenta de lo mezquino que había sido. Fue durante alguno de mi enfados con Adela. Después la olvidaba, y cuando Adela se enfadaba de nuevo Dunia regresaba a mi mente con fuerza. No nos conocimos en el momento adecuado, ella se ilusionó conmigo como cualquier chica con su primer amor y yo estaba de vuelta de todo y sólo pensaba en divertirme. Jugué con sus sentimientos.

–Sí, lo hiciste – le dije confirmando no sólo sus palabras sino también mis propios sentimientos – ¿Cómo era?

–Era alta, más o menos de tu estatura, con generosas curvas, tenía la piel morena y los ojos más verdes que yo he visto nunca. Sonreía siempre. Tenía carácter, pero a la vez era tan inocente.... Y besaba... así... como tú.

–¿Y si fuera yo? ¿Y si me hubiera acercado a ti para vengarme de todo lo que me hiciste?

–Lo he pensado muchas veces, constantemente... hasta ahora. Si fueras tú y quisieras vengarte no creo que te preocuparas por que recuperara la vista. Te hubiera gustado que purgara mi delito quedando ciego para siempre.

Tomó su copa de vino y bebió un sorbo. Yo me mantuve en silencio, analizando sus palabras. En el fondo tenía razón. Una persona normal no estaría fraguando una venganza y a la vez ayudando a alguien. El caso es que, a aquellas alturas, a ratos me daba la impresión de que mi mente no se estaba comportando como la de una persona normal.

Cambié de tema bruscamente una vez más, puesto que hablar de mí me hacía sentir incómoda, y permanecimos un rato más charlando. El tiempo se pasó demasiado deprisa, como siempre que estaba a su lado y llegó el momento de marchar a casa. Sabía que no podía quedarme y que él no me lo pediría. Había que ir despacio, en el caso de que hubiera algún lugar a dónde ir.

Había parado de llover y me acompañó hasta la puerta del coche.

–¿Cuándo nos vamos a ver de nuevo? – preguntó – Bueno, a vernos exactamente no....

–Cualquier día de estos. En cuanto sepa algo de la cita para la consulta te avisaré.

Estábamos uno frente al otro. Aunque sus ojos se perdían en no sé dónde, me sentía junto a él. Parecía que ni uno ni otro deseaba despedirse del todo.

–Bueno... adiós, Ginés. He pasado una tarde muy agradable a tu lado.

Me introducía en el coche cuando sentí su mano firme que sujetaba mi brazo y tiraba de mí.

–Espera – me dijo mientras me acercaba a él.

Me besó, pero no como había hecho yo en la bañera. Me besó de verdad, paseando su lengua por el interior de mi boca. Cuando nos separamos yo mordisqueé ligeramente su labio inferior. Así se lo hacía cuando chica. Luego me metí en el coche y lo encendí. Él se había llevado la mano a la boca. Ya tenía un recuerdo más de la Dunia que un día había conocido.



viernes, 7 de mayo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 23

 



A lo largo de las tres semanas siguientes no supe nada de Ginés, a pesar de lo cual me dediqué a tocar los contactos precisos para conseguirle una cita con el doctor americano que tal vez pudiera devolverle la vista. Me extrañó su silencio, pero traté de no pensar demasiado en ello. Al fin y al cabo, si analizaba con detenimiento el interior de mi desmadejada cabeza, llegaba a la conclusión de que lo mejor que podría ocurrirnos sería dejar de vernos, incluso dejar de saber nada el uno del otro, aunque a aquellas alturas de la película era algo que yo veía sumamente difícil. Estaba segura de que sería capaz de buscarle con cualquier excusa. En aquellos momentos tenía la perfecta: su curación.

Mientras me encontraba ocupada con mi trabajo y con las gestiones de la operación de Ginés, mi vida continuaba al lado de Teo como si nada estuviera ocurriendo, como si aquel otro amor que se gestaba en mi corazón no existiera. Teo no me preguntaba y yo no contaba nada. A veces me daba la impresión de que sabía de los sentimientos que Ginés removía dentro de mí y no preguntaba por no revolverlos más. Era como si mantener el silencio escondiera la situación. Mi novio seguía siendo el mismo de siempre y yo procuraba serlo también. Vivíamos nuestra vida tranquila y sin grandes sobresaltos, salíamos a cenar, al cine o a pasear los domingos, mientras que durante la semana cada uno se sumergía en sus respectivas ocupaciones. En la intimidad todo seguía igual y hacíamos el amor con la misma frecuencia de siempre. Nada parecía haber cambiado... salvo en mi confundido corazón.

Una noche Teo regresó del trabajo más tarde de lo normal. Venía cansado y con cara de pocos amigos. Yo estaba un poco preocupada por su tardanza y cuando escuché la llave meterse en la cerradura sentí un enorme alivio, no le había ocurrido nada malo. Aunque las noticias que traía eran agridulces.

–Tengo algo importante que decirte – me dijo dejándose caer en el sofá y sin prestar la menor atención a la cena que le esperaba sobre la mesita del salón – anda ven, siéntate a mi lado.

Hice lo que me mandaba y me quedé a la expectativa. Estaba serio, pero eso era normal en Teo, jamás había sido unas castañuelas.

–Suelta de una vez – dije – ¿Qué pasa?

–La empresa me manda a Noruega durante tres meses. Abren una filial y me toca supervisar todo el proceso. Es posible incluso que los tres meses se alarguen.

No sabría decir qué me provocó su noticia. No fue alegría, tampoco fue indiferencia. Yo no quería que se marchara, no me gustaba la soledad, sin embargo Ginés pasó fugazmente por mi mente y la posibilidad de vivir una historia a su lado tomó forma por unos segundos. Pero yo no era así, yo no quería engañar a nadie ni jamás había entrado en mis planes ser infiel, así que borré de mi mente esas tonterías e intenté asimilar la noticia que me había dado Teo. Tres meses fuera, prorrogables. No era muy agradable.

–¿Y por qué tienes que ir tú? ¿No hay más gente que pueda ir?

–No voy sólo yo, vamos tres. Es un proyecto muy importante, según ellos necesitan gente bien preparada y de confianza. Para mi es un honor que piensen eso de mí, pero reconozco que me jode bastante tener que hacer maletas

–¿Cuándo te marchas? – pregunté después de soltar un suspiro de resignación.

–Pasado mañana.

–¿Tan pronto? O sea, que encima pasarás las Navidades fuera – exclamé irritada.

Teo sonrió para quitarle hierro al asunto. Se acercó a mí y me abrazó.

–No lo sé, pero en todo caso si yo no puedo venir siempre puedes ir tú. Y pasaremos las Navidades más blancas que hayas imaginado nunca. Me voy a Oslo, Dunia ¿No te parece que en Navidad el ambiente allí tiene que ser como si te metieras en un cuento?

Le di un beso en la punta de nariz y le dije que le quería. Sí, le quería, aunque a lo mejor no de la manera en que debiera, pero en aquellos momentos no pensé en nada de eso.

–Anda, vamos a cenar que la cena está ya fría. Mañana libro, así que saldré a comprarte alguna cosa para el viaje.

–A mí también me han dado el día libre. Y pasado mañana el avión sale a las seis de la mañana. Podemos hacer las comprar juntos.

