martes, 20 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 18

 




Durante los siguiente días traté de alejar de mi cabeza a Ginés y su accidente. Ni siquiera me interesé por su estado y cuando alguna de mis compañeras hacia algún comentario al respecto me alejaba de la conversación. Sabía, era consciente, que el hecho de tener la vida de Ginés prácticamente en mis manos no era nada bueno. Pero algo me reconcomía por dentro. La lucha interna entre mi yo absurdo y mi yo lógico. Habían pasado ya unos cuantos años de la violación y yo había encontrado el amor y asentado mi vida al lado de otro hombre, la venganza no tenía sentido. Además, ya bastante castigado estaba teniendo que cargar a sus espaldas con aquel terrible accidente que le había tocado en suerte. Condenar a un muchacho como Ginés a vivir postrado en una silla de ruedas y ciego ya tenía que ser suficiente tortura. Pero no se la había provocado yo y a lo mejor era eso lo que buscaba, que sufriera por mí, por mi culpa, por mi exclusiva voluntad y no por un giro fortuito de la vida.

Por eso, a pesar de que no quería saber nada de las murmuraciones que corrían por el hospital ni de los corrillos que se formaban para conversar sobre la desgracia de aquel joven tan conocido en la sociedad coruñesa, a veces sentía la tentación de bajar a la unidad de cuidados intensivos con cualquier excusa y echarle un vistazo allí, postrado en un cama sin poder moverse, sin ver, pendiendo su vida del fino hilo que la separaba de la muerte, simplemente por observar mi propia reacción. Quería saber si sentía piedad, o dolor, o simplemente odio, un odio tan grande y visceral que me llevara a desearle la muerte, una muerte que podría provocarle yo misma, aunque evidentemente eso no entraba en mis planes.

No lo hice. Durante los quince días que permaneció bajo vigilancia intensiva me abstuve de ir a verle, aunque en muchas ocasiones me resultó sencillo doblegar mi propia voluntad. Durante aquellas dos semanas fue mejorando y un día lo trasladaron a planta, a mi planta, en la que yo trabajaba, por lo que entrar en su cuarto se convirtió en algo inevitable.

A lo largo de aquel tiempo no hablé sobre lo sucedido con Teo, ni tampoco con Teresa. Puesto que el accidente había sido brutal y de dominio público, creí que serían ellos, o por lo menos mi tía, la que diera el primer paso y me comentara lo ocurrido o tal vez me preguntara si estaba en mi clínica, pero ni uno ni otro mencionaron el menor detalle al respecto y yo tampoco dije nada. Cuando salía de trabajar intentaba correr un tupido velo sobre mi mente y olvidarme de Ginés y sus circunstancias para centrarme en Teo y en las nuestras, que eran indiscutiblemente mucho más agradables. No obstante no dejé de observar ciertas miradas extrañas en Teresa cuando salía a colación por cualquier causa el tema de mi trabajo. Me daba la impresión de que sabía lo de Ginés, lo cual además sería lógico, dado que trabajaba en el mismo lugar en que lo había hecho la tía del susodicho. Aunque hacía ya unos años que se había trasladado a otro centro, la gente la conocía y era normal que se comentara entre el personal la desgracia ocurrida en la familia.

A Ginés lo trasladaron a planta una mañana en la que yo no trabajaba. Cuando a la tarde llegué a mi puesto la enfermera saliente me comunicó la noticia.

–En la habitación 506 está el muchacho ese del accidente. La mayoría del tiempo está dormido porque tiene bastante dolor. No ve nada y no tiene sensibilidad en las piernas. Ahí tienes anotada la medicación que debemos suministrarle. Por lo demás no hay novedad.... ah sí, que está él solo en una habitación, ya sabes, donde hay dinero.... Y a Lucía, la paciente del la 503, le han dado el alta. Me voy, que tengas buena tarde, Dunia.

Cuando mi compañera se fue, entré en el pequeño cuarto anexo al control y miré el cuadro de medicaciones. A Ginés había que inyectarle en el suero calmantes y alguna que otra medicina cada determinadas horas. Mientras estaba echando una ojeada entró el doctor Mejuto, el médico que le trataba. Era un hombre que gozaba de cierta fama por su acierto en el diagnóstico y por su eficacia en los tratamientos aplicados. Aún así era callado y discreto. Hablaba muy poco con las enfermeras fuera de las indicaciones que tuviera que darnos. Yo nunca me había dirigido a él y sin embargo aquel día me atreví a preguntarle por el muchacho de la 506.

–Su madre era íntima amiga de la mía – mentí – y aunque hacía mucho tiempo que le había perdido la pista me gustaría saber la realidad de su situación.

–Pues la verdad es que es muy complicada – me dijo amablemente –.No tiene lesión medular sin embargo no puede caminar debido a otros factores que además le producen mucho dolor. Es posible que tarde meses o incluso años en abandonar una silla de ruedas. Además el golpe en la cabeza lo ha dejado ciego y esa ceguera tiene toda la pinta de ser irreversible. Su vida a partir de ahora no será un camino de rosas. Lo siento.

El doctor Mejuto salió de sala y yo me dejé caer en una silla un poco desconcertada. No sabía si lo que rebullía dentro de mí era pena o lástima de él. O tal vez cierta satisfacción de que la vida lo estuviera poniendo en su sitio. Volví a mirar el cuadro de medicaciones y vi que en diez minutos había que inyectarle un calmante. Suspiré profundamente, consciente de que había llegado la hora del encuentro. La perspectiva me alteró un poco, pero ni por un instante pensé en encargar el trabajo a alguna compañera y por ello tener que dar explicaciones que no interesaban a nadie. Preparé el medicamento y me dirigí a la habitación. La puerta estaba cerrada y puse mi mano sobre la manilla con cautela. La giré lentamente y lentamente empujé la puerta. Poco a poco la imagen desoladora fue quedando a mi vista. El Ginés que estaba postrado en aquella cama no se parecía en nada al que yo había conocido. Tenía la cara llena de magulladuras y los párpados todavía algo hinchados, en su momento le habían afeitado la cabeza y el pelo apenas comenzaba a crecerle. El monitor cardíaco sonaba de manera monótona y rítmica y varias botellas colgaban de unos soportes y conectaban con sus brazos, que reposaban lánguidos sobre la cama. Me acerqué despacio y antes de inyectar el medicamento en la botella del suero le observé con detenimiento. Parecía haber envejecido veinte años. Me senté en una esquina de la cama y de manera leve y suave acaricié su mano. Aquel gesto inútil trajo de golpe a mi mente las semanas vividas a su lado en la casa de la playa y como si un sortilegio hubiera nublado mi mente por unos instantes volví a sentirme enamorada, pero fue solo una décima de segundo, un momento fugaz, efímero, transitorio. Me levanté de la cama y sacudí aquel sentimiento sin sentido con la imagen de Teo. Me recompuse y clavé casi con rabia la jeringuilla con la medicina en la botella de plástico. Cuando de nuevo le miré, estaba abriendo los ojos.

–¿Quién está ahí? – preguntó con voz tenue y pastosa.

Tardé unos segundos en contestar. Temía que reconociera mi voz y no lo deseaba. El anonimato era una arma que me garantizaba cosas, no sabía qué cosas, pero seguramente alguna. Finalmente contesté intentando disimular un poco mi acento.

–Una enfermera – dije – Te estoy poniendo medicación. ¿Qué tal estas?

–Me duele – contestó – me duele mucho todo.... y no veo, está todo oscuro. No voy a volver a ver ¿verdad?

–No lo sé. Eso te lo dirá el médico. Ahora debes descansar.

Me dispuse a salir de la habitación. Cuando estaba a punto de cruzar la puerta sentí de nuevo su voz detrás de mí.

–Espera, no te vayas. ¿No te puedes quedar un rato conmigo?

Me di la vuelta y le miré de nuevo. Me parecía tan frágil, tan vulnerable.... pero el resentimiento pudo más que mi momentánea piedad y le contesté de forma contundente:

–Lo siento, tengo cosas que hacer. Volveré en tres horas, cuando tenga que ponerte más medicación. Mientras tanto descansa y si necesitas algo pulsa el timbre.

Me dirigí al control de enfermeras y preparé las medicinas de otro paciente. Estaba un poco nerviosa y muy confundida. No sabía en qué iba a parar aquel encuentro, pero sospechaba que en nada bueno. Durante el resto de la tarde intenté no pensar demasiado en ello. El timbre de su habitación sonó dos o tres veces y fueron mis compañeras las que se encargaron de atenderle. Por la noche, un poco antes de terminar mi turno, volví de nuevo a ponerle un calmante y darle unas medicinas. Abrió los ojos en cuanto entré, aquellos ojos vacíos que miraban a la nada.

