lunes, 10 de octubre de 2016

DOS NOVELAS







  Sabéis que mi novela Te esperaba desde siempre, ha sido la ganadora del primer certamen de Novela Romántica convocada por la Asociación de Escritores de romántica, pues bien, para impulsar su venta en Amazón, hoy os traigo un regalo. A todo aquel que descargue la novela y haga un comentario le regalo otra de mis novelas, esta vez inédita, titulada Quince años y un secreto, de la que os dejo un trocito. Bastará con que os pongáis en contacto conmigo avisándome del comentario a través de un mensaje privado en mi página de Facebook y os la enviaré por el medio que me digáis. También os dejo el enlace de Amazón por si queréis descargar la premiada.


https://www.amazon.es/esperaba-desde-siempre-Gloria-Losada-ebook/dp/B01LLQYCUU/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1476127647&sr=1-1&keywords=gloria+losada


El otro acontecimiento que revolucionó nuestras vidas vino de la mano de nuestros propios padres algo más de un año después de la muerte de Paula. Evidentemente, aunque la teníamos muy presente, el tiempo fue poco a poco mitigando el dolor de su pérdida. Pero Lisardo se sentía terriblemente solo sin su esposa y mi madre, igualmente, echaba mucho en falta a su prima y amiga. Fue así que cuando sus respectivos trabajos se lo permitían, ambos pasaban mucho tiempo juntos. Hasta que un día nos dieron la casi inevitable noticia: se casaban.

Era Navidad, las segundas Navidades sin Paula. Siempre habíamos celebrado aquellas fiestas juntos cuando vivía, y después de su muerte nada cambió en ese sentido. A pesar de que todo el mundo notaba su ausencia todos sabíamos que era lo que a ella le hubiera gustado, que las cosas siguieran como siempre, que la vida continuara con su devenir habitual. Y aquella Nochebuena, como tantas otras, nos sentamos los cuatro alrededor de la misma mesa, intentando mantener una alegría navideña que en nuestro caso, por cuestiones obvias, era un poco ficticia. Cuando llegaron los postres, Lisardo, visiblemente nervioso, nos habló casi con solemnidad.

-Sara y yo tenemos una noticia que daros.

Miguel y yo, que estábamos jugueteando con alguna tontería, nos quedamos en silencio y les observamos con asombro. Ambos se miraban pero ninguno se atrevía a dar el paso.

-¿Qué pasa? - pregunté sin sospechar ni por asomo, cuál era el contenido de la noticia.

-Bueno que..... nos vamos a casar.

Fue mamá la que habló y después de pronunciar aquellas palabras la casa se quedó en silencio, roto únicamente por el tenue murmullo de los machacones villancicos que provenía de la calle.

-Pero eso es.... eso es fantástico – dijo finalmente Miguel -mi enhorabuena a ambos, de verdad.

Se levantó y les dio dos besos, mientras yo era espectadora silenciosa de aquella escena que me parecía salida de un cuento subrealista. Mamá, la abanderada de la libertad femenina, se casaba con Lisardo, el marido viudo de su prima, apenas un año después de la muerte de ésta. No era una situación que me pareciera precisamente normal, contrariamente a lo que semejaban sentir los demás.

-¿Y tú no dices nada, hija? -me preguntó mi madre.

-Pues... no sé qué decir. La verdad es que nunca me imaginé que entre vosotros pudiera haber algo y además... la muerte de Paula está tan reciente aún... a lo mejor os estáis precipitando un poco ¿no os parece?

-Irene, hija, nos lo hemos pensado mucho – contestó Lisardo- puede que tengas razón, a lo mejor debiéramos esperar un poco más, pero por otro lado tampoco tiene mucho sentido. Es cierto que tal vez a nuestra edad el amor ya no sea lo que era cuando teníamos veinte años, pero también lo es que estamos muy bien juntos y que probablemente Paula estaría de acuerdo en esta decisión. Créeme que, aunque tal vez no lo parezca, la tuvimos muy presente a la hora de tomarla.

-Pues entonces...si vosotros sois felices... yo no tengo nada que decir – repuse sin demasiado convencimiento, pero sabiendo que no tenía derecho a inmiscuirme en su vida.

