viernes, 10 de abril de 2015

NOVELA POR ENTREGAS - LA PENSIÓN DE LA MEDIA ESTRELLA IV

     El amor comienza a rondar la Pensión de la Media Estrella ¿A quién tocará?


Gracias a las acertadas gestiones de su madre, a la muchacha le llovieron ofertas de televisión, aunque apenas tenía soltura de palabra; le ofrecieron grabar un disco, a pesar de que cantaba peor que una gallina cloqueando y actuó como actriz en una película, que tardó en rodarse el doble de tiempo debido a su torpeza innata.
Ante semejante éxito vital la ciudad se le quedó pequeña y decidió trasladarse a la capital con su madre y hermanas. El día de su partida se acercó a Antoñito y le habló muy sinceramente:
-No te he invitado a venirte con nosotras porque supongo que no querrás. Además, ya sabes que ninguna de nosotras aguantamos tus rarezas, aunque en el fondo te queremos. Quédate con la casa, es para ti, a nosotras no va a hacernos falta ya que no volveremos a esta ciudad, y yo tengo ya más dinero del que seguramente tú llegues a ganar en toda tu vida.
Allí se quedó Antoñito, solo, sin saber qué hacer, sintiendo por momentos como las paredes de su solitario hogar se le venían encima. No podía seguir así. Necesitaba con urgencia alguien que lo cuidara, que atendiera sus necesidades básicas. En la fábrica de confeti un compañero le habló de una discreta y agradable pensión en la calle del Huerto número seis.
-La dueña es una mujer horrorosa, con pinta de enano y cara de caballo, búscala y no tendrás pérdida. Dicen que es amable y que atiende a sus huéspedes de lo mejorcito.
Después de mucho pensarlo, Antoñito decidió seguir el consejo de su amigo. Y allí estaba, dispuesto a poner fin a una etapa de su vida. Terminó de hacer su maleta y después de pasear una melancólica mirada por la casa vacía, salió y echó la llave con la intención de no volver jamás por allí.
No fue difícil dar con la pensión. Según puso el pié dentro su mirada se cruzó con la de un ser extremadamente feo que le recibió con una grata sonrisa. Era la dueña, sin duda.
-Buenas tardes - saludó Silvana - ¿deseaba una habitación?
-Si, una habitación y lo demás. Es decir, tengo intención de hacer de su adorable pensión mi refugio permanente.
Silvana se maravilló de la excelente oratoria de aquel muchacho con cara de topillo, fruto, sin duda alguna, de horas de estudio y lectura a media luz, y se sorprendió de que por tercera vez en poco tiempo la suerte le regalara un nuevo inquilino permanente.
-Por supuesto - le respondió contenta- aquí le atenderemos estupendamente.
-Bien, y ¿cuánto tendré que pagarle?
-Cinco mil a la semana, todo incluido por supuesto, ah y ....dos mil de adelanto, a pagar ahora mismo si no le importa.
Él sonrió dejando a la vista sus dientes amarillentos y llevando la mano a la cartera sacó las dos mil pesetas y se las entregó a la mujer.
-Claro que no me importa -le dijo - ¿cómo había de importarme adelantarle ese dinero a una persona tan agradable como usted?
Silvana se ruborizó sin saber qué decir. Hacía años que un hombre no le dedicaba cumplido semejante y lo agradecía, aunque viniera de parte de alguien tan poco atractivo. Hizo subir a Antoñito al piso de arriba y le enseñó su cuarto, algo más pequeño y no tan luminoso como los de los otros huéspedes, porque daba a la parte de atrás del edificio, pero igualmente limpio y acogedor.
-Muchas gracias, señorita - le dijo el muchacho cuando se hubo acomodado - ¿o debo llamarle señora?
-Silvana es mi nombre, llámeme así. Y dígame, si no es indiscreción ¿cómo ha sabido de mi pensión? ¿ la ha encontrado por casualidad?
El muchacho sonrió de nuevo antes de hablar.
-¿Por casualidad? Ni mucho menos. Me hablaron de ella y muy bien por cierto. Sepa usted que su hospedaje está alcanzado gran fama en la ciudad, no sólo por su limpieza y pulcritud, que eso está a la vista, sino, repito, por las exquisitas atenciones con que agasaja usted a sus clientes.
La mujer sintió como un remolino de calor acariciaba su cara por la satisfacción que le producían las halagadoras palabras de su huésped.
-Bueno, eso es cierto – repuso – yo trato a mis huéspedes como nadie, se lo aseguro. Pronto podrá comprobarlo.
-¿Pronto? Pero si ya lo estoy comprobando en este momento.
Sonrió de nuevo complacida Silvana, pensando en que era una pena que un joven tan galante y educado gozara de tan poco atractivo físico.
-Es usted muy amable. Ahora le dejo, que querrá acomodarse. Y encantada de conocerle.
Antoñito tomó la mano de la mujer y la besó galantemente.
-Encantado yo, Doña Silvana. Ah y por cierto, me llamo Antonio, Antoñito para los amigos.
-Pues muy bien - dijo la mujer retirando la mano tímidamente - a las ocho y media servimos la cena. El comedor está en la planta baja.
Y dicho esto dio media vuelta y se fue.