–¿Quién es? – preguntó.

–La enfermera – respondí escuetamente.

–¿Cómo te llamas?

Dudé un momento antes de contestar. Evidentemente si le decía mi nombre corría el riesgo de que me identificara. Mi nombre no era nada común. Aunque también pudiera ser que dado que para él solo había sido la chica del servicio con la que se había divertido unos días, no se acordara ni de mi nombre.

–Damiana – contesté finalmente – pero todos me llaman Damia. Es un nombre horrible. Un capricho de mi madre, su madre se llamaba así.

–Damia es hermoso. Yo me llamo Ginés, también me lo puso mi madre porque se llamaba mi abuelo. Y también me parece un nombre horrible.

–Bueno, en realidad los nombres dan un poco lo mismo ¿no? Lo importante es que la persona que lo lleva sea buena persona. Anda, tómate esta pastilla, te ayudará a descansar.

Se tomó la pastilla sin rechistar. Luego le disolví un sobre de antibiótico en agua y también se lo di.

–Y ahora este sobre, que está muy rico. Dentro de un rato te traerán la cena y después a dormir. ¿Cómo te encuentras?

–Esta tarde tuve muchos dolores en las piernas. Pero ahora me encuentro algo mejor. Lo peor es no poder ver. Por momentos me desespero.

Yo estaba sentada al borde de su cama y en un arrebato de ternura cogí su mano, la apreté entre las mías y le dije:

–Ten confianza. La medicina hoy hace milagros. A lo mejor tardas un tiempo, pero seguro que todo volverá a ser como antes.

–Nada volverá a ser como antes. Aunque me recupere del todo.

Había un regusto de amargura en su voz y no pude evitar sentir un poco de pena. La auxiliar entró con la bandeja de la cena, así que aproveché la ocasión y de nuevo espanté mis sentimientos con una despedida rápida, casi precipitada.

–Bueno, ahí viene la cena. Yo me voy. Buenas noches.

–¿Volverás mañana?

–Mañana y pasado tengo turno de noches. Así que nos veremos a esta hora, más o menos.

Salí del cuarto y me dispuse a recoger mis cosas para marchar a casa. Mientras lo hacía resonaba aquella pregunta en mi mente “¿Volverás mañana?”

domingo, 18 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 17

 


Deambulé un rato más por las calles de la ciudad, mirando de vez en cuando hacia atrás por si se le había ocurrido seguirme. Sentía dentro de mí tanto odio, tanta rabia, tanta ira, que me resulta difícil expresarlo con palabras. Era como si una bomba hubiera estallado en mi interior y amenazara con hacer añicos todo mi mundo. El recuerdo del amor que había sentido por él y de aquella noche fatídica, el hecho palpable de su olvido... eran un veneno que intoxicaban mi corazón y mi alma. Yo sabía que todo aquello no tenía sentido, que lo que debería sentir era indiferencia y desprecio porque ya había encontrado a alguien que me quería y a quien querer, y el pasado debía quedar dónde estaba, escondido entre los años, dormido entre los malos recuerdos. Ginés era el pasado pero en aquella tarde solitaria y triste había resurgido para golpear mi vida de manera absurda.

No me apetecía ir a mi casa, no quería sentirme sola entre aquellas cuatro paredes desnudas sin la presencia de Teo, así que puse rumbo a casa de Teresa. Solo cuando llamé al timbre me di cuenta de que ya había anochecido. Eran más de las diez. Había estado tres horas deambulando por la ciudad y de repente me sentí tremendamente cansada. Mi tía me abrió la puerta y me miró extrañada.

–Dunia. No te esperaba. Anda pasa. Estaba a punto de cenar. Lo haremos juntas. ¿Te ocurre algo?

Estaba nerviosa y la tensión afloraba por los poros de mi piel. Seguí a mi tía hasta la sala en la que la televisión parloteaba sin que nadie le prestara atención y me dejé caer en el sofá.

–No te puedes imaginar lo que me ha pasado – dije – Creo que... no sé si ocurrió en realidad o ha sido un mal sueño.

–Ay hija, no me asustes. Habla de una vez.

Le relaté mi día de manera lo más resumida posible, desde mi congoja por lo ocurrido en el trabajo hasta mi casual encuentro con Ginés y los sentimientos que ese encuentro hizo brotar dentro de mí. Ella me escuchaba atentamente, y cuando terminé mi relato se acercó y me abrazó cariñosamente.

–Anda, cálmate y olvida lo ocurrido. No tiene sentido que te hagas mala sangre por haberlo visto de nuevo cuando tú tienes ya tu vida encauzada.

–Lo sé – repuse – y precisamente por ello ni yo misma entiendo lo que me está pasando. Yo quiero a Teo, él me está dando lo que siempre soñé, una vida estable, tranquila, sin sobresaltos... Y no sé por qué no soy capaz de asumir que lo ocurrido con Ginés pasó y ya está. Oh Teresa, ni siquiera sé explicarme bien.

Mi tía sonrió débilmente y en aquella sonrisa creí percibir un deje de amargura, tal vez de tristeza.

–¿Sabes, Dunia? Durante todos estos años no he podido dejar de sentirme un poco culpable de lo ocurrido con Ginés.

–¿Culpable tú? Pero ¿por qué? – pregunté extrañada.

–Porque yo sabía cómo era, sabía que era un chico caprichoso, un sinvergüenza, una persona casi... casi sin sentimientos. Y desde el principio, desde que comenzaste a trabajar en su casa, supe que estabas enamorada de él. Se te notaba en todo, en el brillo de tu mirada, en tu alegría al hablar, en tus prisas por marcharte a la casa de la playa.... Yo te metí de lleno en la boca del lobo ofreciéndote aquel trabajo.

–Oh por favor, no digas eso. Eso no es cierto. Tú no podías saber lo que iba a pasar. Es verdad que lo mío con él terminó de la peor manera posible pero si no hubiera sido así, lo hubiera sido de otra manera. Ginés y yo no teníamos futuro juntos. Y yo sé que el encuentro de hoy no hubiera debido de afectarme tanto. Aunque ahora, después de hablar contigo, me siento mucho mejor y me voy dando cuenta de que mi inquietud es una soberana tontería.

–Pues eso – contestó mi tía con una sonrisa –.Anda, esta noche te quedarás aquí. Y ahora vamos a cenar, he hecho unos macarrones con atún. ¿Te apetece?

Sí, me apetecía. De pronto el estómago se me había revolucionado y me senté a degustar los apetitosos macarrones. Dentro de dos días llegaba Teo y en eso debía pensar, en mi reencuentro con él. Y no en Ginés.

*

Dos días después, ilusionada con el regreso de mi novio, creí ya tener olvidado mi desafortunado encuentro con Ginés y dejé de darle importancia a la revolución momentánea de sentimientos que me había provocado. Me sentía contenta. Era sábado y no tenía que trabajar hasta el martes. Me levanté temprano y fui a la peluquería, me di un corte de pelo más actual y me maquillé ligeramente. Luego me dirigí a una tienda de lencería y me compré un seductor conjunto de ropa interior negra con la que esperaba sorprender a mi novio aquella tarde. El avión llegaba a las cinco, así que a esa hora me puse mi provocativa prenda, retoqué un poco el maquillaje y me senté en el sofá del salón a esperar que sonara el timbre. A las cinco y media en punto sonó, el avión había llegado puntual. Miré por la mirilla de la puerta y comprobé que era Teo, entonces abrí.

–Hola cari....

Las palabras quedaron prendidas en su garganta, porque en un gesto certero tiré de él, lo empujé contra la pared y le besé apasionadamente. Él correspondió a mi beso y hundió sus manos en mi pelo y su lengua en mi boca. Apreté mi cuerpo con fuerza contra el suyo y sentí su sexo inflamado de deseo. Entre besos y jadeos nos dirigimos al dormitorio dejando por el pasillo un reguero de prendas que molestaban. Nos tiramos en la cama poseídos por el deseo, por una pasión desbordante que hacía que en medio de aquellas cuatro paredes no existiera nada ni nadie que no fuéramos nosotros mismos y nuestras ansias de unirnos. Recorrimos nuestros cuerpos con las manos, con la boca, provocando que las pieles se erizaran en un espasmo de fuego que amenazaba con invadirlo todo y que finalmente lo hizo. El placer se mezcló con nuestros gemidos y el aire se convirtió en amor. Cuando terminamos, Teo me miró fijamente y sonrió.

–Buenas tardes, preciosa. Yo también te eché de menos.

Por toda respuesta le besé con ternura. No sé cuántas veces hicimos el amor aquella tarde. La recuerdo como la más pasional de mi vida. Sin embargo, cuando por la noche nos retiramos a descansar y el sueño comenzaba a nublar mi cerebro, mi último pensamiento fue para Ginés. No con amor, ni con pasión, ni siquiera como buen recuerdo, sino con unas ganas de venganza que de nuevo hicieron acto de presencia y que me confundían enormemente.

