domingo, 22 de marzo de 2015

HISTORIAS DE UN VECINDARIO



       Os dejo aquí un capítulo  de una de mis novelas publicadas. Espero que os divierta. Si alguien estuviera interesado en hacerse con ella me puede enviar un privado por facebook.

Alonso Ardavín salió de la tienda de Olvita absolutamente satisfecho por el trabajo realizado. En el fondo sabía, dados los antecedentes que obraban en su poder, que no le sería demasiado difícil desenmascarar a aquella impostora. Tenía pruebas suficientes para empaquetarla bien empaquetada, pero había querido comprobar con sus propios ojos hasta dónde llegaba el descaro de aquella mujer, sobre todo desde la última denuncia que había presentado en el Colegio de Médicos un tal Arnulfo Pasolini y que él mismo había recogido. Ahora únicamente se tenía que entrevistar con dos de las afectadas, elegidas por el director del Colegio considerando la gravedad de los hechos: Cornelia Argüelles, que era, a la postre, la dueña del salón de baile, barra americana y única pensión que había en el pueblo y en la que él mismo se hospedaba, y una tal Antoñita García, apodada Pasión al parecer por los muchos varones a los que había calentado la cama a lo largo de su vida, detalle éste que no le interesaba en absoluto, pero que alguien se había molestado en incluir en el resumen de las muchas denuncias interpuestas.
Esa misma noche, cuando bajó a cenar un frugal refrigerio consistente en un poco de tocino frito, un par de huevos con dos chorizos y un plato de patatas fritas suficientes para reventar el estómago de un cavador, Alonso aprovechó para solicitar una entrevista con la dueña del negocio, a lo que la camarera, una negra entrada en años y en carnes, le contestó que tenía que consultar la agenda de su ama para ver si estaba libre de ocupaciones esa noche y tenía a bien recibirle. Esperó Alonso el regreso de la sirvienta dando buena cuenta de la suculenta cena y cuando a punto estaba de tragar el último bocado, apareció de nuevo la negra haciéndole saber que Doña Cornelia estaría encantada de recibirle en el saloncito azul, donde compartirían un delicioso café traído directamente de Colombia.
El saloncito en cuestión no era más que una habitación oscura y sin ventilación cuyas paredes aparecían forradas de una consistente tela azul llena de lamparones. Por mobiliario una vieja mesa baja, dos o tres estanterías medio vacías y dos butacas orejeras a las que hacía falta un buen tapizado. En una de ellas estaba sentada una mujer de edad indefinida cuyo rostro evidenciaba todavía la belleza de la que seguramente gozara si no fuera por el hundimiento de sus labios. Sonrió al caballero y de esa manera mostró su dentadura hueca que le daba un aspecto extraño.
-Siéntese por favor – le dijo amablemente – he dado orden a la mucama para que nos sirva el café en breves instantes. Tengo entendido que se aloja en mi pensión y que desea hablar conmigo, pues usted dirá en qué puedo servirle.
Alonso se sentó en el sillón orejero que quedaba justo en frente al que ocupaba la mujer y no se anduvo con muchos rodeos. Aquel cuarto azul lo agobiaba y deseaba terminar la conversación que lo había llevado allí cuanto antes.
-¿Conoce usted a Olivita Torres?
-Si viene de parte de ella ya puede usted largarse. Estoy harta de sus monsergas – contestó Doña Cornelia con evidentes signos de inquietud, incluso de ira mal contenida.
-No por Dios, nada de eso. Soy representante del Colegio de Médicos y estoy investigando las atrocidades de esa mujer. La negligencia que cometió con usted es una de las más graves y simplemente quería que me relatara lo que considere conveniente sobre su caso. Me gusta tener información de primera mano.
En ese preciso instante la criada entró con la bandeja de café y la depositó en la mesita.
-Gracias Marciana, puedes retirarte, yo misma sirvo el café. A veces pienso que la culpa la tuve yo por acudir a ella – comenzó a decir Doña Cornelia mientras derramaba el humeante café en las tacillas de porcelana china – pero en los momentos de desesperación....ya sabe usted, podemos llegar a actuar de la manera más ilógica. Hacía unos días que sufría de dolor de muelas que iba calmando con aspirinas, pero la noche del viernes al sábado aquel dolor lacerante se volvió insoportable. Ni si quiera las aspirinas tomadas de dos en dos conseguían hacerlo desaparecer. Mi dentista estaba de viaje y yo necesitaba sacarme aquella muela como fuera. No se me ocurrió mejor cosa que buscar ayuda en Olivita. Debí de volverme a mi casa cuando me dijo que me quitaba la muela de mil amores, pero que tenía que pedir instrumental a Luisíñolo pues ella no tenía. Luisíñolo es el herrero que vive dos casas más abajo y que se dedica fundamentalmente a herrar burros y caballos. Ella regresó de la herrería con unas tenazas de considerables dimensiones y se puso manos a la obra. Ni siquiera me preguntó cuál era la muela afectada, me hizo abrir la boca y me la arrancó así en vivo, sin anestesia ni nada. No se imagina usted el dolor que sentí, la sangre salía a borbotones y en seguida de mi cuenta de mi error. Pero lo peor fue cuando al llegar a mi casa me percaté de que no me había quitado la muela que me dolía sino la de al lado. Imagínese. Pasé el fin de semana más horrible de mi vida. Cuando el lunes acudí a mi dentista tenía una infección de caballo provocada por las bacterias que contenían las tenazas con las que aquella desgraciada me quitó la muela. Como consecuencia de la misma he perdido la mayoría de mis piezas dentales y he tenido que aumentar el negocio para poder pagarme una buena dentadura postiza, pues todo lo que tenía ahorrado se me fue con esta historia. Créame usted que una mujer de mi posición en la vida hubiera regentado una barra americana si no fuera por una necesidad grave. En cuanto consiga el dinero que me hace falta la cierro.