Claro que podíamos y así lo hicimos. Al día siguiente, por la tarde, fuimos a unos grandes almacenes a comprar algo de ropa de abrigo. Mientras estábamos comprando me sonó el móvil. Pude ver en la pantalla el nombre de Ginés y me quedé mirándola como una idiota. No quería descolgar en presencia de Teo.

–¿No lo coges?

Levanté la vista y me encontré con su mirada penetrante, como si fuera capaz de leer mis pensamientos, como si pudiera descifrar en mis ojos la culpabilidad que en ocasiones me brotaba del interior.

–No, ya sabes que no cojo los números desconocidos.

Metí apresuradamente el móvil en el bolso y continuamos con las compras. Lo sentí vibrar dos veces más, pero ni siquiera lo saqué de nuevo del bolso. No obstante durante el resto de la tarde me sentí nerviosa y contenta al cincuenta por ciento. Por fin Ginés había dado señales de vida. Y estaba deseando escuchar aquello que tuviera que decirme. Aunque sería necesario esperar.

Aquella noche, en la intimidad de nuestro dormitorio, Teo se mostró especialmente cariñoso conmigo. No es que no lo fuera normalmente, solo que no acostumbraba a ser demasiado detallista en la cama. Sin embargo aquella noche, como despedida, me hizo tocar el cielo con la punta de los dedos. Y me dormí pensando en su ausencia.

*

A la mañana siguiente cuando desperté Teo ya se había ido. Yo también debía trabajar así que me di una ducha, desayuné algo rápido y me marché al hospital. A media mañana me llamó el médico amigo de mi padrastro para que pasara por su consulta. Supuse que querría decirme algo relacionado con Ginés, como así fue. Había hablado con el doctor Jefferson, del Monte Sinaí, y le había puesto al corriente de la situación. Dadas las características de la lesión que padecía Ginés, la operación en principio parecía posible, pero tenía que hacerle un estudio previo in situ.

–Le he pedido el gran favor de que nos diera cita lo más pronto posible y me ha prometido que así sería. Tiene una agenda muy apretada pero nos buscará un hueco. En unos días me llama, Dunia. Puedes decírselo a tu amigo, seguro que se pondrá muy contento.

–Desde luego que sí. Muchas gracias, Mario, espero tu llamada.

En cuanto salí de la consulta cogí el teléfono para llamar a Ginés. Me contestó a la primera.

–Hola Damia. ¿Cómo estás? Ayer te llamé unas cuantas veces.

–Lo sé, pero no pude atenderte y no he podido llamarte yo hasta ahora. Hacía mucho tiempo que....

–Perdóname, es verdad – dijo sin dejarme acabar la frase y sin siquiera saber lo que yo iba a decirle – tres semanas sin dar señales de vida. He estado muy ajetreado, aprendiendo a manejarme solo, al menos en mi casa. Y he tenido momentos de bajón intenso. No me apetecía ver a nadie.

–Vaya, lo siento, Ginés.

–No te preocupes, supongo que es normal en mi situación, es que a veces me pongo a recordar mi vida de antes y.... me desmorono.

Se hizo un silencio de unos segundos al otro lado de la línea. Luego volvió a escucharse su voz.

–Me gustaría volver a verte – me dijo – ¿Por qué no vienes un día por aquí? Así me haces compañía y charlamos un rato.

–Claro. Además tengo algo importante que decirte. Los próximos tres días trabajo por la noche, pero el fin de semana libro. ¿Qué te parece si nos vemos el viernes por la tarde?

–Me encantará. ¿Cenarás conmigo? Le diré a Pilar, la asistenta, que prepare algo rico.

–Eso está hecho. Llevaré una botella de vino.

Pasé el resto de la semana nerviosa ante la perspectiva de volver a verle. Mientras, Teo llegó a Oslo, se instaló en un pequeño apartamento cerca del trabajo y comenzó su frenética actividad laboral. Me llamaba todas las noches y yo lo echaba de menos. Pero había alguien que podía paliar su ausencia.

*

El viernes no paró de llover en todo el día. La mañana me la pasé durmiendo y cuando entrada la tarde me desperté ya casi había anochecido. Me di una ducha rápida y me vestí con un jersey de cuello cisne negro y un pantalón vaquero. Después bajé al super a comprar una botella de vino y me fui a casa de Ginés. Tuve la mala suerte de que a mitad de camino se me pinchó una rueda del coche y tuve que cambiarla bajo el aguacero. Cuando por fin llegué a mi destino y llamé al timbre estaba completamente empapada.

–Hola Ginés – saludé en cuanto él mismo me abrió la puerta – menos mal que no puedes verme. Estoy calada hasta los huesos. Te voy a poner la casa perdida de agua.

–Pero... ¿qué ha ocurrido?

Le conté mi odisea mientras me retorcía el pelo y dejaba un nada desdeñable charco en el suelo.

–¿No tendrás por ahí algo de ropa seca? – le pregunté – si continúo mucho tiempo con ésta encima creo que pillaré una neumonía.

–Tengo una idea mejor. Ven.

Me tomó de la mano y con sorprendente agilidad me condujo hasta el cuarto de baño, situado al fondo del salón. Era una estancia amplia y decorada con gusto, pero lo que más llamó mi atención fue la fantástica bañera que parecía estar llamándome desde su esquina.

–¿Nos damos un baño calentito? – preguntó sonriendo.

–¿Nos? – pregunté yo a mi vez.

–Bueno, si no quieres... Yo iba a tomar un baño ahora mismo. La bañera es suficientemente grande para los dos. Y no puedo verte, lo digo por si te da pudor ponerte desnuda; y tú a mí ya me has visto desnudo muchas veces. Prometo portarme bien.

No lo pensé demasiado. Era una auténtica chifladura, pero acepté.

domingo, 2 de mayo de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 22

 



Durante unos días mi cabeza fue un hervidero de ideas a punto de estallar. Si en un instante decidía hacer una cosa, al instante siguiente decidía hacer otra y no fue hasta el día anterior a aquél en que Ginés tenía que marcharse del hospital cuando finalmente opté por la que en aquellos momentos me pareció mejor opción: olvidarme de todo y no volver a verle. Y como no me gustaban las despedidas y mucho menos en este caso, en el que corría el riesgo de que mi corazón y mi cabeza se ablandaran y me dejara llevar por los sentimientos, tomé la determinación de no despedirme de él, a pesar de que me había pedido una y otra vez que pasara por su habitación antes de que lo viniera a buscar su padre. Le dije que sí, que allí estaría, a sabiendas de que no iba a aparecer. Así fue. Me mantuve toda la mañana ocupada en cosas variopintas con otros pacientes y evité pasar por su cuarto. Sabía que a las doce y media el doctor le daba el alta y que a partir de entonces podría marcharse a su casa. A esa hora me ausenté del hospital con no recuerdo qué excusa. Cuando regresé ya casi era el momento de terminar mi jornada. Antes de irme a casa, guiada por una sensación que podía más que mi propia voluntad, me dirigí a la que hasta aquella mañana había sido habitación de Ginés. No sé para qué lo hice, tal vez para despedirme de su espíritu, por si parte de él se hubiera quedado prendido entre aquellas cuatro paredes frías e impersonales. Pero una sorpresa me estaba aguardando: el propio Ginés, solo, con cara de amargura, sentado en un sillón, con la maleta preparada a su lado.