Antoñito se integró muy pronto en el reducido grupo de habitantes de la pensión. Como era simpático, educado y buen orador, pronto lo invitaron a compartir sus sobremesas nocturnas, que con su llegada ganaron en las formas y en el fondo. El muchacho no dudó en compartir con sus tres nuevos amigos los conocimientos adquiridos a lo largo de sus años de aprendizaje autodidacta. Ellos, por su parte, admiraban profundamente su forma delicada de hablar, sus ademanes finos, sus amplios conocimientos sobre cualquier tema que tocara....lo escuchaban embobados y cuando él no estaba presente comentaban la suerte que habían tenido al haber caído entre ellos un hombre tan culturizado del que tanto podían llegar a aprender.
Cierta tarde de domingo, en la que las mujeres habían salido a dar un paseo, Don Angel y Antoñito se reunieron en la salita de estar y comenzaron una de sus habituales charlas. Entre palabrería barata descubrieron que tenían una afición común: los toros. En cuanto el muchacho hizo referencia al mundo taurino Don Angel recordó aquel amor jamás correspondido y su mirada se impregnó de recuerdos. Antoñito le hablaba sobre los pases taurinos y acompañaba su discurso con gestos de lo más elocuentes. De pié, en el medio de la estancia, su cuerpo se movía al ritmo de un toro imaginario. Fue en aquel momento cuando Don Angel se percató de su virilidad, de su cuerpo masculino, y al imaginárselo desnudo, calentando su lecho, no pudo contener una excitación que intentó disimular como pudo. Se estaba enamorando del muchacho, por fin el amor volvía llamar a su puerta.

Desde aquel día, Don Angel concentró todos sus esfuerzos en atraer la atención de su amado. Roces forzados de manos, miradas provocadoras, palabras murmuradas a media luz, pero Antoñito no se daba cuenta o parecía no querer dársela, para desesperación del otro, que veía como todos sus esfuerzos caían en saco roto. Influenciado por la erudición del ser que consideraba su enamorado, hizo de Bécquer, al que consideraba escritor romántico por excelencia, su aliado, recitando sus rimas en las noches de tertulia con profundo frenesí, ante el regocijo de las dos mujeres y el asombro de Antoñito, que comenzó a pensar que su compañero sufría alguna especie de enfermedad mental. No le faltó tiempo para consultarlo en uno de sus libros, más como no encontró nada que pudiera relacionar con el comportamiento estúpido de su amigo, lo dejó pasar, no sin dejar de observarlo por si aquellos alarmantes síntomas de idiotez se acentuaban.

Por otra parte, el negocio de la agencia de viajes iba viento en popa. Dolores había tenido la brillante idea de ponerse ella misma de reclamo publicitario, ya que tanto éxito tenía entre el caduco personal masculino asiduo a las excursiones. Se hizo unas hermosas fotos en un estudio de un conocido suyo, el cual se las vio y se las deseó para que aquella mujer mostrara no sólo su mejor sonrisa, sino también su mirada más sugerente. Al final desistió en aquella tarea harto imposible. Vistió a la mujer de las maneras más variopintas, intentando que sus torcidos ojos no llamaran mucho la atención. El trabajo no quedó del todo mal y las enormes fotos a tamaño natural cubrieron los escaparates de la agencia invitando a los transeúntes a viajar. El éxito de la campaña fue descomunal, las solicitudes de excursiones se multiplicaron por seis.. Don Angel pensó que era el momento propicio para ampliar el negocio. Compró dos autobuses y contrató otra guía turística que descargara un poco a Dolores del extenuante trabajo con el que se enfrentaba cada día. Necesitaba también alguien que le echara una mano en la oficina y no se le ocurrió otra cosa que proponérselo a Antoñito el cual, en numerosas ocasiones, le había comentado su intención de abandonar la fábrica de confeti en cuanto le ofrecieran algo mejor. Aquella misma noche, durante la cena, propuso a su enamorado el cambio de trabajo, argumentando que no sólo necesitaba alguien que le ayudara sin más, sino que deseaba contratar a una persona con cierta cultura geográfica, no sólo de España, también del resto del mundo, para el caso, más que hipotético, de que el negocio siguiera su curso y tuvieran que organizar viajes al extranjero.
-Me halaga que me hagas esa propuesta - respondió Antoñito - y ten por seguro que has dado con el hombre adecuado.
De esta manera quedó sellada su relación laboral. Para celebrarlo Silvana abrió unas botellas de champan y todos brindaron por la prosperidad del negocio.
Aquella noche, en la soledad de su habitación, Silvana se vio presa de una profunda melancolía. Sabía que no había lugar para ello. Acababan de celebrar la buena marcha de la agencia de Don Angel. Si las cosas marchaban bien para sus huéspedes, ya sus amigos, casi su familia, para ella también. Por eso no entendía por qué a veces se instalaba dentro de su corazón una desazón que la ponía triste hasta hacerla llorar. Abrió el cajón de su mesita de noche y sacó la postal que hacía ya bastantes años le había enviado su hijo Paquiyo desde Pekín de la China (en realidad desde Almendralejo, pero ella jamás se había dado cuenta). Estaba ajada y medio amarillenta por el paso del tiempo; las letras se desdibujaban. Qué importaba eso. Silvana la apretó contra su pecho, mientras una lágrima se escapaba de sus ojos y resbalando por su mejilla caía y se perdía en su regazo.
-Ay mi Paquiyo, ¿dónde estarás? no sabes cuánto te echo de menos.
A pesar de que el muchacho le había prometido enviarle una postal desde cada lugar donde actuaran, jamás recibió otra que aquella primera que con tanto cariño guardaba. Bien es verdad que los quehaceres cotidianos conseguían mitigar, e incluso suprimir por momentos, la pena que sentía por la marcha de su hijo, pero en ocasiones el desasosiego volvía a hacer acto de presencia, sobre todo en momentos felices, aquellos que tanto le hubiera gustado compartir con su muchachito. Finalmente guardó la postal en su rincón del cajón y se durmió. Soñó con su adorado hijo, lo vio en sus actuaciones por el mundo, cosechando éxitos, recogiendo aplausos y, aún en sueños, su sonrisa equina endulzó un poco su picasiano rostro.
*
Antoñito comenzó con renovadas ilusiones su nueva aventura laboral. Trabajar en una oficina era mucho más grato que la maldita fábrica de confeti. El problema era que de geografía sabía más bien poco, pues su especialidad siempre habían sido las ciencias. Mas su carencia la arregló como siempre, comprándose una enciclopedia de geografía mundial. Era tal su desconocimiento en la materia que se sorprendió grandemente cuando leyó que la capital de Argentina era Buenos Aires y no Río de Janeiro, como siempre había pensado, o que había un mar al que llamaban Muerto. Mucho más grave era situar el Teide en los Montes Pirineos. A pesar de su ignorancia, no tardó en ponerse al día y ello contribuyó a hacer que se sintiera especialmente orgulloso de su nuevo trabajo. Además, su incorporación a la agencia aportó algo mucho más novedoso a su vida. Por primera vez se sintió atraído por una mujer. Y es que el trato diario y tan cercano con doña Dolores, observar su extrema simpatía, lo delicadamente que trataba al público y lo mucho que los viejetes la querían, le hicieron verla con otros ojos, de tal forma que sintió despertar en su corazón un cariño desmesurado por aquella mujer de voz suave y mirada soñadora. Nunca antes se había relacionado con fémina alguna, no sabía lo que era un beso pasional o una caricia cargada de erotismo, nunca había disfrutado del placer del sexo, era por ello que, aunque conforme pasaba el tiempo su amor crecía por momentos, no encontraba momento de declarárselo a su amada. Sólo era capaz de sentarse a su lado en las reuniones nocturnas, de sonreirle con ternura o de guiñarle uno de sus ojos de topo cuando le miraba, nada más. Ensayaba delante del espejo las palabras, las maneras, elegía la hora, el momento preciso y precioso, pero cuando éste llegaba algo en su interior se lo impedía. Tenía que decidirse, debía reunir el suficiente valor, no podía dejar escapar su amor.
