sábado, 1 de abril de 2017

LA ESPOSA - NOVELA CORTA ( Capítulo IV)




    Don Alberto, el médico, examinó a Celia concienzudamente y finalmente emitió su diagnóstico.

    -Estas esperando un bebé, pero además te encuentro muy débil. ¿Comes bien?

    -No tengo demasiado apetito. Además últimamente siempre noto el estómago revuelto.

    -Eso es normal en tu estado, pero tienes que hacer un esfuerzo y alimentarte, si no tu hijo puede peligrar, y seguro que tú no quieres eso ¿verdad?

    La muchacha negó con la cabeza tímidamente.

    -Te recetaría unas medicinas para que te las tomases, pero no sé si las tendrán en la farmacia.

   -Su marido se las conseguirá, puedes recetárselas – dijo Elena.

   Alberto la miró con expresión interrogante, garabateó algo en un papel que luego entregó a Celia y la mandó salir. Cuando por fin quedó a solas con Elena, quiso saciar su curiosidad y saber algo más sobre aquella niña asustada.

    -¿De dónde has sacado a esa muchachita?

    -Si te lo digo no te lo vas a creer. Es la mujer de Justo Arribas.

    -¿La mujer de Justo Arribas? ¿Pero cómo ha podido.....?

    -Eso mismo me pregunto yo, con qué malas artes ese hijo de mala madre ha conseguido casarse con una... niña. No sé demasiado de su historia, por no decir nada, pero estoy segura de que esa chiquilla no está con ese sinvergüenza por voluntad propia

    -Es bastante probable ¿Y qué haces tú con ella? Ya sabes como se las gasta ese tipo, no creo que le haga mucha gracia que te hagas amiga de su mujer.

    -Está siempre sola. Hace unos días que la vengo observando salir de casa por las tardes y regresar antes de caer la noche. Según me contó mata el tiempo paseando por la ciudad o yendo al Retiro, a sentarse en un banco y ver la vida pasar. Ayer a punto estuvo de desmayarse a la puerta de mi tienda y yo la ayudé. Enseguida supuse que estaba encinta. ¡Pobrecilla! me da tanta pena.... Estoy segura de que él la trata.... peor que a un animal. Me gustaría darle todo el cariño que no tiene en su hogar.

   -Ten cuidado Elena, ya sabes con quién te enfrentas. Si él se entera de que te ocupas de su mujer..... puede intentar cualquier cosa

   Elena se levantó de la silla en la que permanecía sentada, dispuesta a marcharse.

   - ¿Qué cosa? ¿Matarme quizá? Si ya ha hecho todo lo posible por quitarme el sustento. Alberto tú me conoces bien, sabes lo que luché con mi difunto marido y contigo para defender la república de esta mierda de régimen. Los tres nos hemos enfrentado a situaciones mucho peores que tener a Don Justo delante. No le tengo miedo.

   -Pues deberías tenérselo. Una cosa es ser valiente, otra muy distinta es ser temeraria. Es cierto que luchamos, para ya ese tiempo pasó y por desgracia nuestro esfuerzo no sirvió de nada. Ahora tenemos que ser prudentes y discretos si queremos seguir viviendo tranquilos. Si buscas más enfrentamientos con ese hombre no te dejará vivir en paz.

   - No te preocupes, tendré cuidado, pero tengo que mirar por ella, no la puedo dejar sola

*

      Celia estaba confusa. La noticia de su embarazo la había cogido por sorpresa y su mente era un mar de sentimientos encontrados. No se esperaba la llegada de un hijo y no sabía si estaba preparada para recibirlo. En todo caso no había remedio. Mas minuto a minuto iba siendo capaz de imaginarse con su pequeño en brazos, acunándole, susurrándole las nanas que su propia madre y su abuela cantaban al pie de su cuna cuando ella misma era pequeña, hacía apenas unos años. Tal vez aquel hijo, llegado de noches pintadas de temor y repugnancia, fuera lo que necesitaba para darle un aire nuevo a su vida, el motor que le faltaba a su absurda existencia.

Eligió la hora de la cena para darle a su marido la noticia de su próxima paternidad. Había estado toda la tarde dándole vueltas a la cabeza, buscando el modo, las palabras adecuadas que se atrevieran a salir de su boca de manera espontánea, aunque sin demasiado éxito . En el momento en que Esperanza fue a buscar algo a la cocina se acercó a él y le enseñó la receta que Alberto le había expedido.

    -He ido al médico porque no me encontraba bien y me ha recetado esto.

    -¿Te pasa algo?- le preguntó él con brusquedad.

    -Estoy embarazada.

    El hombre no contestó. Se limitó a coger el papel que le tendía su esposa y guardárselo en el bolsillo interior de la chaqueta

    -¿Con quién has ido al médico?

    Sin saber muy bien por qué, la muchacha supo que no debía decir la verdad.

    -Sola.

    -¿Sola? ¿Y cómo sabías dónde estaba el médico para ir sola?

    -Bueno...a veces.....a veces salgo a pasear y me fijé en la placa que tiene en la pared y....

    -¿A qué médico has ido?

    -Creo recordar que se llama Don Alberto.

    -No volverás a acudir a él. A partir de ahora yo me ocuparé de traerte un doctor a casa que te examine cuando lo necesites – repuso mientras se levantaba disponiéndose a marcharse. Cuando estaba a punto de salir se volvió a la criada –. Ah, Esperanza, se me olvidaba. Prepáreme la habitación del fondo. A partir de ahora dormiré solo, quiero que mi mujer esté cómoda y le cedo nuestra alcoba para ella .