-La entiendo perfectamente. ¿Y no ha pensado en reclamarle daños y perjuicios?
-Para qué. He interpuesto un montón de denuncias contra ella, pero la muy ladina tiene buenos contactos en los juzgados y siempre sale de rositas. Lo único que quiero es volver a ser la de antes y olvidarme de este horrible episodio para siempre. Me ha trastocado la vida. ¿Usted se cree que me gusta tener la casa como la tengo? Los muebles medio desvencijados, las paredes con este papel lleno de mierda....que va, pero ahora mismo no puedo hacer otra cosa más que ahorrar para tener mi sonrisa de antes.
-Créame que lo siento. En fin, ya me ha dicho usted suficiente y le estoy muy agradecido. No debe ser agradable recordar esos horribles episodios de su vida.
-Claro que no, pero si sirve para darle a esa vieja zorra su merecido.... en fin, yo también me voy a retirar a mis aposentos. Por cierto ¿le ha gustado el café?
-Realmente delicioso.
*
Entretanto, Olivita consultaba con afán su enciclopedia médica, aquella que le había comprado a plazos a un vendedor que había aparecido un buen día por su tienda y esta vez se sorprendió de lo pronto que llegó a un diagnóstico. La madre de Don Alonso padecía candidiasis intertriginosa, una enfermedad cutánea que se caracterizaba entre otras cosas, a las que por supuesto no dio importancia, por las pústulas purulentas y el prurito, síntoma este último que a aquellas alturas nuestra versada en medicina no había conseguido averiguar lo que era. La dolencia podía ser consecuencia de falta de higiene, obesidad o diabetes. Se inclinó por eso último, pues le parecía poco probable que la madre de un señor tan educado y elegante fuera puerca o gorda. No encontró explicación alguna al hecho de que las lesiones se agravaran con la niebla o la tormenta, pues precisamente en la enciclopedia se señalaba que tal agravamiento iba ligado a la estación seca, pero de nuevo obvió ese pequeño detalle que a su juicio no llevaba a ninguna parte. Se concentró entonces en buscar solución a la enfermedad y efectivamente dio con ella: loción a base de detergente o gel tópico formulado con sulfuro de selenio. No sabía qué era el sulfuro de selenio ni falta que le hacía, pero detergente y gel...de eso había a raudales en su tienda. Echó una cucharadita de detergente barato de lavadora en un botecillo de cristal y lo mezcló con gel de baño del peor que vendía en la tienda. Completó la mezcla con unas gotitas de aceite de ricino y un chorrito de agua. Luego guardó el frasco en la nevera, convencida de que Don Alonso iba a quedar gratamente sorprendido de su eficiencia.
*
Alonso Ardavín pospuso la visita que tenía pensado hacerle a Antoñita Pasión hasta el último día. Había llegado a sus oídos que la mujer era un poco lela y que a pesar de todo lo ocurrido entre ambas conservaba una muy buena relación con Olivita Torres. Siendo así, no quería que Antoñita pusiera sobre aviso a la otra de su visita ni de sus verdaderas intenciones, por lo que se presentó en casa de la esposa de Piero el mismo día que había quedado en regresar a la tienda de Olivita a buscar los resultados del examen médico a distancia que aquélla se había comprometido a realizar a su madre.
Llamó a la puerta con tres golpes suaves, pero firmes, y al poco le abrió la puerta una mujer pequeña, entrada en carnes, pero hermosa, con los ojos más bellos y dulces que hubiera visto en su vida.
-Buenos días, disculpe ¿vive aquí Antoñita.... eh...Antoñita? -no recordaba Alonso un apellido tan simple como García, en parte porque se le venía a la mente el apodo de “Pasión”, en parte porque la visión de aquella mujer lo dejó un tanto desconcertado.
-¿Antoñita García, más conocida como Antoñita Pasión? Esa soy yo misma. - respondió la mujer.
El desconcierto inicial del hombre aumentó unos cuantos puntos. Nunca se hubiera imaginado que la mujer que buscaba fuera poseedora de semejante belleza.
-Si, esa es la mujer que busco. Eh..... verá, necesitaba hablar con usted unos minutos.
