domingo, 5 de abril de 2015

NOVELA POR ENTREGAS - LA PENSIÓN DE LA MEDIA ESTRELLA II

    Hoy os dejo el segundo capítulo de esta novela corta. En la pensión van recalando huéspedes peculiares, dramáticos y hasta divertidos. Espero que os guste.


Le habían hablado de aquella pensión de mala muerte y a ella se había dirigido porque no se podía permitir pagar un buen hotel, como hubiera sido su gusto. Don Ángel Montesinos Vergara sí que había tenido una vida llena de sinsabores, tal y como le había dicho a aquel engendro que resultó ser la dueña de la posada. Don Ángel pertenecía a una conocida familia de terratenientes extremeños. Sus padres eran dueños de tantas hectáreas de tierra que casi habían perdido la cuenta. Religiosos y conservadores en extremo, el muchacho no pudo jamás mostrar sus verdaderas inclinaciones. Ya de muy pequeño le gustaba jugar con las muñecas de sus hermanas, a pesar de que su madre no hiciera más que comprarle trabucos, camiones y demás juguetes propios del género masculino. Le atraía sobremanera la visión de sus cinco hermanas maquillándose, vistiéndose con aquellas ropas tan vistosas. Un día se le ocurrió hacerlo a él. No tendría más de catorce o quince años. Se metió a hurtadillas en la habitación de su hermana Carmen y delante del espejo se vistió con su ropa interior. Luego se pintó los labios y los ojos, quedándole la cara cual máscara horrenda de carnaval. Mas a él le gustó el resultado. Lo que no le gustó en absoluto fue percatarse de que su propia madre le estaba espiando desde el quicio de la puerta.
-¿Qué significa todo esto Angelito?- le preguntó con voz autoritaria.
-Nada madre, sólo.....estaba pasando el rato.
-¿Pasando el rato poniéndote las ropas de tus hermanas? - preguntó de nuevo aquella mujer, amenazante, mientras lentamente se acercaba a su hijo - ¿Pasando el rato pintándote la cara como si fueras una furcia? ¿No me estarás saliendo un vicioso, verdad? ¡Contesta!
Cogió al chico de una oreja con tal fuerza que casi lo suspendió en el aire.
-No, madre, de verdad...Ayyyyyy, me está haciendo daño.
-Claro eso pretendo, y más daño te va a hacer tu padre cuando se lo cuente. ¡Te azotará con el cinturón! ¿Te enteras? ¡Con el cinturón!
-No madre, por favor, no se lo diga a padre, de verdad, haré lo que usted me diga, pero por favor a padre no.
-¿Y por qué no había de decírselo? Eh, degenerado, que no eres más que eso, un degenerado.
-Madre, tenga usted piedad. Si se lo dice a mi padre no sé que podría pasar. Además le repito que eso sólo era una manera de divertirme de la que estoy profundamente arrepentido. Por favor madre....
El muchacho lloraba desconsoladamente, muerto de miedo ante la más que probable perspectiva de su padre cinturón en mano dispuesto a darle su merecido.
-Está bien, no se lo diré- repuso finalmente su madre -Pero vete ahora mismo a la iglesia a confesar. Y como te vuelva a ver de esta guisa te juro que te arranco los hígados.
Su madre cumplió lo pactado y no se lo contó a su marido, pero desde aquel día Ángel sintió su mirada inquisidora sobre él todo el tiempo. Tuvo que reprimir sus gestos afeminados y hasta empezó a salir con una chica, empeñado en disimular lo evidente. Por supuesto no sirvió de nada, era mariquita, y cuanto antes lo asumiera mejor, aunque también debería asumir que tendría que ocultar su condición a su familia por siempre jamás.
Sufrió en silencio el espantoso suplicio que representó para él su madre desde aquella fatídica tarde. La buena mujer desarrolló una obsesión enfermiza por casar a su hijo cuanto antes, ante el asombro de su marido, que era de la opinión de que Angelito debería estudiar economía para poder dirigir con firmeza y tino todo el imperio que un día había de heredar. De nada sirvieron los argumentos del pobre hombre. En cuanto el chico cumplió veinte años, su madre, que llevaba ya tiempo indagando entre las familias bien de la zona en cuáles había muchachas casaderas, le metió por los ojos a Susana Carbajosa del Rio, una chica millonaria por derecho propio, hija de un torero famosísimo en aquella época, dueño además de una ganadería de renombre. Susana era más fea que pegarle a un padre, alta y desgarbada, de aspecto hombruno y voz de camionero. Portadora de semejantes características, a la madre de Ángel le pareció la mujer perfecta, dadas las inclinaciones de su hijo. Por otra parte la familia de la chica, cuya progenitora ya estaba cansada de ofrecer misas al Sagrado Corazón de Jesús para que su hija se casara como era debido, no se podía creer el golpe de suerte que les había llegado. Iban a casar a su pequeña con uno de los hombres más ricos y de más porte de la región, cosa que, por otra parte, no podía ser de otra manera dada su posición.