-Pues ahora, venga, iros a celebrarlo por ahí, que Irenita y yo nos quedaremos en casa viendo una peli ¿verdad, princesa? - propuso Miguel.

Mamá no quería marchar, pero finalmente Lisardo la convenció y así Miguel y yo nos quedamos solos en casa y nos pusimos una película en el vídeo. Una vez acomodados en el sofá, tapados con una suave manta, Miguel me dijo:

-No pareces muy contenta con el casorio

-No es eso – contesté – es que me ha cogido tan... de improviso. ¿Tú sabías algo?

-Algo me olía, aunque mi padre no me había dicho nada un día los pesqué en cierta conversación, hablaban de que viviendo juntos reducirían gastos diarios. Y puesto que últimamente pasaban casi todo su tiempo libre juntos... no es difícil ir atando cabos. Yo creo que hacen bien. Ya no son unos niños, se harán mutua compañía y serán felices, ya lo verás. Además, así tú y yo por fin seremos hermanos de verdad.

Levanté mi cabeza, que estaba apoyada sobre su hombro, y le miré.

-No seremos hermanos nunca, en todo caso hermanastros, que es una palabra horrible. Además, yo no quiero ser tu hermana.

-¿Ah no? ¿Y eso por qué?

Medité unos segundos antes de decidirme a darle una respuesta. Yo ya me sentía mayor. Sabía que la diferencia de edad entre los dos, a aquellas precisas alturas, era todo un reto, pero yo quería, necesitaba que él se fuera enterando de mis sentimientos.

-Ah pero ¿no lo sabes? ¿Nunca te has dado cuenta? - pregunté.

-¿De qué? ¿De qué tenía que haberme dado cuenta?

Volvió su cara hacia mí. Nuestros rostros quedaron frente a frente. La estancia estaba en penumbra, alumbrada apenas por la luz que proyectaba la televisión y la que emitía una pequeña lámpara de sobremesa. Aún así pude apreciar sus ojos, que en aquellos momentos parecían mucho más transparentes que de costumbre, y sus labios gruesos, semiabiertos en una casi imperceptible sonrisa, que me invitaban a besarlos. Pensé en hacerlo, quise hacerlo, imaginé por un instante mis labios posándose en los suyos, jugosos; nuestras lenguas surcando la boca del otro, las caricias de sus manos... pero no me atreví. No me atreví ni a besarle ni a contestar a su pregunta.

-De nada – le dije finalmente – no me hagas mucho caso; tonterías mías.

Volví a recostar mi cabeza sobre su hombro y entonces pude sentir la tibieza de su dedo acariciando mi mejilla. Un escalofrío recorrió mi espalda. Levanté de nuevo la cabeza. Él me miraba sonriendo y continuaba acariciando mi mejilla con su mano.

-Sigues teniendo la carita tan suave como aquel día en que fui a verte al hospital, recién habías nacido. Parece que fue hace dos días... y eres ya una mujercita, Irene, mi princesa.

Cesó en sus caricias y continuamos mirándonos. Yo sabía que iba a ocurrir, tenía que ocurrir, aunque él fuera un hombre y yo apenas una adolescente con la cabeza llena de pájaros.

-Te quiero Miguel – me atreví a decirle por fin, con mi corazón latiendo tan aprisa que parecía querer salírseme del pecho.

-Y yo a ti, princesa.

Ya estaba, ya lo había dicho y había obtenido la respuesta deseada. Sólo faltaba el beso, ese beso que ya flotaba entre los dos, que parecía irse materializando poco a poco, a cada segundo que pasaba y que nuestros rostros, de forma involuntaria, se iban acercando el uno al otro. Pero el sonido de las llaves en la cerradura de la puerta rompió el hechizo. Su padre y mi madre volvían de su breve incursión en la vida nocturna del pueblo.

-Apenas había nada abierto – dijo mamá – así que hemos regresado. ¿Podemos ver esa película todos juntos?

Claro que podíamos, aunque ello significara el fin definitivo de mi beso imaginario. Miguel y yo volvimos a mirarnos, él me hizo un guiño cómplice. Nuestros padres se acomodaron, yo apoyé de nuevo mi cabeza en el hombro de Miguel y la sesión de cine casero siguió su curso.

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