martes, 14 de marzo de 2017

UN MUCHACHO SINGULAR -NOVELA CORTA (Capítulo VII)







En los días siguientes apenas dedicó un segundo de sus pensamientos a algo o a alguien que no fuera la señorita del Registro, imaginando una y otra vez su encuentro, ensayando ante el espejo las poses y los ademanes, las palabras y las expresiones concretas y adecuadas para atraer la atención de aquella guapísima mujer. Incluso cuando estaba en el trabajo, enfrascado en sus cuentas y sus números, hablaba y gesticulaba solo, ante la atónita mirada de sus compañeros que pensaban que estaba chiflando definitivamente.

Unas semanas tardó en conseguir la partida de nacimiento de su madre y cuando finalmente llegó a su poder se dirigió de nuevo al Registro Civil. En aquella ocasión se vistió con sus mejores galas con la honrosa intención de impresionar a su enamorada, un traje gris de paño del año de la pera, cuyos pantalones, ligeramente acampanados, le quedaban un poco cortos, dejando al descubierto unos pulcros calcetines blancos, una camisa azul con el cuello medio raído y una corbata rosa llena de lamparones que intentó limpiar sin éxito, pero que aún así se puso pues era la única que tenía. El resultado final, a su juicio, fue sorprendente y no le faltaba razón, aunque mientras que para él ello significaba estar tan guapo y elegante que semejaba un dandi, para los demás mortales la sorpresa estribaba en que más bien les parecía un payaso escapado de un circo, cuando menos.

De semejante guisa se presentó en la oficina que, para su grata sorpresa, se encontraba vacía a aquellas horas de la mañana. Entró emocionado en el recinto, con el corazón latiéndole a cien por hora y el resto del cuerpo temblando como una hoja de papel, y se dirigió a la mesa de su enamorada, que aquel día no sólo estaba guapa sino arrebatadora, con su vestidito de punto malva que se adaptaba como un guante a su cuerpo de caderas anchas y pechos generosos.

Judas sintió una erección involuntaria y se sentó deprisa, no fuera a ser que alguna de aquellas señoritas se percatara de su pecado. Olga lo miraba sin salir de su asombro. Tenían razón sus amigas cuando decían que el muchacho era guapo, lo era sin duda, mas la indumentaria que vestía lo hacía parecer un tanto.....idiota tal vez. Se observaron mutuamente durante unos segundos sin decir nada y de repente la muchacha recordó dónde y cuándo lo había visto. Hacía muchos años, en la biblioteca municipal, leyendo como un poseso y sentado al lado de una mujer que hacía punto, o bordaba, algo así. Recordar a aquella pareja que durante semanas había sido el hazmerreir y la atracción de la biblioteca le provocó una hilaridad difícil de contener y murmurando una excusa apenas audible se retiró al baño, donde pudo dar rienda suelta a las carcajadas que pugnaban por salir de su garganta.

Cuando el ataque de risa remitió por fin, Olga regresó de nuevo a su puesto dispuesta a comenzar su conquista, ante la disimulada vigilancia de sus dos compañeras, que estaban deseando descubrir cuál era el plan de su amiga. Y es que al final aquellas dos arpías la habían convencido. Le decían que no fuera tonta, que el chico era salado y que total, si lo que quería era divertirse un poco, le daba lo mismo con él que con otro. Ella al principio se negó, pero después de varios días de insistencia que rayaba en la tortura, optó por decirle a sus compañeras que sí, que intentaría ligarse al rubio con cara de ángel, más por quitárselas de encima que por otra cosa. Así que en aquel preciso instante Olga miró al chico y le sonrió, momento en el que Judas sintió como una oleada de calor inundaba su rostro. Sabía que se estaba poniendo colorado, como casi siempre ante situaciones como aquella, y no pudo hacer más que bajar la cabeza para ocultar un poco su azoramiento.

-Bueno, vamos a ver – comenzó la funcionaria – usted venía, si no me equivoco, a corregir una partida de defunción de su madre que tenía un error ¿no es así?

Asintió el muchacho asombrado por el excelente trato de que estaba siendo objeto, en comparación con la vez anterior que había estado allí, en la que casi lo echaron con cajas destempladas.

-Pues ….sí – acertó a decir –. Le han puesto mal la fecha de nacimiento.

-¿Y trae usted la partida de nacimiento, como le dije? O mejor dicho, tú, porque no te voy a tratar de usted siendo tan joven, apuesto a que no llegas a los cuarenta.

De nuevo Judas se sorprendió por la extrema simpatía que le mostraba su enamorada, y por primera vez pensó que tal vez y sólo tal vez, no sería tan difícil conquistarla, aunque en aquel momento no supiera cuál podría ser la estrategia a seguir.

-Recién he cumplido los cuarenta y tres – contestó con timidez – y sí, puedes tratarme de tú.

-¡Estupendo! Pero que la confianza sea mutua ¡eh! Si yo te trato a ti con familiaridad, tú debes hacer lo mismo conmigo. Y ahora, déjame tu carnet de identidad.

El muchacho sacó su cartera del bolsillo interior de su chaqueta, busco su documento de identidad y se lo entregó a Olga. Cuando ésta leyó el nombre a punto estuvo de atacarla la risa floja de nuevo. Judas Fontán, pero ¿cómo podía alguien llevar semejante nombre? ¿qué persona con una mente tan perversa podría ponerle a su hijo un nombre con unas connotaciones tan horribles? Decididamente Olga pensó que aquel hombre y su familia tenían que ser muy especiales, por decirlo finamente, pues más bien parecían una pandilla de descerebrados. No obstante el nombrecito iba a dar juego. Cuando la mujer terminó de arreglar lo que había llevado a Judas hasta ella, atacó por los derroteros que más fáciles le parecieron para atraer la atención del chico.