A Angelito la novia impuesta no le pareció ni bien ni mal, simplemente no le pareció, ya que para él ver una mujer era como ver un muro de piedra, que no le hacía sentir ni padecer. De quien se enamoró perdidamente fue de su suegro. Se percató de su sentimiento el día de la pedida de mano, cuando se reunieron todos alrededor de la pequeña plaza de toros que sus suegros tenían en la finca para deleitarse con el fastuoso espectáculo que iba a ofrecer el padre de la novia toreando un novillo. Cuando lo vio con el traje de luces, con la taleguilla abultada y sugerente , se dijo que aquel, y sólo aquel, era el hombre de su vida. Cayó entonces en el tormento de sufrir un amor secreto e imposible que nunca podría ser descubierto ni mucho menos correspondido, habría de conformarse con verlo de vez en cuando y lanzarle miradas cargadas de pasión que el apuesto torero no sabría interpretar, ni siquiera se plantearía interpretación alguna.
Se casó con Susana apenas unos meses después de conocerla. La noche de bodas fue un verdadero tormento. Ella, haciendo gala de una brutalidad impropia de una señorita, se echó desnuda en la cama mientras él fue al baño, recibiéndolo cuando salió con comentarios soeces.
-Venga, mi Angelito, entra aquí de una vez, que estoy caliente y necesito que me aplaques.
Aquella visión no le excitó en absoluto, más bien le dio ganas de vomitar. Sólo consiguió cumplir pensando en su suegro y en la imagen de la taleguilla abultada que se le había quedado plasmada en la mente.
Fue entonces cuando se inició su verdadero calvario. Casado con una mujer burda y simple a la que no amaba, enamorado del padre de la misma, la situación se hacía insostenible por momentos. Aún así consiguió aguantar diez años haciendo el paripé, años en los que el asco que sentía por su esposa se fue haciendo más y más grande, lo que no impidió que su matrimonio diera como fruto dos vástagos, niño y niña , los cuales salieron tan listos e inteligentes que se percataron enseguida de la desviación de su padre y de brutalidad de su madre. Ello provocó en ambos graves problemas psicológicos y de conducta, que derivaron en una subnormalidad encubierta cuando su progenitor, finalmente, se derrumbó y una tarde de fiesta en la que el suegro se empeñó de nuevo en enseñar a los asistentes sus habilidades taurinas, saltó a al coso durante la vuelta al ruedo del buen hombre y allí, delante de todo el mundo, le declaró su amor incondicional mientras le acariciaba con disimulo la entrepierna. El escándalo que se originó fue mayúsculo. A su madre le dio un ataque de nervios que le provocó una alopecia galopante, su padre se quedó mudo del susto y su suegro lo echó de la casa y de la familia prohibiéndole que se acercara a su hija y a sus nietos en lo que le quedara de vida, mientras su mujer, que era adicta a los programas del corazón, respiraba aliviada al poder verse libre de aquel ser insulso que había tenido que aguantar por marido. Ahora por fin tenía vía libre para intentar conquistar al apuesto presentador del programa de variedades que echaban en la tele todas las tardes, que era de quien en realidad estaba enamorada.
Ángel también fue repudiado por su propia familia, que lo consideró un vicioso y un enfermo mental, confirmando las sospechas de su pobre madre. Triste y cabizbajo, marchó sin rumbo, llevando por todo equipaje lo puesto y algo de dinero con el que tenía pensado cumplir uno de sus sueños: abrir una agencia de viajes. Fue así que recaló en "La Media Estrella", donde ahora se encontraba, en aquella habitación luminosa y clara, sin saber que en aquel tugurio iniciaría la etapa más feliz de su vida.

