martes, 24 de marzo de 2015

EL ÚLTIMO VUELO





Susana se miraba al espejo con la indiferencia de la costumbre, sin apenas percatarse de la cruel imagen que el cristal le devolvía: el pelo estropajoso y sin brillo, la piel ajada y con evidentes síntomas de descolgamiento prematuro, las pupilas de un azul desvaído que en nada recordaba ya al color marino de antaño….. Se sentó al borde de la bañera y se ajustó los pantis con resignación, terminando de vestirse con la desgana propia de quién no espera nada nuevo. La jornada que tenía por delante en nada se iba a diferenciar de la anterior, ni de la que comenzaría mañana, ni, previsiblemente, de ninguna otra que fuera llegando a lo largo de su insulsa vida.
Se dirigió a la cocina y se sirvió una generosa taza de café negro, su gasolina indispensable para poder afrontar los interminables quehaceres diarios, limpiar la casa, ir a la compra, preparar la comida para dos hijos adolescentes que la ignoraban y para un marido al que su sola presencia molestaba…. Se acercó a la ventaba con la taza humeante entre las manos y miró hacia fuera. Caía una lluvia fina y persistente y una espesa niebla gris envolvía la ciudad. “¡Qué día más triste!” pensó, mas de inmediato se dijo que no, que no era especialmente triste, era simplemente como todos sus días, daba igual que lloviera o que luciera un sol radiante, que los relámpagos iluminaran el cielo o que la nieve cayera extendiendo su manto blanco de seda. Por vez primera sintió una punzada de dolor en su pecho y un deseo de llorar que se le antojó nuevo y extraño y por primera vez, igualmente, se atrevió a cuestionar su pobre vida.
Había conocido a su marido siendo una niña, con apenas quince años, y la ilusión del cortejo la cegó llevándola a cambiar los libros del bachillerato por unas promesas de amor hechas a escondidas en las tibias noches de un verano de fiesta que quedaba ya muy lejano; promesas que quedaron tiradas en el cajón del olvido cuando el matrimonio convirtió en rutina el entusiasmo. De pronto se terminaron los besos, los gestos de cariño, los regalos de cumpleaños…. Pero Susana pensó que así debía ser, al fin y al cabo el matrimonio conllevaba unas obligaciones mucho más serias que todos aquellos detalles sin importancia.
Pronto llegaron los hijos, pedacitos de su propia persona en cuyo cuidado se volcó de manera casi obsesiva, olvidándose hasta de sí misma y de aquel marido que pronto dejó de prestarle atención. Ni siquiera la reclamaba ya por las noches, aunque eso era lo que menos le importaba, pues ella siempre había aceptado los juegos amorosos como una tediosa obligación que debía afrontar sin remedio. Su cuerpo de mujer hoy entrada en la cuarentena jamás se había sentido vivo.
Un día, cuando sus pequeños fueron creciendo y comenzaron a necesitarla menos, Susana quiso rescatar sus sueños de juventud, las pequeñas cosas, o tal vez no tan pequeñas, a las que había ido renunciando con gusto y abandonando por el camino en un gesto de generosidad que jamás nadie le había agradecido. Tal vez fuera el momento de retomar sus estudios. O quizá pudiera montar algún negocio que le permitiera aportar algo de dinero a la maltrecha economía familiar y a la vez matar el tedio de sus horas vacías. Pero cuando se lo planteó a su marido éste le dijo que ni hablar, que una mujer casada y respetable no debía hacer más que ocuparse de la familia y de la casa y que dinero ganaba él bastante, no iba a pasar por la vergüenza de poner a trabajar a su mujer. Y Susana transigió de nuevo, y de nuevo pensó que su marido tenía razón, siempre tenía razón, también el día en que se enteró de que tenía una amante, una muchacha joven y guapa con la que compartía únicamente momentos felices y a la cual no importaban nada sus miserias, al fin y al cabo ella ya hacía tiempo que había dejado de mostrar el más mínimo interés por el sexo.
Así fueron pasando los años, demasiado rápido para unas cosas, demasiado lentos para otras, pero siempre inexorables y firmes, convirtiendo en rutinarias desde las más bellas ilusiones hasta los más simples gestos, como las miradas que Susana echaba en el espejo del baño todas las mañanas mientras se preparaba para afrontar un día más, un día cualquiera, un momento cualquiera que pasaría sin pena ni gloria a engrosar la abultada lista de los momentos perdidos, de los días perdidos, de una vida perdida.
Aquella mañana húmeda y gris, después de tomar su taza de café negro, Susana regresó al cuarto de baño y se miró de nuevo al espejo, pero esta vez sin rutina, sin indiferencia y lo que vio no fue lo que el espejo reflejó, sino lo que guardaba dentro de sí sin darse cuenta, una mujer con ganas de vivir, de recuperar el tiempo perdido.
Empezó a tejer son sutileza unas alas con las que echar a volar, discretamente y en silencio. Fraguó la huida sin que nadie se diera cuenta, tan poca era la atención que le prestaban. En la peluquería arreglaron su pelo, en el salón de belleza devolvieron la tersura a su piel, en la tienda de la esquina se compró ropa bonita y su ilusión y su empeño devolvieron el azul intenso a sus ojos desvaídos. Y el espejo, todas las mañanas, le devolvía generoso la imagen real en la que se estaba convirtiendo, la imagen que siempre deseó ver y que siempre le fue negada.
El día en que se atrevió a disfrazar su cobardía de coraje se levantó temprano, metió unas pocas pertenecías en una maleta, se tomó su café de todas las mañanas y por unos instantes se sentó en el sofá de la sala y se dedicó a recordar. Por su mente pasaron retazos de su vida como si de una
sucesión de fotogramas se tratara. “Dicen que esto es lo que ocurre cuando uno se ve cerca de la muerte” pensó, y no le faltaba razón, porque si bien ella no se iba morir, sí que iba a dejar atrás aquello por lo que hasta entonces había vivido y que tan pocas satisfacciones le había reportado. El amor de su marido, su odio, su indiferencia; el cariño de sus hijos, su desapego, su indiferencia; sus propias ilusiones, su indiferencia…..sus ganas de volar.

Recorrió la estancia con la mirada antes de levantarse. Cuando lo hizo tomó papel y lápiz y garabateó unas letras: “Me voy, no intentéis buscarme, no pienso volver”. Depositó la nota encima de la mesa de la cocina y sin sentir el más mínimo atisbo de nostalgia ni remordimiento tomó su maleta y salió de la casa. Cuando escuchó el ruido sordo de la puerta al cerrarse sonrió y respiró aliviada por primera vez en mucho tiempo. Había terminado de tejer sus alas y con la seguridad que le daba la satisfacción de estar a punto de conseguir sus anhelos hizo lo que siempre había deseado hacer: volar

1 comentario:

  1. ¿Qué ha sido de los números de Gaudí? Qué pena...

    Bien por Susana y su vuelo.

    Un abrazo.

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