*

No le conté a Teo mi encuentro con Ginés, no creía que mereciera la pena, al fin y al cabo había sido algo fortuito que seguramente no volvería a producirse. Eso era lo que me decía a mí misma y de lo que intentaba convencerme, pero de manera no sé si inconsciente me vi forzando un nuevo encuentro. Paseaba día sí y día también por los jardines de Méndez Núñez y me sentaba en el mismo banco en el que él me había encontrado, mirando a un lado y a otro por si apareciera por cualquier esquina. No sé lo que pretendía. Desde luego no amarle, lo único que deseaba era materializar de una vez por toda mi sed de revancha, cobrarme por lo que me había hecho, aunque no sabía cómo ni de qué manera, lo único que tenía claro era que para poder llevar a cabo mis propósitos él debía aparecer de nuevo en mi vida, de la manera que fuera. Pero no tuve suerte, Ginés no volvió a aparecer, lo cual si bien al principio me causó cierta decepción, después me di cuenta de que era lo mejor. Establecer de nuevo una relación con Ginés, del cariz que fuera, no me iba a traer más que problemas, así que poco a poco de nuevo las aguas fueron volviendo a su cauce y me olvidé hasta de nuestro encuentro casual.

Tres meses después, una mañana de agosto, las urgencias de la clínica en la que trabajaba se convirtieron en un verdadero caos. Hacía dos días que llovía sin parar y una espesa niebla se había asentado en los alrededores. Ambos factores había provocado un grave accidente a la entrada de la ciudad con varios coches implicados y varios heridos, algunos de los cuales vinieron a parar a la clínica. Yo había solicitado el cambio de departamento desde el fatídico día de la muerte de los dos niños. Estar en urgencias me provocaba mucha ansiedad y aunque era consciente de que convivir con la muerte era algo intrínseco a mi profesión, necesitaba un área más tranquila en la que no fuera necesario hacer las cosas contra reloj. Me trasladaron a la planta de traumatología y allí desarrollaba mi trabajo con la calma que yo necesitaba. Sin embargo no pude dejar de enterarme de lo que había ocurrido, tanto más cuanto dos de los heridos, los más graves, vinieron a parar a mi planta una vez aplicados los primeros remedios a sus maltrechos cuerpos.

Recuerdo que al día siguiente mi turno comenzaba a media mañana. Cuando llegué al control de enfermeras mis dos compañeras cotilleaban sobre el accidente del día anterior.

–La chica está ya en su cuarto. Pronóstico reservado. La han tenido que operar de las dos piernas, pero bueno, saldrá de ésta. El que está fatal es el muchacho. Esta en la UCI y lo tienen bajo sedación. – decía Reme, una compañera.

–Entonces el accidente tuvo que ser... brutal – dije yo – Menuda racha, primero el autocar con los niños, ahora esto... No ganamos para lesionados. ¿Qué le ocurre al muchacho?

–Probable lesión medular, multitud de politraumatismos... y además creen que se puede quedar ciego.

–¡Qué horror! – solté – Pobre chico. ¿Es muy joven?

–Unos treinta o treinta y cinco años – contestó Sara, mi otra compañera – Y además es hijo de una familia muy conocida aquí en La Coruña. Su madre era dentista, murió hace unos años de repente, le dio un infarto o un ictus, o algo así.

La sangre se me heló en las venas y el corazón me comenzó a latir a cien por hora. No podía ser que la vida me pusiera le venganza en bandeja. Lo tenía allí, a mi merced, porque tenía que ser él, no podía ser ninguna otra persona más que él.

viernes, 16 de abril de 2021

NO sé por qué te quiero - Capítulo 16

 



La casa estaba silenciosa y a oscuras. Mi madre y su marido habían salido a cenar fuera con Teresa, yo creo que animados por esta última en su afán por dejarnos a Teo y a mí solos. Me acerqué a la puerta de su habitación y arrimé el oído. No se oía nada. Golpeé suavemente y nadie contestó. Volví a golpear y al no recibir respuesta abrí la puerta con cautela. Mi primo estaba echado en la cama y al escuchar el sonido de la puerta al abrirse se volvió.

–¿Puedo entrar? – pregunté.

Él se sentó en la cama y asintió con la cabeza. Yo me acerqué y me senté a su lado, sobre la cama. Me miraba fijamente con aquellos ojos marrones que parecían escarbar en mi cerebro.

–Teo yo.... creo que tenemos que hablar. Mejor dicho, que yo tengo que hablar. Sé que te molestó lo de anoche y....

–No, no, no te equivoques Dunia, no me sentó mal lo de ayer, o a lo mejor sí, pero no por tu reacción sino por la mía. Creo que interpreté mal tus gestos o tus palabras... yo qué sé. Y el día de hoy me ha servido para reflexionar y pensar en qué he hecho mal. Me he sentido como un...

–Pero ¿quieres parar de decir insensateces, bobo? – le pregunté de pronto, completamente alucinada por sus razonamientos de hombre mayor y respetable – No puede ser que esté escuchando semejante sarta de sandeces. No has hecho nada mal Teo, al contrario, te juro que jamás me he sentido tan bien en mi vida como cuando estoy a tu lado. Pero creo que tienes que saber algo, algo que me ocurrió hace años, con Ginés.

Le conté todo lo que no le había contado y que en ocasiones incluso le había negado. Cómo me había ido enamorando de él, cómo me había sabido camelar con unos detalles que no eran tales y finalmente la violación en la piscina aquella fatídica noche, que aunque parecía haberse borrado de mi mente, reaparecía en los momentos más inoportunos.

–Ayer fue como si los recuerdos se agolparan en mi mente de pronto y por eso no pude... no pude quererte como te mereces. Pero yo te amo, Teo, te quiero de verdad y me siento feliz de tenerte a mi lado.

Él tiró de mi brazo e hizo que me acercara más a su lado. Tomó mi cara entre sus manos y me besó en los labios suave y dulcemente.

–¿Por qué no me contaste nada de esto? – preguntó separando sus labios de los míos.

–¿Para qué? El mal ya estaba hecho y no tenía solución. Durante mucho tiempo pensé en vengarme, pero según va pasando el tiempo.... cada vez me importa menos. Yo lo que quiero ahora es estar a tu lado. Tenemos toda la vida por delante para ser felices, Teo.

Mientras hablaba me iba desabotonando poco a poco la ligera bata de seda que llevaba puesta, bajo la atónita mirada de Teo. Me puse en pie y dejé que la suave tela se deslizara por mi espalda hasta caer al suelo. Me quedé con mis braguitas por toda indumentaria y me eché en la cama al lado de mi novio.

–Quiero hacer el amor contigo – le dije.

–Y yo también – me susurró al oído mientras su mano acariciaba son suavidad mis hombros – pero te advierto que no lo he hecho nunca. Es la primera vez que estoy con una mujer.

–Yo tampoco lo he hecho nunca. Así que no te preocupes, será la primera vez para los dos. Así conoceremos el amor por primera vez, juntos.

Nos besamos de nuevo y yo sentí sus manos temblorosas recorrer mi piel con suavidad, casi con miedo, pero en aquellas caricias sentí también que mi cuerpo se estremecía y un fuego desconocido y extraño amenazaba con deshacerlo por dentro. Puede que aquella noche no fuera la noche de amor perfecta, puede que nos faltara experiencia y nos desbordara la pasión, pero de lo que sí estoy segura es de que fue una de las noches más hermosas de mi vida.

*

Nos hicimos novios, novios de verdad, de esos que ven y piensan el futuro juntos, y nuestra vida se convirtió en un hilo de ilusión que íbamos tejiendo el uno en connivencia con el otro. Me olvidé de Ginés y de mi venganza, ya no me importaba nada. ¿Qué necesidad tenía de hacerlo presente de nuevo en mi vida, de volver a recordar un momento indeseado si tenía a mi lado a quién me hacía realmente feliz? La respuesta era evidente, ninguna, y durante los años que Teo tardó en terminar su carrera universitaria yo me centré en mi trabajo y en preparar unas oposiciones que nunca llegué a aprobar. Sin embargo laboralmente tuve mucha suerte, pues a pesar de estar durante unos años con contratos temporales y esporádicos, llegó un momento en que me contrataron de manera indefinida en una clínica de La Coruña. Era el último año de carrera de Teo y desgraciadamente tuvimos que vivir separados, pero tampoco nos importaba mucho, pues los fines de semana que nos podíamos reunir lo hacíamos y aprovechábamos hasta el límite nuestro tiempo juntos.

