sábado, 18 de marzo de 2017

UN MUCHACHO SINGULAR - NOVELA CORTA (Último capítulo)




Olga no se lo pudo sacar de la cabeza en todo el día. Tenía razón Juana, parecía un hombre normal y probablemente lo fuera. Tal vez aquella conquista emprendida, que en realidad no era más que una cruel burla, no fuera tan buena idea. El blando y tierno corazón de Olga le decía que seguramente aquel muchacho necesitara a su lado alguien que lo ayudara a sacar a flote lo mejor de sí y no precisamente a quién se aprovechara de sus debilidades Se sintió baja y mezquina.¿Acaso todos los hombres tenían que pagar el cruel rechazo del que ella había sido parte? ¿Era el comportamiento soez y desconsiderado de su ex marido motivo suficiente para convertirse en alguien como él? No, no podía hacerlo, no podía convertir a aquel hombre en el blanco de su amargura y no lo iba a hacer. Ella iba a ser la tabla salvadora de aquel muchacho que parecía estar fuera de lugar, iba a indagar en su alma, iba a recorrer los recovecos de su vida para lograr descubrir qué era lo que hacía de él un ser tan singular.

Se cuidó bien de compartir con sus compañeras sus nuevas intenciones con respecto a Judas, pues sabía que intentarían convencerla de que no se embarcara en semejante empresa. Al fin y al cabo no le importaba a nadie y la curiosidad de aquellas dos la despacharía ella con unas cuantas mentiras.

Mas un obstáculo importante en el camino casi la hace desistir de sus buenos propósitos. Esperó en vano que Judas apareciera de nuevo por la oficina. No apareció ni al día siguiente, ni al otro, ni al otro más......pasaron las semanas y los meses. Intentó llamarle para darle la noticia de que se había arreglado lo de su madre, pero nadie contestó al teléfono.

Judás cayó en el olvido de sus dos compañeras, más no en el suyo, que día tras día se preguntaba que habría sido de él, qué oscuro motivo le habría llevado a no presentarse más por allí cuando tanto entusiasmo había mostrado ante la posibilidad de cambiarse el nombre. Olga se sintió triste, absurdamente triste. Se decía a sí misma que tenía que olvidar a aquel hombre, que todo aquel rollo que se había montado ella misma no era más que una auténtica tontería, que seguramente Judas no necesitara su ayuda ni la de nadie y cuando ya casi se había convencido de todo ello, la casualidad lo puso de nuevo en su camino.

Ocurrió que una tarde, regresando Olga a su hogar de vuelta del trabajo, se cruzó por la calle con un caballero que en principió le pareció vagamente conocido, y al que no tardó ni medio minuto en identificar como Judas. Giró la cabeza la muchacha para verlo mejor y, aunque sólo se le mostraba por detrás, no dudó un segundo de que era él. Llevaba la misma pinta extraña, los pantalones de tergal oscuros medio cortos, dejando ver unos calcetines blancos, la chaqueta sastre con aberturas a ambos lados de la espalda, un inconfundible estilo “retro”.

-¡Judas! - llamó – Judas ¿eres tú?

Dio la vuelta el muchacho al escuchar su nombre. En un primer momento pareció ignorar la identidad que la mujer que le llamaba, mas cuando ésta fue acercándose a él la reconoció en seguida, ¡cómo había de olvidarla!

-Judas, soy yo, Olga, la chica del Registro Civil ¿me recuerdas?

-Olga...si....eh, claro que me acuerdo. Hola Olga ¿cómo estás? – respondió el muchacho visiblemente azorado.

-Pues...yo bien ¿y tú? No has vuelto por el registro, te llamé para decirte que lo de tu madre estaba listo, pero nadie me cogió el teléfono.

-Ya....bueno....es que … he estado ocupado y...

Olga se dio cuenta de que había algo que Judas no quería decir, de que estaba buscando a marchas forzadas un excusa que poder contarle.

-Acabo de salir de trabajar y me apetece comer algo ¿has comido? – le preguntó.

-No, precisamente yo también iba a tomar algo.

-Pues no se hable más, ven conmigo que yo invito y me cuentas ¿te parece?

Judas accedió sin pensarlo. Necesitaba estar con alguien. Su vida no iba todo lo bien que él hubiera deseado y tal vez ella pudiera escucharlo, simplemente eso, necesitaba alguien en quien depositar sus miedos, sus deseos, los demonios que atormentaban su alma. Ya sentados ante los manjares que habían pedido, Olga le preguntó al muchacho por las razones de su ausencia.

-Me extrañó que no acudieras a por lo del cambio de nombre. ¿Acaso has cambiado de opinión?

-No, no he cambiado de opinión, sigo pensando que nada me gustaría más que quitarme este lastre, pero cuando me propusiste hacerlo..... – quedó una rato pensativo y con la mirada perdida, antes de comenzar a hablar de nuevo

Te mentí, nunca usé otro nombre que no fuera el mío, no tenía pruebas ni por supuesto testigos. En realidad lo que me pasa es que mi vida es una porquería, no tengo amigos, no tengo a nadie, me he pasado todos estos años en una burbuja que crearon para mí y ahora no soy capaz de salir de ella yo solo.

Olga posó su mano sobre la del hombre, encima de la mesa.

