martes, 31 de enero de 2017

EL AMANTE ADOLESCENTE (NOVELA ERÓTICA) Capítulo XI


  

Aquel año terminé en el instituto y tocaba ya labrarme un futuro. A mí me apetecía estudiar Derecho, algunos de mis compañeros lo iban a hacer, y teniendo en cuenta que estudiar una carrera significaba marchar fuera de la ciudad, no podía ser mejor oportunidad para alejarme de aquel ambiente que me oprimía y me recordaba al amor que había perdido. Sin embargo no iba a poder ser. En casa sólo contábamos con el sueldo de mi padre, con lo cual la posibilidad de estudiar lejos del hogar se presentaba bastante remota, por no decir imposible. Me propusieron preparar oposiciones para la banca, era todo lo que podían hacer, costearme una academia, y no me pareció mal del todo. Comencé a estudiar y a los seis meses me presenté a los exámenes para una entidad bancaria, exámenes que aprobé, con lo que comencé a trabajar enseguida. Ello me permitía disfrutar de mi dinero y a la vez colaborar un poco con la economía familiar.

En otro orden de cosas, en el orden de mi vida amorosa, poco a poco me fui haciendo a la idea de que Conchita había salido de mi vida de forma definitiva y me centré en lo que en aquellos momentos más me interesaba: encontrar a una mujer que me hiciera gozar como me había hecho gozar ella. Mis amigos salían con chicas y algunos tenían ya novia formal, pero esa no era mi intención. A mí sólo me interesaba follar, pasar un rato agradable y si te he visto no me acuerdo, todavía era demasiado joven para pensar en compromisos.

Un día, mi amigo Fede me dio la solución a mis problemas. Él y todos los demás se pensaban que todavía no me había comido un rosco, pues una vez que me había ido con ellos de putas me había horrorizado el ambiente del burdel y no volví. Creían que era un bobo que no hacía más que pelármela.

-Teo, deberías ligarte a Juanita, mi ex. Es un poco mayor que nosotros y está más caliente que una fragua. Yo, menos follármela, he hecho de todo con ella. Te gustará, ya verás, y al menos así dejarás de meneártela.

No saqué a mi amigo de su error, no merecía la pena. Además yo, que ya me creía un hombre con tanta experiencia como el que más en cuestiones sexuales, me dije que si Fede no había podido tirarse a Juana, a mi seguramente no se me resistiría.

Así pues, animado por mis infundadas conclusiones, el sábado me presenté con mis amigos en un guateque que había cerca de la Plaza de Armas, dónde sabía que iba a estar Juana. Efectivamente, allí estaba. Juana era muchacha que sin ser muy guapa resultaba atractiva. Era alta y delgada y poseía unos profundos y expresivos ojos negros como el carbón, aunque a mí no me interesaban demasiado aquellos dos luceros, sino sus tetas, que sin ser tan maravillosas como las de mi Conchita, al menos a simple vista, sí se presentaban firmes, turgentes y redonditas, como a mí me gustaban. Nada más verla me imaginé echándole un buen polvo y tuve que dominar mis instintos si no quería andar con una impertinente erección durante aquellos instantes de diversión. De nada me valió, pues en cuanto saqué a bailar a la muchacha y la tuve entre mis brazos, mi polla se reveló de nuevo y salió de su estado de letargo, estado en el que no pasaba mucho tiempo, todo hay que decirlo.

Al principio me mantuvo a raya. No nos conocíamos, bueno, sólo de vista, pero yo quise dar un paso más y presentarme ante ella como un muchacho simpático y hablador.

-Te llamas Juana, ¿verdad? Yo soy Teo.

-¿Me conoces? – me preguntó sorprendida.

-Bueno... de vista, pero me he ocupado de preguntar tu nombre. Me gusta conocer el nombre de las muchachas bonitas.

Así, con palabras absurdas y vacías la fui camelando, aunque no era necesario mucho esfuerzo para conquistarla, pues bien notaba yo que a cada canción que bailábamos juntos se apretaba más a mí, a pesar de que en aquellos momentos yo ya estaba caliente como un asno. Lejos de separarse parecía que mi estado de excitación no le desagradaba.

Me hubiera gustado besarla, paso previo para otras cosas más interesantes, pero allí no era plan, había que guardar las formas delante de sus amigas y de las demás muchachas recatadas que por allí andaban, así que le propuse ir hasta la boite FK24. Yo nunca había estado allí, pero mis amigos me habían contado que era un lugar de perdición, apenas iluminado, en el que las parejas se escondían en los rincones y se pegaban el lote todo lo que podían y un poco más.

Juana quiso hacerse la estrecha, pero le duró apenas un segundo.

-El sitio ese es un poco... indecente creo.

-Venga Juana, no seas tonta, allí estaremos más tranquilos.

No me hicieron falta más palabras para convencerla, lo cual quería decir que deseaba ir a la boite tanto como yo. En cuanto llegamos nos asentamos en la esquina más apartada y oscura, pedimos sendos cuba libres y comenzamos a magrearnos. Y con el magreo la temperatura comenzó a subir, tanto de uno como de otro, incluso creo que ella estaba más caliente que yo.