Cuando Teo se licenció regresó a La Coruña y comenzó a trabajar en una multinacional informática a través de un conocido de mi padrastro. Así parecía que nuestra vida se había asentado. Éramos una pareja consolidada y feliz. Empezamos a pensar en la posibilidad de casarnos, de comprarnos una casa propia e incluso de tener hijos, aunque ahora que podíamos disfrutar de una economía un poco holgada, preferimos esperar un poco antes de hacer frente a unas responsabilidades que, sobre todo la de tener hijos, nos habían de cambiar la vida de manera sustancial.

Tal vez lo único que turbaba un poco la tranquilidad de nuestra apacible existencia eran los viajes de trabajo que se veía obligado a hacer mi novio de vez en cuando. Tampoco es que se pasara todo el tiempo fuera de casa, pero al menos una vez al mes debía de viajar para visitar clientes o filiales de la empresa. Durante aquellas pequeñas ausencias yo lo echaba mucho de menos. Amaba profundamente a Teo y jamás pensé que nada pudiera venir a turbar la plácida existencia que habíamos conseguido.

Fue durante uno de aquellos viajes. Recuerdo que cuando me dijo que se tenía que ir a Roma, deseé poder acompañarle, pero por aquel entonces en la clínica había falta de personal, pues se estaba procediendo a la realización de nuevas contrataciones y me tuve que quedar en la ciudad más triste que una uva pasa. Era primavera, una primavera inusualmente cálida para una ciudad norteña, y muchas tardes salía a pasear sola por sus calles. Me gustaba sumergirme en la algarabía de gente que parecía querer beberse el aire cálido de aquel clima atípico. Otras veces me acercaba a buscar a mi tía Teresa a su trabajo y de regreso a casa nos tomábamos un café o cenábamos algo en alguna taberna de la calle Real.

Un día tuve una mañana especialmente dura en el hospital. Había tenido lugar un accidente horrible a un autobús escolar y las urgencias se vieron colapsadas por decenas de niños heridos, afortunadamente la mayoría leves, salvo dos pequeñines que se murieron prácticamente en mis brazos y en los de mi compañera, sin que nadie pudiera hacer nada por ellos. Salí de trabajar con muy mal cuerpo y al comprobar que no me podía sacar de la cabeza la imagen de tanta masacre, decidí por la tarde dar uno de mis paseos y meterme en tiendas donde el jaleo pudiera distraerme. Pero no dio resultado. Sentía tal congoja en mi interior, mi corazón estaba tan oprimido dentro de mi pecho que nada ni nadie era capaz de animarme. En un momento dado me senté en un banco de los jardines de Méndez Núñez y me puse a llorar. No tenía motivo, no sabía el motivo, pero lloraba y al derramar mis lágrimas me daba cuenta de que mi inquietud se iba calmando, y me liberaba de aquella pena que durante todo el día me había estado pesando como una losa.

Ni siquiera me había percatado de que alguien se había sentado en el banco, a mi lado, y que ese alguien me ofrecía un pañuelo de papel blanco que yo tomé en un gesto automático y con el que me limpié las lágrimas.

–¿Puedo ayudarte en algo? – me preguntó una voz masculina.

Levanté mi mirada hacía el hombre y me encontré con quien nunca hubiera esperado encontrarme. A mi lado estaba Ginés. No sabía de dónde había salido ni desde cuándo se había convertido en un buen samaritano. Hacía unos cuantos años que no le veía, pero no los suficientes para que no me reconociera, pero así parecía. Tan poca era la huella que había dejado en él. Sin embargo yo lo hubiera reconocido aunque lo hubieran colocado entre un millón de hombres semejantes.

Algo se revolvió dentro de mí, no sé exactamente qué. Sólo sé que sentí la necesidad de huir de allí. Era como si el tipo que estaba a mi lado no fuera un ser humano sino un monstruo que amenazara con tragarme. Pero no pude moverme de aquel banco. Me quedé mirándole fijamente mientras mi cabeza no dejaba de asombrarse ante las casualidades de la vida. Encontrarme con Ginés en un banco de un parque. Jamás lo hubiera pensado.

–¿Te ocurre algo? – insistió – Pasaba por aquí y te he visto llorar y pensé que.... no sé, que te pasaba algo.

–No me pasa nada – conseguí decir.

Fui capaz de levantarme por fin y comencé caminar. De pronto quise llegar a casa, o no, mejor a casa de mi tía Teresa, no creía que aquella noche fuera capaz de afrontar mi soledad. Apuré el paso, pero Ginés no se rindió.

–Eh, no te vayas. Espera – le escuché decir detrás de mí.

Me tomó del brazo y me hizo parar. Sentir el contacto de su mano con mi piel fue como si una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo. Durante unos segundos miré sus dedos en torno a mi muñeca, finos, firmes, hermosos, como siempre. Luego levanté la mirada y me encontré con la suya, gris, cristalina, bella, tan bella como yo la recordaba.

–Me sabe mal dejarte ir así, llorando. ¿Puedo invitarte a un café?

¿Qué pretendía aquel muchacho? ¿No me reconocía realmente o estaba fingiendo? Yo no creía haber cambiado tanto. Tal vez había perdido algo de peso y llevaba un corte de pelo diferente, pero nada más. ¿Tan poco había significado yo en su vida para que me olvidara de una manera tan drástica? Y además ¿dónde estaba su novia? Preguntas sin respuestas que se agolpaban en mi cabeza de manera desordenada.

–No quiero café – dije – y no me pasa nada. Sólo quiero llegar a mi casa.

–Te acompaño.

–¡No! – contesté de manera un poco brusca – Lo que necesito ahora es estar sola.

–¿Sabes? – me preguntó de pronto ignorando mi comentario y mirándome fijamente – Me da la impresión de que te conozco. ¿Dónde nos hemos visto antes?

Todavía sujetaba mi muñeca. Yo me desasí con suavidad de su mano y sin contestarle seguí mi camino. No quería que me reconociera, era mejor así.

martes, 13 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 15

 



Durante aquellos dos meses Teo me trató como a una reina. Estaba atento a mis deseos, a mi cansancio, me hacía la comida, me preparaba un baño cuando llegaba agotada del trabajo, me arrastraba a la calle para que me despejara cuando me aturdían las circunstancias. Era muy cariñoso, me llenaba de besos y de caricias, podíamos pasarnos horas por las noches viendo películas en la televisión, sentados en el sofá muy abrazados... pero ya, quiero decir que nunca me había ni siquiera insinuado la posibilidad de acostarnos juntos. Y no sabía si aquello me gustaba o no. Contrariamente a cuando me enamoré de Ginés, con Teo sí estaba segura de querer disfrutar del amor en toda su plenitud. Suponía que él también, pero me parecía que tenía la misma inexperiencia que yo en esos temas y tal vez fuera por ello que ni uno ni otro se atrevía a dar el paso. Tal vez lo mejor fuera dejar correr el tiempo y que las cosas ocurrieran cuando tuvieran que ocurrir.

Llegados mis quince días de vacaciones, hicimos las maletas y regresamos a La Coruña dispuestos a disfrutar de la playa y el mar, pero nuestros planes se torcieron. Mi madre y su marido tenían pensado venir a la ciudad a pasar con nosotros aquellas dos semanas, pero el día anterior a su viaje mamá se torció un tobillo y se hizo un esguince que requirió unos días de reposo, así que fuimos nosotros dos, junto con Teresa, los que pusimos rumbo a Madrid.

Nadie de la familia sabía que nos habíamos hecho novios, al menos no lo habíamos comunicado formalmente, ambos pensábamos que ya habría tiempo. Puede que tuvieran sus sospechas pero si así era nadie dijo nada, es más, ambos ocupamos las mismas habitaciones que habíamos ocupado el verano anterior. Éramos primos y a nadie se le ocurrió que pudiéramos dormir juntos, cosa lógica por otra parte, además ni siquiera lo habíamos hecho nunca, pues en el piso que compartíamos en Santiago cada uno tenía su propio dormitorio.