–¡Ginés! – exclamé – Pero ¿qué haces aquí todavía? ¿No venía tu padre a buscarte hace rato?

–Vaya, pues ya ves, no ha venido. Me ha llamado diciendo que tenía una reunión muy importante y que era probable que no terminara hasta bien entrada la tarde. Y por cierto, tú también ibas a venir para despedirte y no has aparecido por aquí en toda la mañana.

Me senté en la cama, frente a él, y le cogí una mano. La acerqué a mi boca y deposité en ella un pequeño beso.

–Lo siento – respondí – no me gustan las despedidas y en este caso.... no me hace ninguna gracia saber que no voy a verte más.

–Bueno.... eso será si tú no quieres. Mi intención era que nos intercambiáramos los teléfonos. Ya sé que tienes novio, pero yo no pretendo ocupar su lugar. Sólo me gustaría que siguiéramos siendo buenos amigos.

–Tienes razón, lo siento. Anda, coge tus cosas que te llevo yo a casa. Desde luego tu padre... ya le vale.

Vivía en un pequeño chalet ubicado a las afueras de la ciudad. Durante el trayecto me contó que la relación con su padre no era buena, nunca lo había sido, pero mucho menos desde la muerte de su madre.

–La verdad es que yo nunca he sido un dechado de virtudes, más bien al contrario, y mi padre no aceptaba mi comportamiento. Creo que mi única cualidad era que siempre fui buen estudiante. Por lo demás era un juerguista, derrochador, caprichoso..... Mi madre siempre tapó mis defectos, a pesar de que tampoco le gustaban. La echo terriblemente de menos, sobre todo ahora que tanto la necesito.

–Y... ¿tu novia? – pregunté, temerosa de escuchar la respuesta, pues durante todo aquel tiempo de conversaciones apenas había hecho referencia a ella en alguna ocasión y muy de pasada.

–Adela.... no sé en qué momento me di cuenta de que no la quería. El verano en que conocí a esa chica a la que me recuerdas tuvimos una discusión muy fuerte y se largó de la casa en la que pasábamos las vacaciones. Fue entonces cuando me lie con la muchacha y ocurrió lo que te conté. Fui un cretino. Aquella niña me amaba y yo sé que a su lado hubiera podido intentar ser feliz y superar todas mis estupideces. Pero en lugar de buscarla y suplicarle perdón, busqué a Adela. Fue mi novia hasta las pasadas Navidades. Me sentí cansado, cansado de ella, de sus caprichos, de sus tonterías, de mí mismo.... Quise cambiar y comenzar de cero, y empecé por apartarme de ella. No le importó demasiado. Poco después ya salía con otro chico y ya ves, durante mi estancia en el hospital no vino a visitarme ni una vez.... tampoco mi padre vino apenas. Supongo que es mi sino. Sembré vientos... y ahora me toca recoger tempestades.

Mientras lo escuchaba notaba como mi corazón se iba encogiendo poquito a poco y un nudo en la garganta me impedía hablar y empujaba alguna lágrima traicionera que se escapaba de mis ojos. Suerte que en ese preciso momentos llegamos a su casa y así evité decir nada. Era una coqueta casita de campo, rodeada de un cuidado césped y con una piscina en la parte trasera. El porche delantero era de madera oscura y la puerta de entrada también. Sacó las llaves del bolsillo de su vaquero y a tientas metió la llave en la cerradura. Nos recibió un pequeño hall a la izquierda del cual estaba una amplia y luminosa cocina, de frente el salón, a dos alturas; al fondo, una amplia cristalera daba al porche trasero, y al lado de la pared izquierda las escaleras que subían al piso de arriba.

–¡Qué bonita es tu casa! – exclamé – Y muy acogedora. Pero ¿vas a estar solo? ¿Nadie te va a cuidar? No sé... tu padre, algún familiar... al menos mientras no recuperes la vista.

--No te preocupes. Mi padre no me ha ido a buscar al hospital, pero ya ha contratado un monitor para que me enseñe a desenvolverme solo por la casa y una señora de servicio. Realmente espero que esta situación no se prolongue durante mucho tiempo. Necesito ver. Necesito verte, Damia, no sabes cuánto.

Le miré mientras él miraba al infinito. No estaba yo muy segura de que fuera posible que recuperara la vista. En todo caso, si lo conseguía, la sorpresa que se llevaría al verme sería mayúscula... o tal vez no... o tal vez no dejaría que me viera... ¡Qué confundida estaba! Tanto, que en cuanto mi mente comenzaba a liarse prefería apartar de ella los problemas y vivir el presente, el momento, al lado de aquel muchacho que ya no era el mismo que había conocido años atrás.

–¿No tienes hambre? – le pregunté evitando responder a su comentario – Son casi las tres y media. A lo mejor tu padre ha tenido la deferencia de llenarte la nevera y te puedo apañar algo. Anda, siéntate.

Me dirigí a la cocina y al abrir la nevera comprobé que estaba repleta.

–Hay mucha comida – dije – ¿Qué te parece si hago unas pizzas?

–¿Te quedarás a comer conmigo?

–Pues claro. Ya que voy a hacerte la comida, qué menos que me invites ¿no?

Le escuché soltar una carcajada mientras ponía las pizzas en el horno. Entretanto se hacían me acerqué a la ventana de la cocina y miré hacia fuera. El sol calentaba tímidamente. Aunque estábamos casi en diciembre el invierno todavía no había querido llegar y eso me gustaba. De pronto Ginés apareció detrás de mí y puso su mano derecha sobre mi hombro. Yo di un respingo.

–¿Te he asustado? Perdona. Estas mirando por la ventana ¿verdad?

–Sí. Hace un día muy bonito. El cielo está muy azul... y la hierba muy verde.

Me sentía mal describiéndole lo que se veía a través del cristal. Me daba mucha pena que no pudiera verlo él mismo.

–Anda – le dije – vamos a sentarnos al sofá, que las pizzas ya están y estaremos más cómodos allí ¿no te parece?

Al cabo de un rato compartíamos la comida y una botella de vino sentados en el sofá de su salón. La luz de la tarde entraba por el amplio ventanal trasero dando calidez a la estancia. Me sentía tan bien que por momentos deseaba quedarme allí para siempre.

–Damia ¿Tú crees que volveré a ver? – preguntó de pronto.

Su interrogante trajo de nuevo a mi mente mis antiguas ansias de venganza. No porque deseara hacerle daño ya, sino por la posibilidad en sí que se me presentaba. Podría ser mala con él y decirle que aquí, en España, nada podría devolverle la vista, que se olvidara de ello y se mentalizara de que tenía que adaptarse desde ya a su nueva vida de invidente. Podría soltarle aquello y dejarlo así. Pero yo sabía algo más y aunque no había decidido cómo ni cuándo se lo iba a contar, de hecho mi primera intención había sido no volver a verle, supe que aquel era el momento preciso y adecuado.

