martes, 24 de enero de 2017

EL AMANTE ADOLESCENTE (NOVELA ERÓTICA) Capítulo IX



En el fondo de mi mente yo sabía que la vida de Conchita iba a cambiar de la manera que fuera. Estaba sola en Ferrol, sin su familia, sin su esposo, con algunos amigos y con nosotros, que éramos familia pero en realidad no lo éramos. Conchita tenía que continuar su existencia al margen de un marido que ya no estaba y así lo hizo.

Si cuando estaba casada pasaba mucho tiempo en mi casa, al enviudar comenzó a pasar mucho más. De hecho me atrevería a decir que cuando no estaba acompañando a mi madre, era porque ambos estábamos en su casa disfrutando de una de nuestras maratonianas sesiones sexuales. Los domingos iba a misa con mi madre y a la vuelta se quedaba a comer con nosotros. Fue durante uno de aquellos almuerzos cuando nos comunicó sus intenciones de ejercer como maestra y comenzar a preparar las oposiciones.

-Sin el sueldo de Ricardo y con la mísera pensión que me ha quedado apenas me llega para llegar a fin de mes, así que me voy a poner a estudiar cuanto antes.

-Haces bien Conchita – le dijo mi madre –, todavía eres joven y puedes ganarte la vida por ti misma. Además ponerte a estudiar te hará bien, te distraerá de tus penas, hija.

-Y por supuesto – repuso mi padre –, si necesitas que te ayudemos en algo... ya sabes que no somos ricos, pero si necesitas algo de dinero para costearte tus clases, algo te podemos prestar. Ya nos lo devolverás cuando puedas.

-Muchas gracias, pero no es necesario. Ya me las arreglaré.

Yo la miraba mientras hablaba y se me caía la baba de gusto. Me sentía orgulloso de que aquella muchacha me hubiera elegido a mí para calentarle la cama, y todavía mantenía la esperanza de que su viudedad fuera la puerta abierta para despertar su amor. De vez en cuando sentía que el sexo a escondidas ya no era suficiente, necesitaba más y ese más era poder pasear por la calle Real de la mano, o ir al cine, o sentarnos en la Plaza de Amboage y darle pan a las palomas, los dos, juntos.

Pero el tiempo pasaba y Conchita no me elegía a mí para salir por la ciudad. Ella tenía una amiga soltera llamada Clarisa. No sé dónde la había conocido, pero el caso es que por aquella época comenzó a venir a buscarla por casa muchas veces con la escusa de dar un paseo y tomar algo en el Club de Campo. Animada por mis padres, Conchita salía con Clarisa, reforzando así la amistad que las unía. La familia de Clarisa era de dinero, sus padres eran los dueños de unos grandes almacenes que había en la ciudad y de unos cuantos edificios, y uno de sus hermanos también se dedicaba a los negocios con bastante éxito. Fue precisamente ese hombre el que un día le presentó a Conchita en el Club de Campo.

Una tarde, después del polvo que acabábamos de echar y que la hizo gritar como una gata en celo, me soltó la noticia.

-¿Sabes Teo? Ayer Clarisa me presentó a su hermano José Antonio. Es un caballero muy apuesto y agradable. Fíjate que me invitó a comer el próximo sábado. Aunque no sé si será correcto que acepte, se lo preguntaré a tu madre. Pero lo cierto es que me gusta mucho su compañía.

Si pensaba que yo le iba a dar el parabién a sus palabras se había equivocado. La rabia me invadió. El jodido hermano de Clarisa, al que no conocía de nada ni tenía el menor interés, era un rival para mí. Disimulé como pude mi malestar. Le contesté con un “qué bien” pronunciado a media voz y sin ningún convencimiento y con la escusa de que tenía mucho que estudiar, me vestí y bajé a mi casa.

Conchita finalmente acudió a la comida con José Antonio, y al cine alguna que otra vez, y a pasear o tomar un chocolate a media tarde, siempre acompañados por Clarisa, eso sí. Y conforme las salidas con aquel estúpido se incrementaban iban mermando nuestros encuentros sexuales, aunque según ella aquel hombre todavía no le había tocado un pelo, cosa bastante normal para la época.

Por otro lado las Navidades se iban acercando y con ellas el primer aniversario de nuestra relación. Mis padres se fueron de nuevo a buscar a la abuela y yo me quedé en Ferrol, esta vez porque me dio la gana, aunque la excusa que puse fue que tenía bastante que estudiar. Conchita y yo aprovechamos bien la semana y cada segundo que teníamos nos metíamos en su piso y follábamos como locos. Pero después de aquellos días de felicidad vino la desdicha. Conchita se fue a pasar las fiestas a su pueblo con su familia, cosa lógica por otro lado, y a mí me dejó muy deprimido, recordando día tras días las esplendorosas navidades del año anterior, que desgraciadamente no se volverían a repetir nunca más.