-Ya sé que apenas nos conocemos, bueno, en realidad no nos conocemos nada, pero quiero que sepas que puedes confiar en mi, y que si te apetece hablar yo estoy aquí para escucharte.

-No creo que quieras escuchar la miserable vida de alguien como yo.

-En eso te equivocas. Precisamente las vidas miserables son las que más merecen ser escuchadas, las vidas felices e idílicas no tienen demasiado interés, es más, no creo que existan demasiadas porque ¿alguien se atreve a decir que goza de la felicidad completa? ¿Quién no tiene cosas que esconder, secretos guardados en el fondo del alma, momentos de los que arrepentirse? Todos, yo también, lo que pasa es que algunos lo llevamos mejor que otros. Cuéntame lo que te pasa. Estoy segura de te reconfortará y de que juntos podremos encontrar solución a tus problemas.

No hizo falta que la mujer insistiera más. Judas volcó en ella todo aquello que le ofuscaba la mente y le oprimía el pecho impidiéndole respirar. Le contó toda su vida, sus peculiares orígenes, la muerte prematura de su padre, el retraso mental de su madre, la sobre protección de ésta, sus ansias de aprender, su trabajo como contable mal pagado.....

-Como ves no he tenido una vida como la de los demás, ojala hubiera sido así, lo peor de todo es que no me di cuenta hasta que fui ya mayor y el trabajo me permitió ver el mundo real. Hasta entonces pensaba que mi existencia era igual a la de los demás niños y adolescentes y cuando conocí la realidad quise integrarme en ella y no pude. Mi madre me lo impedía. Me minaba los nervios con sus lamentos, me echaba en cara que la dejara sola todo el día para ir a trabajar, un trabajo que, según ella, yo no necesitaba; no quería que me acercara a las mujeres, incluso me espantó a la única novia que tuve....Fueron tantas cosas, tantas, que fui desarrollando hacia ella un odio desmesurado que me llevó a cometer un acto deleznable del que no dejo de arrepentirme y que no puedo sacar de mi cabeza. La maté, yo la maté, aprovechando que estaba enferma y no respiraba bien, no tuve que hacer otra cosa que taparle la cara con un cojín y ayudarla a dejar de respirar. La maté creyendo que así me liberaría de sus ataduras, pero me equivoqué, su imagen me persigue, su recuerdo no me deja vivir como quisiera, sigo sin encajar en ningún lado y mi conciencia no está tranquila. A veces pienso en entregarme a la policía, contarles todo y que me metan en prisión, a ver si de esa manera alcanzo el sosiego que me es negado, pero no me atrevo, soy demasiado cobarde siempre lo fui. Supongo que ahora tú también pensarás que soy un monstruo, un ser despreciable por hacer lo que hice. Si es así lo entenderé y no te preocupes, ya estoy acostumbrado a que la gente me ignore e incluso me rechace. Supongo que este es mi sino y que nada puedo hacer para luchar contra él.

Olga se quedó un rato pensativa, asimilando lo que acababa de escuchar. Al fin, sus sospechas se habían confirmado. Se encontraba ante un ser atormentado, atrapado en un pozo sin fondo del que no sabía salir. Cierto es que le había impactado sobremanera el hecho de que hubiera asesinado a su madre, pero teniendo en cuenta las penalidades pasadas por su culpa no le quedaba más remedio que comprender.

-No, Judas – le dijo – yo no te voy a rechazar. Lo que hiciste con tu madre no estuvo bien, pero

yo no soy quien para juzgarte y no lo voy a hacer. Yo voy a cambiar tu vida, ya lo verás. ¿Te

atreves a ponerte en mis manos?

Aquel almuerzo casual fue el primer día del resto de la vida de nuestra pareja. Comenzó para ambos una época de conocimiento mutuo, de descubrimiento el uno del otro, de aprendizaje y de esperanza. Judas abrió sus ojos al mundo gracias a aquella funcionaria de la que se había prendado una mañana en una oficina pública, una mujer que creyó en él y le cambió la existencia. No pudo cambiarle en nombre, pero si lo transformó en cosas tan aparentemente nimias, incluso frívolas, como un nuevo vestuario o una moderna forma de peinarse. Olga fue moldeando un hombre nuevo. Le buscó un nuevo trabajo más acorde con sus conocimientos y mejor pagado. Le enseñó a comportarse ante la gente, a perder el miedo y la timidez, a sentirse valorado, a hacerse oír cuando fuera necesario, a amar y dejarse amar, a sentir pasión y dejarse arrastrar, a aceptarse así mismo, con sus defectos y sus virtudes....a vivir, en definitiva, como cualquier ser humano.

Ella, a su vez, aprendió de él que no todos los hombres son malos, que haber tenido una mala experiencia, no le daba derecho a pagarlo con los demás, que en el sexo masculino cabe también la ternura y la ilusión, que quien comete una falta, por horrenda que ésta sea, tiene que tener derecho a una segunda oportunidad que le permita arrepentirse y enmendarse y que la vida, siempre, hay que disfrutarla al máximo.

Judas y Olga no estuvieron juntos para siempre, como en los cuentos de hadas, pero los años que compartieron los disfrutaron con sinceridad y felicidad y cuando, finalmente, sus caminos se separaron, cada uno quedó en la mente del otro como el hermoso recuerdo con el que habían aprendido lo más importante de la vida: simplemente vivir.


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