–Verás, Ginés, aquí en España no hay solución para tu ceguera, no voy a engañarte ni a darte falsas esperanzas, pero estuve hablando con uno de los oftalmólogos del hospital. Es un hombre muy competente y muy estudioso, amigo de mi padrastro. Me comentó que hay un médico que opera este tipo de lesiones con un alto grado de efectividad. Primero tendría que evaluar la tuya y a la vista de los resultados te operaría o no. Sus intervenciones tienen un éxito del noventa por ciento. El inconveniente es que trabaja en el hospital Monte Sinaí de Nueva York y el coste económico es bastante alto.

Mientras yo hablaba se le iba mudando el rostro. De la preocupación inicial daba paso a la alegría contenida.

–Pero... eso es maravilloso. ¿Cuándo puedo verle? Tengo que concertar una consulta con él.

–Tranquilo, Ginés. Si quieres yo puedo enterarme de todo y te informo. Hablaré de nuevo con el amigo de mi padrastro y me pondré en contacto con el médico americano, a ver qué podemos hacer.

Me abrazó efusivamente y yo me dejé abrazar. Cuando nos separamos vi que tenía la cara bañada en lágrimas.

–Pero ¿por qué lloras, tonto? – le dije mientras limpiaba con mi mano sus mejillas.

–Lloro de alegría. Muchas gracias, Damia, nunca podré agradecerte lo que estás haciendo por mí. No me he equivocado contigo, desde el principio un sexto sentido me hizo confiar en ti. Es... es una lástima que tengas novio, si no lo tuvieras, yo no te iba a dejar escapar.

Correspondí a su cariño abrazándole yo también. Mientras estaba con mi cara pegada a la suya, con mis brazos entrelazando su cuello, quise decirle que yo era Dunia, y que aunque tenía novio, de pronto me habían entrado dudas de si lo quería realmente o no, y que aunque al principio me había acercado a él para vengarme, ahora ya no estaba segura si seguir con mis planes o ayudarle a recuperar su vida. Pero no dije nada. Me desasí suavemente de sus brazos y en ese momento sonó el timbre.

–Debe ser la señora que envía mi padre – dijo.

Me acerqué a abrir la puerta y efectivamente eran la mujer que lo iba a atender y el monitor que le iba ayudar a desenvolverse. Aprovechando la circunstancia me despedí.

–Tengo que irme, se me ha hecho tarde – dije –. Adiós, Ginés. Estamos en contacto.

Me acompañó hasta la puerta del coche.

–Adiós, Damia. Vuelve pronto, por favor. Me gusta estar contigo.

No le respondí con palabras. Me armé de valentía y deposité un suave beso en sus labios. Luego me metí en el coche y regresé a mi hogar.

jueves, 29 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 21

 



Aquella noche estuve en su cuarto más de la cuenta. Se sentía feliz de sus progresos y a mí me gustaba compartir su alegría. Me contó que al principio, cuando el médico le comunicó que debía empezar las sesiones de rehabilitación, no creyó que volvería a caminar.

–Además era horrible – dijo – cada vez que me ponía en pié el dolor en mis piernas era insoportable. Pero entonces pensaba en ti y tu imagen, esa imagen que no sé si es real pero es la que yo me imagino, me daba ánimos para seguir. Damia, perdona mi atrevimiento. Sé que tienes novio y no quiero que pienses que quiero entrometerme en vuestra relación, pero no puedo evitar sentir lo que siento. Me recuerdas tanto a aquella chica...

Le tomé la mano y se la apreté entre las mías. Sus palabras me confundían una vez más y por momentos pensaba si no sería mejor confesarle la verdad, decirle que yo era la mujer que echaba de menos, pero no, no podía hacerlo si lo que pretendía era llevar adelante mis planes de revancha.

–Ignoro lo que sientes y creo que prefiero seguir ignorándolo. En todo caso creo que lo que sea que sientes no lo sientes por mí, sino por esa otra chica.

–Pero es que cuanto más hablo contigo más me la recuerdas. Desde que te conozco he rememorado mil veces los momentos que pasé a su lado, algunas de sus palabras, su rostro, su voz, y pienso que cuando un día abra los ojos y pueda verte la cara no me sorprenderé si también me recuerdas a ella. Dime, ¿de qué color son tus ojos?

–Verdes – respondí, aun a sabiendas de que sería un punto más a su favor.

–¿Y tu pelo?

–Negro.

–No estoy equivocado. Ella también tenía los ojos verdes y el pelo negro. Los ojos más verdes que yo he visto en mi vida... – su rostro se veló por la nostalgia – Era una niña y le hice tanto daño... Ni yo mismo sé cómo pude... El día que se fue juró que se vengaría.

No me gustaba que hablara tanto de mí misma. No quería saber lo que había pensado ni necesitaba su expiación, así que cambié de tema.

–¿Te ha dicho el doctor cuándo te van a dar el alta?

–No. No tengo prisa.

–¿Que no tienes prisa? Cualquier persona tiene prisa por salir de aquí.

–Yo no, porque salir de aquí significará no volver a estar contigo y enfrentarme a una vida hostil que nunca me imaginé.

Yo tampoco había imaginado jamás que un día volvería a sentirme enredada en una maraña de sentimientos encontrados. No estaba muy segura de si era pena, lástima o amor del bueno, en todo caso era algo que yo disfrazaba de represalia. Me acerqué a la cabecera de su cama y acaricié su rostro. Él cerró los ojos y besó la palma de mi mano. Apenas pude evitar que de mis labios saliera un “te quiero”. Pensé en Teo, sentí asco de mí misma y salí del aquel cuarto precipitadamente.

*

Desde aquella conversación no volví a ser la misma. Me sentía como si estuviera entre dos vidas; la real y la posible, y lo peor de todo es que no sabía en cuál deseaba permanecer. Ya no tenía claro a quién amaba, ya cuando estaba con Teo no era capaz de sacar a Ginés de mi cabeza. Comencé a pensar que mi relación con Teo había sido un desatino, algo a lo que me había aferrado de manera apresurada para borrar los vestigios de mi fracasado amor juvenil. Necesitaba olvidar a Ginés y Teo me había ofrecido todo lo que yo deseaba, cariño, comprensión y una existencia tranquila y sin sobresaltos. Jamás había contado con que Ginés apareciera de nuevo en mi vida tambaleando su frágil estructura, jamás se me había pasado por la mente la posibilidad de volver a quererle. Quería alejarme de él pero no era capaz y poco a poco fui armando el rompecabezas de mi ansiada venganza que no era tal, que nunca podría ser tal.

*

Teo y yo no volvimos a hablar de Ginés, creo que tanto uno como otro evitábamos el tema a propósito, sin embargo, como si intuyera que algo extraño estaba pasando, un día mi novio me preguntó de nuevo por él. Iban a darle el alta en unos días y así se lo dije.

–Por eso estás tan alterada – afirmó más que preguntó.

Era cierto que la presencia de Ginés me había trastocado y que el haberme enterado de que finalmente iba a abandonar el hospital me había puesto un poco nerviosa, pero no era consciente de que se notara en mi vida cotidiana.

–¿Por qué dices eso?

–Porque te conozco muy bien y no eres la misma de siempre, parece que estás en las nubes. Puede que lo mejor sea perderlo de vista de nuevo, Dunia, y olvidarte de tus deseos de venganza.

Respiré aliviada al escucharle. Por un momento había temido que se sintiera celoso, que sospechara que yo sentía algo por Ginés.

–Me vengaré – dije – ya lo tengo todo planeado.