Aquella semana fue especialmente calurosa en la capital, tanto que se hacía muy difícil conciliar el sueño, por eso Teo y yo solíamos permanecer en el jardín hasta muy entrada la noche, sentados en las tumbonas al borde de la piscina. Una de aquellas noches Teo me propuso tomar un baño y como si de un resorte se tratara volvió a mi mente aquella noche fatídica en el chalet de Ginés. Mis pulsaciones se aceleraron ligeramente e intenté apartar de mi cabeza aquel desafortunado momento del que hacía tiempo ya ni me acordaba. Acepté la proposición de Teo y nos metimos en el agua. No hizo falta ponernos los trajes de baño pues ya los teníamos puestos. Nadamos y jugueteamos salpicándonos. Todo se asemejaba demasiado a lo ocurrido años atrás. Parecía la misma historia con un protagonista diferente. En aquel momento no me daba cuenta de que yo también era diferente, y de que Teo no tenía nada que ver con Ginés. Pero de la misma manera que aquella noche, en un momento dado Teo me atrapó contra el borde de la piscina y me besó. Yo me entregué a aquel beso con miedo, con una desconfianza absurda. Me decía a mí misma que debía centrarme en lo que estaba ocurriendo en aquel preciso instante, no en lo que había pasado hacía tanto tiempo, pero la parte ilógica de mí misma no era capaz de aceptar los razonamientos lógicos de la otra parte. Por eso cuando Teo apretó su cuerpo contra el mío mientras besaba mi cuello y acercaba con timidez sus manos a mis pechos, le di un fuerte empujón y lo aparté de mi lado.

–¡No! – casi grité – ¡No puedo!

Salí de la piscina ante la mirada asombrada de Teo, que no pronunció palabra alguna, sólo me miraba con aquellos ojos limpios y sinceros que no entendían nada, mientras yo corría hacia la casa dejando tras de mí un rastro de agua y un sin sentido de emociones.

Me quité el bikini, sequé mi cuerpo chorreante y me acosté, pero no pude dormir nada, acuciada por el calor insoportable y por la conciencia de mi estupidez. Yo quería a Teo, sentía que era la persona que necesitaba a mi lado, alguien que me aportaba serenidad, cordura, Teo era el amor sereno con el que yo había soñado desde siempre y no se merecía el desprecio de aquella noche. Desprecio que, por otro lado, no tenía ninguna razón de ser, porque yo deseaba hacer el amor con él y seguramente eso era lo que había estado a punto de ocurrir. Pero el recuerdo de Ginés había ganado terreno a mis pensamientos lógicos y había dado al traste con mis anhelos y también con los de Teo.

Durante aquella noche pensé que él iba a llamar a la puerta de mi cuarto para preguntarme qué me había ocurrido, pero no lo hizo y yo tampoco me atreví a ir a su dormitorio. Ni siquiera lo escuché entrar. Me dormí cuando ya comenzaba a amanecer y me desperté pronto, presa de un desasosiego y un nerviosismo exagerados. Conocía bien a Teo y sabía que iba a estar dolido conmigo. Me di una ducha y salí al jardín. Mi novio estaba desayunando en el porche y me senté a su lado.

–Buenos días – dije a media voz.

–Buenos días – contestó sin dejar de untar mermelada de fresa en su tostada.

Estaba molesto, desde luego. Otro día cualquiera me hubiera ofrecido la tostada y se hubiera levantado para besarme mil veces.

–Teo, quiero hablar contigo – le dije.

–No es necesario, Dunia – me respondió con la calma que le caracterizaba – Está todo bastante claro.

Me desconcertó un poco su seguridad y su afirmación. Yo no sabía qué era lo que estaba claro y así se lo pregunté.

–¿Qué es lo que está claro?

–Pues que ayer me pasé, que soy un cerdo, que te falté al respeto. Lo siento de veras. No volverá a ocurrir – respondió con el sarcasmo impregnando su voz.

–Yo no he dicho nada de eso.

–No, claro que no lo has dicho, pero a veces sobran las palabras y ayer fue una de esas veces. Pero repito, lo siento mucho, pensé que a ti también te apetecía y me equivoqué.

–A mí también me apetecía – dije en un susurro.

–¿Ah sí? Pues que bien lo disimulaste.

Teo dio el último sorbo a su café y levantándose se dirigió al jardín.

–¿A dónde vas? – le pregunté.

–A dar un paseo. Necesito estar solo.

Se fue y me dejó allí sintiéndome triste y culpable. Él pensaba que yo no le quería lo suficiente y tenía que sacarlo de su error, aunque ello significara contarle lo que me había ocurrido con Ginés.

En aquel momento, mientras estaba yo sumida en aquellos pensamientos, se abrió la puerta y Teresa apareció en el porche con una bandeja de desayuno.

–Buenos días, Dunia ¿Has desayunado? ¿Te preparo algo?

–No, no he desayunado, pero no te preocupes, no me apetece comer nada.

Teresa se sentó y posó la bandeja en la mesa.

–¿Ocurre algo? ¿Teo no se ha levantado todavía?

Mi tía como siempre tan intuitiva.

–Ha salido a dar un paseo solo – contesté lánguidamente.

–Solo... Teo quiere estar solo – afirmó más que preguntó – ¿Me vas a contar lo que ocurre? Pero todo, desde el principio, es decir, desde que comenzasteis a salir juntos hasta la bronca de hoy.

Sonreí levemente ante la perorata de mi tía. Debí imaginarme que una persona como ella tenía que estar al corriente de todo, se lo hubiéramos dicho o no.

–¿Cómo lo has sabido?

–¿Y eso qué importa? Anda, ¿qué ha pasado? ¿puedo ayudarte en algo?

Le conté lo ocurrido sin muchos preámbulos y cuando terminé soltó una pequeña carcajada que me dejó perpleja.

–A mí no me hace ninguna gracia – dije algo enojada.

–A mí sí. Parecéis dos niños inexpertos... perdón, no lo parecéis, lo sois. Entiendo tu actitud de ayer en la piscina, recordar una violación no debe ser plato de buen gusto, y también entiendo un poquito el enfado de Teo, porque él no sabe lo que te pasó. Así que lo mejor que puedes hacer para solucionar el embrollo es contárselo.... ah, y dormir en la misma habitación esta noche.

Suspiré y miré a Teresa, que comía con ganas su tostada. Supuse que ella conocía a su hijo mejor que yo.

–¿Crees que querrá escucharme? – le pregunté.

–Por supuesto que sí, aunque de momento... yo lo dejaría un poco a su aire durante el día de hoy. Por la noche, si ves que no se queda en el jardín para una de vuestras sesiones de charla nocturnas, te cuelas en su cuarto, le cuentas lo ocurrido y haces que todo acabe en una sesión de sexo lo más desenfrenado posible.

No pude evitar soltar una carcajada. Teresa tenía el poder de que cualquier tema, por serio que fuera, tuviera el toque necesario de humor para quitarle un poco de importancia. Además me pareció buena idea y me propuse hacerle caso en la medida de lo posible.

Teo regresó de su paseo poco antes del almuerzo. Ya estaba comenzando a preocuparme, me parecía que tardaba bastante, pero me abstuve de hacer comentario alguno. Pasamos la tarde cada uno a sus cosas, algo que no era habitual, al menos estando de vacaciones, y cuando llegó la noche y yo me senté en el jardín, al borde de la piscina, observé que, tal y como había vaticinado su madre, él se marchó a su cuarto. Me tomé un poco de tiempo por si acaso salía, pero como no fue así, al cabo de diez minutos entré en la casa dispuesta a poner en marcha el plan.



domingo, 11 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 14

 



Durante aquellas semanas que pasé en Madrid, mi madre no cesó de intentar convencerme, por activa y por pasiva, de que buscara un trabajo y me quedara allí. Decía que tendría muchas más oportunidades que en La Coruña y seguramente tenía razón, pero yo ya me había acostumbrado a la vida en Galicia y me agobiaba la gran ciudad. Así que unos días después de Reyes regresé a casa de mi tía Teresa. Teo ya se había marchado a Santiago a retomar el curso y yo me dispuse a buscar trabajo de nuevo, enviando currículums por doquier. De nuevo tuve suerte y esta vez fue de un hospital de Santiago de donde reclamaron mis servicios con un contrato temporal de un año. Me fui un fin de semana con la intención de encontrar un piso en el que caerme muerta, pero en una ciudad eminentemente universitaria y a aquellas alturas del año, no conseguí encontrar nada acorde con mis posibilidades. Teo, que evidentemente vivía allí y compartía piso con otros dos chicos, me propuso quedarme en su vivienda mientras no encontraba otra cosa y aunque no me gustaba demasiado la idea por razones evidentes, no me quedó más remedio que hacerlo, pues tenía que comenzar a trabajar ya.

La relación que mi primo tenía con sus compañeros de piso era prácticamente nula. No eran amigos, eran simplemente eso, compañeros de piso que se habían encontrado en aquella ciudad por razones de estudio y que por un casual compartían morada, pero nada más. Cada cual iba a sus cosas, se hablaban por cortesía y poco más. Por suerte eran dos muchachos ordenados y pulcros, que respetaban sus turnos para hacer las tareas domésticas y que no pusieron ninguna objeción a que yo me quedara allí durante el tiempo necesario mientras no encontrara un lugar definitivo dónde dejar caer mis huesos.