-Bueno, esto ya está – le dijo – en un mes o mes y medio lo tendrás todo listo y ya podrás recoger partidas de defunción de tu madre con la fecha de nacimiento correcta. Yo te avisaré. Pero antes de irte, y esperando que no te parezca mal, te voy a decir algo. ¿No te gustaría cambiarte el nombre?

De nuevo el asombro hizo acto de presencia en nuestro protagonista. Estaba claro que aquella mañana se había convertido en una fuente de sorpresas interminable. Parecía como si la mujer le hubiese leído el pensamiento, de hecho, cuando días atrás había acudido a aquella oficina por vez primera y había leído el cartelito que coronaba la puerta de entrada, no había pensado en otra cosa. Dicho cartel no era sino la referencia de las actividades de la oficina: expedientes de matrimonio, rectificación de errores, cambios de nombre......Cambios de nombre ¿acaso fuera tan fácil adquirir una nueva identidad? Jamás lo hubiera pensado, pero ahora que lo sabía, nada le gustaría más en el mundo que borrar para siempre el maldito nombre que le había caído en gracia. Por eso, que la señorita que tenía en frente se lo estuviera poniendo en bandeja parecía un sueño a punto de cumplirse.

-Pues si he de decirle... perdón, decirte, la verdad, no hay nada en el mundo que más desee que librarme de este lastre. Mi madre, que era muy devota de San Judas Tadeo, se empeñó en ponerme este nombre, a pesar de que mi padre deseaba que continuara con la tradición iniciada por su tatarabuelo y llevara el mismo nombre que todos ellos, Remigio, que tampoco es demasiado bonito, a mi parecer, pero desde luego mejor que Judas, casi me atrevería a decir que cualquiera. Aunque he de confesarte algo que no sabe nadie, desde siempre, desde que era un niño, siempre utilicé otro nombre, Jonás, que no es que sea muy llamativo ni especial, pero por lo menos no es el nombre de un traidor. Claro que los documentos oficiales no me quedó más remedio que seguir llamándome Judas....pero en todo lo demás, Jonás fui y seré. ¿Crees tú que me podría poner ese nombre?

Olga fue esta vez quien se sorprendió gratamente ante la verborrea del muchacho. Estaba claro que de tonto parecía no tener un pelo, muy al contrario, en su forma de hablar y en su mirada limpia y directa se vislumbraba cierto deje de la inteligencia que seguramente debía poseer.

-Por supuesto que si – le contestó – si me traes alguna prueba de que utilizas ese nombre, ¿la tienes?

-Pues claro, las facturas de la luz y el teléfono, y hasta la tarjeta de “El Corte Inglés”. ¿Servirían?

-Perfectamente, con una partida de nacimiento y dos testigos y te lo arreglo en menos que canta un gallo.

-Pues mañana mismo estoy aquí con ello. No te entretengo más, que empieza a llegar gente.

Judas se levantó y se dispuso a marchar bajo la mirada atónita de Olga, que no dejaba de asombrarse ante el contraste entre el aspecto del muchacho y la educación de la que hacía gala. Cuando éste estaba a punto de salir dio media vuelta y se acercó a la mesa de la funcionaria.

-Has sido muy amable – le dijo –. Muchas gracias por todo.

Y se fue, dejando a Olga y a sus compañeras con la boca abierta.

-Parece un hombre normal – dijo Juana por fin –, es increíble.

Judas salió del Registro Civil con una sensación agridulce. Al entusiasmo por la conversación que había tenido con su enamorada se unía el remordimiento de haberle contado uno de los mayores embustes de su vida. Jamás había utilizado el nombre de Jonás, es más, no sabía ni por qué había mencionado aquel nombre, era el primero que se le había venido a la mente y por supuesto no poseía ninguna prueba de su utilización. Le sabía mal haberle mentido así a una señorita tan atenta por la que además se bebía los vientos, pero no había podido evitarlo. Ahora no le quedaría más remedio que inventarse las pruebas pertinentes que le había dicho poseía para proceder a cambiar su horrendo nombre. Por eso cuando llegó a su casa, ni corto ni perezoso, comenzó la ardua tarea de falsificar dichas pruebas. Lo primero que hizo fue hacerse con una vieja tarjeta de un supermercado que tenía su madre y con unas tijeras borró el nombre de la susodicha. Después escribió el de Jonás con un rotulador permanente de color blanco. No le quedó del todo mal. Rebuscó por la casa y encontró otra tarjeta que atestiguaba la presencia de su madre como socia en una casa de té. No sabía si un caballero de su posición podía ser socio de una casa de té, en realidad ni siquiera sabía qué leches era una casa de ese tipo, pero era una prueba más a su favor. Lo malo era que aquella tarjeta no tenía las letras pintadas, las tenía troqueladas y cambiar el nombre de Sebastiana por el suyo no se presentaba tarea fácil. Lo intentó de todas las maneras posibles. Intentó borrar las letras con unas tijeras, con un cuchillo, incluso con un alicate, pero al final lo tuvo que dejar por imposible. Desesperado lo intentó por otras vías. Se escribió cartas a si mismo, compró en un “Todo a cien” un bloc cutre de facturas y rellenó unas cuantas a nombre de Jonás Fontán, como si hubiera comprado una mesa y cuatro sillas, un frigorífico y un tocadiscos. Y cuando por fin tuvo todo preparado recapacitó y lo tiró a la basura. No podía seguir con aquel engaño. No se cambiaría el nombre ni volvería por el Registro Civil a visitar a su enamorada, no podía confesarle su engaño. Una vez más su vida se hundía en la miseria y se convertía de nuevo en lo que en realidad no había dejado nunca de ser: un soberana porquería.

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