Conchita llevaba en su mente a José Antonio, eso era lo peor, y yo no quería verlo, pero aun así lo veía, no era estúpido. Cuando la muchacha regresó del pueblo le contó a mi madre que se había estado escribiendo con él, pues el hombre se había tenido que marchar a Nueva York debido a unos negocios que por allí tenía, y que le mantendrían ausente unos meses. Mi madre le comentó a mi padre que Conchita se veía muy triste por aquella ausencia, tal pareciera que se estaba enamorando. Papá le contestó que bien pudiera ser.

-Es una muchacha joven y no es de extrañar que vuelva a encontrar el amor, pero que se ande con ojo. José Antonio es un buen muchacho, pero la diferencia de clase social es muy grande.

-No creo que tenga eso demasiada importancia a estas alturas. Su hermana y ella son muy amigas a pesar de tales diferencias. Yo creo que llegarán a buen puerto.

Aquellas palabras de mi madre me pusieron muy triste, a pesar de que aquella misma tarde, también a mí me dijo Conchita que José Antonio se había marchado a Nueva York y que allí estaría unos meses. Me lo dijo muy contenta, disimulando su tristeza, como si aquella ausencia fuera ideal para aprovecharla y practicar sexo como hasta el momento, y así lo hicimos. De nuevo pensé que Conchita se daría cuenta de que de quién tenía que enamorarse era de mi, y que esos meses sin su pretendiente serían perfectos para ello, pero no fue así.

José Antonio y ella se cartearon casi cada día, y a través de aquellas letras que se escribían el incipiente amor que Conchita sentía por él cuando se marchó, se fue reforzando hasta caer rendida ante sus encantos. A mi madre le dijo que se estaba enamorando del “americano”, yo no lo dudaba, a los hechos me remito, pero también es verdad que conmigo se lo pasaba bárbaro en la cama y al fin y al cabo que llegara a algo serio con José Antonio no era óbice para que no continuáramos con nuestras sesiones sexuales. Si cuando estaba casada con don Ricardo habíamos comenzado con todo aquello, el que se casara con otro no era motivo suficiente para dejarlo. Pero me equivoqué por completo.

Ella continuó preparando sus oposiciones, aunque sin mucho entusiasmo, supongo que en su mente ya se dibujaba cómo iba a ser su futuro, y no pasaba precisamente por ejercer como maestra. Y es que a finales de junio regresó su amado de América y a mediados de julio, coincidiendo con mi diecisiete cumpleaños, le pidió relaciones formales, cómo se hacía por aquel entonces. Y naturalmente, ella le dijo que sí.

El día que se lo dijo a mis padres yo estaba presente. Otras veces, cuando me tenía que decir algo referente a su amor, lo hacía con suma delicadeza, para no hacerme daño, sin embargo aquella vez fue diferente, no le importó lo más mínimo que yo estuviera presente y no hizo nada por ocultar su entusiasmo.

Nadie sabe lo que lloré aquella noche. Empapé mi almohada al darme cuenta de que la había perdido para siempre. Mi mente juvenil se empeñaba en pensar que jamás podría amar a nadie como la había amado a ella y por momentos me decía que tenía que luchar.

Pero al día siguiente ella misma se encargó de quitarme todas las ilusiones que pudiera guardar dentro de mí. Me dijo que todo había terminado, que lo había pasado muy bien conmigo y que me apreciaba muchísimo, pero que no podía continuar con la historia. Yo no me di por vencido y de vez en cuando insistía y la provocaba, pero ella hacía caso omiso a mis intentos.

Cierto día la vi por la calle y la seguí. Tenía que hablar con ella como fuera. Se metió en una mercería y la esperé en la acera. Cuando salió, la abordé.

-Conchita – llamé – Conchita, espera, quiero hablar contigo.

Se dio la vuelta con gesto contrariado.

-Teo no empieces, por favor. Ya te dije que no podíamos seguir con la historia. José Antonio es un buen hombre que me quiere y no se merece que le haga algo así. Se acabó.

-Solo quiero que hablemos un momento, por favor, será sólo un momento. Te echo de menos y quiero disfrutar de unos minutos contigo.

Conchita seguía caminando a paso ligero por las calles de Ferrol, casi ignorándome.

-He dicho que no.

Sin embargo tanto insistí que al final claudicó.

-Está bien, pero sólo vamos a hablar, no te hagas ilusiones con otras cosas porque no va a pasar nada. Te espero en mi casa dentro de media hora.

































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