-Juana, me estás poniendo a cien – le dije yo –, mira como estoy. ¿Tú no estás mojada?

-Teo, no seas sinvergüenza – me contestó, pero de inmediato puso su mano sobre mi polla, por encima del pantalón, para comprobar que efectivamente estaba a punto de caramelo.

Aquel gesto suyo me dio pie para iniciar mi ataque. Juana abrió ligeramente las piernas y yo aproveché y metí mi mano buscando su sexo. Con lo que no contaba era con encontrar una retahíla de obstáculos que hicieron imposible que mi mano alcanzara su jugoso objetivo. Entre liguero, faja y bragas, el chochito de Juana parecía escondido en una recóndita cueva dónde era muy complicado entrar.

-Juana, por favor, quítate todo eso, así es imposible disfrutar – le dije, sin estar muy seguro de que me hiciera caso.

-Pero Teo ¿estás loco? ¿No ves que podrían vernos?

-Que va. Si está todo muy oscuro. Mira, ponte encima de mí, así podremos echar un polvo, te aseguro que lo pasarás en grande.

-Pero, por quién me tomas. Acabamos de conocernos, anda déjate de historias y vamos a bailar.

Se levantó y fue hacia la pista. Yo la seguí y una vez allí la apreté bien contra mi cuerpo, con la esperanza de que el roce del baile fuera suficiente para correrme y así aliviar el dolor de huevos que estaba comenzando a sentir. Pero no fue posible. De pronto Juana miró el reloj y le entró prisa por regresar a su casa.

-Lo siento, Teo, tengo que irme. Ya son las diez y veinte y debo estar en casa a las diez. Me va a caer una buena bronca.

Resignado salí del local en su pos y la acompañé a casa, con la esperanza de que accediera a parar en cualquier descampado y echar allí un polvo rápido, pero no hubo suerte. Era demasiado tarde y si se retrasaba un minuto más corría el riesgo de quedar castigada el próximo fin de semana. Le propuse quedar al día siguiente, que era domingo, pero me dijo que no podía ser, que los domingos iban siempre a comer a casa de los abuelos, a un pueblo cerca de La Coruña.

-Pero si quieres podemos vernos el lunes por la tarde. Podríamos ir al cine.

Me parecía buena idea. El cine era un buen lugar para magrearnos.

-Me parece estupendo – le dije –¿Que te parece en el Rena, a la sesión de las siete?

Ella accedió y yo me pasé el domingo deseando que llegara el lunes a las siete y tener de nuevo a Juana a mi disposición.

El lunes en cuestión me presenté en el cine un cuarto de hora antes del inicio de la sesión y compré las entradas. Juana no apareció hasta cinco minutos después de comenzar la película. Lo hizo pidiendo disculpas por llegar tarde, aunque yo estoy seguro de que llegó tarde adrede, para que nadie la viese entrar. El caso es que, una vez en la sala, nos dirigimos al gallinero, que era el lugar en el que se asentaban todos aquellos que no tenían el más mínimo interés en ver la película, y ya acomodados fuimos al grano enseguida. Primero morreos y después los tocamientos. Mas cuando metí mi mano en su entrepierna me encontré con los mismos obstáculos que en la boite, ligueros, faja y braga.

-Pero Juana, ¿otra vez? Anda quítate todo eso que si no, no nos lo pasaremos como es debido.

Esa vez me hizo caso. Se deshizo de todos aquellos ropajes y los posó en el asiento del al lado, que estaba vacío, mientras tanto yo me había bajado un poco los pantalones y los calzoncillos y exhibía ufano mi polla enhiesta cual mástil de velero al viento.

Mi primera intención fue sentar a Juana encima de mi verga y echarle un buen polvo, pero la muchacha se negó en rotundo.

-De eso nada, Teo, de follar ni hablar, que acabo de conocerte y además me da un poco de miedo.

Así pues no me quedó más remedio que iniciar mi labor masturbatoria. Cuando llevé a mi mano a su coño comprobé que estaba jugoso y chorreante, lo cual me excitó más, como los gemidos de Juana, que cada vez eran más intensos.

-No grites tanto, que te van a oír – le dije.

Pero ella estaba ofuscada por la emoción del momento y no se cortaba un pelo. Por suerte se corrió enseguida, acallando así sus gemidos. Mientras yo la masturbaba ella hacía lo mismo conmigo, aunque no tenía mucha maestría, que digamos, claro que yo la comparaba con mi idealizada maestra, y era ineludible que saliera perdiendo.

Le pedí que me la chupara un poco y accedió, pero tampoco mostraba la delicadeza de mi Conchita, así que finalmente opté por volver a meterle mano en su chocho, que continuaba mojado hasta más no poder, y hacerla gozar de nuevo, pues sus gemidos tenían el poder de excitarme grandemente, con lo que terminé corriéndome y dejando perdido el respaldo del asiento de delante. Una vez más mi encuentro con Juana se había saldado sin follar.









No hay comentarios:

Publicar un comentario