El piso era pequeño, oscuro y un poco lúgubre. Yo tenía que compartir cuarto con mi primo, una estancia minúscula en la que apenas cabía el mobiliario básico de un dormitorio. Yo dormía en un colchón sobre el suelo, pues a pesar de la insistencia de Teo, no había permitido que me cediera su cama, al fin y al cabo serían sólo unos días.

Comencé mi trabajo en el hospital y en mis ratos libres buscaba piso. Teo me ayudaba cuando podía sin demasiado entusiasmo. Una noche, estando ya en la cama, miraba yo en la prensa anuncios de pisos y mientras lo hacía, le iba comentando detalles de los mismos a mi primo, que me contestaba con monosílabos, como si le molestara mi charla.

–Ay hijo – le solté – no hace falta que demuestres tanto entusiasmo. Ya sé que buscar piso es un fastidio, pero como comprenderás no voy a pasarme la vida aquí.

–¿Por qué? – preguntó asomando la cabeza por encima del colchón.

–¿Cómo que por qué? ¿Acaso piensas que podríamos estar así toda la vida?

–Yo contigo estaría toda la vida de la manera que fuera.

Como casi siempre, no supe si hablaba en serio o en broma. Era típico de él. Soltaba las cosas así, con tal seriedad en su cara que parecía estar hablando de veras siempre, aunque de vez en cuando soltaba una leve risilla, pues no era muy dado a las grandes carcajadas. Esta vez fui yo la que me reí.

–Sí, hijo, sí – repuse – contigo pan y cebolla, dice el dicho ¿no?

De pronto me vino una idea a la cabeza. Una feliz idea para rescatar a Teo de aquel lugar asqueroso y además animarle para que pusiera más entusiasmo en la busca de piso.

–Oye, Teo ¿Por qué no buscamos un piso para los dos? Éste es horrible y si alquilamos uno para los dos compartiríamos gastos y no tendría que andar con tantos remilgos a la hora de mirar el precio del alquiler.

Se lo pensó durante unos segundos.

–No puedo – dijo finalmente – no puedo dejar a los chicos ahora.

A lo mejor tenía razón. Se había comprometido con sus compañeros y abandonarlos a mitad de curso sería una putada.

–Bueno.... a lo mejor puedes hablar con ellos y si encuentran otro compañero... Vamos, ¿no te gustaría que viviéramos los dos solos, a nuestro rollo, en un sitio más grande, más claro, menos húmedo....?

Se recostó contra el cabecero de la cama y puso cara como de estar pensando. Finalmente dijo:

–Bueno.... a lo mejor no es tan mala idea, pero me iré contigo sólo si consigo un sustituto, no quiero dejar a los chicos en la estacada.

Me di por satisfecha con su respuesta. Estaba segura de que encontraría a alguien. Y no me equivoqué. No voy a relatar aquí los detalles de la búsqueda del piso ideal, ése que no existe, sólo diré que dos semanas más tarde Teo y yo compartíamos un confortable apartamento en la Rúa Nueva, pequeño, antiguo, coqueto y muy bien conservado. A partir de ahí comenzó nuestra vida rutinaria y agradable. Teo estudiaba mucho y yo trabajaba mucho, apenas teníamos tiempo para nada más, compartíamos tan pocos instantes que los momentos que coincidíamos casi nos teníamos que poner al corriente de nuestras vidas. Así, entre exámenes y turnos de noche o de día, fue pasando el curso. De pronto llegó Junio y Teo había terminado el primer año de su carrera con unas notas extraordinarias. Ahora tocaba descansar y disfrutar del verano. Él, porque a mí me quedaban por delante todavía dos meses de trabajo antes de los quince días que me habían dicho me correspondían de descanso, y encima me quedaría sola en la casa, lo cual no me gustaba demasiado. Me había acostumbrado a la presencia de Teo, a saber que estaba ahí, que por las noches volvería, aunque cada uno estuviera a sus ocupaciones, y me inquietaba la posibilidad de quedarme sola, a pesar de que en Vigo ya había vivido sola y no me había ido mal. Evidentemente no se lo comenté a él, pero me conocía, me conocía mejor de lo que yo había imaginado y dos días antes de marcharse me dio la sorpresa.

–¿Sabes qué, Dunia? – me preguntó una tarde mientras paseábamos por la ciudad tomando un helado antes de entrar yo a mi turno de noche.

–¿Qué?

–Que no me voy a ir a La Coruña. Me voy a quedar contigo hasta que te den a ti vacaciones, así no estarás sola.

Escuchar aquellas palabras me dejó desconcertada y feliz al mismo tiempo. Me gustaba tener compañía y mucho más si era la de Teo, pero tampoco pretendía que hiciera sacrificios por mí.

–No hace falta, Teo. Yo....

No supe seguir. No sabría decir lo que sentí en aquel instante. Fue algo repentino que me enmudeció, como si de pronto me diera cuenta de que habíamos vivido unos meses juntos y me había acostumbrado tanto a él que me resultaría muy difícil soportar su ausencia.

–¿No te apetece ver... a tu amiga? A Lola. No me has hablado de ella en todo el invierno.

Hizo un gesto elocuente con la cabeza y dijo:

–No sé si recuerdas el día en que te marchaste a Madrid por Navidad. Cuando salías por la puerta de camino a la estación te pregunté si te gustaba y me dijiste que sí, que te gustaba. Aquella misma noche corté con ella. La verdad es que aunque me atraía sentía que no era para mí. Y pensar que tenía alguna posibilidad contigo.... Dunia yo te quiero. A lo mejor piensas que soy un crío, pero te quiero creo que desde el primer día que te vi, allí, en la entrada de casa con tu madre.

El helado se estaba derritiendo en mi mano y las gotas de chocolate resbalaban por el cono de barquillo ensuciando mis dedos. Lo llevé a la boca sin dejar de mirar a Teo. No sabía qué responderle, quería decirle que no, que no me parecía un crío, que me parecía un chico genial, muy maduro para su edad, guapo, bueno, honesto... lo tenía todo. Le sonreí simplemente y él me devolvió la sonrisa.

–¿Por qué te ríes? ¿Eso qué quiere decir?

Me acerqué a él y deposité un suave beso en sus labios.

–Quiere decir que no me he olvidado de lo que te dije estas Navidades, que sigo sintiendo lo mismo, y que estoy encantada de que Lola ya no pinte nada en tu vida.

Sonrió con aquella sonrisa perfecta, me cogió de la mano y reanudamos nuestra caminata.

–¿Lo ves? – dijo – ¿Cómo ve voy a ir? No puedo dejar sola a mi....¿novia?

Me miró interrogante y yo asentí con la cabeza. Echó su brazo por encima de mis hombros y ahora fue él quien me besó en los labios.

–Es que tenías la boca manchada del chocolate del helado.

Aquel fue el comienzo de nuestra aventura.

jueves, 8 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 13

 



A principios de octubre Teo se fue a Santiago a comenzar su carrera y yo empecé a buscar trabajo. Tuve suerte. Por aquel entonces los que estudiábamos enfermería enseguida nos incorporábamos al mundo laboral. Me contrataron en una clínica de Vigo para cubrir una baja por maternidad y para allí me fui. A parte de inaugurar mi periplo laboral empecé igualmente la aventura de vivir sola, puesto que evidentemente no podría ir y venir a La Coruña todos los días. Y me gustó la experiencia. Me asenté en una rutina agradable. Trabajaba mucho y tenía poco tiempo libre, aunque en ocasiones acumulaba unos cuantos días por horas nocturnas. Cuando era así solía marchar a La Coruña.

Mi trabajo en Vigo duró justo hasta después de Navidad. Durante aquellos meses pensé mucho en Teo y nada en Ginés. El verano al lado de mi primo había sido fantástico, un verano hermoso que me dejó revuelta de sentimientos. El saber que él sentía algo por mí me hizo comenzar a plantearme, aún de forma casi involuntaria, la posibilidad de que llegara a haber algo entre nosotros. Y no me parecía mal, al contrario. Seguramente el amor de Teo haría borrar por completo de mi mente la amarga aventura con Ginés, y las ansias de venganza quedarían relegadas a un rincón de mi cabeza hasta desaparecer del todo. Teo ocupaba cada vez con más frecuencia la parte de mis pensamientos que se dedicaba al amor y su imagen me ayudaba a tejer unos sentimientos que poco a poco iban surgiendo en mi corazón casi sin querer.

Sin embargo las Navidades no vinieron cargadas de la dicha y la felicidad que todos nos deseamos. Una cosa era lo que yo pensaba y otra lo que la vida misma me tenía preparado, y en este caso, enterarme de que mi primo tonteaba con una media novia desmoronó mis ilusiones como se deshace un castillo de naipes al soplar. Y además ocurrió de la forma más tonta y casual, tal pareciera que la ciudad fuera pequeñísima y que me tuviera que tropezar por sus rincones a todo el mundo, igual que en su día había sucedido con Ginés.