Antoñita dudó unos segundos. No sabía muy bien el motivo, pero desde que le había abierto la puerta a aquel hombre sentía un cosquilleo en salva sea la parte, como cuando estaba soltera y se dedicaba a dar cariño a los mozos en el pajar de la parte de atrás del salón de baile. No podía ser, era una mujer casada y le debía fidelidad a su esposo. Si dejaba entrar en su casa al caballero que tenía delante era probable que no pudiera hacer otra cosa que dar rienda suelta a sus instintos.
-¿Hablar de qué? -preguntó – no está mi marido y no sé si será correcto dejar pasar a un hombre a mi casa.
El decoro del que hacía gala la buena mujer despertó todavía más el incipiente interés que Alonso comenzaba a sentir y fue por ello que no le quedó más remedio que insistir para que lo dejara entrar en la casa y mantener una conversación con ella que, sin lugar ha dudas, resultaría muy interesante.
-No se preocupe – le dijo – no traigo malas intenciones, sólo deseo hablar de Olivita, la tendera. Soy delegado del Colegio de Médicos, me han encargado una investigación por ciertos hechos nada agradables y pienso que usted tiene algo que contarme.
Antoñita miró al hombre durante unos segundos, recelosa y tímida, mas enseguida pensó que aquella era la mejor ocasión para limpiar la reputación de la buena de Olivita, que siempre se había portado tan bien con su familia y a la que ahora atacaban por todos los flancos por culpa del metiche de su cuñado. Franqueó la entrada a Alonso y lo hizo pasar a la salita, donde sus tres hijos pequeños, milagrosamente, se entretenían en dibujar unos bellos paisajes en papeles de periódico pasados de fecha.
-Niños, salid a jugar al patio, que hace muy buen tiempo. Yo tengo que hablar con este señor.
Obedecieron los pequeños sin rechistar, mas mientras los dos mayores se dedicaban a dar patadas a un balón, Catarino pegó la oreja a la puerta de la sala, muerto de la curiosidad por la conversación que su madre iba a mantener con aquel desconocido.
-Dígame usted, ¿qué quiere que le cuente? Pero siéntese, siéntese, no se quede de pie, disculpe mi torpeza.
Se acomodó Alonso en el sofá marrón, al lado de Antoñita, y comenzaron la conversación.
-Tengo entendido que la tal Olivita le ha prestado servicios médicos en más de una ocasión.
-Si...bueno....ella sabe mucho de esas cosas, de hecho creo que la mayoría de los niños del pueblo nacieron gracias a ella. Es partera ¿sabe usted? Y además es muy estudiosa y con el tiempo aprendió no sólo a traer niños al mundo sino otras cosas relacionadas con la medicina. No puedo decir nada en contra de ella, a mi familia siempre la trató muy bien.
-Pues a mí me han dicho lo contrario. Según mis informes cuando usted dio a luz a su quinto hijo estuvo a punto de morir por la absurda pasividad de esa mujer, que por cobrar una importante cantidad de dinero, no fue capaz de admitir que el niño venía mal y que era necesario llamar al médico. Por otra parte también tengo conocimiento de que hace bien poco ejerció de psicóloga para su hijo con nulos resultados, cobrándoles, igualmente, más de la cuenta.
-¿Quién le ha contado eso? Mi cuñado ¿verdad? Él no la puede ver, por eso dice esas cosas sobre ella.
-¿Insinúa usted que lo que su cuñado me ha contado es mentira?
-Bueno, lo del parto fue un descuido y lo del niño..... hacía preguntas muy raras y después de las sesiones con Olivita dejó de hacerlas.
-Quiero hablar con el niño, si es usted tan amable.
-No creo que sea necesario, el niño....
-Olivita es una vieja puta - manifestó a voz en grito Catarino a la vez que abría de pronto la puerta de la salita – y a mi hermano sólo le mandaba dibujar, y le hacía preguntas sobre mis padres, que dónde guardaban el dinero y cosas así. Mi tío Arnulfo dice que es una vieja puta.
-Me parece que tengo ya las cosas bastante claras -dijo Alonso levantándose después de escuchar al pequeño – a esa mujer se le va a caer el pelo. Buenas tardes, señora, un placer charlar con usted.
-¡Espere! No se vaya. ¿Qué puedo hacer para evitar todo esto? - rogó Antoñita.
-¿Qué quiere decir?
-No quiero que perjudiquen a Olivita. Puede que tenga sus fallos pero....tengo miedo de que tome represalias contra nosotros si le ocurre algo. Estoy dispuesta a hacer lo que sea a cambio de que no salga perjudicada de todo este lío.
De pronto Alonso vio en aquel ofrecimiento la posibilidad de saciar sus ansias de mujer, de aquella mujer que, sin saber por qué, le zarandeaba los sentidos.
-¿Qué estaría dispuesta hacer? -preguntó con su voz más sugerente.
-Le dejo elegir -contestó Antoñita a la vez que obsequiaba al hombre con una sensual caída de párpados.
Y eligió, vaya si eligió.




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