**************************************************
El nuevo huésped era serio, discreto, limpio y, sobre todo, pagador. Quizá pecara un poco de silencioso. A Silvana le hubiera gustado chalar un rato con él todas las noches, a la sobremesa de la cena o delante de la televisión; pero él, en cuanto terminaba su frugal alimentación nocturna, se retiraba a su cuarto hasta la mañana siguiente, bien temprano, rumbo a sabía Dios dónde.
Entre las vecinas del barrio circulaban un montón de rumores que a ella le gustaba escuchar de vez en cuando. Si les había impactado sobremanera el hecho de que un huésped permanente se instalara en La Media Estrella, más curiosidad sentían ahora por saber a dónde se dirigía todas las mañanas. Ninguna se aventuraba a comentar su pasado, pero todas creían estar en lo cierto sobre su presente. Las opiniones iban desde la que decía que era dueño de un cabaret, hasta la que afirmaba que era un maestro de escuela. Solamente Purita, una muchacha un poco simple que se dedicaba a seguir a los transeúntes, dio en el clavo.
-Tiene una oficina en la avenida. Allí va todos los días.
Purita había soltado el ovillo, las demás siguieron el hilo y finalmente llegaron a la verdad.
-Tiene una oficina en la avenida, es cierto - contaba una de ella a Silvana - aunque es muy cutre. Por todo mobiliario tiene una mesa con dos o tres sillas y unas estanterías vacías. En los cristales ha puesto unos carteles escritos seguramente por él mismo, en los que dice que organiza excursiones a Málaga y a Granada.
-Pues debe de ser cierto - decía otra - porque yo el otro día pasé por allí y había un bus aparcado en el que se estaba montando bastante gente.
En esa conversación estaban, cuando Silvana se fijó en una mujer que con paso lento y vacilante se dirigía hacia ellas mirando con curiosidad las fachadas de las casas. Tenía el rostro macilento y los ojos estrábicos, a pesar de disimularlo con unas gruesas gafas de pasta. Silvana tuvo el presentimiento de que lo que buscaba era su pensión y no se equivocó. En cuanto la mujer vio el letrero luminoso, que a esas horas estaba apagado, entró en el edificio arrastrando tras de sí una pesada maleta en la que parecía acarrear toda su vida. Silvana entró inmediatamente detrás, a tiempo de ver como la otra se acercaba al pequeño mostrador que hacía las veces de recepción.
-Deseaba una habitación ¿verdad?
La mujer se volvió y superado el primer momento de shok al toparse de narices con semejante adefesio, mostró una tímida sonrisa y contestó afirmativamente.
-¿Y piensa usted quedarse mucho tiempo?
-No lo sé - contestó con voz apenas audible - no tengo a dónde ir, así que en principio me quedaré unos días. Luego.....tal vez me busque un pisito de alquiler....aunque no estoy acostumbrada a vivir sola y quizá no sea capaz de adaptarme.
Silvana no se lo podía creer. En apenas un mes dos huéspedes permanentes. Tenía que hacer todo lo posible para que esta se quedara también.
-Aquí estará muy bien - dijo - yo la atenderé de mil amores. Las habitaciones son amplias y luminosas y sobre todo muy limpias. Además si quiere le daré de comer, vamos, pensión completa.
A la mujer, que era tímida pero no imbécil, no se le pasó por alto que aquella enana gordinflona y con cara de caballo quería sacar tajada de la situación.
-Bueno - dijo con su voz más lastimosa - eso está muy bien, pero yo no tengo mucho dinero, estoy buscando trabajo y ahora mismo apenas llevo diez mil pesetas conmigo, ya ve usted. ¿Cuánto me cobraría por la pensión completa?
Silvana, que al principio tenía pensado cobrarle lo mismo que al otro huésped, se apiadó de la pobre mujer, que parecía llevar consigo una inmensa pena y le rebajó un poco el precio.
-Le cobraré cuatro mil por semana, todo incluido, menos no puedo, no me sería rentable.
- Ah bueno - contestó la otra como si esperara un precio muchísimo más alto - pues mire, me parece bien, me quedo.
-Estupendo, venga, le enseñaré su cuarto.
La acomodó en la habitación contigua a la de don Ángel. También daba a la calle y en ella entraba la luz a raudales.
-Póngase cómoda. A las dos serviré la comida.
Buenos tiempos parecían avecinarse para La Media Estrella.