    Celia respiró aliviada. Al final no le había resultado tan complicado soltar la noticia y al parecer su nuevo estado iba a significar su paz. El mero hecho de poder dormir sola, sin tener que soportar los repugnantes juegos de su esposo, ya era todo un logro. Ahora sólo debía pensar en aquel pequeñín que se gestaba en su vientre y que pronto llegaría al mundo para llenar su vida de felicidad.

 *

    Después de las típicas molestias de los primeros meses, el embarazo de Celia siguió su curso normal y comenzó para ella una etapa de relativa calma. Su marido la ignoraba totalmente. En realidad apenas se veían pues él, como siempre, se marchaba de la casa muy temprano y regresaba cada vez más tarde, la mayoría de las veces tan avanzada la noche que ella ni se enteraba. En realidad le daba igual a qué hora pudiera llegar. Tampoco le interesaba lo más mínimo lo que hiciera o dejara de hacer durante aquellas horas de ausencia. Sabía que la botella era una de sus mayores aficiones, pero ni se imaginaba que frecuentaba lugares de vida licenciosa y que cada noche se divertía al lado de las más lujosas prostitutas de Madrid. Ahora que ya había dejado preñada a su mujer y que por fin iba a tener un heredero para sus suculentos negocios, no perdería más el tiempo con ella. Podía tener, y de hecho tenía, mujeres más apasionadas, más excitantes, que la chiquilla estúpida que dejaba todos los días en casa.

 *

    Celia comenzó a bajar todas las tardes a la tienda de ultramarinos. Le gustaba la compañía de Elena porque la ayudaba ahuyentar los fantasmas que parecían apoderarse de su alma en la casa, tan grande y fría. Celia veía en Elena todo lo que a ella misma le hubiera gustado ser, una muchacha valiente, decidida, con las ideas claras y con mucha fuerza para llevar su vida hacia delante. Por el contrario, para Elena, Celia era un ser desvalido que necesitaba protección y cariño. Sabía que se sentía muy sola, que echaba de menos la familia y los amigos que había dejado en el pueblo, por eso se volcaba en ella, imponiéndose el deber inexistente de hacerle la vida más fácil. La sola idea de imaginársela en brazos de Don Justo le revolvía las entrañas.

Un día, Elena se atrevió a preguntarle por el origen de aquella relación que se le antojaba tan extraña y dispar.

    -Celia, siempre me he preguntado cómo has podido llegar a casarte con Don Justo...

    -No me extraña, supongo que cualquier persona normal se preguntará algo parecido. Ten por seguro que no me uní a él por voluntad propia, fueron mis padres los que me empujaron a hacerlo

    -¿Tus padres? Pero ¿por qué?

    -Las cosas en el pueblo son muy diferentes a las de la ciudad. Allí los padres deciden por los hijos, incluso en cuestiones tan importantes como el amor. Ellos pensaron que lo mejor que podían hacer por mí era casarme con un hombre bueno y con posibles. A mí me gustaba un chico del pueblo, Adolfo, el hijo del señor maestro, pero se había quedado cojo en la guerra y según ellos no era un buen partido. No les culpo. Hicieron lo que creyeron mejor para mí y Justo supo engañarles. Les sigue engañando, y a mí también, porque yo sé que todavía les sirve género, que al menos una vez al mes, sigue yendo al pueblo y ve a mis padres y sin embargo a mí me dice que no va, que manda a alguno de sus empleados. Supongo que no quiere que yo les vea y les cuente lo que pasa.

   -¿Te trata bien, por lo menos?

   -No me trata ni bien ni mal, me ignora. Desde que sabe que voy a tener el niño ni siquiera duerme conmigo, pero de eso estoy contenta, porque no me gustaban nada aquellos juegos extraños que se empeñaba en practicar todas las noches.

    Elena, tristemente asombrada, se dio cuenta de que la chiquilla no sabía nada de la vida, que ignoraba que lo ella llamaba juegos extraños era lo normal que ocurría entre una pareja que se amaba.

-¿Juegos extraños? Créeme Celia, eso es lo más hermoso que puede pasar entre dos personas que se aman.

    -Puede que entre dos personas que se aman sea así, pero yo no le amo, así que jamás me gustarán sus juegos, me hacen sentir repugnancia y asco

    - Lo entiendo, pero no pierdas la esperanza. Tal vez algún día encuentres a alguien que te haga feliz.

-Será difícil. A veces pienso que en el fondo tengo suerte. Él es bastante mayor que yo, así que seguramente se morirá mucho antes y tal vez se me dé una oportunidad para llevar la vida que realmente me gustaría llevar. Me gustaría que se muriera, y lo peor de todo es que no siento remordimientos por ello.

-Si yo estuviera en tu lugar pensaría lo mismo – repuso Elena, dejando entrever toda la rabia que sentía hacia el hombre - Por cierto ¿te ha llevado alguna vez más al médico?

    -Que va – contestó Celia a la par que se acariciaba su incipiente vientre – cuando le conté que estaba esperando me dijo que me traería un médico a casa, pero nunca lo hizo, y me prohibió ir a la consulta de Don Alberto.

    -Claro, faltaría más. No lo puede ver. Mañana te llevaré yo.

    -Déjalo, es igual, a lo mejor si se entera se enfada.

    -No tiene por qué enterarse. Y tú debes ir al médico de vez en cuando. ¿Te compró, por lo menos, las medicinas?

   -Sí, eso sí,  y desde que las tomo me encuentro mejor, hasta se me ha abierto el apetito.

   Elena se acercó a ella y la abrazó con ternura.

   -Eso está muy bien, tienes que alimentarte para que tu hijo crezca fuerte y sano, y precisamente por eso mañana vamos a ir al médico.

-Está bien, si es que ya me pareces mi madre.



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