Teo sonrió levemente. Llovía un poco e íbamos caminando por la calle rumbo a nuestra casa debajo del mismo paraguas. Él llevaba su brazo por encima de mis hombros y en ese momento me apretó más contra sí.

–Pues a ver. Cuéntame tus planes.

No tenía planes preconcebidos, pero se me ocurrieron en el mismo momento.

–Teo quiero ser totalmente sincera contigo. Yo sé que Ginés siente algo por mí. Durante todo este tiempo que ha estado en el hospital hemos hablado muchas veces y en ocasiones él deriva nuestras conversaciones meramente profesionales hacia lo personal y deja entrever algunas cosas. Me ha dicho en multitud de ocasiones que le recuerdo a mí misma y me ha contado lo que me hizo y lo arrepentido que está.

–No te fíes de Ginés. Sabes perfectamente cómo es. Pero a ver, dime ¿qué pretendes hacer?

–Voy a hacer que se enamore de mí perdidamente y después le abandonaré.

Había parado de llover y Teo cerró el paraguas antes de contestar.

–No sé si me gusta la idea – dijo mirándome muy serio – Correría el riesgo de perderte.

-¿En serio piensas eso?

–Yo también quiero ser sincero contigo, Dunia, y me da la impresión de que esos deseos de venganza esconden algo más detrás. Creo que en el fondo nunca has dejado de amarle.

Escuchar de su boca mis propios pensamientos me hizo sentir muy mal. A quién menos deseaba hacer daño en el mundo era a Teo, no se lo merecía, él había sido la persona que había aportado estabilidad a mi vida y con el que me había sentido más querida, y ciertamente tenía razón. Enamorar a Ginés era un riesgo, pero era un riesgo que necesitaba correr. Quería tener fuerzas para abandonarle en el momento oportuno, aunque en el fondo de mí misma sabía que probablemente no fuera así.

–Yo te quiero a ti – respondí.

–Puede que sí, pero a él también, y por momentos siento que ha comenzado la batalla. Sin embargo... adelante. No puedo ni quiero prohibirte que hagas nada. Simplemente conservaré la esperanza de que todo esto termine de una vez y estemos juntos de nuevo.

–Ya estamos juntos.

–Me refiero a que nuestras almas y nuestros corazones estén definitivamente unidos Dunia. Sí estamos juntos, pero por momentos te siento tan ausente....

A veces hubiera deseado que Teo fuera un poco menos reflexivo. Siempre se tomaba las cosas tan.... bien. Nada era capaz de alterarlo. Yo hubiera puesto el grito en el cielo si la situación hubiese sido la contraria, pero él parecía aceptarla con resignación, como si en realidad la posibilidad de que nuestra relación terminase no le importara demasiado.

Pero estaba totalmente equivocada. Aquel fin de semana Teo tenía que viajar por motivos de trabajo, y el domingo, día en que yo libraba de mi trabajo, Teresa me invitó a comer a su casa. Lo hacía muchas veces cuando su hijo debía viajar y yo me quedaba sola, así que no le di la menor importancia. Comimos entre charlas y risas, como siempre, y fue mientras tomábamos el café cuando mi tía me habló seriamente.

–Dunia, tengo algo que decirte. A lo mejor crees que voy a meterme dónde no me llaman. Es posible. Pero se trata de mi hijo y no quiero que sufra.

A pesar de que intuía por dónde iban los tiros me hice la tonta.

–No sé qué quieres decir.

–Claro que lo sabes. Hace dos días Teo vino por aquí. Estaba... preocupado. No se atrevía a hablar, vaya por delante que jamás me ha contado vuestras cosas ni me ha pedido consejo sobre ninguna decisión que hayáis tenido que tomar los dos. Pero esta vez... me puso al corriente de tus planes para con Ginés. Y no me gustan nada.

Teresa hablaba despacio y con calma, sin acritud, sin rencores, sin imposiciones. No pretendía decirme lo que tenía que hacer, simplemente me ponía al corriente de su opinión, así, sin más, como si fuera una locutora de radio leyendo las noticias.

–¿Por qué? – me atreví a preguntar, a pesar de que intuía la respuesta.

–Porque ese chico no es una buena persona, y tú deberías saberlo, te lo ha demostrado con creces. No creo que sea capaz de enamorarse de nadie. No tiene sentimientos. Y con esta locura que tienes en mente es posible que lo único que consigas es pasarlo mal tú y hacérselo pasar mal a Teo también. Dunia, olvídate de Ginés, por favor. Ya no tiene sentido que desees vengarte. Aquello pasó hace mucho tiempo, no merece la pena. A no ser que...

–¿Qué?

–Que todavía le ames. O mejor dicho, que te hayas vuelto a enamorar de él Y disfraces de venganza tus deseos de estar a su lado.

Debí de imaginarlo. La perspicacia de mi tía otra vez en acción. No sé si era intuición o si era que poseía un sexto sentido inusual y ausente en el resto de los humanos, pero siempre terminaba acertando. ¿Qué podía hacer yo en un momento como aquél? ¿Confesarle la verdad, una verdad de la que ni siquiera yo misma era consciente? ¿Mentirle? Y en este caso ¿qué mentira iba a decirle si es que no sabía ni cuál era la verdad?

–No lo sé, Teresa – dije finalmente encogiéndome de hombros – no soy capaz de discernir qué siento por él. No sé si es odio, si es cariño... en todo caso lo único que sé que no me provoca es indiferencia. Y tengo que llevar a cabo mis planes. Es la única manera que tengo para aclararme.

–¿Y si acabas descubriendo que estás enamorada de él? ¿Tú sabes el daño que le harás a Teo?

–Claro que lo sé y créeme que es lo último que quisiera, provocarle dolor. Tía yo quiero buscar mi camino, con claridad. Deseo saber qué es realmente lo que quiero y para eso tengo que hacer lo que he pensado. Si realmente amo a Ginés, Teo no se merece tener a su lado a una mujer que no le ama. Y yo tengo derecho a mi propia felicidad.

Teresa cogió su paquete de tabaco, encendió un cigarrillo y me lo pasó. Luego de que yo lo aceptara encendió otro para ella. Me miró y en su cara se dibujó una leve sonrisa cargada de amargura. Supuse que estaba pensando en su propia historia de amor.

–Ten cuidado – me dijo. Y me abrazó.

lunes, 26 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 20

 


Instintivamente fui desarrollando de nuevo hacia Ginés un irreprimible deseo de venganza, un sentimiento extraño, malsano, que se acrecentaba cada vez que entraba en su cuarto y escuchaba su voz hablándome con la misma dulzura con que lo había hecho años atrás. Si nada hubiera ocurrido, si sus palabras de aquel tiempo hubieran sido sinceras y el amor que parecía haber sentido por mí fuera real, entonces seguramente en aquellos momentos estaríamos juntos y seríamos felices, y el no estaría postrado en aquella cama de hospital y.... y qué importaba ya todo eso si yo era feliz al lado de Teo. Ciertamente cuando salía del hospital y al llegar a mi casa él me recibía con una copa de vino, o con una bonita y romántica cena preparada en la mesa del salón, o con dos entradas para el cine, Ginés se me olvidaba, se me olvidaban sus palabras y mis cavilaciones, era como si mi mente borrara todo lo ocurrido a su lado durante el día. Solamente a veces, cuando en la oscuridad de nuestro dormitorio escuchaba la respiración acompasada de Teo, Ginés regresaba de nuevo a mi cerebro y ese mismo cerebro de forma casi perversa maquinaba la manera de hacerle pagar lo que me había hecho, de hacerle sufrir más de lo que ya estaba sufriendo. Ginés y los recuerdos amargos conseguían sacar lo peor de mí misma, un yo oculto y desconocido que por momentos conseguía asustarme. Entonces cerraba los ojos, me abrazaba con fuerza a Teo y procuraba pensar en otra cosa, en cualquier cosa, en la película que había visto antes de irme a la cama o en lo que haría de cena al día siguiente. Y así me dormía, hasta la mañana siguiente, en la que casi siempre despertaba con la cama vacía, y Ginés volvía a ocupar un lugar privilegiado entre mis pensamientos.

