viernes, 31 de julio de 2015

LA TUNA EN SANTIAGO



Eran las doce de la noche y hacía un frío que pelaba. Gema separó un poco la cortina de la ventana y mirando hacia fuera pudo ver que las ramas de los árboles comenzaban a cubrirse de algo parecido a la escarcha. El crudo invierno se manifestaba en todo su esplendor, típico en Santiago. La calle estaba desierta y las luces de las farolas se reflejaban en la humedad de suelo. Gema soltó la cortina y se metió en la cama. Le gustaba arrebujarse entre las mantas y pensar en Manuel, el chico que estaba en cuarto y por el que bebía los vientos. No le hacía ni caso, pero daba lo mismo, soñar despierta con él, de momento, era a lo que podía aspirar y eso la hacía feliz.
Cuando estaba a punto de dormirse, después de imaginar los besos de Manuel, escuchó el jaleo de la calle. Otra vez la maldita tuna cantando el Clavelitos de los cojones, y era la cuarta noche. Gema no entendía por qué la homenajeada no se asomaba a la ventana de un puñetera vez y mostraba su amor al galán que tanto esfuerzo hacía por complacerla cantando a pie de calle canciones estúpidas. Cabreada hasta más no poder, se levantó con furia, se dirigió al baño, llenó un cubo de agua, y ni corta ni perezosa abrió la ventana y lo vació sobre el grupo de muchachos que cantaba feliz.
-A ver si me dejáis dormir una puta noche – vociferó.
Entonces lo vio, a Manuel, el que tocaba la pandereta y llevaba la voz cantante en todo aquel cotarro, mirándola con una expresión extraña, entre sorprendido, decepcionado, enfadado...

Gema se apoyó en la pared y respiró profundamente. ¿Podría perdonarla? Al menos había tenido la deferencia de llenar el cubo de agua caliente.

1 comentario:

  1. Ay Dios!!!!! pobrecito!!!!! Qué metedura de pata esa chica! A ese paso, solterita es poco!!!!! jajajaja. Muy bueno, Gloria. Un saludo.

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