Mi madre y su marido habían venido a pasar las Navidades con nosotros. A mamá se la veía feliz por haber recuperado parte de su vida y sobre todo por haber normalizado la relación con su hermana. Ambas por fin habían podido superar unos rencores que a aquellas alturas de la vida no tenían ningún sentido.

La tarde de Nochebuena, mientras mi tía Teresa se quedaba en casa ultimando los detalles de la cena, mamá y yo salimos a comprar los últimos regalos. Cuando por fin los tuvimos todos, nos metimos en una cafetería a tomar un café y a descansar un poco de aquella tarde de compras y locura que yo odiaba. Fue mi madre la que los vio, en una esquina algo apartada, un grupo de chicos y chicas que se divertían charlando y riendo.

–Oye Dunia, ¿No es aquel tu primo Teo? ¿Aquel que esta abrazando a la muchacha rubia de pelo corto? – preguntó mi madre con la taza a medio camino hacia su boca.

Miré hacia dónde ella lo hacía y allí le vi, en medio del grupo. Efectivamente abrazaba por la cintura a una chica menuda a la que de vez en cuando hacía arrumacos y besaba en los labios. Suspiré e intenté disimular mi decepción.

–Pues sí, es Teo, mamá.

–¿Sabías que tenía novia? Como a ti te cuenta todo....

–Pues no, no lo sabía, pero bueno es normal, está en la edad, ya tiene dieciocho años.

–Sí, sí, claro.... lo que pasa es que yo siempre pensé que le gustabas tú.

Miré a mi madre con cara de circunstancia sin saber qué decirle. No le iba a confesar mi atracción por Teo, ni tampoco mi pequeña frustración. Me limité a sonreír y encogerme de hombros.

–Yo también – dije finalmente – Pero supongo que le deslumbré momentáneamente. Además somos primos.

–¿Y eso qué? Oye ¿Crees que le gustará a tu tía lo que le compré?

Mamá cambió radicalmente de conversación e igualmente yo cambié el chip y me sumergí en hablar de regalos y demás, después de echar una última mirada a mi amor frustrado y ver como le daba un piquito a su dulce muñequita rubia.

Aquella noche, durante la cena, mi madre le dijo a Teo que le habíamos visto aquella tarde en la cafetería. Él se puso rojo como un tomate y me miró de reojo.

–Estabas con una chiquita rubia muy mona – soltó mi madre haciendo gala de una completa indiscreción – ¿Es tu novia?

A mi primo se le notaba a las leguas que no sabía dónde meterse. Su madre le miraba divertida y yo bajé la vista hacia mi plato y comencé a juguetear con los restos del pavo asado esperando su contestación.

–Bueno... es una amiga.... especial.

–¿Y dónde la conociste? ¿En la facultad?

Le lancé a mi madre una mirada asesina. Parecía no darse cuenta de que el chico se sentía incómodo ante tanto interrogatorio.

–Mamá, anda, déjalo ya, que estás poniendo nervioso al muchacho – le dije.

Mi madre cesó en sus preguntas y el resto de la cena transcurrió en un ambiente alegre y distendido, aunque Teo de vez en cuando me miraba con una expresión de culpa en la mirada, como si tener novia fuera una afrenta a mi persona. No me dijo nada directamente, pero es cierto que su actitud para conmigo ya no fue la misma de siempre, fundamentalmente porque hasta entonces solíamos salir mucho juntos y aquellas Navidades él se movió a su aire y yo al mío.

Mi madre y su marido regresaron a Madrid al día siguiente a Navidad. En principio no teníamos pensado vernos de nuevo hasta más adelante, pero como el fin de año no pintaba demasiado divertido, puesto que todas mis amigas tenían sus planes y Teo era evidente que ya no contaba conmigo para sus ratos de ocio, decidí marchar yo también a la capital, así visitaría a mis antiguos amigos, me evadiría un poco de mi pequeña decepción y seguramente encontraría algún plan divertido para pasar el fin de año.

El día de mi partida, mientras preparaba mi maleta en silencio, mi primo se apoyó en el quicio de la puerta de mi dormitorio y me dijo:

–¿Por qué te vas? No tenías pensado marchar ¿no?

–No, no tenía pensado marchar, pero como las perspectivas de diversión aquí no son muy halagüeñas, he decidido pasar unos días en Madrid, visitar a mis amigos y... bueno, encontraré un plan para salir.

–Aquí podrías salir conmigo y con mis amigos.

Le miré con cara de circunstancias. Hablaba destilando culpa por los poros de su piel, algo que no tenía razón de ser. Estaba muy claro que era libre de querer a otra que no fuera yo.

–No conozco mucho a tus amigos, nunca he salido con vosotros y no me sentiría cómoda. Además tú tienes a quién atender y yo no sería más que un estorbo.

–Lola no es mi novia, es sólo una amiga. Y estoy segura de que no le importaría que vinieras.

Teo entró en mi cuarto y se sentó en la cama, al lado de la maleta que yo estaba empacando.

–De verdad, Dunia, no es mi novia – insistió.

Coloqué mi jersey de lana rojo en la maleta y me senté al lado de mi primo.

–No me tienes que dar explicaciones – le dije – pero yo vi como la besabas. No tienes por qué ocultarlo tampoco. Es normal que te guste una chica, digo yo.

Se echó en la cama y yo me eché a su lado, como habíamos hecho infinidad de veces a lo largo de aquellos tres años largos que vivíamos juntos. Así, de aquella guisa, nos podíamos pasar horas hablando.

–Es que no sé si me gusta. Bueno sí, me gusta, pero es que también me sigues gustando tú.

Se giró hacia mí y acarició mi cara. Yo me incorporé. No deseaba que pasara nada que no debiera pasar. No quería ser ninguna tentación para mi primo, quizá lo más conveniente fuera que se centrara en aquella chica y se olvidará de mí, porque era posible que yo, aunque el tiempo fuera mitigando el dolor, y la sed de venganza se volviera más liviana, todavía tuviera en la cabeza a Ginés, no en el sentido de amarlo todavía, sino en el de poder encontrar a alguien que me deslumbrara de misma manera que había hecho él. Posiblemente era bastante estúpida, pero a aquellas alturas de mi vida todavía pensaba que podía encontrar un príncipe azul.

–Bah, esa chica es mucho más guapa que yo – dije mientras intentaba cerrar la cremallera de mi maleta sin mucho éxito –.Y seguro que más simpática y además podrás estar mucho más con ella que conmigo. ¿Estudia en Santiago?

–No, es la hermana de un amigo, de Roi, ¿le conoces? – negué con la cabeza.

–Bueno es lo mismo. Hace tiempo que él me había dicho que ella estaba por mí y un día nos besamos y.... surgió todo el rollo. Pero yo no estoy muy seguro.

Vacié un poco mi maleta y me senté de nuevo al lado de mi primo. Tiré de él para que se incorporara de la cama y quedó sentado a mi lado. Le aparté aquel mechón de pelo rebelde que siempre se le ponía delante de la frente, le acaricié la mejilla y le di un suave beso en los labios.

–Eres un cielo, Teo. Creo que uno de los mejores chicos que he conocido. No te machaques mucho la cabeza y deja que las cosas vayan fluyendo. Si estás a gusto con ella, adelante. El tiempo dirá cuál es vuestro camino. Ahora bien, no la engañes, no dejes que piense que sientes por ella algo que en realidad no sientes

–Pero ¿yo te gusto? Aunque sea sólo un poco.

Dudé unos instantes qué responderle, pero al final opté por decirle la verdad.

–Me gustas, me caes bien, me siento bien contigo... pero tú tienes que seguir tu camino sin pensar en lo que yo sienta o no por tí.

Y cogiendo mi maleta salí de la casa, tomé un taxi hasta la estación de autobuses y me fui a Madrid.


lunes, 5 de abril de 2021

No sé por qué te quiero - Capítulo 12

 




La confesión de mi tía me dejó estupefacta. Suponía que la enemistad de las dos hermanas se debía a algún problema familiar, pero jamás pensé que tal problema fuera que mamá le robara el novio a Teresa, como me había comentado un día Teo. Comprendía el enfado de ésta pero... ¿hasta qué punto teníamos derecho a juzgar unos sentimientos que habían surgido porque sí? El amor es el sentimiento más caprichoso que existe, nadie puede dominarlo ni puede pararlo cuando ya ha surgido. Mi madre había optado por seguir adelante a costa de la felicidad de su hermana. Si hubiera hecho lo contrario, hubiera sacrificado su propia felicidad.