Un fin de semana mi madre y su marido nos hicieron una visita. Creo recordar que era octubre, pues ya los días eran más cortos y las tardes más frías. Hacía, pues, dos meses que el accidente de Ginés había tenido lugar y en casa, ni mi tía Teresa ni Teo me habían hecho comentario alguno sobre ello. Hizo falta que llegara mi madre desde Madrid para poner el tema sobre la mesa, nunca mejor dicho, porque durante la tranquila cena del sábado noche le preguntó a su hermana por el muchacho, ante el azoramiento de mi tía, una ofuscación que yo no entendí, ni que tuviera que ocultarse de algo y ocultármelo a mí.

–¿Cómo está el hijo de Cova, en paz descanse? Pobrecillo. Me enteré del accidente por la prensa.

Teresa me echó una mirada superficial y rápida antes de contestar.

–Creo que está bastante fastidiado.... Creo que ciego... inválido... una pena.

No sé cómo me sentí en aquel momento. No entendía por qué Teresa nunca me había comentado nada. ¿Acaso no sabía que yo lo sabía? ¿Y Teo? Me parecía todo tan subrealista que no pude evitar meter baza en la conversación dejando entrever mi asombro.

–Está en mi hospital, mamá – dije – Está fuera de peligro pero sí, no puede caminar y se ha quedado ciego. Lo de las piernas es remediable. Lo de la ceguera ya es harina de otro costal. Por cierto Tere, nunca me dijiste que sabías lo del accidente. ¿Y tú Teo? ¿Lo sabías?

Madre e hijo se miraron sin responder. Hay momentos de la vida en que no hacen falta palabras y ese era uno de ellos. Supe leer en sus ojos con toda claridad que sí, que lo sabían.

–Bueno.... no salió el tema – dijo Teo con la calma que le caracterizaba – además también podías haberlo comentado tú. Al fin y al cabo está en tu hospital.

Mi madre y su marido nos miraban con recelo, como si no entendieran de qué iba todo aquello, esos reproches un poco absurdos, y es que en realidad ellos ignoraban lo que había ocurrido con Ginés, así que supongo que les parecería una estupidez las palabras que nos estábamos cruzando. Así pues sonreí y cambié de conversación antes de que mi madre comenzara a hacer preguntas.

–¿Qué os parece si mañana por la mañana vamos caminando hasta la Torre de Hércules? De vuelta podemos parar en alguna terraza a tomar un vermouth. Hay que aprovechar estos últimos días de buen tiempo.

Efectivamente conseguí que la conversación tomara otros derroteros y que Ginés quedara en el olvido.... por poco tiempo. Hasta que Teo y yo regresamos a nuestra casa y mi novio retomó el tema, apenas nos habíamos acostado en la cama.

–Así que Ginés está en tu clínica ¿Cómo no me habías dicho nada? – preguntó.

Teo hablaba con calma, como siempre. Era muy difícil alterarle o enfadarle. Nunca pronunciaba una palabra más alta que otra. Su lema era escuchar y razonar. Y a mí, que siempre fui algo más temperamental, su calma me ponía un poco nerviosa, como si yo fuera culpable de algo y en ese caso concreto era así. Me sentía culpable de haber ocultado la presencia de Ginés en mi hospital, de haberle permitido de nuevo entrar en mi vida sin que nadie lo supiera.

–No sé – respondí después de un rato – supongo que no quería preocuparte. No me gusta la situación. No es nada agradable.

Me acosté en la cama al lado de mi novio y le cogí de la mano.

–Estoy seguro de que no – contestó – ¿Te toca atenderle?

–Sí – contesté escuetamente sin contarle nada de nuestras conversaciones.

–¿Te ha reconocido?

–Supongo que no. Si me ha reconocido lo ha disimulado muy bien.

Durante un rato Teo no dijo nada. Cogió el mando de la televisión y la encendió. Yo di por supuesto que la conversación sobre Ginés había concluido pero me equivoqué, pues al cabo de un rato volvió a la carga.

–¿Qué sientes cuando estás con él?

Aquella pregunta me cogió de improviso y por primera vez me cuestioné si mis sentimientos hacia Ginés eran realmente los que yo pensaba o había algo más escondido tras el odio aparente que me empeñaba en mantener. Pensé en las noches a su lado, sentada al borde de su cama, escuchando sus palabras tristes, sus recuerdos de una vida feliz, aquellos planes de futuro que nunca se harían realidad. Sí, Ginés me contaba todas esas cosas, poco a poco, hoy dos comentarios, mañana tres... y a través de sus palabras yo me sentía confundida. Y temerosa de que aquel amor adolescente que había acabado casi en tragedia, estuviera renaciendo y amenazara con tambalear los cimientos de mi vida. Pero yo no podía decirle eso a Teo.

–No lo sé – contesté finalmente – Al principio pensé que le odiaba, conforme va pasando el tiempo siento cierta compasión. Y aún así los deseos de venganza todavía rondan mi mente. Y ahora lo tengo tan cerca.....

–¿Crees que merece la pena?

–Tampoco lo sé. La verdad es que no estoy segura de nada. ¿Y tú? ¿Qué piensas tú de todo esto? Tanto tú como tu madre sabíais lo del accidente y tampoco me habéis comentado nada....

–Mi madre dice que la cercanía de Ginés es peligrosa para ti, que puede pasar cualquier cosa. Incluso que vuelvas a enamorarte de él.

Solté un bufido acompañado de una risa burlona.

–Menuda bobada. Después de todo lo que me hizo.... Además, yo no te pregunté por lo que piensa tu madre, sino por lo que piensas tú.

–No lo sé, Dunia – respondió al cabo de un rato – Sabes que Ginés nunca fue santo de mi devoción pero.... esto que le ha ocurrido es suficiente desgracia ¿no crees? Además eso de la venganza.... ¿cómo pretendes vengarte?

–Ya buscaré la manera. A lo mejor prolongando más esa agonía que está viviendo.

– ¡Por Dios, Dunia, es es absolutamente cruel! ¿Y crees que te sentirás mejor?

–Pues probablemente no. Pero seguro que él sí se siente peor, y eso es lo que pretendo.