****************************************************************

A la nueva le gustaba la conversación y accedía gustosa a charlar animadamente con Silvana después de la cena, mientras tomaban una copita de jerez o de anís. Tan gratos les eran aquellos momentos que Silvana decidió habilitar un rincón lo suficientemente confortable en la casa para que pudiera albergarlos. Suprimió una habitación, que seguramente jamás le haría falta, y allí montó una salita la mar de cómoda. Acudió a una tienda de segunda mano, donde se hizo con una mesa camilla, unos sofás y otra pequeña mesita para la televisión. Le quedó una estancia de lo más mona y acogedora, donde por fin ella y su huésped, que resultó llamarse doña Dolores, podían disfrutar de sus animadas charlas nocturnas. Fue precisamente durante una de esas fantásticas veladas cuando doña Dolores depositó toda su confianza en Silvana, que ya se había dignado a contarle sus aventuras y desventuras, y se decidió a relatarle ella también las suyas, que no se quedaban cortas en suplicios y fatalidades.
-Pues sí, doña Silvana, mi vida no ha sido tampoco un camino de rosas, más bien al contrario, sobre todo desde que murió mi padre, que en gloria esté, que era el que me protegía y me daba más cariño. Nací como María Dolores de la Purísima Encarnación de María Solano y Álvarez de Villegas. Si ya sé, no ponga esa cara tan rara doña Silvana, sé que tengo un nombre de lo más peculiar, fruto de la devoción mariana de mi madre.
Mi padre provenía de una familia muy humilde, jornaleros de Jaén que andaban a la aceituna. Mi madre, por el contrario, procede de una familia ilustre, o eso era lo que ella decía. Yo jamás conocí a mis abuelos, que la echaron de casa cuando ella se empeñó en casarse con alguien de tan baja alcurnia. El caso es que mi padre, que siempre tuvo mucha visión para los negocios, siendo niño se dedicaba a sisar parte de la aceituna que mis abuelos recogían. Ese era su único trabajo, su pequeña fuente de ingresos. Pero aún siendo tan niño ya era un visionario. No me diga de qué manera, pero se fabricaba su propio aceite que después vendía por las casas. A los lugariegos debía de darles pena, porque ya me dirá usted. En aquellas tierras el aceite abundaba por los rincones, no era necesario comprárselo a un mocoso que llamara a la puerta. Más él vender, vendía, tanto que cuando cumplió veinte años ya tenía hecha una pequeña fortuna, y a los veinticinco ya era un empresario del aceite que sacó a su familia de la miseria. Abrió en la ciudad un pequeño almacén de venta al por mayor y así fue como conoció a mi madre, que iba allí a proveerse del verde óleo. Se enamoraron enseguida e iniciaron un noviazgo que al principio funcionó sin problemas, hasta que la familia de mi madre supo de los orígenes humildes de mi padre. Entonces todos fueron inconvenientes. No podían permitir que su hija se casara con un jornalero, aún cuando a aquellas alturas mi padre seguramente fuera uno de los hombres más ricos de Jaén. Pero mi madre, que siempre fue una mujer de carácter fuerte, defendió a cal y canto aquel amor y se casó, por lo que mis abuelos la echaron de casa y la desheredaron.
A los diez meses de aquel matrimonio nací yo. Mi madre tuvo un parto difícil que casi la envía para el otro barrio y que la imposibilitó para tener más hijos. Esa fue la cruz con la que injustamente tuve que cargar yo durante toda mi vida. Ella esperaba un varón y aparecí yo, encima no podría volver a parir jamás y cargó sobre mí la culpa de ambas cosas.
Nunca me sentí querida por aquella mujer hermosa y fría. Jamás pude disfrutar de sus besos y sus caricias. Durante mi infancia me trató con absoluta indiferencia, aunque papá cubría todas las carencias que yo pudiera tener. Pero para mi desgracia él murió en un estúpido accidente. Podando el huerto se cayó de un árbol y rompió la crisma. A partir de entonces ella se ensañó conmigo. Ya no fue indiferencia, fue una especie de odio provocado por el resentimiento sin sentido que tenía hacia mí.


Lo primero que hizo fue cambiarme de colegio. Me matriculó en uno de monjas, no sin antes advertirles de que yo era una niña difícil y rebelde. Nada más lejos de la realidad, pero ellas no me dieron oportunidad de demostrar que yo era buena y respetuosa. Tuve que soportar castigos y vejaciones, ya sabe usted como eran las monjas antes, y me convertí en una adolescente miedosa y sin carácter. Pero lo peor estaba por llegar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario