jueves, 16 de abril de 2015

EFECTOS DEL CALOR




    Ana se despertó cuando el sol empezaba ya a colarse por los diminutos agujeros de las persianas, proyectando sus sombras en la pared del fondo. El calor que les estaba acompañando durante los últimos quince días no había mermado en absoluto. Su cuerpo, como todas las mañanas, estaba sudoroso y pegajoso, pidiendo a gritos una ducha, a pesar de que el alivio sería sólo momentáneo y la sensación bochornosa volvería aparecer en cuanto saliera de la bañera. Se incorporó y se sentó en la cama, dándose unos minutos para que su mente se despejara del todo. Se dio cuenta de que de la radio despertador no había salido la alegre musiquilla de todos los días y la miró. No funcionaba, qué raro. Accionó el interruptor de la luz y ésta no se encendió. De nuevo habían cortado la corriente. Ponían la excusa de que con tanto aire acondicionado funcionando la red eléctrica de la ciudad se veía afectada y ello les obligaba a practicar cortes de luz a la hora que les venía en gana y sin avisar.
Ana decidió que  no se iba a cabrear ya a primera hora de la mañana. Al día siguiente empezaban sus merecidas vacaciones, era su último día de trabajo, así que no estaba dispuesta a que nadie ni nada pudiera molestarla.  Se dirigió al baño, se metió en la ducha y cuando abrió el grifo....no salió ni una gota de agua. No podía ser posible. También cortaban el agua, genial. Tendría que ir a trabajar sin ducharse. Imposible, no estaba dispuesta a aguantar semejante incomodidad durante toda la mañana.  Se dirigió a la nevera y sacó de ella la última botella de agua que le quedaba. No estaba demasiado fría, señal de que el corte de electricidad no había sido reciente. Se vació la botella de agua por encima y se lavó como pudo. Por lo menos se notaba un poco más fresca. No se entretuvo en desayunar, no tenía tiempo, así que salió disparada de casa y llamó al ascensor. Cuando estaba pulsando el botón se preguntó a si misma qué es lo que estaba haciendo si habían cortado el suministro eléctrico, la costumbre, claro. Tendría que bajar los ocho pisos que la separaban de la calle andando. Bueno, al fin y al cabo peor sería si los tuviera que subir. Esperaba que al regreso del trabajo ya estuviera restablecido el servicio eléctrico y no tener que hacerlo.
    Al salir a la calle la sorprendió la extraña calma que flotaba en el ambiente, una calma artificial, casi diría que insana. Apenas circulaban coches, tampoco se veía gente. Por un momento Ana pensó que se había equivocado de día y que se había levantado de la cama para ir a la oficina en domingo, pero luego recapituló, domingo había sido ayer, había ido a la playa con su novio y después al cine. ¿Qué ocurría entonces? ¿por qué parecía no existir nadie más en la ciudad que ella misma?
Una indefinible inquietud se apoderó de ella, mientras aumentaba la rapidez de sus pasos para llegar a la oficina cuanto antes, a ver si alguno de sus compañeros podía explicarle qué estaba pasando. Al entrar en el luminoso recinto que constituía su lugar de trabajo se encontró con la desagradable sorpresa de que tampoco allí había nadie. Miró el reloj, pasaban unos minutos de las nueve. A esas horas solían estar ya todos en sus puestos. Definitivamente algo raro estaba ocurriendo. Parecía como si alguien o algo hubiera borrado la vida humana de la faz de la tierra. La muchacha salió de la oficina apresurada y nerviosa, aunque sin saber a dónde ir ni qué hacer. Sacó el móvil del bolso y marcó como pudo el número de su novio. Una voz le informó de que estaba apagado o fuera de cobertura. Miró a su alrededor, intentando tranquilizarse. Aquella extraña situación, la tensa calma que la envolvía, tenía que tener una explicación lógica que a ella, por algún motivo u otro, se le estaba escapando. De pronto le pareció ver, a lo lejos, a una persona saliendo de un coche.
    -¡Eh, eh, oiga! ¡Espere! -llamó iniciando una loca carrera hacia el único ser humano que parecía existir en la ciudad.
   Pero cuando llegó su decepción fue suprema y su desesperación no hizo más que aumentar. La puerta del coche permanecía abierta y allí lo único que había era un pequeño charco de agua que pronto desapareció evaporado por el horrible calor. Ana se lo quedó mirando perpleja, mientras una descabellada idea iba tomando forma en su mente. La persona que había visto salir del coche....¡se había derretido! No, no era posible, hacía muchísimo calor pero......la gente no desaparece así, de una forma tan absurda, ¿o si? Ana se miró los pies y vio como se iban licuando poco a poco. Quiso gritar, pero ya de su garganta no salía sonido alguno....

    Se incorporó bruscamente en la cama. Las gotas de sudor recorrían todo su cuerpo, mientras el corazón le golpeaba en el pecho con una furia desconocida. Se recostó, apoyando la espalda en la cabezera de la cama, mientras toda ella volvía a la normalidad. Había tenido una horrible pesadilla. Había soñado que la gente se derretía, un sueño, por otra parte, nada anormal, teniendo en cuenta la desagradable ola de calor que estaban sufriendo en los últimos días. Se levantó y fue al baño. Cuando abrió el grifo de la ducha no salió ni una gota de agua. Una oleada de inquietud la recorrió de arriba a abajo y algo la impulsó a huir, sin saber muy bien de qué. Cuando pulsó el botón de llamada del ascensor se dio cuenta de que tampoco había electricidad. Entró nuevamente en la casa. Se acercó a la ventana y miró hacia fuera; no se veía un alma. De pronto aquella extraña sensación en los pies.... A los pocos segundos en el suelo sólo había un gran charco de agua.




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