La conversación sobre Ginés murió en ese punto, pero revolvió algo dentro de mí. No me gustaba lo que sentía. A pesar de que me lo negaba a mí misma, cada mañana me levantaba con la ilusión de volver a verle, de entrar en aquella habitación a inyectarle sus medicamentos, de parlotear con él cinco y diez minutos y hacerle sonreír. Entonces me decía a mí misma que no, no quería vengarme, la venganza era sólo una excusa para estar cerca de él, la tapadera de un amor que estaba volviendo a nacer de manera inevitable, aunque ni yo misma me diera cuenta.

*

A finales de aquel octubre Teo y yo nos tomamos un descanso y nos fuimos de viaje a París. Era una ciudad que deseábamos visitar desde hacía tiempo. Aquellos días de actividad frenética, de ir y venir constantemente visitando monumentos, museos, pateando sus calles o en barco por el Sena, hicieron que me olvidara de todo, también y principalmente de Ginés. Pero de nada sirvió relegar mi vida cotidiana a una rincón de mi memoria, porque de manera inevitable hube de retomarla. Y el retomarla significaba verle de nuevo. Y el ver de nuevo a Ginés hacía que me levantara todas las mañanas pensando en él y con más ganas que nunca de llegar al hospital.

Mi primera jornada de trabajo después de las cortas vacaciones comenzaba una tarde y en cuanto llegué al hospital me fui a su habitación con cualquier excusa. Al encontrarla vacía me invadió una sensación de desasosiego y de temor. No podía ser que durante aquellos días le hubieran dado el alta y se hubiera marchado sin poder despedirnos y sobre todo, sin poder “vengarme”. Regresé al control y pregunté por él. Me dijeron que había comenzado sus sesiones de rehabilitación y que en aquel momento se encontraba haciendo sus ejercicios en la sala número dos.

–El doctor Mejuto está muy contento con sus progresos – me dijo mi compañera – Está comenzando a caminar. Lástima que recuperar la vista sea mucho más problemático.

No fui capaz de esperar. Bajé los dos pisos que me separaban de las salas de rehabilitación como un rayo. Me metí en la dos y enseguida le vi. Apoyaba sus manos en dos barras y caminaba por el medio de las mismas, pasitos cortos y lentos, pero caminaba. No pude evitar sonreír levemente y sentirme feliz. Me fui acercando despacio. No quería distraerle de sus ejercicios. Le hice un gesto a la fisioterapeuta que lo atendía para que se mantuviera callada y no delatara mi presencia. Pero los ciegos desarrollan más sus otros sentidos y Ginés, no sé cómo, supo que yo estaba allí.

–¿Damia? – preguntó – ¿Estás aquí?

Al principio no respondí. Sólo cuando estuve frente a él le dije:

–Sí, Ginés, estoy aquí. No quería perderme tus progresos.

Se giró hacia donde yo estaba, muy cerca de él. Arrastró sus piernas de manera torpe e insegura y cuando estuvo frente a mí me abrazó con entusiasmo. Yo correspondí a su abrazo.

–Pensar en ti me dio fuerzas y mira, lo estoy consiguiendo.

No supe qué contestarle. Únicamente me hundí más entre sus brazos, me dejé envolver por su calidez, por su olor, por el contacto de aquella piel que un día me había enamorado y que ahora, pasados los años y los malos recuerdos, amenazaba con hacerlo de nuevo.

viernes, 23 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 19

 




El día siguiente fue extraño. Mi cabeza era un hervidero de ideas y de sentimientos encontrados. Si escarbaba un poco en el fondo de mi corazón afloraba la sensación de que Ginés era, o al menos debía de ser, un simple objeto de mi compasión. Alguien a quien yo había conocido en la flor de la vida y que todavía estando en la plenitud de su existencia había tenido la desgracia de pasar a ser la piltrafa humana que estaba siendo. ¿Qué sentido tenía hacerle más daño del que ya la propia vida le había hecho por sí misma? Además ¿deseaba realmente hacerle daño? ¿necesitaba hacerle pagar por algo que había ocurrido mucho tiempo atrás y que yo ya casi tenía olvidado? Preguntas para las que no terminaba de encontrar respuesta.

Por otro lado, y en contra de mi voluntad, después de hablar con él y escuchar su voz ajada, cansada y triste, sentía que todavía subsistía dentro de mí una pizca del amor que un día había sentido por él. Y eso no podía ser. ¿Por qué le quería después de los ocurrido y los años transcurridos? ¿Acaso era cierto eso de que el primer amor nunca se olvida? ¿Y eso de que el odio no es más que otra forma de amor?

Por la noche me dirigí al hospital pensando sólo en volver a verle, así que en cuanto llegué, después de pedirle a la enfermera del turno saliente que me pusiera al corriente de la situación de los pacientes, la liberé de sus últimas obligaciones y las asumí yo, entre ellas, suministrarle a Ginés su medicación. Cuando entré en su habitación abrió los ojos de repente, a pesar de que sólo podía ver oscuridad.

–Damia ¿eres tú?

Me sorprendió descubrir que parecía estar esperándome y por un momento no supe qué decir. Los nervios hacían acto de presencia cada vez que me metía en aquel cuarto y en ese preciso momento no fue diferente.

–Sí – respondí finalmente – ¿Cómo estás? Acabo de comenzar mi turno y he venido a inyectarte tus medicinas. ¿Has cenado?

–Un poco de sopa. Esta tarde he tenido mucho dolor en las piernas y no me apetece comer, no me apetece nada. ¿Cuándo acabará esto?

–Bueno, no te preocupes, poco a poco irás mejorando. Piensa que estuviste a punto de morir. La recuperación es lenta. Ahora tienes que descansar.

Recogí mis útiles y me dispuse a salir. Tenía que continuar mi ronda.

–¿Te vas? – me preguntó.

–Sí, debo seguir atendiendo a los pacientes. Si necesitas algo llama al timbre.

Terminé de administrar las medicinas a los demás enfermos una media hora después. Los pacientes que estaban mejor y se atrevían a dar algún paseo por el pasillo se fueron retirando a sus habitaciones. También las visitas regresaron a sus hogares. La noche se preveía tranquila y si era así, tal vez pudiéramos echar una cabezadita por turnos mi compañero y yo.

Estuvimos tomando un café y charlando hasta cerca de las dos de la mañana. A esa hora le dije que se echara un poco a dormir, que yo no tenía sueño y me quedaría vigilando, y si necesitaba su ayuda le despertaría. Se metió en un pequeño cuarto anejo al control de enfermería y se acostó en el pequeño sofá. Yo me puse a leer un libro. Me gustaba sumergirme entre las páginas de cualquier novela las noches en que la quietud de los pasillos del hospital era tan plena. Sólo un rato después de comenzar mi lectura se encendió una lucecita del panel de control, la 506. Dejé mi novela encima de la mesita y me dirigí al cuarto de Ginés. Empujé la puerta y lo encontré sentado en la cama con los ojos muy abiertos. Me provocaba una sensación extraña verlo así, con los ojos muy abiertos y la mirada perdida, mirando hacia un punto en el infinito que en realidad no miraba porque no podía ver.

–¿Estás bien? – pregunté – ¿Necesitas algo?

–No puedo dormir – contestó escuetamente.

–Si estás intranquilo puedo darte un tranquilizante. El médico dijo...

–No, no. No quiero tomar nada. Pero me gustaría que te sentaras un ratito aquí, conmigo. ¿Podrás darme un rato de charla?