–Ahora ya sabes el porqué de todo. A veces pienso que estar enojada a estas alturas ya no tiene ningún sentido, incluso en algún momento de mi vida he llegado a creer que lo que hicieron tus padres fue lo normal que haría cualquier pareja que se ama. El amor no se puede dominar – repuso mi tía, haciéndose eco de mis propios pensamientos – pero lo cierto es que yo tampoco soy capaz de dominar mi irritación. Cuando ocurrió lo de tu padre y tu madre me llamó tuve claro que tenía que ayudaros, aunque ello supusiera un sacrificio para mí por tener que aguantar su presencia. Y además me alegré de que tu padre se hubiera muerto. Lo siento, pero es así.

–Te entiendo – dije al cabo de un rato – supongo que son situaciones.... extrañas, difíciles... qué sé yo.

–Pero quiero que sepas una cosa, Dunia. No me arrepiento de haberos acogido en mi casa, porque me alegro mucho de haberte conocido. Eres... eres como la hija que nunca tuve y además, aunque no debería pensar esto, es como si acercándome a ti, me acercara también un poquito a la persona que más quise en el mundo, y a la vez que más odié. Pero en ti sólo veo lo bueno que viví a su lado. Buf, creo que no estoy diciendo más que tonterías.

Teresa se secó con el dorso de la mano una lágrima traicionera que rodaba por su mejilla. Yo me acerqué a ella y la abracé. La verdad es que no sabía muy bien qué decir. Nunca me he considerado muy buena consolando a los demás, así que opté por callarme y sentir la calidez que emanaba de aquella mujer con la que sentía mucha más afinidad que con mi propia madre. Cuando recuperó la calma y volvió a sonreír me atreví a hacerle una pregunta que hacía tiempo rondaba mi cabeza.

–Teresa ¿Y quién es el padre de Teo?

–Algún donante anónimo – respondió ya con una sonrisa iluminando su rostro – Inseminación artificial. Siempre dije que no me quería perder la experiencia de ser madre. Y como no me apetecía estar con ningún hombre más, ni me apetece de momento, recurrí a una clínica de reproducción asistida. Y me ha salido guapo ¿verdad?

–Muy guapo – respondí – y muy buen chico.

–Te voy a contar un secreto – dijo bajando un poco la voz, a pesar de que nadie podía oírnos – si sabe que te lo he dicho me mata pero no me puedo resistir. Lo tienes enamorado.

–¿De verdad? – dije soltando una carcajada – Vaya, pues de aquí a unos años.... quién sabe. Seguramente me haría mucho más feliz que alguien que yo sé.

–Entonces... ¿Aún le quieres?

–No sé. Creo que no. Fue mi primer amor, mi amor de juventud y lo que ocurrió fue horrible. Lo que ahora deseo es darle su merecido. Pero a veces siento que en el fondo....

–Olvídale, Dunia. Olvídale y sé feliz.

Como si fuera tan fácil.

*

Un año después, cuando el verano llamaba de nuevo a la puerta, convencí a Teresa para que tanto ella como Teo se vinieran conmigo a Madrid a pasar unos días con mamá y su flamante esposo.

–Sé que no es la mejor época. En Madrid hace muchísimo calor, pero serán sólo unos días y creo que mi madre estará encantada de verte y... de que podáis recuperar el tiempo perdido, que creo que ya va siendo hora ¿no te parece?

Sí, también a ella le parecía, y empujada por el entusiasmo de su hijo, que veía Madrid como una aventura, una mañana de mediados de julio tomamos el tren rumbo a la capital. Mi madre ignoraba que llevaba compañía, así que cuando en la estación vio aparecer tal retahíla de gente se quedó confusa, con la vista clavada en aquella hermana de la que estaba tan cerca y tan lejos. No sé qué pasó por la mente de ambas en aquellos precisos instantes, pero lo cierto es que como si algún resorte secreto las empujara, se echaron la una en los brazos de la otra poniendo fin a tantos años de incomunicación, no voy a decir que sin sentido, pero sí que tal vez se hubiera convertido en un poco absurda con el paso del tiempo.

Así fue que mi madre y su hermana retomaron la relación que nunca debieron de haber abandonado, prometiéndose no volver a mencionar lo ocurrido, y mientras aquellas dos se dedicaban a reorganizar su vida y sus recuerdos, Teo y yo nos dedicamos a patear Madrid y a pasarlo bien. Yo había terminado mi carrera de enfermera y Teo en septiembre comenzaba sus estudios de ingeniería informática. Así que tanto uno como otro nos merecíamos un tiempo de descanso y de diversión, yo para relajarme del esfuerzo llevado a cabo en aquellos años y mi primo para tomar fuerzas y comenzar con buen ánimo sus estudios universitarios.

Teo se había convertido en un jovencito muy atractivo, aunque él no era muy consciente de ello. No mostraba interés especial por ninguna chica, a pesar de que en algún momento yo me había percatado de las miradas que le dirigían algunas muchachas de su grupo de amigos. Aquel verano, al abrigo del cielo de Madrid, en el que nunca se podían ver las estrellas, Teo me descubrió el motivo de su soledad. Tiempo atrás su madre me había contado en “petit comité” que mi primo decía estar enamorado de mí. Puede que enamorado sea una palabra demasiado fuerte para definir los sentimientos de Teo hacia mí, pero en todo caso sí que sentía algo parecido al amor, o tal vez fuera amor mismo en sus comienzos.

Los iniciales diez días que íbamos a pasar en Madrid se convirtieron en un mes. Mi madre y su hermana parecían querer recuperar el tiempo perdido y se pasaban tardes enteras tumbadas en el jardín, al borde de la piscina, hablando de sus cosas, desenterrando recuerdos y enterrando resentimientos. Mi primo y yo, como ya he dicho, nos dedicábamos a pasarlo bien. Recorrimos la ciudad y los alrededores y por las noches éramos nosotros los que nos apropiábamos del jardín y de las hamacas al borde de la piscina. Otras veces salíamos a dar una vuelta por la ciudad, disfrutando de las terrazas que en aquellas noches cálidas eran templo de los turistas a los que no importaban los calores sofocantes de la capital.

Una de aquellas noches, paseando, terminamos en el Templo de Debod, sentados al borde de uno de los estanques que lo rodeaban. Habíamos estado bebiendo un poco y nuestras mentes se encontraban ligeramente nubladas por el alcohol. Decíamos muchas tonterías y nos reíamos por todo. Yo nunca había visto a mi primo así, pues normalmente era un tipo bastante serio y comedido para su edad, así que debo reconocer que su hilaridad exagerada provocaba la mía de manera igualmente exagerada.

–No sabía que podías llegar a ser tan divertido, Teo – le dije – normalmente eres tan serio....

–¿Te parezco serio? ¿No te gustan los chicos serios?

Le miré fijamente a los ojos. Tenía unos expresivos ojos marrones sobre los que de vez en cuando se posaba un impertinente mechón de pelo liso que él se apartaba con un gesto de la cabeza. Me sentía muy bien a su lado, siempre había sido así.

–Depende. Supongo que me gustan que sean serios cuando lo tienen que ser y divertidos cuando toca. Como tú.

A pesar de la relativa oscuridad me pareció que se ruborizaba. Bajó su mirada hacia el suelo y sin dejar de mirarlo me preguntó.

–¿Ese “como tú” qué quiere decir?

–Pues que.... que me caes muy bien, que me gusta estar contigo, que a lo largo de estos días te estoy conociendo un poco más y me pareces un chico... maravilloso.

Teo tardó unos segundos en mirarme de frente y levantar la vista del suelo. Cuando lo hizo me sonrió levemente y a continuación me dio un suave beso en los labios. Yo me sentí desconcertada. No me esperaba aquel efusivo gesto de cariño y no deseaba que mi primo se hiciera ilusiones conmigo. Me sentía muy a gusto a su lado pero nada más

–Teo yo.....

–Lo siento – se apresuró a contestar sin dejarme terminar mi frase – lo siento de verdad, fue un... un impulso. No te molestes, por favor.

–No, si no me molesto. Sólo que... no quiero que te hagas falsas ilusiones. Que considere que eres un tipo estupendo no quiere decir que esté enamorada de ti.

–Lo sé. Sé que todavía estás enamorada de Ginés ¿verdad?

–¿De Ginés? Claro que no. No estoy enamorada de nadie. Lo que sí puedo asegurarte es que hoy por hoy, ahora mismo, el chico con el que mejor me siento eres tú. Y ahora vámonos a casa, se está haciendo muy tarde.

Mi primo no dijo nada. Se limitó a levantarse y comenzar a caminar casi sin esperarme. Yo apuré los pasos y le alcancé. Cuando llegué a su altura le cogí de la mano y le di un beso fuerte en la mejilla. Él me miró sorprendido.

–Te quiero mucho, Teo. Dejemos que la vida fluya, quién sabe lo que puede ocurrir mañana.