Dolores comentó con Silvana algo que venía notando desde hacía una larga temporada: Antoñito estaba extraño con ella. No sabría decir el motivo, tal vez le había molestado algo que ella había hecho, o tal vez, y esa era la sospecha que cobraba más peso, él se sintiera atraído por sus encantos. Silvana no dijo nada ante tal afirmación, pues por más que miraba y remiraba a su amiga no le encontraba encanto alguno, al menos físicamente, únicamente se limitó a quitarle importancia al asunto.
-Si a mi me parece que el Antoñito es de la otra acera – le dijo a su amiga.
Dolores soltó una carcajada.
-Estás equivocada Silvana, y para que veas que lo que yo digo es cierto, fíjate esta noche, cuando nos reunamos los cuatro, en los gestos que me hace y en su actitud conmigo. Ya verás
Mas no hubo oportunidad para ello. Antoñito se presentó a la acostumbrada tertulia, tarde, mal y a rastro, sin mostrar el menor interés por Dolores y con una cara de angustia que acentuaba aún más sus rasgos menudos. Acababa de ocurrirle algo impactante.
*
Aquella tarde, cuando regresó del trabajo, Antoñito se metió en su cuarto y se sentó en la cama con gesto desesperado. Ya no sabía qué hacer con Dolores. Por más que intentaba demostrarle sus sentimientos con gestos disimulados ella no se daba por aludida. La amaba con una pasión desenfrenada, deseaba poder tenerla entre sus brazos, besarla, acariciar su grácil cuerpo, contemplar con embeleso su dulce mirada, pero no se atrevía a dar el primer paso.
-Tengo que contárselo a alguien o reviento – se dijo en voz alta – se lo contaré a Angel, él seguro que podrá darme consejo
El mero hecho de poder compartir su amor secreto con alguien calmó un poco su inquietud. Fue a la habitación de su amigo y jefe y llamó a la puerta con dos golpes suaves. Angel preguntó quién era y cuando él le contestó, abrió la puerta. Se encontraba en ropa interior. Se excusó diciendo que se estaba preparando para bajar a cenar. Antoñito no se anduvo con rodeos y le contó lo que sentía por Dolores y sus miedos a la hora de dar un paso más. Su sincera confesión produjo en Angel una desilusión tan grande que le dio un mareo y tuvo que agarrarse a la cabecera de la cama para no caer. Antoñito estaba enamorado de una mujer con la que le pasaba exactamente lo mismo que a Don Ángel con él. Se le encogió el corazón, pero su mente se puso a trabajar a mil por hora buscando una solución. Antoñito hablaba, pero él no le escuchaba. Con la mirada perdida en el vacío se levantó de la cama, donde se había sentado, y se dirigió al pequeño balconcillo que daba a la calle. Antoñito enmudeció ante la falta de interés de su interlocutor y se lo quedó mirando atónito. Decididamente a aquel hombre le estaba dando alguna especie de chifladura. Don Ángel estuvo unos minutos mirando absorto al cielo, hasta que finalmente una lucecilla se encendió en su cerebro. Se dio la vuelta y obsequió a su amado con la mejor de sus sonrisas.
-Antoñito ¿has estado alguna vez con alguna mujer? Me refiero a....íntimamente.
El muchacho negó con la cabeza mientras veía que el otro se acercaba a él con paso lento sin apartar la mirada de sus ojos, a la vez que se pasaba la lengua por los labios con lascivia y un bulto sospechoso iba creciendo en su calzoncillo. Asustado, Antoñito salió huyendo hacía su cuarto y en él se encerró, temeroso de que aquel degenerado le persiguiera. Había acudido a él en busca de ayuda y sólo había conseguido añadir un nuevo problema a su convulsionada mente. Jamás había pensado que su jefe, su amigo, tuviese semejantes inclinaciones y mucho menos con él. Al cabo de un rato salió despacio de su cuarto y fue a la salita, donde las dos mujeres esperaban que los varones acudieran a la tertulia de todas las noches.
-Menos mal que vienes, Antoñito, ya pensamos que no ibais a bajar y estábamos apenadísimas temiendo no poder disfrutar de los discursos que nos brindas a diario -le dijo Silvana con evidente peloteo - ¿No viene Ángel?
-No sé, ¿me puede hacer usted una manzanilla? Es que no me encuentro nada bien.
-Pero ¿qué te pasa? ¿estás enfermo? ¿quieres que llame al médico?- preguntó Silvana alarmada.
-Que va, no se preocupe, simplemente algo me debe haber sentado mal y tengo el estómago un poco pesado.

Silvana hizo la manzanilla a su huésped, que después de tomársela rápidamente se fue de nuevo a su cuarto con el corazón encogido y la lengua quemada. 

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