Me pregunté si haría lo mismo con las demás enfermeras o sólo conmigo. No era demasiado profesional dejar el control sin nadie y así se lo dije.

–¿Estás tú sola?

–No, pero mi compañero está durmiendo un rato. Espera.

Me asomé a la puerta y vi a mi a Carlos en el control. Siempre hacía lo mismo. Se echaba a dormir un rato y era así, un rato, bien pequeño además. Así pues al comprobar que el servicio estaba cubierto accedí a quedarme un momento con Ginés, aunque no estaba muy segura de que fuera nada bueno porque ¿qué le iba yo a contar de mí? O me inventaba cosas o corría el riesgo de que descubriera quién era, al menos eso era lo que pensaba en aquel momento, aunque pronto saldría de mi equívoco.

Me senté al borde de su cama.

–No me puedo quedar mucho – le dije – y cuando me marche te tomarás una pastilla para dormir. Debes descansar. Te daré una dosis pequeña.

–Vale – dijo y se quedó callado.

Fue un momento, tal vez nueve o diez segundos, pero me sentí incómoda, porque yo no sabía cómo iniciar una conversación con aquel muchacho por el que sentía odio... y compasión... y aunque me lo negaba continuamente, también un poquito de... no sé, cariño tal vez, porque llamarlo amor me parecía muy fuerte.

–Oye – comenzó a hablar de pronto – Yo quería decirte que.... Te parecerá raro pero es que …. Siento algo extraño cuando estás conmigo. No me ha pasado con ninguna enfermera, únicamente contigo y no sé si...

Dudó un momento antes de proseguir, instante que yo aproveché para poner las cosas claras.

–Si estás intentando ligar conmigo no sigas. Mi vida sentimental está ocupada – le dije sintiéndome ciertamente asombrada. No podía creer que en el estado en el que estaba se entregara al ligoteo fácil.

–No. No son esas mis intenciones, te lo prometo. ¿Te crees de veras que alguien me iba a querer estando como estoy? Lo que me pasa contigo es que me recuerdas a alguien que conocí hace años y con quien me porté como un perfecto canalla. Desde el accidente pienso en ella a menudo. Y tú me la recuerdas.... mucho.... y siento que necesito hablarle de ella a alguien.

Respiré profundo manteniendo una calma y una serenidad que ni yo misma me creía. No sabía si la persona que le recordaba a mí era yo misma. Podía ser cualquier otra, después de todo en su casquivana vida de libertino seguramente habría habido muchas mujeres, y sin duda cualquiera de ellas hubiera dejado más huella que yo.

–¿Por qué te recuerdo a esa chica? – pregunté – No me ves, no sabes cuál es mi aspecto físico.

–No estoy muy seguro. Tal vez por tu olor, o por tu manera de caminar... o tal vez sea sólo fruto de mis paranoias. Ya te digo que desde que desperté del accidente la tengo muy presente y tampoco sé por qué. Nunca llegamos a salir juntos y se fue de mi lado muy pronto por algo horrible que le hice y no me importó demasiado al principio. Con el tiempo... con el tiempo sí me importó. Y ahora que me ha ocurrido esto.... Por veces me da la impresión de que es un castigo, un castigo por todo aquello que pasó..

Vaya, parecía que no sólo le recordaba a esa chica, sino que además podía leerme los pensamientos, porque eso mismo había pensado yo muchas veces, que lo que le estaba ocurriendo era un castigo por lo que un día me había hecho.

–Yo no creo mucho en eso de los castigos divinos – le respondí – Además ¿tan grave es lo que le hiciste a esa muchacha como para merecer esto que te está ocurriendo?

Esperando su respuesta el corazón me iba a cien a por hora. Él se revolvió un poco en la cama y se tomó su tiempo antes de responder.

–Ella trabajaba en casa como... como criada. Era... muy bonita. Yo por aquel entonces tenía una novia, mi novia, y durante un enfado me lié con la chica. Estuvimos solos en casa durante unos días y.... Me gustaba pero no quería nada serio con ella, yo sólo quería divertirme, pero ella... ella era muy niña y yo creo que estaba enamorada. No quería entregarse y una noche... la forcé.

Mientras me relataba lo que yo ya sabía, lo que había vivido en mis propias carnes, una lágrima caía de mis ojos y resbalaba por mi mejilla. Lloraba en silencio para que él no me oyera y por enésima vez me pregunté qué coño hacía yo allí, escuchando su confesión, su aparente arrepentimiento que a aquellas alturas ya no servía de nada, que nunca hubiera servido de nada.

–¿Cómo se llamaba? ¿La has vuelto a ver? – pregunté sabiendo que sus respuestas me herirían en los más profundo de mi alma.

–No recuerdo su nombre, era un nombre extraño, y su imagen... su imagen se difumina a veces en mi cabeza entre las imágenes de todas las chicas que pasaron por mi vida. Creo que últimamente pienso tanto en ella que hasta su imagen me parece borrosa. La volví a ver cuando murió mi madre, se acercó con su tía al tanatorio a darme el pésame, pero no pude hablar con ella. Me hubiera gustado pedirle perdón. Poco después la vi de casualidad por la calle y la seguí. Iba sola y se paraba de vez en cuando para ver escaparates. Caminaba despacio y cuando llegó a un punto de la calle se detuvo, parecía estar esperando a alguien. Dudé unos instantes si acercarme a ella o no, tenía miedo a su reacción. Cuando finalmente me había decidido, un muchacho salió de un portal, se besaron y se fueron juntos, muy abrazados. Sentí que había perdido mi oportunidad. Sin embargo hace unos meses la volví a ver, estaba sentada en un banco de un parque y lloraba. Me acerqué a ella y le ofrecí mi ayuda. Pero de nuevo se me escapó. Yo creo que me reconoció y no quiso saber nada de mí.

–¿Por qué me cuentas todo esto? – pregunté aprovechando una pausa en su relato, pues realmente no sabía si quería seguir escuchando más – No me conoces de nada y yo no puedo darte consejo, ni siquiera creo que deba juzgarte.

Se tomó su tiempo antes de responder. Su mano, de vez en cuando, se crispaba nerviosa apretando la sábana.

–Llevo todo el día pensando que esa chica eres tú – respondió finalmente – Sé que es enfermera, aunque desconozco en qué hospital trabaja.

Solté una carcajada fingida y mostré una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.

–Pues no, yo no soy esa muchacha ¿Te crees que si lo fuera iba a estar todo este tiempo escuchándote impasible? Además, yo no te perdonaría ni pasaría de todo como hizo ella, en fin, dejemos el tema. Te voy a dar una pastilla para que descanses, creo que hablar de todo esto te está alterando demasiado y no te conviene.

No me dio réplica, así que salí del cuarto y me dirigí al control. Tomé un tranquilizante y un vaso de agua y se lo llevé. Se lo tomó sin rechistar.

–Hala, a dormir, que es muy tarde. Buenas noches.

– Buenas noches.

Cerré la puerta tras de mí con una sensación extraña. Yo nunca me había considerado mala persona, pero en aquel momento sentí hacia Ginés un odio tan grande, tan visceral, que una persona buena sería incapaz de sentir. No quería herirlo, pero en momentos como aquel, sentía que tenía que hacerlo. Y a lo largo de aquellos días, hubo muchos instantes así.